lunes, 18 de julio de 2011

WITOLD GOMBROWICZ, SIENKIEWICZ Y GONZALO

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, SIENKIEWICZ Y GONZALO



Cuando Gombrowicz ya se atrevía a mirar fría y libremente el fenómeno de la independencia de Polonia, cuando estaba desentrañando con maestría los arcanos del Dios y de la patria polacos, estalló la guerra y todo se le vino abajo. “Sería fatal que, siguiendo el ejemplo de muchos otros polacos, me deleitara con el recuerdo de nuestra independencia de los años 1918-1930 (...)”
“Lo que pido es que no se confunda mi frialdad con un efectivismo barato. El aire de libertad nos fue dado para que emprendiéramos la lucha contra un enemigo más atormentador que todos los opresores anteriores, contra nosotros mismos”. En el grupo de escritores que formaron las mentes de quienes vivirían en la independencia se destaca con una luz fulgurante Henryk Sienkiewicz.

Frente al conflicto que existía entre el Dios absoluto y el Dios de Sienkiewicz Gombrowicz encuentra una solución intermedia en la difícil infancia de un hombre adulto. A Gombrowicz le costaba trabajo mantener buenas relaciones con el catolicismo. Esa doctrina estaba en contradicción con su visión del mundo, pero el intelectualismo contemporáneo se estaba volviendo peligroso.
Ese intelectualismo le despertaba más desconfianza aún que el propio catolicismo. El cristianismo le ofrece al hombre una visión coherente y no lo tienta a resolver con su propia cabeza los problemas del mundo, una tentación que, por lo general, produce resultados catastróficos. Un año después de que naciera Gombrowicz Henryk Sienkiewicz recibe el Premio Nobel de Literatura.

Este insigne hombre de letras polaco, gran defensor de la causa de Polonia, que escribió sobre temas referidos a los problemas sociales del campesinado y de las clases pobres de las ciudades, es uno de los autores más leídos del siglo XX. La cuestión Sienkiewicz que se le fue presentando a Gombrowicz estaba vinculada a Dios, a la patria y a la inferioridad.
Los valores más importantes que tenían los polacos antes del nacimiento de Gombrowicz eran los de Dios y los de la patria. Cuando murió ya no lo eran, se habían transformado, sin embargo, hay que decir que estos dos valores son universales, señalan dos pertenencias fundamentales, la transcendencia y la tierra. El poder de Dios y de la patria se había debilitado en la conciencia de Gombrowicz.

Gombrowicz anduvo buscando durante toda su vida una manera de pasar de la inferioridad a la superioridad con un movimiento de ida y vuelta conservando por separado las propiedades que tienen cada uno de estos estadios. Esta aspiración a la totalidad y a la universalidad era una característica de la cultura de su tiempo. El Dios polaco es un sistema maravilloso.
Mantiene al hombre en la esfera intermedia de la existencia, es una manera de esquivar lo extremo, el Dios polaco es el Dios de Sienkiewicz, ese escritor eximio de segunda fila, ese Homero de cuarta categoría, ese Dumas padre de primera clase. Es difícil encontrar en la historia de la literatura un encantamiento parecido al que produjo Sienkiewicz sobre la nación y las masas.

Los polacos leían a Mickiewicz porque era una literatura que resultaba obligatoria, pero Sinkiewicz embriagaba los corazones de todos los polacos porque les acercó un tipo de belleza realmente distinto. Antes de Sienkiewicz la belleza polaca se identificaba con la virtud. Los gustos fueron cambiando con el tiempo y la virtud terminó por resultar aburrida.
La naturaleza humana se manifiesta en el pecado, en la expansión vital, y la verdadera belleza no se consigue silenciando la fealdad. El dilema entre la virtud y la vitalidad no estaba resuelto, entonces, Sienkiewicz, sazonó la virtud con el pecado, endulzó el pecado con la virtud y preparó un licor dulzón. Era un licor no demasiado fuerte y, sin embargo, excitante, un licor que gusta sobre todo a las mujeres.

El pecado simpático, bonachón, encantador y limpio es la especialidad de la cocina de Sienkiewicz, lo preparaba para fortalecer a la nación y a Dios. A Gombrowicz le resultaba claro que el Dios de Adam Mickiewicz y de Henryk Sienkiewicz estaba subordinado a la nación. La moral individual de Dios le cedía su lugar a la moral colectiva de la nación abriéndole la puerta al espíritu del rebaño.
Le daba la bienvenida a la masa, por eso es que Sienkiewicz es un escritor católico sólo en apariencia. El lenguaje del catolicismo limitado de Sienkiewicz no alcanzaba para satisfacer el propósito de Gombrowicz. No alcanzaba para lograr un encuentro entre lo superior y lo inferior, un encuentro que Gombrowicz buscaba y que el cristianismo, con una sabiduría calculada para todas las mentes, le podía procurar.

Tuvo que seguir otro camino, un camino en el que entronizó la inmadurez como un promontorio de la cultura y con la que desmontó una buena parte de los hábitos contemporáneos. Hay cuestiones que interesan mucho a los lectores de Gombrowicz: saber qué quiere decir la palabra Ferdydurke; saber qué era lo más importante para Gombrowicz cuando se murió; saber qué obra era la más grande.
Se podría agregar un cuarto asunto, pero éste sólo es interesante para algunos especialistas argentinos: saber si el escritor vestido de negro de “Transatlántico” es Mallea o Borges. “Transatlántico” es, efectivamente la obra polaca más argentina de Gombrowicz, ya tenía encima más de la mitad del tiempo que vivió en Argentina, y no pudo ni quiso sustraerse a su influencia.

Hay en esta novela un ambiente en el que aparecen en una misma escena, el estilo intelectual imperante por Buenos Aires en esa época, y un puto millonario. Es probable que el escritor vestido de negro fuera una mezcla de Mallea con Borges, y Gonzalo, una mezcla de los putos en estado de ebullición a los que hace referencia Gombrowicz en el “Diario” con Manuel Mujica Láinez..
“Leo en la prensa que me fui a la Argentina por miedo a la guerra. No es verdad, me preparé para ese viaje con tanta despreocupación que sólo a la casualidad debo el no haberme quedado en Polonia. Mis veintitrés años en la Argentina, después de haber sorteado una cadena de dificultades en la partida de Polonia, se decidieron en una cuestión de minutos (...)”

“La historia de las dificultades que tuve para salir de Polonia fue como si una mano enorme me hubiera agarrado por el cuello, sacado de mi país y depositado en esa tierra perdida en medio del océano, y sin embargo europea, precisamente un mes antes de que estallara la guerra. Doscientos dólares, toda mi fortuna, me bastaron durante cerca de seis meses, la Argentina era por entonces un país excepcionalmente barato (...)”
“A veces me veía obligado a pedir prestados algunos pesos para poder comer, unas situación que se prolongó hasta 1947. Después trabajé en el Banco Polaco durante siete años, esto me resultó terriblemente aburrido. El regusto amargo, trágico y poético de los primeros siete años no habrían de borrases fácilmente. Me dejé arrastrar sin vacilaciones en aquel caos de lenguas diversas, me convertí en uno de ellos”

“Mi ‘Transatlántico’ no alude a un barco, sino a algo como a través del Atlántico; se trata de una novela que mira hacia Polonia desde la tierra argentina. Sigue divirtiéndome ese ‘Transatlántico’, jocoso, absurdo, escrito en un estilo arcaico, lleno de extravagancias idiomáticas, a veces inventadas... Es la menos conocida de mis novelas, ya que esas excentricidades lingüísticas no resultan fáciles de traducir (...)”
“El fin de la guerra no supuso una liberación para los polacos. En aquella triste Europa central, significaba tan sólo la sustitución de una noche por otra, de los verdugos de Hitler por los de Stalin. En el mismo momento en que en los cafés parisinos las almas nobles saludaban con un canto glorioso la emancipación del yugo feudal por parte del pueblo polaco, en Polonia ocurría algo muy distinto (...)”

“El mismo cigarrillo encendido cambiaba simplemente de mano y seguía quemando la piel humana. Yo observaba todo esto desde la Argentina, mientras me paseaba por la avenida Costanera. La palabra basta que sin duda afloraba a los labios de cada polaco, empezó a exigir de mí una solución concreta. Por el hecho de su situación geográfica y de su historia, Polonia se veía condenada a ser eternamente desgarrada (...)”
“Pero, ¿no era posible cambiar algo en nosotros mismos, los polacos, para salvar nuestra propia humanidad? Mientras en Polonia le rompían los dientes a la gente, el mundo seguía insistiendo con sus declamaciones sobre el romanticismo polaco y el idealismo polaco, o bien se repetían con insistencia y monotonía las mismas trivialidades sobre la Polonia mártir (...)”

“En materia de arte, no creo en la utilidad de las pequeñas correcciones, hay que hacer acopio de fuerzas y dar un salto, operar un cambio radical, desde la base. Se requería, no una realidad de segunda mano, una realidad polaca, sino una realidad más fundamental, la realidad humana. Había que sacar al polaco de Polonia para hacer de él tan sólo un hombre, hacer un polaco antipolaco (...)”
“Me senté y me puse a escribir, sólo que, empecé a escribir algo opuesto por completo a lo que hubiera sido conveniente escribir. En lugar de salirme la gravedad, me salió la risa, los disparates y la diversión. Al escribir ‘El casamiento’ yo estaba obnubilado con ‘Hamlet’ y con ‘Fausto’, pues bien, ‘Transatlántico’ nació en mí como el ‘Pan Tadeusz’ de Mickiewicz, pero al revés (...)”

“Este poema de Mickiewicz, escrito también en el exilio, la obra maestra de nuestra poesía nacional, supone un afirmación del espíritu polaco suscitada por la nostalgia. En ‘Transatlántico’ estaba obsesionado con Mickiewicz, a menudo me las arreglo bastante bien para estar en buenas compañías”. Dos de las ideas principales que aparecen en “Transatlántico” son el filicidio y la filiatría.
“No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”. El temor y la fe frustraron el filicidio bíblico, el filicidio del “Transatlántico”, en cambio, es frustrado por el bam, bum, bam. Las guerras son el producto de la orden que los maduros le imparten a los jóvenes de que hay que morir por la patria.

A este mandato, el filicidio, Gombrowicz opone la filiatría, un idea que desarrolla en forma elocuente en “Transatlántico”. La novela comienza cuando Gombrowicz manifiesta su necesidad de comunicarle a su familia perdida en una Polonia destruida por la guerra, a sus parientes y a sus amigos el comienzo de sus aventuras en la capital de la Argentina, unas aventuras que ya duraban diez años.
Llega a Buenos Aires el 21 de agosto de 1939 y desde el primer día, a la salida de las recepciones, les agredían los oídos con el grito obsesivo de “Polonia”, que se escuchaba en las calles. Gombrowicz se daba cuenta que algo no andaba bien, no había remedio, la guerra estallaría de hoy para mañana. El barco recibe la orden de partir y Gombrowicz se despide de un amigo embarcado con él deseándole un buen viaje.

El pobre compatriota sólo atina a rogarle que se presente rápidamente en la embajada. Cuando el barco se está alejando Gombrowicz pronuncia una blasfemia terrible contra Polonia y se interna en la ciudad. Estaba completamente desorientado y sin dinero, así que visita a un compatriota que había sido vecino de uno de sus primos en Polonia para pedirle opinión y consejo.
Pero este hombre empieza a decirle que aprobaba y que no aprobaba su decisión de quedarse, que había hecho bien y tal vez mal, que él no estaba tan loco como para opinar en estos tiempos o como para no opinar, que tenía que presentarse enseguida en la embajada o no presentarse, que era igual si se presentaba o si no se presentaba, que se podía exponer o no exponer a graves riesgos.

Y, en fin, que hiciera lo que le pareciera oportuno o que no lo hiciera. Perdido entre la muchedumbre Gombrowicz decidió no inmiscuirse en el asunto de la guerra, no era un asunto de su incumbencia, si allá tenían que sucumbir, que sucumbieran. Fue a la embajada, se echó a llorar y se puso a los pies del embajador, le besó la mano, le ofreció sus servicios y su sangre.
Le rogó que en ese momento sagrado, según fuera su santa voluntad y entender, dispusiera de su persona. El embajador le dijo que sólo podía darle cincuenta pesos, que no tenía más, pero que si quería irse a Río de Janeiro a importunar al embajador de allá, le pagaría el viaje y le daría algo más, que no quería literatos por acá porque lo único que sabían hacer era pedir plata y después ladrar.

Gombrowicz se dio cuenta de que el embajador lo estaba despidiendo con moneda menuda, entonces le dijo que él era una literato pero también era un Gombrowicz. Y cuando el embajador le preguntó de cuáles Gombrowicz era Gombrowicz, le respondió que de los Gombrowicz Gombrowicz, entonces el diplomático le ofreció ochenta pesos en vez de cincuenta, ni un peso más.
Le recordó que estaban en guerra y que había que marchar para vencer a los enemigos, matarlos, destrozarlos y aplastarlos, y que no fuera ladrando por ahí que el embajador no había marchado y hablado contra los enemigos delante de él. Le pidió que escribiera artículos para celebrar la gloria de los genios polacos, que por ese servicio le podía pagar setenta y cinco pesos mensuales.

Era necesario ensalzar a la patria en momentos tan difíciles, pero Gombrowicz le contestó que no podía hacerlo porque le daba vergüenza, entonces el embajador lo empezó a tratar de comemierda, y le recordó que la embajada le había rendido homenaje. Lo iba a presentar a los extranjeros como el Gran Comemier… Genio Gombrowicz.
La primera consecuencia de su presentación en la embajada fue que lo invitaron a una recepción. Se trataba de una reunión en la casa de un pintor a la que iban a asistir los escritores y artistas locales. Gombrowicz tenía una gran seguridad en su maestría y sabía que como maestro lograría superar y dominar a todos los demás. Cuando llegó sus compatriotas lo glorificaron.

El consejero Podsrocki lo presentaba y ensalzaba como el gran maestro y genio polaco Gombrowicz. Como nadie le llevaba el apunte, el consejero Podsrocki lo empezó a tratar de comemierda y le exigió que hiciera algo para no avergonzarlos. Entró un hombre vestido de negro, se notaba que era una persona muy importante, un gran escritor, un maestro.
El personaje llevaba en los bolsillos una cantidad inconcebible de papeles que perdía y recuperaba a cada momento, y debajo del brazo algunos libros, se volvía a cada rato inteligentemente inteligente. Los compatriotas de Gombrowicz lo empezaron a azuzar para que mordiera al hombre de negro, que si no lo hacía lo iban a tratar de comemierda y a morder.

Entonces Gombrowicz habló con la persona más cercana en voz bastante alta. “No me gusta la mantequilla demasiado mantecosa, ni los fideos demasiado fideosos, ni la sémola demasiado semolosa, ni los cereales demasiado cerealientos”. El hombre de negro le respondió que la idea era interesante pero no nueva, que ya Sartorio la había expresado en sus “Eglogas”.
Entonces Gombrowicz le manifestó que no le importaba un comino lo que decía Sartorio. Lo que le importaba era lo que decía él, el que hablaba; el gran escritor sin pensarlo dos veces le contestó que la idea no era mala pero que existía un problema, ya había dicho algo parecido Madame de Lespinnase en sus “Cartas”. Gombrowicz perdió el aliento.

Aquel canalla lo había dejado sin palabras, entonces empezó a caminar y a caminar, y cada vez caminaba con más furia, sus compatriotas estaban rojos de vergüenza y los demás de ira. Pero alguien comenzó a caminar con él, era un hombre alto, moreno, de rostro noble. Sin embargo, sus labios eran rojos, estaban pintados de rojo. Huyó como si lo persiguiera el diablo.
El moreno lo siguió, era muy rico, vivía en un palacio, se levantaba al mediodía para tomar café y luego salía a la calle y caminaba en busca de muchachos; aunque vivía en una mansión simulaba ser su propio lacayo. Tenía miedo que los muchachos le pegaran o que lo asesinaran para sacarle la plata. El moreno estaba perdidamente enamorado de un joven rubio hijo de un comandante polaco.

Junto a Gombrowicz, en la Plaza San Martín, vio al joven rubio, lo siguieron hasta el Parque Japonés, y allí encontraron a los tres socios de la empresa equino-canina donde trabajaba Gombrowicz. Los socios empezaron a decirle a Gombrowicz que entonces no era tan loco como pensaba la gente, que el moreno tenía millones, insinuándole de esa manera una aventura con él.
El joven rubio estaba tomando cerveza con el padre, un hombre bueno, decente, cortés y aterciopelado. Le comenta a Gombrowicz que va a enrolar a su único hijo en el ejército polaco. Gombrowicz lo previene contra el moreno y le sugiere que se vaya del lugar, el padre no accede. El moreno brinda con el padre desde lejos, el comandante se lo prohibe con un gesto.

El moreno se irrita y le arroja el jarro de cerveza, le parte la frente y brota la sangre. Primero la vergüenza en la embajada, después en la casa del pintor, y ahora en el Parque Japonés, mientras allá, del otro lado del océano, se derrama la sangre. A la mañana siguiente apareció el padre en la pensión de Gombrowicz. Le rogó que desafiara al moreno en su nombre.
Vaca o no vaca el hecho era que ese malvado llevaba pantalones y que lo había ofendido públicamente. Cuando Gombrowicz se lo contó al moreno éste le recriminó que se hubiera puesto de parte del viejo y no del joven, que tenía que defender al joven de la tiranía del padre, que de qué le servía a los polacos ser polacos, que si acaso habían tenido hasta hora un buen destino.

Si no estaban hasta la coronilla de su polonidad, si no les bastaba ya el martirio, el eterno suplicio y el martirologio, había llegado el momento de la filiatría. Aceptaba el duelo bajo la condición de que las balas fueran de salva, que las verdaderas se debían escamotear al momento de cargar la pistolas. Para asegurar esta impostura Gombrowicz nombró a dos socios de la empresa equino-canina como padrinos del duelo.
El moreno había rematado su exhortación con la palabra filiatría, y esta palabra le retumbaba en la cabeza a Gombrowicz junto a los gritos de “Polonia, Polonia” que escuchaba en la calle mientras caminaba hacia la embajada. ¡Viva nuestro heroísmo!, exclamaba el embajador, un coronel ya le había contado lo del duelo entre el comandante y Gonzalo.

Como todos descontaban que el duelo terminaría sin sangre convinieron en agasajar al comandante con una comida que se daría en la embajada; mientras el consejero Podsrocki volcaba en el libro de actas la invitación que estaba haciendo el embajador escribió también que iban a asistir al duelo, que tenían que ver la valentía del polaco con la pistola en la mano atacando al enemigo.
Pero un duelo no es una partida de caza, tenían que asistir con una excusa bien pensada, bien podría ser una cacería con galgos a la que invitarían a los extranjeros. Mientras tanto Gombrowicz le preguntaba al embajador cómo era posible que marcharan sobre Berlín si los combates se estaban librando en los suburbios de Varsovia. El embajador le dijo que todo se había ido al diablo, que todo había terminado.

Habían perdido la guerra y había dejado de ser embajador, pero la cabalgata se iba a realizar de todos modos. Al día siguiente, el duelo, se dio la señal y los adversarios entraron al terreno. Gombrowicz cargó las pistolas y metió las balas en el forro de la manga. Vacío absoluto, eran disparos vacíos, a lo lejos apareció la cabalgata; vacío porque no había balas y vacío porque no había liebres.
El duelo era una trampa que no tenía fin porque se había convenido a primera sangre. De pronto se oyó un furioso ladrido de perros y un grito espantoso. El hijo estaba siendo atacado por los perros, el padre disparó contra los animales enfurecidos pero con un revolver vacío, entonces, el moreno se arrojó sobre la jauría y salvó la vida joven. El padre se conmovió y le ofreció su amistad eterna que el moreno aceptó.

Para cerrar todas las heridas Gonzalo lo invito a su casa. No era el palacio de la ciudad, era otro distante a tres leguas, el comandante tenía malos presentimientos pero igual fue. Pinturas, esculturas, tapices, alfombras, cristales… se depreciaban muy rápidamente por su abundancia excesiva. La biblioteca estaba llena de libros y de manuscritos amontonados en el suelo.
Era una montaña que llegaba hasta el techo sobre la que estaban sentados ocho lectores flaquísimos dedicados a leer todo. Obras preciosas escritas por los máximos genios, se mordían y devaluaban porque había demasiadas y nadie podía leerlas debido a su excesiva cantidad. Lo peor es que los libros se mordían como si fuesen verdaderos perros rabiosos hasta darse muerte.

El moreno regresó pero vestido con una falda y le dio indicaciones a un muchacho para que se pusiera en el medio de la sala y luciera su figura, que para eso le pagaba. Pero ese mequetrefe estaba allí, más que para lucir su figura, para moverse en honor al hijo, pues cada vez que se movía el hijo también se movía él. Al final fue un alivio que el dueño de casa diera la señal de ir a dormir.
Le confiesa al padre que lo había traicionado con el moreno realizando un duelo sin balas, Gombrowicz estaba conmovido y estalló en llanto frente al padre que desesperado por la congoja le hace un juramento sagrado. Iba a lavar su honra con sangre, pero no con la sangre afeminada de ese miserable, sino con la sangre densa y terrible de su propio hijo, era la ofrenda del hijo que le hacía a la guerra.

Cuando el moreno se entera de que el padre quiere matar al hijo le dice a Gombrowicz que tiene un medio para convencer al hijo de que mate al padre, y al convertirse en parricida necesitará su amparo, se ablandará y caerá en sus manos afectuosas y protectoras. El moreno y el hijo juegan en un frontón y golpean a la pelota con todas sus fuerzas, bam, bam, bam, resonaban los golpes.
Mientras tanto el mequetrefe golpeaba con una madera unos palitos que estaban mal colocados, bum, bum, bum. Y en medio de aquel bum-bam la pelota zumbaba y el hijo golpeaba más fuerte porque sentía que tenía un partidario. El padre comprendió que con el bumbam le estaban robando al hijo… Gombrowicz había perdido la patria, se había asociado con el moreno en una empresa ignominiosa para humillar al padre…

Los compañeros de Gombrowicz de la empresa equino-canina donde trabajaba sintieron la necesidad de llevar a cabo un hecho más terrible aún que el filicidio y el parricidio que estaban planeando el padre y Gonzalo, un horror que los colmara de poder, se propusieron entonces torturar al embajador junto a su mujer y sus hijos. Después los matarían a todos arrancándoles los ojos.
Todo les parecía poco, así que pensaron que lo mejor sería matar al hijo del comandante, esa muerte aumentaría tanto el horror que la naturaleza, el destino y el mundo entero iban a cagarse en los pantalones. El moreno y el hijo jugaban a la pelota y el mequetrefe se movía con el joven clavando palitos, bumbambeaban. Mientras tanto el comandante se paseaba comiendo ciruelas.

El hijo estaba delante de Gombrowicz con su vos fresca y alegre, su risa armoniosa, los movimientos de todo su cuerpo ágiles y livianos. El padre observaba al moreno que llevaba el ritmo del bumbam, y el bumbameo unía a los muchachos debajo de los árboles. ¡A bailar!, un gentío increíble, la flor y nata de la colonia polaca, mejor olvidar y no dejar transparentar nada.
En la oscuridad se escondían algunas siluetas monstruosas, unas siluetas que parecían perros pero tenían cabezas humanas, se agrupaban en un montón y parecían brincar, copular y morder. Los polacos de la empresa equino-canina se preparaban para ser terribles matando al hijo. Las parejas bailaban y el hijo bailaba con una hermosa polaquita lleno de brillo y gallardía.

Si el joven saltaba, el mequetrefe saltaba, bailaban al ritmo del bumbam, temblaban los cristales, la colonia polaca quería bailar la mazurca pero era imposible, sólo había bumbam. El padre tomó un gran cuchillo y lo guardó en un bolsillo. Y, de pronto, bum, el criado contra una lámpara; y el hijo, bam, a la lámpara; vuelve el mequetrefe, bum, a un jarrón; y el hijo, bam, al jarrón.
Bum, el criado contra el padre; el padre cae al suelo y ya se apresuraba el hijo a bambearlo con su bam. En aquel pecado general, mortal, en aquella debacle, en medio de esa enorme corrupción no existía otra cosa que el llamado del bum-bam y el trueno del asesinato. El hijo volaba hacia el padre, pero en vez de bambearlo con su bam, lo bambeó con una risa que le estalló en la garganta.

El embajador también estalló de risa. Fue un bramido de risa general en todo el salón. Junto a las paredes habían quienes se pedorreaban y quienes se meaban de risa. Bambeabam. “Y, entonces, de risa en risa, riendo, bum; riendo; bam, bum, bumbambeaban”



miércoles, 13 de julio de 2011

WITOLD GOMBROWICZ, LA VIRGINIDAD Y LA BASTARDÍA


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ, LA VIRGINIDAD Y LA BASTARDÍA

“La impresión que me da Gombrowicz es la de un hombre que construyó su edificio sobre las ruinas de su vida emocional”. Estas declaraciones dramáticas de Czeslaw Milosz contrastan con otras formuladas por algunos gombrowiczidas eminentes. “Gombrowicz, cuando se refiere a su vida personal e íntima, casi siempre recurre a fórmulas, anécdotas o generalidades poéticas, evitando los detalles (...)”

“En sus cartas a los amigos cercanos, especialmente en los últimos años, se manifestaba más libremente y sin tantas restricciones, pero esta indecente confesión tardía sonó como una broma”. Otros gombrowiczidas en cambio sostienen que el erotismo de la juventud de Gombrowicz era normal en un sentido físico, pero anárquico y loco en un sentido mental.

En la esfera erótica de Gombrowicz se manifestaba su pasividad, su naturalidad sumisa, su inmediatez y la facilidad del acceso, de la entrega total, un carácter ideal y místico. Necesitaba de una relación directa y espontánea con las personas. “Por supuesto no he cometido ningún acto de locura. En la superficie he sido razonable, pero en el fondo, muy dentro de mí mismo, he vivido una vida apoyada enteramente en la fantasía (...)”

“Creo que soy un hombre normal, pero tengo una tendencia a la locura interna”. Gombrowicz tenía de sí mismo una opinión estándar. “En cuanto hijo de buena familia, educado, bastante sano, ni feo ni guapo, sólo pasable, haciéndole la corte a sus primas, alumno mediocre, un tanto enmadrado, delicado, inquieto, y al mismo tiempo burlón, parlanchín, provocador (...)”

“A menudo insoportable en el colegio y golpeado por sus compañeros mayores, sociable, frívolo, audaz o tímido según las circunstancias”. Cuando murió su padre en el año 1933 ya había empezado a sentir la decadencia de su familia a la que le encontraba cierto parecido con “Los Buddenbrooks”, la novela de Thomas Mann. Era una familia que se extinguía.

Las perturbaciones mentales de algunos parientes de la parte de su madre pesaban sobre su cabeza como una amenaza de trastornos psíquicos futuros. Gombrowicz conoce a Krystyna Janowska en la juventud, sus familias eran amigas y ambas pertenecían al mismo círculo social de vecinos. Morena, de ojos grandes, alta delgada y esbelta. Era atlética, montaba a caballo, hacía esquí y jugaba al tenis.

Krystyna se refiere a Gombrowicz como un hombre joven y guapo, diferente, interesante y original que se burlaba de los terratenientes. Por tal razón las jóvenes no se sentían seguras con él y para ella misma no había sido una opción de casamiento. Krystyna, ya abuela, no recordaba ninguna de las reuniones nocturnas a las que se refiere Gombrowicz.

Cuatro años menor que él, nacida en Bartidziejw, era hija de terratenientes. Igual que la Zutka de “Ferdydurke” era atlética y normal, no tenía nada que ver con el arte o el intelecto. Gombrowicz sabía que no podía responder a las expectativas y a las necesidades de las jóvenes, tampoco de Krystyna. No podía representar el papel de admirador y de amante.

“Ferdydurke” termina con una escena que dice mucho sobre la relación convencional entre un hombre y una mujer. Pepe, de conformidad con el canon estándar secuestra a su prima Isabel. La joven disfruta del rapto y él debe responder a sus expectativas. La escena muestra la incapacidad fundamental de Gombrowicz para representar el papel de novio y marido.

La primera reunión de Krystyna con Gombrowicz se produce en 1922 en el río Vístula, tenía catorce años y era una colegiala. “No estuvimos vinculados por nada serio, sólo nos gustaba estar juntos, por otra parte Witold nunca me habló de sus sentimientos ni mencionó el casamiento”. Krystyna tenía una gran cantidad de pretendientes, y Gombrowicz era irritante.

No sabía bailar, lo que en aquel entonces era una verdadera desventaja para un soltero. Le tenía miedo a los caballos, no nadaba ni esquiaba, era excéntrico y tenía ideas raras. En “Aventuras” en “Yo y mi doble” y en el mismísimo “Diario” Gombrowicz se refiere a Krystyna de una manera romántica. En “Aventuras” se enamora de ella en un globo aerostático

“La pasajera que tenía a mi lado me proporcionaba además una alegría íntima mucho mayor que la que proporcionaba el globo mismo. Sobre los prados, los campos y los bosques, por primera vez en la vida, perdía el juicio, y lo perdía cada vez más, mientras ella me escuchaba con tal atención que habría podido besar mil veces su pequeña, perspicaz y comprensiva oreja (...)”

“A pesar de que es bien sabido que las mujeres dicen amar lo novelesco, no le conté nada sobre el Negro ni sobre mis otras aventuras… Me lo impidió una incomprensible vergüenza que me advertía que no debía hablar demasiado. Llegó el día del cambio de anillos… Luego, empezó también a acercarse el de la boda”. En “Yo y mi doble” en cambio se enamora al borde de un río.

“Precisamente bajo el signo de una constelación erótico sensual de este tipo, sombría y lúgubre, desperté el martes a las cinco de la mañana. Por uno de esos fenómenos de resurgimiento que deberían estarles prohibidos a la naturaleza, acababa de ver una cosa totalmente perdida para mí, mi juventud y mi primera bienamada, allá en la roca, junto al molino, al borde del río”

Los pasajes de su inmadurez a su madurez son obscuros e incompletos, es evidente que no tuvo esa transformación interna estándar que nos va volviendo maduros: del erotismo a la sexualidad, del estudio a la profesión, de la profesión al trabajo, del trabajo al dinero, de la sexualidad a la pareja, de la pareja a los hijos, y, en general, de una cosa a la otra, en este camino nos vamos transformando y nos volvemos maduros.

Sin embargo, siempre nos queda como en un sueño actual el recuerdo de la juventud, el deseo de volver a ser jóvenes. Esta estructura casi romántica que aparece aquí a la manera clásica le da una buena oportunidad a Gombrowicz de rebelarse literariamente contra el nacimiento de bebés, es decir, contra el acrecentamiento de la cantidad del género humano.

Llega al extremo de hacer nacer bebés en medio de los cascos de mujeres piafantes, al infanticidio que cometen las madres campesinas que se libraban de sus bebés arrojándolos a un pozo, y a estimular la repugnancia hacia la carne de la mujer y liquidar de esa manera el problema del bebé. Para salirle al cruce del nacimiento del bebé utiliza un artificio ingenioso.

Gombrowicz se propuso debilitar en sus escritos todas las construcciones de la moral premeditada con el fin de que nuestro reflejo moral espontáneo pudiera manifestarse libremente. La locura era un asunto que preocupaba realmente a Gombrowicz, la sangre enfermiza de los Kotkowski que había heredado de su madre pesaba sobre él como una amenaza de posibles perturbaciones psíquicas.

Ese temor fue más intenso en los años en que su imaginación estaba desbocada y oscilaba entre la neurosis y la psicosis. La neurosis estaba radicada en la zona consciente de sus complejos a los que transformaba en un valor cultural escribiendo. La esfera de la psicosis le ocultaba, en cambio, sus trastornos psíquicos y el control era menor.

Debemos clasificar a “La virginidad” como perteneciendo a esta segunda clase de sus creaciones. Algunos detalles insignificantes y aparentemente incoherentes introducen a una pareja inocente en las más oscura entraña de la sexualidad. Es un relato donde el erotismo más refinado se entrevera y confunde con la obscenidad total. Las descripciones que hacen los jóvenes de algunas partes del cuerpo son artificiosas.

La boca es una cereza, los senos son botones de rosa. Alicia era hija de un mayor retirado y estaba educada por una madre que la adoraba. Como las demás jóvenes de vez en cuando se acariciaba el codo y enterraba los pies en la arena. La vida de una muchacha en flor es distinta a la de un abogado o una madre. Debe ser difícil proteger a una joven cuya razón de existir es seducir a los demás.

Pero Alicia estaba protegida por el canario Fifí, por el perrito Bibí y por la madre. Una tarde paseaba por los senderos del jardín y un vagabundo, acostado sobre el muro que rodeaba al jardín, le arrojó un ladrillo que le dio de pleno en la espalda, la muchacha trastabilló y estuvo a punto de caer. Sin embargo, sonrió con unos labios que le temblaban de dolor.

Mientras el vagabundo bajaba del muro y desaparecía Alicia se repetía a sí misma que había sonreído. Cuando llegó a la casa entró en un estado de ensoñación y medio distraída le preguntó a la madre mientras tomaban el té por qué los hombres usaban pantalones, tenían cabello corto y se afeitaban. La joven escondió en la manga la cucharita de plata con la que había tomado el té.

Salió al jardín, se dijo a sí misma que la había robado y la enterró al pie de un árbol. Volviendo a casa pensaba que si el vagabundo no le hubiera arrojado el ladrillo ella no hubiera robado la cucharita; el padre le dijo que el día siguiente su prometido regresaba de China, el compromiso se había realizado cuatro años atrás cuando Alicia cumplía los diecisiete años.

El día en que el novio le pidió la mano Alicia le respondió que sí, que deseaba ser su prometida pero no quería desprenderse de un miembro de su cuerpo. Pablo era un muchacho encantador que estaba enamoradísimo de su inocencia. La mayor virtud, según pensaba él, residía en la virginidad, este valor condicionaba su espíritu y en torno a él se situaban sus instintos superiores.

“Vemos, pues, que la virginidad asciende del ser más bajo en la escala biológica y llega al hombre, y del hombre salta a los ángeles y de los ángeles a Dios, para perderse en el infinito. Dios mismo es un gran solitario en el universo, es la eterna juventud del Cosmos. De una pequeña particularidad puramente corporal nace el inmenso mar del idealismo y de los milagros, en evidente contraste con nuestra triste realidad”

Pablo amaba a Alicia por su virginidad inocente y estaba convencido de que quien desee adorar dignamente a una virgen él mismo debía ser virgen e ignorante, de otra manera el idilio sería una trampa. Habían transcurrido cuatro años y nuevamente pasea con su prometida por los senderos del jardín. Pablo la recrimina porque ha cambiado mucho, pero ella, distraídamente, le dice que lo ama como siempre.

El joven insiste, protesta otra vez porque en otra época no hubiera usado la frase impúdica de que lo amaba, que ahora la veía inquieta y excitada. Alicia, con toda la calma, le pide que le explique lo que era el amor y lo que era ella, pero con seriedad y sin reírse. Pablo le cuenta cómo los hombres habían perdido el Paraíso al probar del fruto del árbol del conocimiento tentados por Satanás.

Le suplicaron al Todopoderoso que les concediera un poco del candor y la inocencia perdidos, entonces Dios creó la virgen, el recipiente de la inocencia, la selló y la envió a vivir entre los hombres que sintieron de inmediato una nostálgica languidez.. Cuando Alicia le pregunta por las casadas le responde que son una patraña, una botella abierta y evaporada.

Alicia no entiende por qué, siendo ella virgen, el vagabundo le había arrojado un ladrillo, y por qué, luego, ella había sonreído a pesar de que le había dolido mucho. De regreso a casa Pablo pensaba que la virginidad y el misterio son una y la misma cosa y que había que cuidarse de no desgarrar el sagrado velo de la virginidad para proteger ese misterio.

Al día siguiente la joven le dice que se extasiaba contemplando su codo, que tenía unos deseos realmente locos, y entonces Pablo le responde que adoraba su candor irracional. Alicia le pregunta si había robado alguna vez, y Pablo le contesta que no, que ella no podría amar a un hombre sin dignidad. La joven estaba confundida y le sigue haciendo preguntas a Pablo.

Le pregunta si había engañado, mordido o golpeado a alguien alguna vez, si había caminado desnudo o comido inmundicias. Pablo le pregunta si acaso se había vuelto loca y le ruega que reflexione. Para entonces la joven había empezado a temer que las vírgenes eran educadas en la inocencia para que después todo les resultara más perturbador.

Regresaron a casa y ya en la cocina Alicia señala un hueso que, seguramente, había abandonado Bibí. En el momento que Pablo le dice que hay muchos olores de cocina y que es mejor irse de allí, ella le observa que Bibí no ha terminado de roerlo, ambos pronuncian unas palabras cariñosas, y entonces la joven le manifiesta que le gustaría mucho que royesen el hueso juntos.

Al mismo tiempo que lo abraza le pide que no la mire de ese modo. Le implora que lo haga porque, de lo contrario, morirá joven. Pablo se había inmovilizado por el terror, qué importancia podía tener un hueso para ella, si por lo menos fuera un hueso limpio, un hueso de caldo, pero Alicia gritó con impaciencia que quería roerlo a escondidas de la cocinera.

Entonces se produce un altercado, él le reprocha que le esté pidiendo inmundicias y ella le replica que las inmundicias le producen apetito, e insiste en que lo roan y lo coman juntos sin que nadie los vea. Pablo le pregunta si era posible que el ladrillazo le hubiera despertado ese deseo malsano de roer un hueso, que ése no podía ser el instinto de una joven virgen, que no eran más que patrañas insensatas.

Alicia le dice que todos roen los huesos, todos lo hacen salvo ellos, que eso es realmente el amor. Pablo, abrumado por tanta locura, empieza a pelearse con Alicia por el hueso. En un momento de la pelea se oyen detrás del muro un golpe y un lamento pronunciado. Alicia y Pablo se asoman encima de los rosales y ven a una joven descalza lamiéndose una rodilla.

Cuando se estaban preguntando qué cosa habría ocurrido, una piedra silba en el aire y golpea la espalda de la muchacha, a lo lejos alguien vocifera que era una ladrona. “¿Lo has visto?; –¿Qué sucedió?; –Apedrean a las muchachas, las apedrean para divertirse, sólo por placer; –¡No, no,… no es posible!; –Tú mismo lo has visto... Ven, que el hueso nos espera, volvamos a nuestro hueso, lo roeremos juntos ¡Quieres? ¡Juntos! (...)”

“¡Yo contigo, tú conmigo! Mira, lo tengo ya en la boca. ¡Ahora te toca a ti! ¡Tómalo!”. Con esta manera ingeniosa de transmutar órganos genitales en huesos Gombrowicz llega invicto hasta el final del Diario, pero en sus últimas páginas confiesa una antigua bastardía. “Pienso y pienso... ya llevo tres semanas pensando... ¡y no entiendo nada! ¡No entiendo nada! (...)”

“Finalmente ha venido L., la ha examinado detenidamente y dice lo mismo, ¡que al menos vale ciento cincuenta mil dólares! ¡Al menos! Situada en un pinar, seco, crujiente bajo las suelas de los zapatos, como sacado de Polonia, con un regio panorama de montañas, con una vista principescas a una sucesión de castillos. St. Paul, Cagnes, Villenueve, como surgidos de las luminosas aguas del mar.

Un bello recibidor de roble en la planta baja y tres grandes habitaciones en fila. En la primera planta, otras dos habitaciones con un espacioso baño común. Unas terrazas sólidas y... ¿Por qué sólo quiere cuarenta y cinco mil (pero en efectivo)? ¿Se ha vuelto loco? Ese ricachón ignoto... ¿quién es? ¿Será un lector mío? ¿Será este precio únicamente para mí? (...)”

“El abogado dice: éstas son las disposiciones que me han dado??? No puedo pensar nada más. En todo caso veinte mil también me irían bien... ¿Comprar? He comprado”. Cuando Gombrowicz se enteró de que había ganado el Premio Internacional de Literatura lo primero que atinó a hacer fue a preparar una lista de sus enemigos literarios, regocijándose de antemano con la amargura que les iba a producir.

Ya con el premio en la mano escribe el diario del hijo ilegítimo para mortificar a sus enemigos polacos de Londres. En este diario relata cómo después de algunas dudas se había comprado una casa con los veinte mil dólares del Premio Formentor, y cómo la empieza a decorar con cuadros, tapices y muebles del gusto más refinado. Una carta que le llega de la Argentina le anuncia que Henryk quiere aparecer por la casa para darle una sorpresa.

Entonces se le despiertan unos recuerdos sombríos sobre una mulatona llamada Rosa, y la alegría que le había aparecido con la mudanza se le esfuma. La oscura mulatona era como las algas en el fondo del agua, una cosa negruzca que se distingue mal. En el lugar comienzan las habladurías, chismean que el señor Gombrowicz espera la llegada de alguien de la familia.

Tener un hijo era una idea que no había tenido en toda su vida, pero le importaba poco que fuera legítimo o ilegítimo, su desarrollo espiritual y su evolución intelectual lo ponían fuera de la órbita de ese dilema. Sin embargo, el hecho de que un semimulato se le acercara con su tierno papi... ¿estará bien de salud? Tenía miedo de la visita porque Henryk podía chantajearlo.

Un hijo suyo concebido con una mulatona indefinida y oscura, en una noche de hotel que se abismó en las tinieblas del olvido. De una fealdad negra y ominosa le surge un hijo ilegítimo que quizás no esté bautizado ni tenga partida de nacimiento. Una negrura tenebrosa, tropical y hotelera desbordante de ilegitimidad se le anuncia amenazante desde la lejana Argentina.

Al comienzo de las páginas de este diario, en el que relata episodios completamente falsos, nos dice que la casa estaba tasada en ciento cincuenta mil dólares, pero que el dueño sólo le pedía cuarenta y cinco mil en la mano, posiblemente porque se trataba de un admirador ricachón. Y el final de este diario es una obra maestra con la que tortura sin piedad a sus enemigos polacos londinenses.

“¡Un hijo ilegítimo que ronda/ la ilegitimidad redonda del hijo!/ ¡El despacho redondo de Rosa/ En que fue concebido el hijo! ¡Vendo! ¡Vendo! ¡Vendo! ¡Vendo muy barata una villa con sus habitaciones en fila, con terrazas sólidas y vistas panorámicas en un pinar y con un despacho redondo! Vendo al hijo y a Rosa con sus alcobas y redondeces. Urgente vendo una villa en muy buenas condiciones (...)”

“He vendido por doscientos catorce mil dólares, con alcobas con vista panorámica, hijo y mulata. ¡Me he quedado sin nada!”. La idea de la bastardía rondaba en la cabeza de Gombrowicz, y no podía ser de otra manera, el bastardo tiene menos derechos en la familia, y esa era la sensación que tenía Gombrowicz respecto a sus hermanos. No se sentía reconocido por su padre como adulto y como adaptado a la vida.

“Navegaba por el mundo en medio de opiniones incomprensibles y cada vez que tropezaba con un sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad de cometer una villanía”. Con estas palabras extrañas Gombrowicz encuentra de manera cumplida una forma de definir la bastardía, no ya carnal sino espiritual, del protagonista de “El diario de Stefan Czarniecki”

Este giro indigno de una conducta que degenera de su origen está presente en toda la obra de Gombrowicz, y es también el que alienta la idea del hijo ilegítimo.



sábado, 9 de julio de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y EL PROBLEMA DEL BEBÉg

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y EL PROBLEMA DEL BEBÉ



Una de las ordalías a la que fue sometido Gombrowicz desde su temprana juventud fue el problema que le planteaba la cantidad, y consecuentemente el bebé. El cretino que le hacía seis hijos a la parienta, la vecina que se multiplicaba por doce, la dinámica creciente de los órganos genitales era irresistible. La ciencia ordena el caos reduciendo las grandes cantidades a pequeñas fórmulas.
También la filosofía ordena el caos reduciéndolo a pensamientos claros y distintos, pero la ciencia y la filosofía poco pueden hacer con el problema de la cantidad de bebés. “Mi apartamento también está cargado de sueño; para llegar a mi habitación tengo que pasar por delante de cinco puertas detrás de las cuales anida el sueño, primero la de Roberto, estudiante argentino, y la de Herr Klug, comerciante (...)”

“Después la de Don Eugenio, que es ruso y trabaja en el puerto, la de Basilio, que es un rumano, y la de Arana, argentino y empleado. Duermen o no duermen. Hay que avanzar con cuidado a través de esta densidad humana y respetar el descanso que yo no conozco... Yo no conozco aquí nada ni a nadie, mis conversaciones con ellos se limitan a ¿qué tal? y, tiempo loco (...)”
“El viejecito que hasta hace poco vivía en la habitación de Arana me abordó un día para preguntarme si no quería comprarle su cama de cobre, y una semana más tarde murió. Nuestra discreción es irreprochable, es impensable llorarle las penas a otro, gritar o gemir, sólo de vez en cuando, por la noche, se levanta el fantasma de un quejido que sobrevuela la labor de las respiraciones (...)”

“Cada uno consume su vida como un bistec en un plato individual, una mesa individual. ¿Actúo a la ligera no cerrando la puerta con llave por la noche? ¿Quién puede asegurar que de esa maraña de destinos no surja un crimen? No. La repugnante discreción nacida del convencimiento de que uno no es para el otro más que abominación, aburrimiento y fastidio, me protege mejor que unos cerrojos ingleses (...)”
“Este pudor que obliga a evitar el acercamiento me permite dormir tranquilo. No matarán. Les falta valor para acercarse”. Recién llegado de su estada en Hurlingham, Gombrowicz entra a su casa de la calle Venezuela y se siente amenazado por el sueño y la ajenidad de sus vecinos. Se dispone a dormir y piensa en los preparativos de sus próximas vacaciones en Piriapolis.

Piriapolis se convirtió para Gombrowicz en un lugar de experimentaciones sobre la forma y la cantidad, unos fantasmas que se le aparecían con frecuencia mientras escribía “Cosmos”. Viajamos a Piriapolis en un buque elegante que hizo el trayecto entre Buenos Aires y Montevideo en una noche estrellada. A bordo de la nave no pasó nada excepcional.
Algo sobresalió la proposición que me hizo Gombrowicz de que nos contáramos la vida y nos tratáramos de tú. Esta idea sorprendente me dejó de una pieza, cuando recuperé mi compostura me negué con mucha cortesía pero no sin cierta intranquilidad. Es una pena que no haya escrito yo también mi propio diario, a estas horas podría recordar con más detalle lo que realmente ocurrió en Piriapolis.

Gombrowicz, en el suyo, le dio rienda suelta a su imaginación, al punto que lo comienza narrando nuestro viaje en avión, a pesar de que lo habíamos hecho en barco. Cuenta que habíamos viajado a mil quinientos metros de altura unos cincuenta pasajeros en total. Se le ocurre que los pasajeros hubieran sido una cantidad diferente si estuvieran en tierra.
Divisa desde el avión una eczema de cinco millones de individuos que se alejan de nosotros a quinientos kilómetros por hora. Promediando el vuelo se puso a hacer cálculos. Si bien el viaje de doscientos diez kilómetros lo íbamos a hacer en veinticinco minutos, la duración total, con revisión de valijas y verificación de papeles, sería de ciento ochenta minutos.

Llegado a este punto se imagina una igualdad. El número de kilómetros era igual al número de pasajeros más ciento sesenta minutos, un cálculo que somete a mi consideración y al que yo completo con reflexiones sobre el fenómeno de la cantidad y la cantidad del fenómeno. Cuando salíamos de la aduana a Gombrowicz se le ocurrió que yo hablaba demasiado, que había hablado casi sin parar durante todo el vuelo.
Sin embargo no estaba del todo seguro de que esto fuera así porque las hélices hacían mucho ruido. Antes de subir al ómnibus se puso a observar un bulto que llevaba un pasajero del que goteaba vodka; entre la altitud y la vodka que goteaba quedamos un poco aturdidos, yo terminé saltando del ómnibus pues me había olvidado la valija en tierra. Gombrowicz llegó solo a Piriapolis a las cuatro de la tarde.

En la casa se topó con unos alambres en los que los habitantes colgaban la ropa, una situación que presagiaba un futuro incierto. “Era una casa construida en un bosque de pinos, muda como un pescado petrificado, en la perspectiva gótica de árboles y de ese desierto donde las guirnaldas de telas y de lencería de hombre y mujer representaban para mí, en ese momento, algo realmente extraño (...)”
“Después de mis recientes tribulaciones, dudo que esto resulte claro, representaban una especie de atenuación de la cantidad humana, una substitución, o una real decadencia... un espectro pálido de la locura, algo lunar... mórbido...”. En la habitación se pone a mirar tres botellas de vino, y hace unas consideraciones acerca del alcohol que se le había subido a la cabeza cuando vio la vodka que goteaba.

Se pone en guardia pues tiene el presentimiento de que lo que le va a ocurrir en Piriapolis va a ser tan sólo una farsa. Una niña de ocho años se nos aparecía como la representante del otro lado de la casa y nos servía el almuerzo. A Gombrowicz le gustaba que los otros se le aparecieran de esa forma atenuada y reducida. De nuestro lado, en el dominio del bosque, no hay más que ropa tendida en los alambres.
“Pero nuestro encuentro con la farsa todavía no se ha engendrado, la cuestión es saber si todo esto es farsa, si nosotros mismos figuramos dentro de esa farsa, si yo fuera de color gris agregaría que es una farsa como esas camisas y esos calzoncillos”. Gombrowicz sospechaba que yo tenía el hábito de hacer farsas, que ese proceso se estaba elaborando en mí, por lo que se alegraba de una propiedad genial de la literatura: la libertad.

Esa libertad fructuosa que le permite al escritor construir tramas como si eligiera senderos en el bosque sin saber dónde lo llevan y qué le espera. “Gómez lleva a su boca un vaso de curasao. Me confía con una sonrisa que no encontró hasta el momento en toda Piriapolis una sola persona que hable, nosotros somos los únicos...”. A medida que hacemos excursiones el presentimiento de la farsa se le va acrecentando.
“Fuera de aquí, fuera a la farsa, No. No. ¡Fuera! ¿Pero por qué se pega así a mí? La botella mea pero el calzoncillo seca. Fuera de aquí. Fuera farsa. Por qué se pega a mí esta Farsa... por qué me invade como un parásito... hija de perra... Farsa... Fuera”. Relata nuestras conversaciones y discusiones interminables sobre los asuntos más abstractos en los bosques y los cafés de Piriapolis.

Las formas de la afirmación, los límites del hermetismo, el número pi, la ingenuidad de la perversión, la tragedia seca y viscosa, el sujeto del prefijo “ex”, el carácter maníaco de la física, la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, el principio de corporalidad, la cantidad... Pero la farsa lo empieza a golpear sin piedad. En medio de la oscuridad la farsa se le dibuja en la ropa colgada que parece una bandera envenenada.
Una bandera de los que están del otro lado, a quienes reconoce bajo la forma de calzoncillos y de camisas. La farsa le muestra los dientes. No quiere discutir más conmigo, no quiere mezclarse con ninguna farsa, sabe que si responde a la farsa con la farsa está perdido, debe cuidar la seriedad de su existencia. Si tiene que ser cómico, que lo sea sólo exteriormente, no en su interior.

Él, en su centro, debe quedarse imperturbable como Guillermo Tell, con la manzana de la seriedad sobre su cabeza. “He aquí que todo termina. Dejé Piriapolis el 31 de enero y, vía Colonia, llegué a Buenos Aires en el mismo día, a las once y media de la noche. Gómez se había ido antes, lo habían llamado por telegrama desde la universidad. No sabré pues jamás qué es lo que realmente pasó en Piriapolis”
Recién llegado de sus vacaciones en Piriápolis Gombrowicz entra su casa de la calle Venezuela, y nuevamente, como después de su estada en Hurlingham, hace reflexiones sobre el sueño de sus vecinos. “El apartamento estaba cargado de sueño cuando, pasada la medianoche, con la cabeza todavía insegura a consecuencia del balanceo del barco en el Río de la Plata, me escurrí con la maleta en mi habitación (...)”

“Todos dormían: Roberto, Herr Klug, don Eugenio, Basilio, Arana, y los fantasmas de sus suspiros y de sus gemidos flotaban por encima del trabajo de sus respiraciones. ¿Qué es la cantidad en el sueño? ¿Una cantidad dormida? ¿Tú duermes, cantidad? ¿O es que, por el contrario, cantidad, tú nunca duermes? No, nuestra cantidad no duerme con nosotros; ¿cómo podría ceder al sueño una criatura nacida de la acumulación...? (...)”
“No, ella ronda incansable... Me pregunté, sin embargo, ya en mi habitación, sentado en la cama, si el hecho de que durmiesen cinco al mismo tiempo era un hecho tranquilizador o inquietante. Si el sueño de un solo individuo es más inquietante que el sueño de unos cuantos, de una decena o de un centenar de individuos. La cantidad se comporta de una manera sorprendente, ya que multiplica y divide al mismo tiempo (...)”

“¿Quién puede dudar de que la acción de cinco hombres que tiran de una cuerda será cinco veces más eficaz que la de uno solo? Pero con la muerte ocurre lo contrario. Intentad matar a la vez a mil hombres y constataréis que la muerte de cada uno de ellos es mil veces menos importante que si muriera en soledad. De manera que era tranquilizador pensar que los cinco dormían y soñaban (...)”
“Yo podía apoyar tranquilamente la cabeza en la almohada e incorporarme como número seis a su respiración pesada, ávida, errática. ¿Qué amenaza podía surgir de la noche y del sueño mientras la bondadosa cantidad velaba por mí disolviéndome en ella? Incluso, si hubiera aquí indicios de disipación intelectual, la cantidad se encargaría de diluirlos igual que diluye nuestro pecados y nuestras virtudes, amén”

La cantidad es una idea que ronda la cabeza de Gombrowicz en forma permanente. Le resulta extraño no poder llegar al fondo de la especie humana, nunca conseguirá conocer a todos los hombres. Aparece siempre una nueva variante del hombre, y estas variantes no tienen límite, pues no hay hombre que no sea posible. Esta infinitud y este abismo interior de la imaginación, revocan todas las normas psicológicas y morales.
“Se tiene la impresión de estar sometidos a una explosión interior, y no por el espíritu, sino a causa del complot de los cuerpos que, copulando, crean una nueva variante”. Esta copulación y la cantidad resultante son cuestiones que analiza sistemáticamente. “Cuando abordo la crisis del arte, no es porque, siendo yo mismo artista, lo sobrestime, sino porque creo que ilustra la crisis de la forma humana en general (...)”

“Georges Girreferést-Prést ha llegado procedente de París. Ayer estuve con él en un café situado en la esquina de las calles San Martín y Lavalle... Café. Coñac. Me explicó lo que le habían explicado..., anécdotas y chismorreo recogidos por ahí, ya algo rancios, referentes a la inmediata posguerra. Es difícil comprobarlo, sólo Dios sabe cómo fueron las cosas realmente (...)”
“No obstante, todo esto proyecta una luz extraña sobre la historia del pensamiento sartreano”. Como si hubiera presentido la invitación que poco después le haría la Fundación Ford, Gombrowicz se prepara para llegar a Francia. Un poco antes de abandonar la Argentina cuenta en los diarios un encuentro con Georges Girreferèst-Prést recién llegado de París.

El hecho de que la falta de seriedad fuera, a juicio de Gombrowicz, tan importante para el hombre como la mismísima seriedad explica el porqué, a pesar de su conflicto tan agudo entre la vida y la conciencia, no se refugió en ninguno de los existencialismos contemporáneos. La autenticidad y la inautenticidad de la vida le resultaban a Gombrowicz igualmente preciosas.
Por eso la insuficiencia y el subdesarrollo tenían para él la misma importancia que las grandes categorías de la existencia humana. Georges Girreferèst-Prést le cuenta a Gombrowicz en el café que Sartre, cuando todavía era muy joven, acostumbraba a pasear por la avenue l’Opéra a las siete de la tarde, la hora de más tráfico y de amontonamiento de gente.

Sartre le había dicho que la percepción del hombre a una distancia tan corta actúa como una amenaza física. Debido a la cantidad de hombres que también paseaban, el hombre le resultaba enormemente próximo y terriblemente lejano. Esta apretujada masa no humana de hombres condicionaba el pensamiento del joven Sartre, empieza a buscar entonces un sistema solitario para la actividad de su conciencia.
Se refugia, le dice, en sí mismo, se aísla herméticamente de los demás, cerrando la puerta del propio yo. Paradójicamente, esta soledad había nacido de la multitud. Cuando la idea de la soledad se instaló en él, advirtió que su soledad iba a encontrar resonancia en miles de otras almas. La cantidad parecía seguir formando parte de la idea que derivaba de ella: la soledad.

Pero la filosofía y la cantidad son siempre antinómicas, la conciencia y el hombre concreto no pueden alimentarse con la cantidad, sin embargo, se estaban alimentando con ella. El sistema filosófico de Sartre en su fase inicial proclama sencillamente que yo soy yo de manera impenetrable para los otros, como una lata de sardinas; los otros en verdad no existen.
El miedo que le produce esta idea no está solo, lo ve multiplicado por la cantidad de aquellos a los que puede haber convencido con la idea. No podía seguir adelante con este pensamiento que se comía la cola. Debía pues volver a reconocer, mejor dicho, debía volver a construir al otro, pero cuando termina de construir al otro empieza a sentir sobre sí mismo la mirada de ese otro.

Y ese otro, determinado y construido por Sartre, no tenía nada que ver con el hombre concreto, ese otro al que tenía que reconocerle la libertad, era al mismo tiempo un objeto. Sartre se encuentra cara a cara con la cantidad en toda su plenitud, con todos los hombres posibles, con el hombre en general, y él, que de joven se había asustado de la multitud parisina, se las está viendo ahora con todos los individuos.
Estaba solo frente a todos. A pesar de este panorama terrible no se asusta y se pone sobre los hombros la responsabilidad por todos los hombres. Pero esta plenitud se le viene a mezclar nuevamente a Sartre con una cantidad relacionada ahora con su obra. La cantidad de ediciones, de ejemplares, de lectores, de comentarios, de ideas derivadas de sus ideas, y variantes de estas variantes.

“Entonces, me dice Georges, lo vi a Sartre acercándose a un cristal empañado y escribir con el dedo: Nec Hercules contra plures”. La bancarrota era completa, Hercules no puede contra todos, pero como esa bancarrota estaba dividida por millones a causa de la cantidad, la bancarrota se empequeñecía justamente gracias a la cantidad, en medio del caos y de la confusión donde nadie sabe nada.
Nadie entiende nada, donde se parlotea y se habla sin ton ni son, y donde todo acaba en nada. “Sábado, en un café de la esquina de Maipú y Lavalle, llueve. Debo confesar que el problema de la cantidad ha llegado a hartarme”. Gombrowicz, sin embargo, se las arregla bastante bien para darle al problema de la cantidad y del bebé un tratamiento literario.

Filimor y Filifor forrados de niño son dos relatos cortos que Gombrowicz incluye en “Ferdydurke”. Escritos en 1934 son presentados en el libro con sendos prefacios en los que da una explicación más o menos extensa de sus ideas sobre la forma utilizando un estilo sarcástico para burlarse de la crítica literaria. En el prefacio de Filimor construye artificialmente una tabla de sufrimientos para encontrar el dolor fundamental.
Aunque escrita en forma irónica y teatral ni uno solo de esos dolores de la tabla deja de ser humano. En otra tabla en la que identifica sus rebeliones pone en entredicho a su propia psique, a la herencia y a toda la cultura. “Filimor forrado de niño” es un ejemplo de la maestría que tiene Gombrowicz para manejar el comportamiento de conjuntos a los que le va agregando elementos, hasta que finalmente algo explota.

Ya dijimos que en Gombrowicz conviven su clase social y una conciencia penetrante que buscaba el estilo de los pensamientos fundamentales, la independencia, la libertad y la sinceridad, en medio de los remolinos de sus anormalidades. Buscaba la realidad y sabía que la podía encontrar tanto en lo que es normal y sano como en la enfermedad y en la demencia.
A fines del siglo dieciocho un campesino, nacido en París, tuvo un hijo, y aquel hijo tuvo un hijo, y ese hijo tuvo a su vez un hijo y luego hubo otro hijo… y el último hijo, campeón mundial de tenis, estaba jugando un mach en la cancha del Racing Club parisiense. Un coronel de zuavos, sentado en la tribuna lateral, empezó a envidiar el juego impecable de ambos campeones.

Ansioso él también de exhibir sus habilidades, sacó una pistola y disparó contra la pelota. La pelota reventó, y los contendientes, privados imprevistamente de aquello que estaban golpeando, golpeaban con la raqueta en el vacío. Cuando cayeron en la cuenta de que sus movimientos era absurdos, se agarraron a trompadas. Un trueno de aplausos estalló entre los espectadores.
Aunque ésta no había sido la intención del coronel, la bala que había disparado siguió su trayectoria y le dio en el cuello a un industrial armador que estaba en la tribuna de enfrente. La esposa del herido, viendo borbotear la sangre de la arteria atravesada, quiso echarse sobre el coronel para quitarle el arma, pero como estaba inmovilizada por la muchedumbre le dio un cachetazo al vecino de la derecha.

El abofeteado resultó ser epiléptico, y bajo la conmoción producida por el golpe, estalló como un geiser en convulsiones. La pobre mujer se encontró de pronto entre un hombre que manaba sangre y otro que echaba espuma por la boca. El publicó atronó el estadio con aplausos. Un caballero que estaba sentado cerca de la desgraciada señora tuvo un acceso de pánico y saltó sobre la cabeza de una dama sentada en las gradas de abajo.
La mujer se irguió y brincó hacia la cancha arrastrándolo en su carrera. El vecino de la izquierda del caballero, un jubilado humilde y soñador, hacía muchos años que soñaba con saltar sobre las personas ubicadas más abajo. Estimulado por el ejemplo de lo que estaba viendo, sin la menor tardanza saltó sobre una dama que tenía abajo recién llegada del continente de África.

La joven en forma inocente se imaginó que justamente ésa era una costumbre del país y sin pensarlo ni por un momento también brincó tratando de imitar las maniobras de la otra dama y conservar la naturalidad de los movimientos. La parte más culta del público se puso a aplaudir para disimular el escándalo delante de los representantes de los países extranjeros.
La parte menos culta de la concurrencia tomó los aplausos como una señal de aprobación y empezó a cabalgar a sus damas. Como los extranjeros no salían de su asombro las personas más distinguidas, también para disimular el escándalo, cabalgaron a sus damas. Un tal marqués de Filimor, disgustado y ofendido por los acontecimientos que se estaban desarrollando en la cancha de tenis, de improviso se sintió gentleman.

Desde el medio de la cancha, pálido y decidido, preguntó si alguien, y quién precisamente, quería ofender a la marquesa de Filimor. Arrojó a la cara de la muchedumbre un puñado de tarjetas con la inscripción de “Philippe de Filimor”. Un silencio mortal reinó en el estadio. De repente, no menos de treinta y seis caballeros se acercaron a la marquesa montados sobre mujeres de pura raza para ofenderla.
De esa manera se sintieron gentlemen. Pero la marquesa, a raíz del asusto, abortó y parió un niño que empezó a berrear bajo los cascos de las mujeres piafantes. “El marqués, repentinamente, forrado de niño, dotado y complementado de niño, mientras actuaba en forma particular y como un gentleman en sí, y adulto, se avergonzó y se fue a su casa en tanto un trueno de aplausos se oía entre los espectadores”

Después de la aparición de “Memorias del tiempo de la inmadurez” Gombrowicz alude en “El Pozo” al infanticidio que cometían las madres campesinas que se libraban de sus bebés arrojándolos a un pozo. Y para esa misma época en “El drama del baron y la baronesa” trata de estimular la repugnancia hacia la mujer y liquidar de esa manera el problema del bebé, como ya lo había hecho Kierkegaard.
“Es vuestra mujer, es vuestro cadáver”. Esta grotesca historia en forma de cuento constituye un estudio del marido engañado, pero, como siempre ocurre en Gombrowicz, presentado al revés de la convención melodramática de la época: aquí el esposo obliga a su mujer a traicionarlo, contra la voluntad de su esposa, en nombre de una dudosa e imaginaria moral.

Gombrowicz interpreta este tema de los celos y de la pasión conyugal, a la manera de los comienzos del siglo XX, en un tono cáustico. Retoma las ideas convencionales sobre este tema, destilando veneno: el amor no es sino la crueldad, la moral burguesa se transforma en perversión, la pasión carnal se transforma en repugnancia hacia la mujer, que resulta sacrificada.
“¡Vamos! dice entonces el barón. Eso no puede prolongarse. Hoy me enteré de que él intentó suicidarse. ¿Puede usted comprender que empujar a alguien al suicidio es peor que estrangularlo con las propias manos? Ese mequetrefe carente de principios nos va a perder, junto con él. Mi decisión está tomada: no podemos abrumar nuestra conciencia con una responsabilidad tan terrible (...)”

“Puesto que no hay otra solución, tanto peor, os doy mi consentimiento, acepto. Y usted, en nombre de esta necesidad superior, haga lo que debe hacer, es decir, lo que le dicte su sucia femineidad; –¡Esposo mío!”



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martes, 5 de julio de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y EL DIARIO DE SIMÓN

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y EL DIARIO DE SIMÓN



“Me apasiona penetrar en una selva virgen o en un desierto salvaje, pero no me gustan los sitios donde te sacuden, te cubren de polvo, te asan, te hielan, te mojan y encima tienes problemas para lavarte los dientes. Me defendía con tanta elocuencia que una conocida mía, testigo de la discusión, me invitó a hacer una excursión al Tigre. Cerca de Buenos Aires se juntan dos enormes ríos, el Paraná y el Uruguay (...)”
Estos ríos forman un coloso llamado Río de la Plata, de decenas de kilómetros de ancho, a cuyas orillas está la capital argentina. Pero el Paraná, antes de unirse al Uruguay, se ensancha creando un delta del tamaño de varias provincias polacas lleno de canales e islotes. Hay cinco mil islotes y el mismo número de canales, repletos de árboles y de una vegetación exuberante y húmeda semejante a una especie de gran ramo tropical”

“La excursión parte del puerto del Tigre en un día espléndido. Todo era verde y azul, agradable y ameno. En una parada sube una muchacha que... ¿cómo decirlo? La belleza tiene sus misterios. Hay muchas melodías bellas, pero sólo algunas son como una mano que oprime la gargan-ta. Esta belleza era tan magnetizadora que todos se sintieron extraños y quizás, incluso, avergonzados (...)”
“Nadie se atrevía a admitir que la ob-servaba, aunque no había ni un par de ojos que no contemplara a escon-didas aquella espléndida aparición. De repente, la muchacha, con toda la tranquilidad del mundo, se puso a hurgarse la nariz”. No hay cosa que esté más vinculada al tiempo que nuestra propia vida. La belleza detiene el tiempo, el encantamiento que produce en el hombre suspende la actividad de la vida trivial.

Sin embargo si algún detalle de la vida trivial llega a alcanzarla, la belleza desaparece. Gombrowicz, en unos comentarios que hace en el “Diario” sobre Balzac, había escrito que es más fácil llegar a odiar a alguien por hurgarse la nariz que llegar a amarlo por haber compuesto una sinfonía. Mientras navegan observan una gran variedad de embarcaciones de muchos colores.
“Diré de pasada que la Argentina maneja mejor los colores en la vida cotidiana que Europa. Aquí los colores de la ropa o de los objetos son más limpios, más vivos, más simpáticos y mucho más nobles que los de Francia, por ejemplo”. A medida que la conversación a bordo de la embarcación se hacía más intelectual y más pretenciosa Gombrowicz se empieza a irritar.

Se le forma la impresión de que en la Argentina la cultura funciona al revés. Unos días atrás había podido admirar la actitud audaz ante la vida y el mundo de un puñado de turistas argentinos sin educación que contemplaba el Aconcagua, y ahora, al escuchar la discusión de sus colegas, se volvía a sentir lo peor de la Argentina, ésa de la que se habla con una sonrisa de desdén como algo secundario e insignificante.
Lo que pierde al arte argentino es el deseo de mostrarse a la altura del mundo. Los argentinos caen inevitablemente en Borges, el mayor prosista de la Argentina, un escritor que, aunque poco leído, es admirado en toda Sudamérica. “Expreso mi opinión crítica., para mi gusto esa metafísica fantástica es retorcida, estéril, aburrida y, en el fondo, poco original (...)”

“Es posible, señor Gombrowicz, pero es el único escritor nuestro de alto nivel. Ha tenido muy buena prensa en París, ¿ha leído algo de ella? Sí, claro, es una lástima que no escriba de otra forma, yo también preferiría verlo más vinculado a la vida y a la realidad, que fuese más de carne y hueso. Pero de todos modos es literatura”. Con cierta frecuencia Gombrowicz compara el mundo literario polaco con el argentino.
La falta de originalidad que obliga a relacionarse con la realidad a través de una autoridad y de una cultura ajena más madura, también la sentía en Polonia, pero con menos fuerza. Sin embargo, los argentinos tienen una ventaja sobre los polacos: una historia de menos años, es decir, con menos pasado y, en consecuencia, con una literatura más joven y más pobre.

Por tal razón tienen más sitio en la cabeza para dedicarlo al pensamiento y al arte universales. Los polacos, en cambio, están hasta la coronilla con sus tres poetas profetas cuyo estudio les ocupa casi todo el tiempo. El argentino conoce pues más de la literatura y de la historia del mundo. En cuanto a la filosofía y al pensamiento contemporáneo reciente, Gombrowicz es desconfiado.
Supone que tanto los literatos polacos como los argentinos en general no tienen ni la menor idea. La Argentina, en el sentido intelectual y artístico, es casi una colonia francesa, lo reconocen los mismos argentinos. “Los polacos los superan en temperamento, en poesía y en un mayor sentido de la realidad. En temperamento, porque al argentino no le gusta hacer locuras (...)”

“Posiblemente no le guste siquiera vivir demasiado intensamente. En poesía, porque aquí falta lo lírico. En el sentido de realidad porque el arte argentino parece estar creado en la luna”. Pero el Tigre toma un aspecto verdaderamente siniestro cuando a Gombrowicz se le ocurre escribir unas páginas en los diarios sobre la hijita quemada de Simón.
“Digan lo que digan, existe en toda la extensión del Universo, a lo largo de todo el espacio del Ser, un solo y único elemento horrible, espantoso e inaceptable, una sola y única cosa que está verdadera y absolutamente en contra de nosotros y es totalmente aniquiladora: el dolor. Del dolor, y de ninguna otra cosa, depende la entera dinámica de la existencia (...)”

“Eliminado el dolor, el mundo pasa a ser un asunto absolutamente secundario”. Es un pasaje que Gombrowicz escribe en los diarios de 1966. El año 1966 es el año de la nostalgia y la melancolía por la Argentina, del infierno, de la muerte y el dolor en las páginas que escribe sobre Dante. Un lustro antes había intentado atrapar literariamente al dolor en algunas páginas del “Diario”.
Es un pasaje en el que Gombrowicz alcanza una de sus más grandes aproximaciones con el sufrimiento. “¡Hola! ¿Qué haces aquí tan temprano Simón? ¡Siéntate!; –¿Cómo estás?, Simón se sienta y los labios le empiezan a temblar; –¿Qué pasa?; –Una tina de agua hirviendo cayó sobre mi pequeña hija, hace horas que está en el hospital y todavía no terminó, disculpa; –¡Pero no, no es nada! ¡Al contrario, es natural...!”.

La quemadura de la niña empezó a quemar a Gombrowicz, hasta que hizo una mueca de dolor: –¿Y si diéramos un paseo? Gombrowicz y Simón salieron a la calle y empezaron a caminar. Mientras en ellos persistía esa cosa mala quemada, las casas, las calles y el ruido los estaban llamando de todos lados. Era una verdadera carrera contra el tiempo, pensaba Gombrowicz.
La hija no podía estar muriéndose eternamente, eso se tenía que terminar de una u otra manera y Simón lo dejaría en paz. Mientras caminaban vieron un vendedor de frutas: –Manzanas, por favor; –¿Quiere un kilo?; –A este señor le ha pasado una desgracia, tiene una hijita de cuatro años que se está muriendo; –¿Qué dice usted? ¡Qué desgracia!. Gombrowicz estaba perturbado: –¡Quédese con sus manzanas, al diablo con ellas!

Y se echó a andar como poseído por el demonio, Simón y su hijita iban detrás. Con el secreto traicionado empezaron a marchar. Las calles, las casas y los ruidos, y ellos caminaban, pero el grito dirigido al vendedor de frutas que había hecho público el horror de la hijita quemada, también caminaba con ellos. El ladrido de un perro se había mezclado con ese grito, y el grito se había animalizado.
Juntos caminaban ahora con esa bestia al lado, calles, casas y ruidos, caminaban por Florida hendiendo el gentío a empujones. Un señor se acerca y les pregunta en forma cortés por la calle Corrientes. Ni Simón ni Gombrowicz le contestan, es una negación bajo un sol claro, que resulta oscura, negra y sorda. Y caminaban como poseídos por la furia.

Un grito llegado de no se sabe donde se unió al grito de Gombrowicz, resucitó el ladrido del perro, esa bestia daba otra vez unas señales de vida para las que no tenían respuesta.
Gombrowicz no sabía lo que le pasaba por dentro a Simón, y Simón tampoco sabía lo que le pasaba a él. Se terminó la calle Florida y apareció la plaza San Martín como servida en una fuente.
No podían retroceder ni quedarse en la plaza pues caminaban como si se dirigieran a algún destino, caminaron hasta que se agotó el caminar. Cuando se detuvieron un papel crujió entre sus pies movido por el viento. Simón retuvo el papel con la punta del zapato y la mirada clavada en el suelo; el papel crujía. Ese crujido era como el de la bestia que ya conocían, pero surgía de abajo, de lo más profundo, de un objeto inanimado.

Gombrowicz empezó a sentir miedo, no creía en el diablo y Simón era incapaz de matar a una mosca, ... pero... Ese monstruo nacido de un grito humano, del ladrido de un perro y del crujido de un papel se asociaban con la pobre hijita de Simón. Gombrowicz sintió una profunda desconfianza y pensó en escaparse. Calculó que si empezaba a caminar rápidamente podía alejarse de Simón.
Apareció un silencio igual al que había aparecido con la pregunta por la calle Corrientes, entonces, Gombrowicz se marchó. Caminaba hacia la estación para perderse en ella, llega a la ventanilla: –¿A dónde va?; –A Tigre. Pero detrás de él sintió la voz de Simón: –A Tigre. Gombrowicz huía y Simón lo perseguía. Gombrowicz no se hubiera preocupado demasiado si no hubiese sido por cierto detalle escabroso.

Se preocupa por la existencia de ese reptil que se oculta en el seno tenebroso de la existencia: el dolor. Le importaría todo un comino si no doliera, pero ya está informado del dolor de la pequeña niña de Simón. Esa niña quemada y animalizada por el grito, el ladrido y el crujido de un papel. Llegó el tren y se subieron. Avanzaban hacia Tigre, pero, ¿por qué hacia Tigre?
Iban a Tigre sin ninguna razón, raptados por el tren, pero...¿el tigre no es un animal? Simón se movió en medio de la gente, Gombrowicz intentó darse a la fuga pero se hundió en un cuerpo mullido. Era un gordo, se estaba bien en él, era un lugar silencioso a cien millas de aquel otro problema que quemaba. De pronto un golpe terrible le fue asestado desde abajo.

Lo que hubiera sido lo había agarrado descuidado hasta casi morderlo. ¿Sería el animal?, con la cabeza escondida Gombrowicz esperaba el salto. De pronto sintió unas cosquillas en la nuca. ¿Sería el gordo, Simón, un marica? No se hacía ilusiones: “Sabía bien que la falta de relación entre aquel cosquilleo y el Animal era precisamente la garantía de su combinación infernal, de su complot, de su acuerdo (...)”
“Esperaba el momento en que el Cosquilleo se aliara definitivamente con él, con el Animal, para clavarse, como un puñal, en un grito desconocido, todavía inconcebible, hasta ahora no lanzado”. Este aspecto siniestro que toma el dolor en el diario de Simón aparece como un poco preparado por Gombrowicz. Por cuestiones parecidas le hace un reproche severo a Milosz algo propenso a estas exageraciones.

“A ‘La otra Europa’ de Milosz le falta lo que Aristóteles llama el quid. No llega al fondo de las cosas y no responde a dos preguntas: de qué se está hablando, y en qué consiste la cosa. Una mañana, al alba, navegaba por el río Paraná, no era ni de día ni de noche, sólo había bruma y el movimiento del agua, omnipresente. A veces aparecía sobre esos torbellinos un objeto, una rama, pero nada resultaba de ello (...)”
“También la rama estaba inmersa en ese poderoso movimiento que hacía perder los sentidos. Milosz, que como esa rama está sumergido en la vida y en la historia, dirá que no hay mayor mentira que una definición, y que la única verdad es aquella que no se puede abarcar. Cierto. Sólo que al leer a Milosz aconsejo prudencia, ya que él está especialmente interesado en borrar los contornos (...)”

“Para mí pertenece a esos autores cuya vida personal le dicta la obra. No siempre es así. Si mi vida se hubiera desarrollado de otra manera, quién sabe si mis libros hubieran cambiado mucho. Milosz se ha convertido en un informador casi oficial sobre el Este o, en todo caso, sobre Polonia. Y de esta misión exagerada que se ha impuesto Milosz resultan algunas consecuencias (...)”
“Si Milosz cuida de su prestigio, sus informaciones no pueden ser más superficiales que las francesas o las inglesas, al contrario, tienen que ser más profundas. Y si Milosz cuida del rendimiento de su tema , no puede privarlo de grandeza y de terror. Al admirar recientemente el espléndido trabajo de dirección de Wadja en su película ‘Cenizas y diamantes’, pensé en Milosz y en su patria polaca (...)”

“Milosz evita las fórmulas, no quiere salirse de ese río para verlo desde la orilla, se sumerge en sus aguas turbias, a cada momento se implica personalmente en su relato. Murmullo. Río. Historia”. En este pasaje del “Diario” Gombrowicz toma como prototipos de la falta de definición al Este, a Milosz a “Cenizas y diamantes” y al río Paraná. Y como prototipos de la definición al Oeste y al quid de la obra de Aristóteles.
El Este siempre se ha regido por el principio de que no existe el término medio, de modo que sus hombres de letras o son de una terrible profundidad o de una terrible superficialidad. Sin embargo, siempre dentro del Este, a los polacos hay que añadirles una especificación más. En efecto, por su situación geográfica intermedia Polonia es una poco la caricatura tanto del Este como del Oeste.

El Este polaco es un Este que muere en contacto con Occidente, y viceversa, así que aquí hay algo que empieza a fallar. El espíritu de Gombrowicz se movía entre la templanza religiosa de Milosz y el demonismo metafísico de Witkiewicz; de ambos fue amigo aunque en épocas diferentes. Las familias de Gombrowicz y de Milosz eran de origen lituano, pero la lengua, la tradición y la cultura de ambos, eran polacas.
Mientras Milosz se mantuvo muy unido durante toda su vida a lo que él consideraba su territorio histórico, el Gran Ducado de Lituania, Gombrowicz sólo se mantuvo unido y en forma débil al Gotha de los blasones lituanos y a la Illustrissimae Familiae Gombrovici. Ambos cursaron estudios de derecho y ambos fueron exiliados, Milosz durante largos años y Gombrowicz definitivamente.

Milosz vivió en la Polonia ocupada por los alemanes y trabajó en el servicio diplomático de la “Polonia Popular” desde 1945 hasta 1951, cuando se exilia en Francia. Gombrowicz no estuvo en Polonia durante la guerra ni mientras se consolidaba el comunismo, así que en “Transatlántico” trató de ajustar cuentas con su ausencia y en “Pornografía” se preguntaba si la Polonia de la ocupación era como él la imaginaba.
“Mi carta a Milosz sobre el ‘Transatlántico’ habría sido mucho más sincera e íntegra si yo hubiera expresado en ella cierta verdad. Después de todo, esas tesis, corrientes y problemas no es que me importen demasiado; que se bien me ocupo de ello, lo hago como quien no quiere la cosa; y que en el fondo soy ante todo infantil... Y Milosz, ¿también es ante todo infantil?”.

Ni Milosz ni Gombrowicz eran comunistas pero no lo eran de distinta manera, tampoco tenían las mismas ideas sobre el Este y el Oeste. Milosz había escrito que la diferencia entre el intelectual occidental y el del Este es muy simple: al occidental no le han dado bien por el culo todavía. Gombrowicz reflexiona sobre esta afirmación tan temeraria y paradójica.
De acuerdo a este aforismo la ventaja de los intelectuales del Este consistiría en que son representantes de una cultura embrutecida y, por tal razón, más cercana a la vida que la cultura del Oeste. “Pero Milosz conoce perfectamente los límites de esta verdad paradójica, y sería penoso que nuestro prestigio se basara únicamente en la referida parte del cuerpo (...)”

“Porque dicha parte del cuerpo no es una parte del cuerpo en estado normal, mientras que la filosofía, la literatura y el arte tienen que estar al servicio de personas a quienes no han dejado sin dientes, no han puesto los ojos en compota o no han desencajado las mandíbulas. Y fijaos cómo Milosz, a pesar de todo, trata de adaptar su embrutecimiento a las exigencias de la exagerada delicadeza occidental (...)”
“El espíritu y el cuerpo. A veces ocurre que las comodidades corporales aumentan la agudeza del alma, y que detrás de unas cortinas protectoras, en el sofocante cuarto de un burgués, nace una severidad con la que no han soñado quienes atacaban los tanques con botellas de gasolina. Así que nuestra cultura embrutecida podría servir, pero solamente en el caso de que se convirtiera en algo digerido (...)”

“Tendría que convertirse en una nueva forma de auténtica cultura, en nuestra pensada y organizada aportación al espíritu universal”. Gombrowicz terminó por ubicar a Milosz, no como al guardián de es verdadero misterio del Este, sino como a un borrachín más de la gran taberna polaca. Milosz estaba convencido de que los diarios eran el mayor logro literario de Gombrowicz.
A diferencia de sus novelas y de su teatro que se repiten en la juventud, abordan una amplia gama de temas, sin embargo, también en este género más maduro le hacía críticas. Admiraba la prosa y la originalidad de Gombrowicz, pero no digería el ateísmo y las blasfemias salvajes con las que se despachaba de vez en cuando. “He terminado de leer ‘El pensamiento cautivo’ de Milosz (...)”

“Una lectura tremendamente instructiva y estimulante para todos nosotros; para los escritores polacos es también conmovedora. Cuando estoy solo casi nunca dejo de pensar en ello, y me interesa cada vez menos el Milosz defensor de la civilización occidental y cada vez más el Milosz adversario y rival de Occidente. Para mí lo más importante en él son sus intentos de ser distinto de los escritores occidentales (...)”
“Percibo en él el mismo sentimiento que albergo yo, es decir, una displicencia y menosprecio hacia ellos, unido a una amarga impotencia. La comparación de Milosz con Valery, por ejemplo, lleva a extrañas conclusiones. Podría parecer que el escritor polaco posee una mayor dosis de realismo y es más moderno. Además, espiritualmente más libre, más abierto a la realidad y más leal con ella (...)”

“Luego da la sensación de que quizás sea más solitario; y luego, que ha rechazado los restos de esas ilusiones a las que se agarran todavía los genios occidentales como Valéry, puesto que Valéry, aunque carece totalmente de ilusiones, no ha dejado por ello de ser un hombre vinculado con cierto ambiente y cierto orden social. Milosz en cambio está totalmente desarraigado (...)”
“De modo que podría pensarse que esa cultura embrutecida de los polacos aporta unas ventajas considerables. Y, sin embargo, todo queda de algún modo inacabado, lleno de lagunas, por consolidar; tal vez lo que más nos falta sea esa última toma de conciencia que conferiría una diferenciación y una fuerza plena a nuestra verdad. Nos falta la clave de nuestro misterio (...)”

“¡Cuánto enerva la ambigüedad de nuestra actitud ante Occidente! El polaco, al confrontarse con el mundo del Este, es un polaco definido y conocido de antemano, mientras que al volver la cara a Occidente, tiene el rostro turbio, lleno de iras incompresibles, incredulidad y rencores misteriosos”. La patria polaca de Milosz es la patria de “Cenizas y diamantes”.
Esta película de Wadja es un estremecedor fresco sobre los últimos días de la ocupación nazi en Polonia y la inmediata llegada del comunismo al poder. Esta novela de Jerzy Andrzejewski tiene lugar durante los últimos tres días de la guerra antes de la capitulación alemana. La Polonia nacionalista y la socialista pugnan por ocupar el poder del nuevo Estado.

La grandeza de Cenizas y diamantes reside, sobre todo, en la autenticidad histórica que destila: la desorientación de los protagonistas, la desmoralización unida a la esperanza, el pasado que se intenta borrar a toda costa, la lucha cotidiana por sobrevivir, las camarillas de jóvenes que se juntan para defender unos ideales, los oportunistas de todo pelaje, la ausencia de cordura.
Incluso el bien y el mal, el idealismo y el cinismo, se reparten en partes casi iguales entre los distintos bandos. Como trasfondo aparecen las cenizas en las calles hecha de las ruinas de la guerra mundial, y los diamantes y el lujo del Hotel Monopol, donde la decadente aristocracia polaca de los terratenientes vive sus últimos días entre matones y facciones políticas.

Gombrowicz tenía la costumbre de preguntarse cuál era el quid de una obra, si la obra podía responder a las preguntas de qué se está hablando y en qué consiste la cosa. Si no encontraba ese quid lo asaltaban sensaciones parecidas a unas que había tenido navegando por el río Paraná. El quid de las obras de algunos autores es su vida personal, pero no siempre es así.
El quid es para Aristóteles la forma que determina a la materia por lo cual algo es lo que es. En una mesa de madera la madera es la materia con la que está hecha la mesa y el modelo que ha seguido el carpintero es su forma. La relación entre la materia y la forma nos permite entender cómo están compuestas las cosas. Existe una relación entre las nociones de Aristóteles y de Gombrowicz.

En el lenguaje de Gombrowicz la materia es la inmadurez y la forma a la que se refiere es siempre la forma humana en su acepción de máscara que oculta algo y que deforma el yo, un yo que sólo puede definirse por el dolor que le produce una deformación que lo aproxima a lo que no es y nunca a lo que es, es decir, nos las estamos viendo con un carpintero diabólico.
La forma es, por un lado, la representación de ideas, valores, ideologías y creencias que le fueron impuestos durante siglos a la humanidad, y por otro, la manera particular con la que cada hombre los actúa como sustancias inmanejables que le vienen dadas desde el subconsciente, desde la herencia y desde mecanismos de asociación que no están presentes en su conciencia.

“La gran bóveda de la pampa despide estrellas, una tras otra, enjambres de ellas aparecen resaltadas gracias a la noche, mientras que el mundo palpable de los árboles, de la tierra, de las hojas, este único mundo amigable y creíble, se ha diluido en una especie de invisibilidad, de inexistencia..., se ha borrado. Pese a esto avanzo, me adentro cada vez más (...)”
“Pero ya no en el camino, sino en el cosmos, suspendido en el inmenso espacio astronómico. ¿Acaso el globo terrestre, suspendido él mismo, puede asegurar el terreno firme bajo los pies? Me he encontrado en un abismo sin fondo, en el seno del universo y, lo que es peor, no ha sido una ilusión, sino la más verdadera de las verdades. Sin duda se podría enloquecer si uno no estuviera acostumbrado (...)”

“Escribo en el tren que me lleva a Buenos Aires, hacia el norte. El Paraná es un río inmenso por el que voy a navegar”. Se marcha de “La Cabaña”, la estancia de su amigo Wladyslaw Jankowski, se despide de Dus y de sus hijas rubias. Va sentado en el tren mirando tranquilamente por la ventana, mientras observa a la mujer que está frente a él de manos menudas y pecosas.
“Y al mismo tiempo estoy allí, en el seno del universo. Todas las contradicciones se dan un rendez-vous en mí. La calma y la locura, la sobriedad y la embriaguez, la verdad y la patraña, la grandeza y la pequeñez. Pero siento que en mi cuello se posa de nuevo la mano de hierro, que poco a poco, sí, de manera imperceptible..., se va cerrando”




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