sábado, 14 de agosto de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LA COLIMBA

1281794053076-Gombrowicz_11.jpg


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA COLIMBA



“A ‘Guitarra’ se lo han llevado a la ‘colimba’. Como su mismo nombre lo indica, ‘Guitarra’ es un guitarrista que conocí en Tandil cuando interpretaba a Bach. Y ‘colimba’ es el servicio militar. Después, durante los encuentros ulteriores, he leído en su cara todos los horrores de esa tortura que en la Argentina dura más de un año en el ejército de tierra y dos años para la marina (...)”
“¿Se puede conciliar el cuartel con la democracia? ¿Con las constituciones que garantizan la libertad personal y la dignidad? ¿Con las declaraciones de los derechos humanos? A un chico de veinte años que no ha cometido ningún crimen, se lo mete en ese campo de concentración que es peor que una cárcel. Lo inevitable de esta experiencia les emponzoña la juventud mucho antes de la fecha fatal en la que son convocados (...)”

“¿Cómo explicar que la injusticia caída sobre Dreyfus se convierta en un verdadero problema de conciencia y casi provoque guerras civiles, mientras que el hecho de privar a unos diez millones de chicos al año de los derechos más fundamentales resulta tan fácil de tragar para nuestras tragaderas humanitarias? ¿Por qué nadie protesta, ni los padres, ni ellos mismos? (...)”
“Tampoco protesta ninguna de esas sensibles conciencias de la humanidad, siempre dispuestas a rasgarse las vestiduras. La ‘colimba’ es el lugar donde se cometen dos tipos de violencia que son la base de toda sociedad: la violencia del más instruido sobre el menos instruido, y la violencia del mayor sobre el menor. Un oficial tienen agarrados de las narices a los analfabetos, y el mayor tiene en un puño a los menores (...)”

“Vivimos una vida suavizada, en un ambiente de respeto, pero tiene que haber en alguna parte un rincón donde el superior se encuentre con el inferior, el mayor con el menor, así... sin empacho ninguno.. Flor, Marlon, Goma, ya liberados, estuvieron contando ayer unas anécdotas de la ‘colimba’ que ponían los pelos de punta. ¿Qué pasaría si se promulgara una ley por la que todos los mayores de cuarenta tuvieran que pasar un año en la cárcel? (...)”
“Las protestas generales provocarían inmediatamente una revolución universal. ¿Y la ‘colimba’? Bueno, la gente ya está acostumbrada desde hace siglos a la ‘colimba’. Los veinte años son una edad de plena forma física, pero todavía inmadura, que facilita la acumulación de muchas vidas jóvenes en el puño de un oficial, como si fuera el puño de un semidios”

“El que se integre a la fuerza a un joven en el ejército, el que se le haga jurar y se conceptúe ese juramento forzoso como un compromiso voluntario, el que se le exija una obediencia ciega y el sacrificio de su propia vida, son cosas que sólo pueden tragar aquellos que ya tienen el servicio militar a sus espaldas, o quienes en su vida han sustituido la percepción directa de la realidad por la rutina y el hábito”
La cuestión es que un oficial no es solamente un militar, así como un escritor no es solamente un escritor, o un filósofo solamente un filósofo. Gombrowicz admiraba al mariscal Pilsudski, un personaje que, sin embargo, debe tener algo que ver con este pasaje de Gombrowicz que acabamos de copiar. También debe tener algo que ver con este pasaje un primo suyo, oficial del primer regimiento de ulanos creado por el mariscal Pilsudski.

Su primo Bebus, célebre por sus aventuras en combate, se burlaba de Gombrowicz recitando canciones patrióticas cuando le preguntaba por qué arriesgaba su vida y obedecía las órdenes que le daba una persona cualquiera. “Mira el cañón de este fusil/ Por donde la negra muerte observa/ Sano y salvo puede ser que vuelva/ Para otra vez de nuevo ver/ Mi querida ciudad de Lvov”
La Primera Guerra Mundial despertó en Gombrowicz una nostalgia incurable por Occidente. Seguía con vehemencia los cambios en el frente y marcaba solemnemente sobre un mapa cada pueblecito tomado como si de eso dependiera el resultado de la guerra. Al otro lado de aquel frente estaba la Europa que le despertaba la nostalgia, mientras los rusos y los alemanes eran para él una realidad de segunda categoría.

En el año 1918 esa barrera espiritual entre el Este y el Oeste se rompió y Occidente comenzó a infiltrarse en Polonia poco a poco, un cambio que significó tanto para Gombrowicz como la recuperación de la independencia. De la terrible experiencia de la guerra guardó el miedo, un miedo al que se le agregó otro miedo aún más doloroso: el pavor al servicio militar.
En los veinte años de independencia que tuvieron los polacos después de la Primera Guerra Mundial las costumbres dieron un enorme salto hacia delante, especialmente en un asunto substancial para los polacos: la noción del honor. El benjamín de los Gombrowicz estaba completamente desprovisto de honor, en esa materia era un salvaje incapaz de distinguir las jerarquías de las partes del cuerpo.

No podía comprender por qué una bofetada era algo más terrible que un golpe en la oreja. Los jóvenes eran para Gombrowicz víctimas propiciatorias de la muerte y del sexo en sus formas más intensas. El orden social descansaba sobre esos esclavos, que apenas adolescentes eran tomados por el cuello para el servicio militar, obligados a jurar obediencia ciega, preparados para matar y dejarse matar.
Gombrowicz consideraba a la juventud como un valor por debajo de los otros valores, sin embargo, también como un valor cruel que destruye a los otros valores, un valor que se basta a sí mismo, y hasta llega a decir que entre Dios y el joven se queda con el joven. Pero los jóvenes de sus narraciones, por lo general, están en apuros. A Gombrowicz no le alcanzaban las dos manos pata desacreditar el brillo de la gloria militar.

“Me mantenía a distancia y cuando me topaba en la calle con los ruidos de una marcha militar y el ritmo de una tropa que desfilaba a mi lado, hacía todo lo posible para no seguir su compás. ¿Estaría buscando quizás mi propia música y mi propia marcha?”. Fue el miedo a la guerra y no la conclusión de un análisis ponderado de la realidad el que lo impulsó a saltar del Chrobry en el puerto de Buenos Aires.
El miedo es un sentimiento de inquietud causado por la posibilidad de un daño más o menos inminente, real o imaginario. Cuando el riesgo no es inminente el miedo no aparece o, si aparece, es muy débil; lo que ocurre con los miedosos es que tienen una tendencia a convertir en inminente la posibilidad de los daños remotos y esto es lo que le pasaba a Gombrowicz.

Cuando la obligación general del servicio militar igualó a todos en cuanto se refiere a las batallas, todavía quedaba el duelo como un riesgo especial reservado a la clase superior, que compensaba en parte las comodidades y las facilidades que proporciona el dinero. Los duelos desaparecieron, al burgués bien alimentado ni siquiera le quedó la obligación de disparar una pistola.
No tenía que arriesgarse a que le metieran un balazo al recibir una bofetada en pleno rostro, entonces lo único que le quedó fue disfrutar de una vida regalada a la que ya nada podía perturbar. Gombrowicz era un ferviente partidario de la paz, claro que la paz se puede conseguir de diversas maneras, Gombrowicz alcanza la paz en “El casamiento” encarcelando a todo el mundo.

La mayor aproximación a la ‘colimba’ que Gombrowicz desarrolla en su obra creativa es “El casamiento”, una histórica fantástica que cuenta a partir de los sueños de un soldado polaco que hace su servicio militar en Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Aquí aparecen en forma traspuesta el miedo que le despertaba a Gombrowicz la ‘colimba’, y también su rebelión.
Pone al descubierto de una manera mágica los dos tipos de violencia que son la base de toda sociedad: la violencia del más instruido sobre el menos instruido, y la violencia del mayor sobre el menor. “Todos los jóvenes se alistaban entonces como voluntarios, casi todos mis colegas se paseaban ya en uniforme. Para mí el ejército era una pesadilla, a mis dieciséis años ya me venía a la cabeza un angustioso pensamiento (...)”

“Era una idea que me perseguía sobre el servicio militar que me esperaba al cabo de cinco años, y de repente una broma pesada de la historia hacía que las chicas me preguntasen por la calle: –Y usted, ¿por qué no lleva uniforme? Mi madre, horrorizada, reprobaba al gobierno por reclutar niños, pero yo no me hacía ninguna ilusión de que esto fuese algo más que la expresión de un temor egoísta por su propio hijo (...)”
“¿Así que yo era un cobarde? Hoy considero con mayor tranquilidad mi cobardía y soy consciente de que mi naturaleza me llamó a desempeñar ciertas tareas y desarrolló en mí otras facultades completamente ajenas a la milicia. Pero un chico de dieciséis años no conoce aún nada de sí mismo y no halla su salvación si no es en lo que hacen los demás muchachos de su misma edad (...)”

“La oposición terminante de mi madre venció la voluntad de mi padre que en principio exigía que yo cumpliera con mi obligación. Fui destinado a una institución civil que se dedicaba a enviar paquetes a los soldados del frente. Creo que el año 1920 hizo de mí lo que seguí siendo hasta hoy: un individualista. Y sucedió así porque no supe cumplir con mis deberes hacia la nación (...)”
“Y no los supe cumplir en un momento en que una terrible amenaza se cernía sobre nuestra joven independencia. Esto me colocó en una situación apurada, no tenía alternativa. El patriotismo, cuando no estaba dispuesto a sacrificar mi vida por la patria, era para mí una palabra hueca. Y ya que no existía en mí esta disposición por el sacrificio, debía sacar consecuencias (...)”

“Todos estos fermentos de juventud se fueron civilizando y puliendo con el curso de mi desarrollo ulterior. Pero no han desaparecido. Cosa extraña: se hubiera podido creer que toda esta confusión de sentimientos e ideas causada por la crisis de la guerra y por mi imagen manchada, iba a desembocar en un estado de doloroso desgarramiento y sentimientos de culpa (...)”
“Sin embargo, al contrario, todo ese estado de confusión de sentimientos se descargó bajo un ataque increíble de snobismo morboso. En el momento en que el combate con los bolcheviques llega cerca de Varsovia a su fase culminante, me entretenía mostrándole de refilón una foto a mi jefe en la oficina donde trabajaba de voluntario enviando paquetes a los soldados (...)”

“La foto era la de un edificio público de Lublin bastante conocido, sin embargo, le dije a mi jefe, que para mi desgracia lo había visitado un par de veces: –Es el palacio de mi prima Tyszkiewicz. La familia de los Tyszkiewicz, junto a la de los Radziwill, los Potocki y los Plater, era una de las más aristocráticas de Polonia, pero no estaba emparentada con mi familia. Mis artificios se volvían indigeribles (...)”
“Una carta de Camus con la pregunta de si no tengo nada en contra de que recomiende ‘El casamiento’ a un director de teatro de París. ‘El casamiento’ sin teatro es como un pez fuera del agua. Sí, es así, porque es un drama no solamente escrito para el teatro, sino que, al menos en su intención, es también la misma teatralidad de la existencia que se libera de sus cerrojos (...)”

“No obstante, temo que nadie, aparte de mí, sea capaz de dirigirlo y que el espectáculo se derrumbe, con gran vergüenza para mí, enterrando por muchos años la carrera teatral de la obra. La mayor dificultad consiste en que ‘El casamiento’ no es una transposición artística de un problema o una situación, sino una libre descarga de la imaginación, eso sí, dirigida a un fin determinado (...)”
“Lo cual no quiere decir que ‘El casamiento’ no cuente una historia: es el drama de Henryk, un hombre contemporáneo cuyo mundo ha sido destruido, que ha visto en sueños su casa convertida en una taberna y a su novia Manka-Mania transformada en una mujerzuela. Deseando recuperar el pasado, este hombre proclama rey a su padre, y en su novia quiere ver una virgen (...)”

“Todo en vano, puesto que no sólo su mundo ha sido destruido, es él mismo quien también ha sufrido un hundimiento y a quien ya se le han agotado aquellos sentimientos de antaño. Es el sueño acerca de una época, que expresa los tormentos de nuestro tiempo presente, pero a la vez es el sueño que anticipa una época que trata de adivinar. El sentido de estas reflexiones resulta melancólico (...)”
“La verdad es que no tengo ninguna seguridad de que ‘El casamiento’ se represente mientras yo viva”. El príncipe Segismundo, de “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, y el príncipe Henryk, de “El casamiento” de Gombrowicz, siguen caminos diferentes. Sin embargo ninguno de los dos distingue en sus historias si son verdaderamente reales o están dictadas tan sólo por los sueños.

Los sueños y el yo son ideas poderosas, son el origen de todas las cosas, y también son ideas poderosas por la grandeza que pueden alcanzar en la forma de una personalidad. Que el yo y los sueños sean el origen de todas las cosas es una cuestión con la que no todos están de acuerdo. La tragedia sólo es posible si hay por lo menos dos personas, si existe un antagonismo real entre dos personas diferentes.
Estas dos personas deben ser ajenas una a la otra, es por esa diferencia se pueden destruir mutuamente. Pero si lo que ocurre, ocurre entre una persona y un mundo de sueños cuya existencia está tan solo en el poder de su imaginación, el resultado puede ser irónico o paradójico, satírico o burlesco, todo menos dramático. No existe drama donde la resistencia del otro no es real y existe sólo en la región del sueño.

Pero el sueño de “El casamiento”, según lo ve Gombrowicz, es un sueño sobre la mismísima realidad. Los miedos que enfrenta el protagonista, que está haciendo el servicio militar en Francia, provienen de un contacto real con la vida, aunque sea un contacto con personas creadas por su imaginación en la esfera de los sueños. “Henryk no se dirige a Dios sino a los hombres (...)”
“Derriba a su padre-rey (el único eslabón que lo une con Dios y con la moral absoluta), tras lo cual, al proclamarse rey, intentará recuperar el pasado sirviéndose de los hombres, creando de ellos y con ellos una realidad”. El sueño de Kierkeggard que le ruega a Dios que le devuelva a Regina, no es el mismo de Gombrowicz en “El casamiento”; Manka estaba pasada de vueltas cuando Henryk le ruega al padre que se la devuelva virgen e inocente.

Los padres de Henryk no tenían una buena opinión de Manka-Mania. “Por favor, no piensen que pueden permitírselo todo porque esto es una posada. ¿Pero qué es esto? ¡Eh! Les entran las ganas, también es una calamidad que a esta arrastrada todos la quieran manosear, no piensan más que en tocarla, todos la tocan y la sofaldan, día y noche, sin parar, siempre igual, frotarla, sobarla, sofaldarla, y eso trae problemas (...)”
“¡No te cases con ella! Porque el viejo borracho dijo la verdad. Ella tonteaba con Wladzio, en el pasado. ¡También yo los sorprendí sobándose junto al pozo en pleno día, se toqueteaban y se buscaban, él a ella y ella a él, Henryk, no te cases!”. Gombrowicz empezó “El casamiento” durante la guerra con el propósito de escribir la parodia de un drama genial.

Se propuso mostrar a la humanidad en su paso de la iglesia de Dios a la iglesia de los hombres, pero esta idea no le apareció al comienzo, en la mitad del segundo acto todavía no sabía bien lo que quería. “El casamiento” es la teatralidad de la existencia, una realidad creada a través de la forma que se vuelve contra Henryk y lo destruye. En esta obra Gombrowicz les abre la puerta a sus percepciones proféticas.
“Empecé ‘El casamiento’ durante la guerra, en el año 1944, en la localidad de La Falda de la provincia de Córdoba, convaleciente de unas líneas de fiebre persistentes que, como supe al fin, se debían a que el termómetro marcaba unas décimas de más. Esta pieza de teatro se fue estructurando en mí lentamente, a tirones, a lo largo de esa existencia argentina, un día tras otro (...)”

“‘Fausto’ y ‘Hamlet’ fueron mis modelos, pero sólo en lo referente a su genialidad. Quería escribir un drama que fuera grande y genial, y me remití a estas obras, que en mi juventud había leído con veneración. Mis ambiciones no estaban exentas de cierta astucia, ladino como era, presentía que era más fácil escribir una gran obra que una obra simplemente buena. La vía del genio me parecía menos ardua (...)”
“‘El casamiento’ que, como todas mis obras, se rebela contra la forma, es una parodia de la forma, una parodia del drama genial. Pero, parodiando el genio, ¿acaso no iba a poder introducir fraudulentamente un poco de mi propio genio, de contrabando? Me propuse mostrar a la humanidad en su paso de la Iglesia de Dios a la iglesia de los hombres. Con todo, la idea no surgió desde el comienzo de mi obra (...)”

“Primero empecé por lanzar a la escena un puñado de visiones, de gérmenes, de situaciones y lentamente a trompicones, llegué a esa idea. Iba por la mitad del segundo acto y seguía sin saber lo que quería. Y se me antojaba que la creación bamboleante, ebria y sonámbula, a partir de los cortocircuitos de la forma, de sus conexiones y combinaciones, se correspondía con el devenir de la historia, la cual avanza también ebria y sonámbula (...)”
“Pueden detectarse en ‘El casamiento’ ciertos mecanismos de gestación del hombre y de la humanidad modernos. La presencia constante de la forma en la escena constituye el spiritus movens del drama. Y aquel que se deje arrastrar en los torbellinos de la forma en proceso de formación, queda preso para siempre en una duda mortal. ¿Es eso cierto? ¿Es sensato, o más bien estúpido? ¿Es realidad o sueño?”

“Mi modesto teatro de aficionado no es teatro del absurdo, sino teatro de ideas, con sus medios propios, sus propios objetivos, su clima particular y un mundo personal”. En esta pieza de teatro se narra el sueño sobre una ceremonia religiosa y metafísica que se celebra en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror que se está formando a sí mismo de un modo imprevisible.
Éste es un acorde disonante entre el individuo y la forma; si no hay Dios, los valores nacen entre los hombres. Pero el reinado de Henryk sobre los hombres tiene que hacerse real, las necesidades formales de la acción para hacerlo rey terminan por derrumbarlo y toda la transmutación fracasa; ha recibido un zarpazo de Dios. En esta pieza de teatro se cuenta el sueño de un soldado polaco que cumple su servicio militar en el ejército francés.

Está peleando contra los alemanes en algún lugar de Francia. Durante el sueño se le abren paso las preocupaciones que tiene por su familia perdida en alguna de las provincias profundas de Polonia y se le despiertan los temores del hombre contemporáneo a caballo de dos épocas. Henryk ve surgir de ese mundo onírico a su casa natal en Polonia, a sus padres y a su novia.
El hogar de Henryk se ha envilecido y transformado en una taberna empobrecida en la que su novia Mania es la camarera y su padre el tabernero, y ese padre miserable y degradado en una posada miserable, perseguido por unos borrachos que se mofan de él, grita al cielo que es intocable, y alrededor de esta exclamación desesperada se empieza a hilar toda la trama de la obra.

Los borrachos cantando y bailando a su alrededor con risas beodas y sarcásticas lo señalan con el dedo como si fuera un rey intocable. Pero, entonces, el hijo le rinde homenaje al padre con toda la seriedad y pompas de una consagración real, y el padre se transforma en rey. Ya como rey el padre eleva al hijo a la dignidad de príncipe de la corona y le hace la promesa, en virtud de su poder real, de que le concederá un casamiento.
El casamiento será digno y religioso y le restituirá a la novia la pureza y la integridad de antaño. Cuando se está preparando el casamiento noble y sagrado que celebrará un obispo el sueño del protagonista empieza a vacilar junto a la misma ceremonia, se siente amenazado por la estupidez justamente cuando aspira con toda el alma a la sabiduría, a la dignidad y a la pureza y, poco a poco, va perdiendo la confianza en sí mismo y en el sueño.

Otra vez entra en la escena el cabecilla de los borrachos para provocarlos. Cuando Henryk está a punto de pegarle, la escena se metamorfosea en una recepción de la corte en la que el borracho se ha convertido en el embajador de una potencia extranjera que incita al príncipe a la traición. El obispo, el rey, la iglesia y Dios son viejas supersticiones y, si Henryk se proclamara a sí mismo rey, ninguna autoridad divina ni terrenal le sería necesaria.
Se administraría a sí mismo el sacramento del matrimonio y obligaría a todos a reconocerlo y a reconocer a la novia como pura y unida a él. Una transformación que había comenzado con la intocabilidad del padre culmina en el paso de un mundo basado en la autoridad divina y paternal a otro en el que la propia voluntad de Henryk deberá convertirse en la autoridad divina y creadora como la de Hitler, como la de Stalin.

El príncipe cede a la incitación del borracho, destrona al padre y se convierte en rey, pero el borracho anda detrás de algo más, cuando estaba por finalizar la ceremonia matrimonial le pide a Wladzio, el amigo de Henryk, que sostenga una flor encima de la cabeza de Manka-Mania, la novia, entonces escamotea rápidamente la flor dejándolos en una actitud falsa y sospechosa que despierta los celos del príncipe.
Henryk ve al borracho como si fuera un sacerdote cochino uniendo a su amigo y a su prometida en un casamiento inmoral y bajo. El padre tenía una idea un tanto rancia sobre su autoridad sobre el hijo y sobre la humanidad. “Y quien alce su mano sacrílega contra su padre cometerá un crimen espantoso, inaudito, infernal, diabólico, abominable y terriblemente despreciable (...)”

“Un crimen que irá de generación en generación, lanzando gritos y gemidos terribles, en la vergüenza y los tormentos, maldito de Dios y de la Naturaleza, marchito, estigmatizado, abandonado”. Henryk se convierte en un dictador, ha dominado a todo el mundo, también a sus padres, y de nuevo se vuelve a preparar la ceremonia nupcial pero sin Dios, sin otra sanción que la de su poder absoluto.
Henryk utiliza, a efectos de alcanzar sus propósitos, un procedimiento drástico para hacerse de la autoridad que le arrebata al padre y, por lo tanto, a Dios. “Es la paz. Todos los elementos rebeldes han sido detenidos. El Parlamento también ha sido detenido. Aparte de eso, también están en la cárcel los medios militares y civiles, y grandes sectores de la población, así como la Corte Suprema, el Estado Mayor y las Direcciones Generales (...)”

“Los Departamentos, los Poderes públicos y privados, la prensa, los hospitales y parvularios, todos están es prisión. Hemos encarcelado también a los ministros y, en general, a todo. También la policía está en la cárcel. Es la paz. La calma”. Sin embargo, la verdadera autoridad de “El casamiento” Gombrowicz la encuentra en el poder que tienen las palabras.
“¡Todo eso es mentira! Cada uno dice lo que es conveniente y no lo que quiere decir. Las palabras se alían traicioneramente a espaldas nuestras. Y no somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a nosotros, y traicionan nuestro pensamiento que, a su vez, nos traiciona. ¡Ah, la traición, la sempiterna traición! Las palabras liberan en nosotros ciertos estados psíquicos (...)”

“Nos moldean... crean los vínculos reales entre nosotros. Si tú dices algo como: 'Si tú lo quieres, Henryk, yo, Wladzio, me mataré de mil amores', parece en principio algo extraño, pero yo puedo responder con algo más extraño aún, y así, ayudándonos el uno al otro, podemos llegar lejos. ‘Asiste a la boda, Wladzio, y cuando llegue el momento, mátate con este cuchillo’”
El dictador siente que su poder sólo tendrá realidad si es confirmado por alguien que realice voluntariamente el sacrificio de su sangre. Le pide a Wladzio que se mate para él, pues este sacrificio calmará sus celos y lo hará poderoso y formidable para realizar su casamiento y conseguir la pureza de Manka-Mania, la novia. El amigo se mata, Henryk retrocede horrorizado ante lo que ha hecho y el casamiento no se consuma.



No hay comentarios:

Publicar un comentario