WITOLD GOMBROWICZ Y EL ORIFICIO
“Aullidos de sirenas, pitidos, fuegos artificiales, descorchar de botellas y el vasto murmullo de una gran ciudad en gran agitación. En este instante hace su entrada el año nuevo, 1955. Camino por la calle Corrientes, solo y desesperado. Delante de mí no veo nada... ninguna esperanza”. Finalmente, el trabajo de oficina en el Banco Polaco lo había aplastado, no podía escribir nada aparte de los diarios.
Se sentía un forastero en todo el universo. Sin embargo, pasados unos días después de las fiestas le cambia el humor y escribe en una página del diario cómo en un café de la calle Callao había puesto una inscripción en la puerta de un baño. “A señoras y a señores, para nuestro beneficio, no lo hagan en la tapa, háganlo en el orificio”. En seguida le advierte al lector que había dudado antes de confesar esta manía.
Sin embargo la manía le había resultado tan fascinante que se lamentaba de haber perdido tanto tiempo sin conocer un placer tan barato y desprovisto de riesgo. “Hay en esto algo..., algo extraño y embriagador... debido probablemente a la terrible evidencia de la inscripción unida al absoluto ocultamiento del autor, al que es imposible descubrir. Y también al hecho de que se trata de algo absolutamente inferior al nivel de mi creación”
Dos de los reproches más frecuentes que suelen hacerle a Gombrowicz son los de su falta de sinceridad y su histrionismo, cargos que son más bien aplicables a sus diarios que a su obra artística. Sin embargo, hay que decir que los diarios de Gombrowicz tienen una génesis particular. En efecto, los empieza a escribir porque, según lo sentía él, su empleo de bancario le impedía emprender proyectos literarios de mayores alcances.
Comienza a publicarlos cuando todavía no había alcanzado la celebridad pero, lamentablemente para Gombrowicz, la gente sólo compra los diarios de escritores famosos. Además, la vida de Gombrowicz era más bien gris, nada que ver con una existencia como la de Gide llena de nombres ilustres y de ocupaciones sobresalientes, su vida oscura y secreta carecía, por otra parte, de la fuerza y el color que alimentan las memorias de los vagabundos auténticos.
A la dificultad de elegir con qué iba a llenar los diarios se le agregaba otra, debía cambiar de carril, debía pasar del lenguaje del arte al de la prosa corriente y renunciar a las metáforas y al estilo. La primera necesidad que sintió fue la de volverse más accesible pues la gente seguía sin saber cómo tomarlo.
Los críticos no podían ayudarlo en este asunto, ni tampoco podían explicarlo, era otro obstáculo más que se interpuso en el camino que lo conducía al lector. Esos personajes, a su juicio, eran enemigos de los escritores verdaderos aunque los cubrieran de flores. Debía, en primer lugar, obtener el derecho a la palabra pues tenía la convicción de que el escritor que no sabe escribir de sí mismo es incompleto, a pesar de que las convenciones en uso le indicaban lo contrario.
Poco a poco fue comprendiendo que ser sincero y ponerse en evidencia no podían ser unas consignas dignas de confianza, la literatura es escurridiza y lo obliga al autor a rebotar contra las paredes del lenguaje y del objeto. “Como escritor, es a lo que más temo. En literatura, la sinceridad no conduce a nada (...)”
“He aquí otra de las antinomias dinámicas del arte: cuanto más artificiales somos, más probabilidades tenemos de llegar a la franqueza, el artificio permite al artista el acercamiento a las verdades vergonzosas. La palabra humana tiene la consoladora particularidad de que se halla muy cerca de la sinceridad, no en lo que confiesa, sino en lo que pretende, en lo que persigue”
De los duelos con el lenguaje y con el objeto proviene su histrionismo que constituye para Gombrowicz la clave de la vida y de la realidad, porque por ese deslizamiento hacia una actuación bufonesca que todos llevamos reprimida en el interior de nuestra conciencia, hablan nuestras ganas de divertirnos y el deseo huidizo de una mayor flexibilidad y de una forma menos definida.
El rasgo que empezó a caracterizarlo en sus diarios fue su intento de representar diferentes papeles adoptando diferentes posturas. Le daba a sus experiencias distintos sentidos y se quedaba esperando. Si uno de esos sentidos era aceptado por los lectores se establecía en él. Suponía que era la única manera de imponer la idea de que el sentido de una vida o de una actividad se determina entre un hombre y los demás.
No sólo él se daba sentido, también lo hacían los otros, y del encuentro de estas dos visiones surgía un tercer sentido, aquél que lo definía a él. La sinceridad de un escritor estaba puesta entonces en la idea de que todos los hombres son más o menos artistas, por lo tanto, cuanto más un hombre sea él mismo, más artista será. Si el arte por alguna razón no le permite al hombre pensar y sentir libremente, eso quiere decir que no le permite ser plenamente él mismo, o sea, plenamente artista.
Después de una narración metafísica y bucólica que hace en los diarios sobre una vaca y un cocodrilo no logra recuperarse de un estado hipomaniacal que lo persigue. Nos las estamos viendo con las aproximaciones de Gombrowicz a la naturaleza. Ya sabemos que se sentía confuso y en contradicción con la naturaleza al punto que al momento de ponerse en contacto con ella se transformaba en un demonio, en una anti-naturaleza.
La importancia que fue tomando el valor del dolor respecto al valor de la muerte era, a su juicio, la causa de esta inseguridad y de esta confusión, pero la causa también podría ser el papel preponderante que le daba Gombrowicz a la actuación y al artificio. Paseando por una avenida arbolada de una estancia de Necochea, detrás de un árbol, repentinamente, se le apareció una vaca.
Quizá el hecho que lo obligó a realizar indagaciones sobre este encuentro fue que la vaca lo miró, mejor dicho, que él le permitió a la vaca que lo mirara, y si bien es cierto que Gombrowicz no estaba en condiciones de sacar de ese encuentro las consecuencias drásticas que saca Sastre de la mirada, se sintió tenso y con una vergüenza propia de hombre frente al animal.
Continuó el paseo pero se sentía incómodo, como si toda la naturaleza lo estuviera asediando mientras lo contemplaba. La primera idea que le pasó por la cabeza para resolver esta oposición entre su humanidad y la naturaleza fue la de que el hombre es no-natural, es anti-natural, pero resulta que Gombrowicz tenía la tendencia a establecer contacto con lo inferior.
Si en el mundo humano pone al descubierto la dependencia que tiene la conciencia superior de la inferior, si recorre el camino descendente de la madurez a la inmadurez yendo contra la corriente, entonces, ¿por qué no seguir descendiendo hasta el fondo en la escala de las especies? Y cuando pareciera que empieza a seguir los pasos de San Francisco de Asís, de pronto se detiene bruscamente.
Mirar, contemplar y comprender la naturaleza es una cosa, pero otra muy distinta es dejarla aproximar como algo igual a nosotros porque la comunidad de la vida nos engloba, tutearla, eso es demasiado, por lo tanto Gombrowicz regresa rápidamente a su casa humana y cierra la puerta con doble llave. Se niega a reconocer la humanidad de una vaca, es decir, de la naturaleza.
Estas negativa que se le traduce en fatiga y aburrimiento a partir del momento en que intenta reconocer a esa vida inferior en un pie de igualdad, vendría a ser una de las características principales de la propia humanidad de Gombrowicz. Pero Gombrowicz no sólo tenía problemas con las vacas, también los tenía con los cocodrilos, y no solamente con las vacas y los cocodrilos...
“Es verdad que mi doble personalidad se prestaba a la mixtificación, mi apariencia era más bien la de un terrateniente que la de un asiduo a los cafés y la de un escritor vanguardista. Sin embargo, yo, por mi parte, no podía ser diferente, ya que hubiera sido más fácil, por ejemplo, comprender la naturaleza de un cocodrilo que la mía, formada por influencias y factores que eran para los demás completamente desconocidos”
A caballo de los años 1954 y 1955 Gombrowicz cae en uno de esos estados hipomaniacales característicos de los genios de los que resultan variaciones vivísimas que aparecen en los diarios. En efecto, en noviembre de 1954 relata un paseo campestre que hace por una estancia. Después de tres días de viaje en coche y setenta kilómetros de vuelo en el último tramo del viaje, baja del aeroplano bastante confundido.
Está sudando a mares, cuando de repente ve una mansión entre los eucaliptos mientras escucha el griterío de los papagayos. Le aburría que Sergio hiciera siempre lo que se esperaba de él, así que le pide que deje de aburrirlo y que se comporte de un modo menos previsible. Al día siguiente pasean por la estancia y Sergio, de repente, se trepa a un árbol: –Sergio, ¿no puedes inventar algo más original?
El muchacho no le responde, sin embargo, según le parece a Gombrowicz, sigue ascendiendo ya sin árbol: –Sergio, ¿no puedes dejar de ser convencional? Otra vez, silencio, pero el joven parece levantarse del suelo y caminar a quince centímetros de altura. Durante la cena, Sergio, en vez de encender un cigarrillo le prende fuego a una cortina, pero no del todo, a medias, lo que causa el asombro de sus padres, pero también a medias.
¡Vaya, vaya, Sergio, qué cosas haces! Sergio le da una escopeta a Gombrowicz y le pide de una manera apremiante que le dispare a algo que tiene la forma de una triángulo y un color verdoso-amarillento-azulado. Gombrowicz dispara y algo se agita, desaparece... es un cocodrilo. “Sergio no decía nada, pero yo sabía que todo eso estaba llevando agua para su molino (...)”
“No me sorprendió en absoluto cuando, de una manera incompleta pero ya abiertamente, voló hacia una rama y gorjeó un poco. De alguna manera me preparo para huir. Hasta cierto punto hago las maletas. ¡El cocodrilo, no total, el cocodrilo incompleto! Los padres de Sergio ya casi han subido al coche tirado por cuatro caballos y en cierto modo se alejan..., casi sin prisa... Calor. Bochorno. Ardor”
Después de esta narración metafísica y bucólica Gombrowicz sigue todavía en un estado hipomaniacal. Finalmente una lectora de Canadá se cansa y le manda una carta. “Al principio, lo que usted escribía tenía carácter polémico, despertaba controversias, producía reacciones, incluso negativas, pero fuertes. Los últimos fragmentos no me producen ninguna reacción aparte del estupor de que usted los escriba y de que Kultura los publique”
Gombrowicz lee con atención la carta y reconoce que el diario publicado en noviembre le salió un poco frívolo, especialmente con el cuento del cocodrilo, pero no está dispuesto a escribir sólo para la satisfacción de los lectores, les pide que le dejen cierta libertad y que no se entrometan demasiado en su trabajo. “Cuidad de que mi diario tenga el mínimo indispensable de inteligencia y vitalidad (...)”
“La misma cantidad a la exigida por el nivel medio de la palabra impresa, pero en cuanto al resto, dejadme las manos libres. En este saco meto muchas cosas distintas: todo un mundo al sólo os acostumbraréis en la medida que adquiera superioridad sobre vosotros; mientras tanto, muchas cosas de este diario os parecerán innecesarias e incluso os quedaréis sorprendidos de que se acepte su publicación”
Los lectores de diarios no estaban acostumbrados a que se metieran en este género literario narraciones con tantos grados de libertad, pero Gombrowicz sintió la necesidad de ponerle distancia al realismo primero, y al objetivismo después, recurrió entonces a las transformaciones que, sin embargo, a pesar del grado de imaginación que llevan sobre sus espaldas, tienen una fuerte sujeción a la realidad.
Toda la actividad de Gombrowicz, literaria y existencial, se convirtió en un retirada del objeto hacia sí mismo, un objeto que se le volvía agresivo cuando lo esgrimían, en tal que objeto, los artistas. Someterse al objeto sin más es una ingenuidad que tiene como destino el fracaso. La deshumanización que el mismo Gombrowicz practica, especialmente en “Cosmos”, está acompañada en todas sus narraciones por una energía de signo contrario que impide que la realidad se desmorone y se ahogue en un formalismo irreal.
La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada momento la forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en los bastidores de la realidad.
En “Cosmos” Gombrowicz descompone el mundo en elementos de la forma, pero también recrea la reacción del hombre frente a ese proceso de descomposición, de modo que es de nuevo el hombre y no la forma quien se halla en el centro de la obra. Para mostrar cómo Gombrowicz lleva adelante en sus diarios propósitos que en general están reservados a géneros más creadores vamos a ver cual es la razón por la que pone una atención desmedida en la casa de Prilidiano Pueyrredón..
El abuelo paterno de Gombrowicz se vio obligado a vender sus posesiones en Lituania y a instalarse en Polonia. Jan Onufry, su padre, compró una propiedad en Maloszyce donde nacieron Gombrowicz y todos sus hermanos. Cuando Gombrowicz tenía un año se mudaron a Bodzechow, y a los siete años terminó viviendo en Varsovia. El viejo castillo de Bodzechow, rodeado de un vasto parque, era un lugar lleno de misterios.
La familia de Marcelina Antonina, su madre, se hallaba establecida en esa región desde hacía mucho tiempo. Gombrowicz cambió sus mansiones de Polonia por las pensiones más miserables de Buenos Aires y, finalmente, por esa pieza de la calle Venezuela donde vivió dieciocho años. Sin embargo, ni las mansiones de Polonia ni estas pensiones miserables de la Argentina fueron sus casas verdaderas.
La familia Swieczewski tenía una casa en San Isidro que Gombrowicz visitaba a menudo. Hacía paseos con Karol Swieczewski, era un buen amigo al que le tenía aprecio y confianza al punto de hacerle ciertas confesiones. “No me aburro, porque paso seis horas diarias, aproximadamente, escribiendo y estudiando ciertas cuestiones de tipo intelectual. Estoy luchando duramente con mi obra, como un animal salvaje (...)”
“A veces, ¡Santo cielo!, me gustaría mandarlo todo al diablo, ¡para qué, oh Dios, esta tarea superior a mis fuerzas!, no estoy hecho en absoluto para esto y, además, hay que tener una paciencia sobrehumana”. A Gombrowicz no le falta la razón protestando de esta manera, los hombres de letras tienen una vida artificial, están obligados a sacar apuntes de todo lo que les ocurre.
Estimulan la imaginación con ocurrencias que no siempre tienen un final feliz, y se obligan a estudiar ciertas cuestiones de tipo intelectual. En el año 1954 Gombrowicz relata en los diarios un paseo que hace con Karol por San Isidro. Desde una colina ven el Río de la Plata, y a la mano derecha, a la sombra de los eucaliptos, la casa de Prilidiano Pueyrredón, blanca y centenaria, con las ventanas cerradas, deshabitada desde que la abandonaron.
Es la casa construida por Prilidiano Pueyrredón, arquitecto y pintor argentino cuyas obras son retratos de la época que siguió a nuestra independencia. Entre esa casa y Gombrowicz se había creado un vínculo arbitrario. Empezó a preguntarse sobre qué pasaría si esa casa se le volviera tan familiar que irrumpiera en su destino por el solo hecho de que le era completamente extraña.
¿Por qué era justamente esa casa la que le inspiraba tan extraordinario deseo? “De modo que ahora esta luz, estos arbustos, estas paredes, despiertan en mí cada vez más emoción y angustia, y siempre que estoy aquí me hundo bajo un peso indecible, mientras en algún lugar, en el límite, en el extremo de mi ser, estalla un grito, una violencia, un pánico tremendo”
Después de registrar esta conmoción llena de angustia, apunta que sus sensaciones de miedo y desesperación no eran de carne y hueso, sino un contorno de sentimientos, no rellenos con nada, absolutamente puros, y por eso más dolorosos. Mientras Gombrowicz camina con Karol la casa va quedando atrás, pero el hecho de no ver a la casa aumenta su presencia.
Está allí hasta la exageración, con sus ventanas y columnas neoclásicas, pero a medida que se aleja de ella en vez de diluirse existe con más fuerza. No encuentra la razón por la que esa casa ajena, blanca, puesta en un jardín de eucaliptos, lo acompaña, lo persigue, lo inoportuna y no lo suelta. “¡No es eso lo que debo hacer! ¡No es aquí donde debo estar! Pero, ¿dónde entonces? (...)”
“¿Dónde está mi lugar? ¿Qué debo hacer? ¿Dónde estar? Mi país natal no es mi lugar, ni la casa de mis padres, ni el pensamiento, ni la palabra, no, la verdad es que no tengo sino precisamente esta casa, sí, desgraciadamente mi única casa es esta casa deshabitada, la blanca casa de Prilidiano Pueyrredón. Pero él, Swieczewski, también parece estar ausente: sus dedos reducen a polvo una ramita seca”
A veces vale la pena que algunos hombres de letras se tomen el trabajo de escribir y estudiar ciertas cuestiones de tipo intelectual. Este fragmento de los diarios nos muestra cómo la imaginación de Gombrowicz le dio a esa casa de San Isidro unos límites nuevos, le arrancó al continuo indiferente de la realidad una forma más profunda y perdurable, una vida más verdadera, fue una ocurrencia que tuvo un final feliz.
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