WITOLD GOMBROWICZ Y OSCAR STRASNOY
“La imagen más viva que me queda de Gombrowicz no se refiere a la traducción de ‘Ferdydurke’ sino a la música. Me lo encontré casualmente una tarde en la calle: –Me gusta oír a Beethoven; –Nada más fácil, precisamente hay un recital de Backhaus en el Colón dedicado a Beethoven. ¿Vamos?; –No, no, Coldaroli, vayamos a su casa y usted tocará. Ya estoy cansado de los buenos pianistas. Quiero oír a alguien que toque con pasión. Backhaus es un viejo idiota; –¿Y qué tocaremos? Gombrowicz hacía muecas como un niño ante las sugerencias que le hacía. Terminé por proponerle la sonata ‘Aurora’. Ponía cara de no entender: –¿Quiere decir la sonata ‘Waldstein’? Detestaba la palabra ‘Aurora’. Y allí, en plena calle, la tarareó completa”
Tanto a los polacos como a los argentinos nos resultaba difícil entender el porqué de las manías de Gombrowicz.
Estas manías lo privaban de naturalidad en el comportamiento, no era comprensible que coexistieran en él una cultura sobresaliente y una falta total de mundología. Estas dificultades se le manifestaban especialmente en las relaciones con los miembros de su clase social y con sus colegas escritores. Por su manera de ser se le presentaban grandes inconvenientes cuando trataba a personas de un rango social más elevado, se sentía cómodo sólo con aquellos a quienes conseguía imponer su forma.
La aristocracia tenía su propio estilo, definido, banal e impersonal, y como no podía modificarlo tenía que someterse. En los cafés de Varsovia no se sentaba a la mesa de los grandes apellidos de los hombres de letras. Se comportaba como un profeta y como un payaso, pero sólo con seres iguales a él.
A los honorables no le podía imponer su estilo, entonces prefería no tratarlos, él se aburría con ellos y ellos se aburrían con él. En fin, tanto en los asuntos de su clase social como en los del mundo literario las dificultades de Gombrowicz tenían mucho que ver con el que a ver quién es el que domina a quién. Sin embargo, Gombrowicz metía la nariz en la flor y nata de la sociedad a la cual pertenecía, y en la mismísima crema de los artistas.
Hay que decir también que las tradiciones de la generación de literatos gentleman anterior a Gombrowicz estaban muy arraigadas en él. Señores bien educados y de aspecto refinado, por lo tanto contemplaba sin admiración a los hombres de letras calzados con zapatos gastados y sin modales. Esta actitud la fue cambiando con el tiempo.
Como expresión del hombre le reservó siempre un lugar especial a la música y a los sueños. La música rehumaniza la descomposición formal con mayor fuerza que la literatura y por eso su efecto es más poderoso que el del resto de las artes. En la música que escuchaba Gombrowicz no parece razonable investigar cuál era la referencia al mundo de esas melodías y armonías, como lo es en la pintura y la literatura.
Todos los acontecimientos posibles de la vida se realizan en ella, sin embargo, no puede encontrase parecido entre la música y las cosas que pasan por nuestra mente cuando la escuchamos, es expresiva y elocuente pero no describe nada al margen de ella misma. El hombre encuentra en la música su más auténtica y completa expresión artística, su lado íntimo y del mundo en general.
El verdadero carácter de la melodía refleja la naturaleza eterna de la vida humana, que desea, se satisface, y desea otra vez. Poco después de despacharlo a Milosz en las primeras páginas del “Diario” se ocupa de un concierto en el Teatro Colón, es el primer escenario de la Argentina que aparece en los diarios. Un pianista alemán galopaba acompañado por la orquesta, termina de galopar, lo aplauden y el jinete baja del caballo, hace reverencias secándose la frente con un pañuelo.
“A la vista de tantos solícitos homenajes podía parecer que no habría una mayor diferencia entre su fama y la de Brahms, su nombre también estaba en los labios de todos y era un artista igual que él... Y sin embargo... sin embargo... ¿era famoso como Beethoven o como las hojitas de afeitar de Gillet? ¡Qué diferente es la fama por la que se paga de la fama con la que se gana! (...)”
“Pero él era demasiado débil para oponerse al mecanismo que lo ensalzaba, no había que esperar resistencia de su parte. Bailaba al son que le tocaban. Y tocaba para el baile de quienes bailaban a su alrededor”
Dicho todo esto pareciera imposible que Gombrowicz hubiera podido meter la nariz en el Teatro Colón, pero no es así. En el año del centenario, Oscar Strasnoy convirtió a “Historia” en una ópera a capella y la puso en el Teatro Colón. En “Historia” intervienen como personajes el mismísimo Gombrowicz y el resto de la parentela, el padre, la madre y sus tres hermanos, con sus verdaderos nombres. A medida que se desarrolla la acción estos fantasmas se van transformando en personajes históricos de las cortes europeas de principios del siglo XX
Gombrowicz se mueve entre estos personajes como un enviado especial que se pasea descalzo invitando a los reyes a que hagan lo mismo, es decir, a que se quiten los zapatos. Se propone liberar a los hombres pidiéndole a los emperadores que dejen de representar sus papeles y que se queden descalzos.
Esta manera de ver las cosas tiene mucho ver con las fuerzas que habían hostigado a Polonia durante siglos, la aristocracia terrateniente que la empujaba hacia lo alto, y el fango y los pies descalzos de los campesinos con abrigos de piel de cordero, que ligaba a Polonia con la parte más atrasada de Europa. En el libreto de “Historia” Gombrowicz entra descalzo a su casa junto con el hijo del portero, un texto que fue transformando poco a poco hasta convertirlo en “Opereta”.
A partir de ese momento la familia se convierte en un jurado que examina esta confraternización entre clases y se pregunta si Gombrowicz será capaz de graduarse de bachiller debido a esta circunstancia. De junta examinadora la familia se transforma en un tribunal militar y, de delirio en delirio, llega hasta la corte del zar Nicolás II, a las puertas de la primera Guerra Mundial.
Oscar Strasnoy terminó su carrera de profesor de piano en el Conservatorio Nacional de Argentina y se fue a París a estudiar composición en el Conservatorio de París. Entonces tenía diecinueve años y quince años después estrenó en Buenos Aires, su ciudad natal, una obra cuyo texto pertenece a alguien que hizo un camino casi opuesto: el polaco Witold Gombrowicz, que llegó a Buenos Aires invitado por una compañía naviera y se quedó veinticinco años.
“Geschichte/ Historia, la obra de Oscar Strasnoy que acaba de presentar el Centro de Experimentación del Teatro Colón, sorprende en principio por su tipo: una ópera sin instrumentos, para seis voces a capella. Aun cuando haya sido escrita pensando en un conjunto vocal estable (los Neue vocalsolisten), la realización no parece orientada tanto por una decisión o por una feliz ocurrencia en el orden de los géneros sino por una determinación de la obra misma, por una fuerza de abajo hacia arriba y por una integración particularísima entre música y texto. El texto, en alemán (que el sobretitulado traduce al castellano), está basado en unos bocetos que Witold Gombrowicz escribió para Opereta, su última pieza de teatro. Strasnoy establece una analogía con el proceso de Gombrowicz, solo que en forma invertida (...)”
“Si la Historia de Gombrowicz eran los fragmentos literarios que veinte años después resultarían en su pieza teatral Opereta, la Historia de Strasnoy son los fragmentos de su Opereta previa, basada en la pieza del escritor polaco. Hay una libre transposición de esos fragmentos al cuadro de la familia Gombrowicz. Los seis cantantes de Geschichte componen a los padres, los tres hermanos y el pequeño Witold, a quien se ha confiado la voz de contratenor. Witold, en quien se da una extraña combinación de anticipación histórica, alienación y desamparo, constituye el núcleo crítico en torno del cual se desarrolla la desopilante mutación jurídica y política de la familia Gombrowicz”
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