miércoles, 13 de julio de 2011

WITOLD GOMBROWICZ, LA VIRGINIDAD Y LA BASTARDÍA


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ, LA VIRGINIDAD Y LA BASTARDÍA

“La impresión que me da Gombrowicz es la de un hombre que construyó su edificio sobre las ruinas de su vida emocional”. Estas declaraciones dramáticas de Czeslaw Milosz contrastan con otras formuladas por algunos gombrowiczidas eminentes. “Gombrowicz, cuando se refiere a su vida personal e íntima, casi siempre recurre a fórmulas, anécdotas o generalidades poéticas, evitando los detalles (...)”

“En sus cartas a los amigos cercanos, especialmente en los últimos años, se manifestaba más libremente y sin tantas restricciones, pero esta indecente confesión tardía sonó como una broma”. Otros gombrowiczidas en cambio sostienen que el erotismo de la juventud de Gombrowicz era normal en un sentido físico, pero anárquico y loco en un sentido mental.

En la esfera erótica de Gombrowicz se manifestaba su pasividad, su naturalidad sumisa, su inmediatez y la facilidad del acceso, de la entrega total, un carácter ideal y místico. Necesitaba de una relación directa y espontánea con las personas. “Por supuesto no he cometido ningún acto de locura. En la superficie he sido razonable, pero en el fondo, muy dentro de mí mismo, he vivido una vida apoyada enteramente en la fantasía (...)”

“Creo que soy un hombre normal, pero tengo una tendencia a la locura interna”. Gombrowicz tenía de sí mismo una opinión estándar. “En cuanto hijo de buena familia, educado, bastante sano, ni feo ni guapo, sólo pasable, haciéndole la corte a sus primas, alumno mediocre, un tanto enmadrado, delicado, inquieto, y al mismo tiempo burlón, parlanchín, provocador (...)”

“A menudo insoportable en el colegio y golpeado por sus compañeros mayores, sociable, frívolo, audaz o tímido según las circunstancias”. Cuando murió su padre en el año 1933 ya había empezado a sentir la decadencia de su familia a la que le encontraba cierto parecido con “Los Buddenbrooks”, la novela de Thomas Mann. Era una familia que se extinguía.

Las perturbaciones mentales de algunos parientes de la parte de su madre pesaban sobre su cabeza como una amenaza de trastornos psíquicos futuros. Gombrowicz conoce a Krystyna Janowska en la juventud, sus familias eran amigas y ambas pertenecían al mismo círculo social de vecinos. Morena, de ojos grandes, alta delgada y esbelta. Era atlética, montaba a caballo, hacía esquí y jugaba al tenis.

Krystyna se refiere a Gombrowicz como un hombre joven y guapo, diferente, interesante y original que se burlaba de los terratenientes. Por tal razón las jóvenes no se sentían seguras con él y para ella misma no había sido una opción de casamiento. Krystyna, ya abuela, no recordaba ninguna de las reuniones nocturnas a las que se refiere Gombrowicz.

Cuatro años menor que él, nacida en Bartidziejw, era hija de terratenientes. Igual que la Zutka de “Ferdydurke” era atlética y normal, no tenía nada que ver con el arte o el intelecto. Gombrowicz sabía que no podía responder a las expectativas y a las necesidades de las jóvenes, tampoco de Krystyna. No podía representar el papel de admirador y de amante.

“Ferdydurke” termina con una escena que dice mucho sobre la relación convencional entre un hombre y una mujer. Pepe, de conformidad con el canon estándar secuestra a su prima Isabel. La joven disfruta del rapto y él debe responder a sus expectativas. La escena muestra la incapacidad fundamental de Gombrowicz para representar el papel de novio y marido.

La primera reunión de Krystyna con Gombrowicz se produce en 1922 en el río Vístula, tenía catorce años y era una colegiala. “No estuvimos vinculados por nada serio, sólo nos gustaba estar juntos, por otra parte Witold nunca me habló de sus sentimientos ni mencionó el casamiento”. Krystyna tenía una gran cantidad de pretendientes, y Gombrowicz era irritante.

No sabía bailar, lo que en aquel entonces era una verdadera desventaja para un soltero. Le tenía miedo a los caballos, no nadaba ni esquiaba, era excéntrico y tenía ideas raras. En “Aventuras” en “Yo y mi doble” y en el mismísimo “Diario” Gombrowicz se refiere a Krystyna de una manera romántica. En “Aventuras” se enamora de ella en un globo aerostático

“La pasajera que tenía a mi lado me proporcionaba además una alegría íntima mucho mayor que la que proporcionaba el globo mismo. Sobre los prados, los campos y los bosques, por primera vez en la vida, perdía el juicio, y lo perdía cada vez más, mientras ella me escuchaba con tal atención que habría podido besar mil veces su pequeña, perspicaz y comprensiva oreja (...)”

“A pesar de que es bien sabido que las mujeres dicen amar lo novelesco, no le conté nada sobre el Negro ni sobre mis otras aventuras… Me lo impidió una incomprensible vergüenza que me advertía que no debía hablar demasiado. Llegó el día del cambio de anillos… Luego, empezó también a acercarse el de la boda”. En “Yo y mi doble” en cambio se enamora al borde de un río.

“Precisamente bajo el signo de una constelación erótico sensual de este tipo, sombría y lúgubre, desperté el martes a las cinco de la mañana. Por uno de esos fenómenos de resurgimiento que deberían estarles prohibidos a la naturaleza, acababa de ver una cosa totalmente perdida para mí, mi juventud y mi primera bienamada, allá en la roca, junto al molino, al borde del río”

Los pasajes de su inmadurez a su madurez son obscuros e incompletos, es evidente que no tuvo esa transformación interna estándar que nos va volviendo maduros: del erotismo a la sexualidad, del estudio a la profesión, de la profesión al trabajo, del trabajo al dinero, de la sexualidad a la pareja, de la pareja a los hijos, y, en general, de una cosa a la otra, en este camino nos vamos transformando y nos volvemos maduros.

Sin embargo, siempre nos queda como en un sueño actual el recuerdo de la juventud, el deseo de volver a ser jóvenes. Esta estructura casi romántica que aparece aquí a la manera clásica le da una buena oportunidad a Gombrowicz de rebelarse literariamente contra el nacimiento de bebés, es decir, contra el acrecentamiento de la cantidad del género humano.

Llega al extremo de hacer nacer bebés en medio de los cascos de mujeres piafantes, al infanticidio que cometen las madres campesinas que se libraban de sus bebés arrojándolos a un pozo, y a estimular la repugnancia hacia la carne de la mujer y liquidar de esa manera el problema del bebé. Para salirle al cruce del nacimiento del bebé utiliza un artificio ingenioso.

Gombrowicz se propuso debilitar en sus escritos todas las construcciones de la moral premeditada con el fin de que nuestro reflejo moral espontáneo pudiera manifestarse libremente. La locura era un asunto que preocupaba realmente a Gombrowicz, la sangre enfermiza de los Kotkowski que había heredado de su madre pesaba sobre él como una amenaza de posibles perturbaciones psíquicas.

Ese temor fue más intenso en los años en que su imaginación estaba desbocada y oscilaba entre la neurosis y la psicosis. La neurosis estaba radicada en la zona consciente de sus complejos a los que transformaba en un valor cultural escribiendo. La esfera de la psicosis le ocultaba, en cambio, sus trastornos psíquicos y el control era menor.

Debemos clasificar a “La virginidad” como perteneciendo a esta segunda clase de sus creaciones. Algunos detalles insignificantes y aparentemente incoherentes introducen a una pareja inocente en las más oscura entraña de la sexualidad. Es un relato donde el erotismo más refinado se entrevera y confunde con la obscenidad total. Las descripciones que hacen los jóvenes de algunas partes del cuerpo son artificiosas.

La boca es una cereza, los senos son botones de rosa. Alicia era hija de un mayor retirado y estaba educada por una madre que la adoraba. Como las demás jóvenes de vez en cuando se acariciaba el codo y enterraba los pies en la arena. La vida de una muchacha en flor es distinta a la de un abogado o una madre. Debe ser difícil proteger a una joven cuya razón de existir es seducir a los demás.

Pero Alicia estaba protegida por el canario Fifí, por el perrito Bibí y por la madre. Una tarde paseaba por los senderos del jardín y un vagabundo, acostado sobre el muro que rodeaba al jardín, le arrojó un ladrillo que le dio de pleno en la espalda, la muchacha trastabilló y estuvo a punto de caer. Sin embargo, sonrió con unos labios que le temblaban de dolor.

Mientras el vagabundo bajaba del muro y desaparecía Alicia se repetía a sí misma que había sonreído. Cuando llegó a la casa entró en un estado de ensoñación y medio distraída le preguntó a la madre mientras tomaban el té por qué los hombres usaban pantalones, tenían cabello corto y se afeitaban. La joven escondió en la manga la cucharita de plata con la que había tomado el té.

Salió al jardín, se dijo a sí misma que la había robado y la enterró al pie de un árbol. Volviendo a casa pensaba que si el vagabundo no le hubiera arrojado el ladrillo ella no hubiera robado la cucharita; el padre le dijo que el día siguiente su prometido regresaba de China, el compromiso se había realizado cuatro años atrás cuando Alicia cumplía los diecisiete años.

El día en que el novio le pidió la mano Alicia le respondió que sí, que deseaba ser su prometida pero no quería desprenderse de un miembro de su cuerpo. Pablo era un muchacho encantador que estaba enamoradísimo de su inocencia. La mayor virtud, según pensaba él, residía en la virginidad, este valor condicionaba su espíritu y en torno a él se situaban sus instintos superiores.

“Vemos, pues, que la virginidad asciende del ser más bajo en la escala biológica y llega al hombre, y del hombre salta a los ángeles y de los ángeles a Dios, para perderse en el infinito. Dios mismo es un gran solitario en el universo, es la eterna juventud del Cosmos. De una pequeña particularidad puramente corporal nace el inmenso mar del idealismo y de los milagros, en evidente contraste con nuestra triste realidad”

Pablo amaba a Alicia por su virginidad inocente y estaba convencido de que quien desee adorar dignamente a una virgen él mismo debía ser virgen e ignorante, de otra manera el idilio sería una trampa. Habían transcurrido cuatro años y nuevamente pasea con su prometida por los senderos del jardín. Pablo la recrimina porque ha cambiado mucho, pero ella, distraídamente, le dice que lo ama como siempre.

El joven insiste, protesta otra vez porque en otra época no hubiera usado la frase impúdica de que lo amaba, que ahora la veía inquieta y excitada. Alicia, con toda la calma, le pide que le explique lo que era el amor y lo que era ella, pero con seriedad y sin reírse. Pablo le cuenta cómo los hombres habían perdido el Paraíso al probar del fruto del árbol del conocimiento tentados por Satanás.

Le suplicaron al Todopoderoso que les concediera un poco del candor y la inocencia perdidos, entonces Dios creó la virgen, el recipiente de la inocencia, la selló y la envió a vivir entre los hombres que sintieron de inmediato una nostálgica languidez.. Cuando Alicia le pregunta por las casadas le responde que son una patraña, una botella abierta y evaporada.

Alicia no entiende por qué, siendo ella virgen, el vagabundo le había arrojado un ladrillo, y por qué, luego, ella había sonreído a pesar de que le había dolido mucho. De regreso a casa Pablo pensaba que la virginidad y el misterio son una y la misma cosa y que había que cuidarse de no desgarrar el sagrado velo de la virginidad para proteger ese misterio.

Al día siguiente la joven le dice que se extasiaba contemplando su codo, que tenía unos deseos realmente locos, y entonces Pablo le responde que adoraba su candor irracional. Alicia le pregunta si había robado alguna vez, y Pablo le contesta que no, que ella no podría amar a un hombre sin dignidad. La joven estaba confundida y le sigue haciendo preguntas a Pablo.

Le pregunta si había engañado, mordido o golpeado a alguien alguna vez, si había caminado desnudo o comido inmundicias. Pablo le pregunta si acaso se había vuelto loca y le ruega que reflexione. Para entonces la joven había empezado a temer que las vírgenes eran educadas en la inocencia para que después todo les resultara más perturbador.

Regresaron a casa y ya en la cocina Alicia señala un hueso que, seguramente, había abandonado Bibí. En el momento que Pablo le dice que hay muchos olores de cocina y que es mejor irse de allí, ella le observa que Bibí no ha terminado de roerlo, ambos pronuncian unas palabras cariñosas, y entonces la joven le manifiesta que le gustaría mucho que royesen el hueso juntos.

Al mismo tiempo que lo abraza le pide que no la mire de ese modo. Le implora que lo haga porque, de lo contrario, morirá joven. Pablo se había inmovilizado por el terror, qué importancia podía tener un hueso para ella, si por lo menos fuera un hueso limpio, un hueso de caldo, pero Alicia gritó con impaciencia que quería roerlo a escondidas de la cocinera.

Entonces se produce un altercado, él le reprocha que le esté pidiendo inmundicias y ella le replica que las inmundicias le producen apetito, e insiste en que lo roan y lo coman juntos sin que nadie los vea. Pablo le pregunta si era posible que el ladrillazo le hubiera despertado ese deseo malsano de roer un hueso, que ése no podía ser el instinto de una joven virgen, que no eran más que patrañas insensatas.

Alicia le dice que todos roen los huesos, todos lo hacen salvo ellos, que eso es realmente el amor. Pablo, abrumado por tanta locura, empieza a pelearse con Alicia por el hueso. En un momento de la pelea se oyen detrás del muro un golpe y un lamento pronunciado. Alicia y Pablo se asoman encima de los rosales y ven a una joven descalza lamiéndose una rodilla.

Cuando se estaban preguntando qué cosa habría ocurrido, una piedra silba en el aire y golpea la espalda de la muchacha, a lo lejos alguien vocifera que era una ladrona. “¿Lo has visto?; –¿Qué sucedió?; –Apedrean a las muchachas, las apedrean para divertirse, sólo por placer; –¡No, no,… no es posible!; –Tú mismo lo has visto... Ven, que el hueso nos espera, volvamos a nuestro hueso, lo roeremos juntos ¡Quieres? ¡Juntos! (...)”

“¡Yo contigo, tú conmigo! Mira, lo tengo ya en la boca. ¡Ahora te toca a ti! ¡Tómalo!”. Con esta manera ingeniosa de transmutar órganos genitales en huesos Gombrowicz llega invicto hasta el final del Diario, pero en sus últimas páginas confiesa una antigua bastardía. “Pienso y pienso... ya llevo tres semanas pensando... ¡y no entiendo nada! ¡No entiendo nada! (...)”

“Finalmente ha venido L., la ha examinado detenidamente y dice lo mismo, ¡que al menos vale ciento cincuenta mil dólares! ¡Al menos! Situada en un pinar, seco, crujiente bajo las suelas de los zapatos, como sacado de Polonia, con un regio panorama de montañas, con una vista principescas a una sucesión de castillos. St. Paul, Cagnes, Villenueve, como surgidos de las luminosas aguas del mar.

Un bello recibidor de roble en la planta baja y tres grandes habitaciones en fila. En la primera planta, otras dos habitaciones con un espacioso baño común. Unas terrazas sólidas y... ¿Por qué sólo quiere cuarenta y cinco mil (pero en efectivo)? ¿Se ha vuelto loco? Ese ricachón ignoto... ¿quién es? ¿Será un lector mío? ¿Será este precio únicamente para mí? (...)”

“El abogado dice: éstas son las disposiciones que me han dado??? No puedo pensar nada más. En todo caso veinte mil también me irían bien... ¿Comprar? He comprado”. Cuando Gombrowicz se enteró de que había ganado el Premio Internacional de Literatura lo primero que atinó a hacer fue a preparar una lista de sus enemigos literarios, regocijándose de antemano con la amargura que les iba a producir.

Ya con el premio en la mano escribe el diario del hijo ilegítimo para mortificar a sus enemigos polacos de Londres. En este diario relata cómo después de algunas dudas se había comprado una casa con los veinte mil dólares del Premio Formentor, y cómo la empieza a decorar con cuadros, tapices y muebles del gusto más refinado. Una carta que le llega de la Argentina le anuncia que Henryk quiere aparecer por la casa para darle una sorpresa.

Entonces se le despiertan unos recuerdos sombríos sobre una mulatona llamada Rosa, y la alegría que le había aparecido con la mudanza se le esfuma. La oscura mulatona era como las algas en el fondo del agua, una cosa negruzca que se distingue mal. En el lugar comienzan las habladurías, chismean que el señor Gombrowicz espera la llegada de alguien de la familia.

Tener un hijo era una idea que no había tenido en toda su vida, pero le importaba poco que fuera legítimo o ilegítimo, su desarrollo espiritual y su evolución intelectual lo ponían fuera de la órbita de ese dilema. Sin embargo, el hecho de que un semimulato se le acercara con su tierno papi... ¿estará bien de salud? Tenía miedo de la visita porque Henryk podía chantajearlo.

Un hijo suyo concebido con una mulatona indefinida y oscura, en una noche de hotel que se abismó en las tinieblas del olvido. De una fealdad negra y ominosa le surge un hijo ilegítimo que quizás no esté bautizado ni tenga partida de nacimiento. Una negrura tenebrosa, tropical y hotelera desbordante de ilegitimidad se le anuncia amenazante desde la lejana Argentina.

Al comienzo de las páginas de este diario, en el que relata episodios completamente falsos, nos dice que la casa estaba tasada en ciento cincuenta mil dólares, pero que el dueño sólo le pedía cuarenta y cinco mil en la mano, posiblemente porque se trataba de un admirador ricachón. Y el final de este diario es una obra maestra con la que tortura sin piedad a sus enemigos polacos londinenses.

“¡Un hijo ilegítimo que ronda/ la ilegitimidad redonda del hijo!/ ¡El despacho redondo de Rosa/ En que fue concebido el hijo! ¡Vendo! ¡Vendo! ¡Vendo! ¡Vendo muy barata una villa con sus habitaciones en fila, con terrazas sólidas y vistas panorámicas en un pinar y con un despacho redondo! Vendo al hijo y a Rosa con sus alcobas y redondeces. Urgente vendo una villa en muy buenas condiciones (...)”

“He vendido por doscientos catorce mil dólares, con alcobas con vista panorámica, hijo y mulata. ¡Me he quedado sin nada!”. La idea de la bastardía rondaba en la cabeza de Gombrowicz, y no podía ser de otra manera, el bastardo tiene menos derechos en la familia, y esa era la sensación que tenía Gombrowicz respecto a sus hermanos. No se sentía reconocido por su padre como adulto y como adaptado a la vida.

“Navegaba por el mundo en medio de opiniones incomprensibles y cada vez que tropezaba con un sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad de cometer una villanía”. Con estas palabras extrañas Gombrowicz encuentra de manera cumplida una forma de definir la bastardía, no ya carnal sino espiritual, del protagonista de “El diario de Stefan Czarniecki”

Este giro indigno de una conducta que degenera de su origen está presente en toda la obra de Gombrowicz, y es también el que alienta la idea del hijo ilegítimo.



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