lunes, 28 de noviembre de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y LAS CARTAS A UN AMIGO ARGENTINO

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LAS CARTAS A UN AMIGO ARGENTINO


Existen algunas casualidades un tanto llamativas. Que Gombrowicz se haya encontrado con Czeslaw Straszewicz en un café de Varsovia unos días antes de la partida del Chrobry, y que a Hitler y a Stalin se les haya ocurrido firmar el pacto de no agresión justo en el momento en que Gombrowicz desembarcaba en Buenos Aires, pueden se tomados como hechos casuales y llamativos.
Pero que Gombrowicz se haya quedado un cuarto de siglo en la Argentina tiene más olor a causalidad que a casualidad. El programa de Gombrowicz sobre el espíritu de contradicción tuvo frutos extraños en la Argentina, despertó la atención de la juventud y una ostensible indiferencia de la intellegentsia. En el año 1960 Gombrowicz figuraba en la lista de los grandes maestros internacionales de la literatura.

Aún vivía en Buenos Aires, acababa de ser traducido al alemán y su fama europea crecía semana a semana, en medio de la más ciega indiferencia argentina. “Pero, hablando seriamente, ¿qué aspecto tendré yo si París me sorprende en uno de esos momentos de debilidad como un admirador? ¡No, debo ser siempre difícil, difícil! Y sobre todo debo ser igual a como era en la Argentina (...)”
“Oh, la, la, si yo cambiara esa modalidad no sería más que un pequeño detalle bajo la influencia de París, ése sería el efecto. No, así como yo era con Flor en el Rex, así debo ser ahora, ¡tengo que estampar mi sello en la cúpula de los Inválidos o en las torres de Notre-Dame tal como era con Flor en la Argentina. ¡Con Flor o también con la vieja Polonia aristocrática!”

De la contradicción entre la juventud inferior y la intelligentsia despreciativa surge un amor extraño.“Escríbeme, mis lazos con la Argentina se aflojan y no se puede remediar, cada vez menos cartas, pero es casi seguro que apareceré un día por Buenos Aires, porque experimento una curiosidad casi enfermiza; es realmente extraño que no me atraiga en absoluto Polonia, en cambio, con Argentina no puedo romper”
Gombrowicz le daba a la correspondencia una importancia especial relacionada con el carácter mismo de la literatura. Las cartas que me escribió desde Europa han recorrido un camino sinuoso y contradictorio. En el año 1993 la revista L’Infini de Philippe Sollers publicó trece de las cuarenta cartas que Gombrowicz me había escrito desde Europa.

Un cuarto de siglo antes Gombrowicz le había mandado al Hasídico unas líneas sobre Sollers. “Me he limitado a echarle un vistazo a Sollers, sólo por curiosidad, pues me hallo en pleno galope. Su Sollers es muy venenoso, aunque usted lo haga objeto de sus alabanzas, innecesarias en mi opinión, y el capítulo dedicado a mí parece algo que recorre el espacio como un bólido, diría yo, arrebatado, rugiente y como furioso”
Philippe Sollers es uno de esos hombres que difícilmente suscitan la indiferencia. Omnipresente en la escena literaria francesa desde hace cincuenta años, sus enemigos apuntan un dedo acusador contra ese Judas hacedor y demoledor de destinos, frívolo, superficial y esnob. François Mauriac bendijo su primera novela, pero también lo promovió el poeta comunista Louis Aragon.

“Hay que reconocer que ese doble padrinazgo del Vaticano y del Kremlin fue suficiente para comenzar mi carrera provocando celos y envidias de todo tipo”. La carrera literaria de Gombrowicz, contrario sensu, fue desdeñada por el Vaticano y por el Kremlin, especialmente por el contenido de algunos pasajes de su “Diario”, donde ni le iglesia ni el comunismo quedan muy bien parados.
Yo vengo sometiendo a los editores, a los escritores y a los embajadores a lo que podríamos llamar las ordalías de los tiempos modernos para poder explicar los cambios, mutaciones y metamorfosis que sufren mis relaciones con ellos con el transcurso del tiempo. Una característica común que tienen estos juicios de Dios es que los acusados son sometidos a pruebas invasivas pero extra corporales.

Con este procedimiento me propongo encontrar la causa de esos cambios, mutaciones y transformaciones. La repetición de este fenómeno se ha convertido para mí en un objeto decisivo. La historia de las cartas que me escribió Gombrowicz desde Europa me recordó por su carácter obsesivo a una noche del café Rex. Estábamos dialogando sobre un problema que tenía cierta importancia.
De repente yo tomé la palabra y empecé a hablar apasionadamente de una cuestión que carecía por completo de interés: –Gómez, no veo por qué usted habla con tanto entusiasmo de un asunto insignificante; –Vea, Gombrowicz, si hablara sin entusiasmo nadie me escucharía. Gombrowicz no era muy entusiasta que digamos pero se obsesionaba frecuentemente con temas laterales.

Se ponía a esperar, por ejemplo, la primera cosa que se le aparecería en la ventana de un café por la que estaba mirando. Pero mientras yo trataba de despertar la atención de los demás con el entusiasmo, Gombrowicz lo despierta con la maestría que tiene para sacarle jugo a las piedras. Las transformaciones que sufren mis relaciones con algunos gombrowiczidas son extrañas.
Tienen un cierto parecido con las mutaciones que observa Gombrowicz sobre la mano de un mozo del café Querandí, una mano que pasa de una inocencia absoluta a una posesión diabólica. La transformación que sufrió mi relación con Philippe Sollers tiene algo de esta locura. No creo que haya habido presentación más rimbombante de libros que la que le hicieron a “Cartas a un amigo argentino”.

Esta presentación se la hicieron en el Centro Cultural de España. Lo presentaron el finado Pterodáctilo, que además había escrito el prólogo, y el Buey Corneta en una celebración a la que asistió tout Buenos Aires. Resultó ser un acontecimiento tan importante que entusiasmó al Bucanero, tanto que me invitó a un encuentro en la Casa de América de España.
Lamentablemente para mí el viaje fracasó, Íñigo Ramírez de Haro lo mandó de paseo al Bucanero, le manifestó que yo era un don nadie y que sólo le daría el visto bueno al proyecto si también lo invitaba al Pterodáctilo. Este ilustre hombre de letras hispanohablante, que ya tenía a cuestas el Premio Cervantes de Literatura, pidió una suma considerable de dólares que Íñigo no pudo soportar.

Eróstrato era un pastor del Éfeso que, queriendo hacerse célebre, incendió el templo de Diana, una de las siete maravillas de la antigüedad. Gombrowicz tenía una intención parecida a la del griego, pero en vez de incendiar templos se dedicó a desmontar todas las posiciones de la cultura para hacerse escuchar. Y tanto se hizo escuchar que aún las cartas privadas que nos escribió dieron la vuelta al mundo.
La de la homosexualidad y la inmundicia es inolvidable, pero no sólo ésa. En el año del centenario de Gombrowicz el diario “Clarín” publicó, en el suplemento literario, “Cartas Memorables”: de Jorge Luis Borges a Estela Canto; de Franz Kafka a Milena; de Witold Gombrowicz a Juan Carlos Gómez; de Cristóbal Colón a su Alteza el Rey de España; de Hannah Arendt a Mary MacCarthy; de Charles Baudelaire a su madre.

Las más rutilantes de estas cartas son la de Witold Gombrowicz a Juan Carlos Gómez y la de Charles Baudelaire a su madre. Vamos a transcribir un fragmento de la de Baudelaire. “Y no obstante, en las circunstancias terribles en que me encuentro, estoy convencido de que uno de nosotros matará al otro y de que terminaremos de matarnos mutuamente (...)”
“Después de mi muerte, tú no podrás seguir viviendo, eso está claro. Yo soy el único motivo que te hace vivir. Después de tu muerte, sobre todo si murieses a causa de un choque causado por mí, me mataría, eso es indudable”. En cuanto a la que Gombrowicz me escribió a mí podría decirse que es todo lo contrario de lo que Baudelaire le escribió a la madre.

“Yo le estoy suplicando, Goma, desde que dejé las costa sudamericanas que no me mande certificadas. Bueno, su última, además de ser certificada expres, es la más estúpida que hasta la fecha recibí. 1º ¿Acaso no sabe que Ferdy ha sido editada en Italia hace 4 años? 2º Se imagina, tontamente, que no he recibido su penúltima con la carta yugoslava y ¡da la casualidad que la recibí! (...)”
“3º No venga haciendo líos con Arnesto cuyo prefacio me resulta lleno de brillos y hechizos, además de ser muy talentoso como todo lo que escribe él. Va a ver, Goma, que terminará por sembrar entre nosotros desconfianza y recelo, ya verá, la gente lo repite todo, no sea pavo 4º Como si fuera poco Vd., en vez de mandarme noticias, trata, según parece, en 5 carillas de enseñarme la filosofía de Sartre (...)”

“¡Jua, jua, jua! Lo de que el dolor o el placer cobran valor dentro de la perspectiva del existente, de su mundo, de su situación, de su finalidad, de su futuro, de su proyecto, esto lo sabe cualquier niño. Lo que no saben algunos adultos recién iniciados es que en Sartre (como en todo cartesianismo) el ser se funda en la conciencia, es decir, que si Vd. es consciente de este vaso, el vaso es (aunque no procuraría ni placer, ni dolor) (...)”
“Esto es lo que yo condeno, tarado, pues lo sé hondamente que la existencia no es una relación suelta, tranquila, sino una relación convulsa –y no una libertad (igual en que sentido) sino una tensión. Todas las estupideces de Sartre provienen del hecho que se relacionó con el dolor con una tranquilidad doctoral típica de los cartesianos. No comprendió ni el cuerpo, ni el dolor (...)”

“Por lo tanto le sugiero Goma amistosamente que les diga a todos los amigos que lo considero a Vd. bastante tarado. Salú”. Gombrowicz, cuando se refiere a su vida personal e íntima, casi siempre recurre a fórmulas, anécdotas o generalidades poéticas, evitando casi siempre los detalles. Otra cosa ocurrió en sus cartas a los amigos cercanos, especialmente en los últimos años cuando le escribía a sus amigos argentinos.
En ellas se manifestaba más libremente y sin tantas restricciones, pero esta indecente confesión tardía sonó como una broma. Si bien es cierto que el contenido de las cartas que me escribió Gombrowicz es entonces más o menos conocido, no son tan conocidos los originales de esas cartas, y es aquí donde interviene el Gran Ortiba www.elortiba.org en una publicación que se ha puesto a disposición de Gombrowicz.

En esta versión digital, sin limitación alguna, es donde aparecen escaneadas en su versión digital. Este conjunto de cartas forman una correspondencia que empezó en 1957, un año después de haberlo conocido, y termina a comienzos del 1965 por razones qué sólo Dios conoce y que yo intento explicar en “Gombrowicz, y todo lo demás”, un libro que se ocupa largamente de este intercambio epistolar.
Las razones que nos llevaron a la separación fueron muy distintas. Yo temía en verdad que nuestra relación cayera en el aburrimiento, me sentía amenazado por la posibilidad de que el nivel y la frecuencia de nuestra correspondencia decayeran, no le tenía confianza al arma que me había quedado entre las manos para combatir estas amenazas: la palabra escrita.

Mi última carta fue un tanto desagradable, pero muy fácilmente podía haberla salvado con una más cordial, no lo quise hacer, desde que decidió no volver me fui enredando cada vez más con el presentimiento de la decadencia, y me quedé quieto, ahí. La separación se fue convirtiendo para mí, poco a poco, en una espada con la que le pude cortar las cabezas a esa Hidra que me amenazaba desde el horizonte.
Gombrowicz, en aquellos tiempos, estaba muy ocupado con la administración de su gloria y con sus enfermedades, me hizo un verónica, como hacen los toreros cuando dejan pasar de largo al toro, y me respondió con el silencio. Mientras yo me debatía con mis dudas y con mis especulaciones metafísicas de segundo grado, Gombrowicz se colocó en un plano mundano.

Finalmente se vio obligado a considerar mi actitud como la de una persona de modales descuidados. Todavía caminamos en el plano de las cartas escaneadas, nos falta todavía un paso máspara llegar a las cartas originales. El porqué un original vale más que una copia es una cuestión bastante intrincada. En el caso de la pintura el asunto es para Gombrowicz bastante claro pues le encuentra un parecido con las joyas.
Las joyas son pequeños guijarros cuyo efecto estético es casi nulo, sin embargo, se han gastado millones para tenerlas. La prueba de que esos cristales no representan la belleza es que un diamante artificial, absolutamente idéntico al diamante auténtico, sólo vale unos céntimos. Esto mismo pasa con las copias de los cuadros, el original puede valer una fortuna, en cambio la duplicación no vale nada.

De esta manera se fue formando un mercado de cuadros, como también se había formado uno de joyas y metales preciosos. Aunque a mí no me resulta del todo clara cuál sea la diferencia entre el valor de una carta manuscrita y su versión en letras de molde, quizás podríamos hacer una excepción. Esto ocurre cuando el editor, como en el caso de “Cartas a un amigo argentino”, mete la mano y modifica palabras.
No lo hace con mala voluntad, lo hace para hacer más comprensible el texto. Sea como fuere hay que admitir que existe un mercado para los originales de las cartas de los hombres de letras eminentes. La historia de estas cartas es increíble, la viuda nunca quiso que yo las publicara. Cuando Emecé publicó “Cartas a un amigo argentino” casi le hace un juicio a la editorial.

Finalmente se conformó con prohibirle que vendiera el libro fuera de la Argentina. No le autorizó a Lisowski su publicación en Twórczosc. Cansado de la actitud de la viuda decidí donar las cartas. Se las ofrecí a la Biblioteca Nacional de Polonia y al Museo de Literatura Adam Mickiewicz. La única condición que les puse fue la de que las exhibieran también en versión polaca.
Cuando me enteré que ésta era una condición que sólo podía cumplirse con la autorización de la viuda supe que esa puerta estaba cerrada. Pasó el tiempo. Hace un año, aproximadamente, me puse en contacto con Tomasz Tyczynski, director del Museo Gombrowicz de Wsola, le ofrecí en venta las cartas de Gombrowicz y nos pusimos de acuerdo enseguida.
A medida que pasaba el tiempo mis nervios se ponían tensos. Cuando Tyczynski me dijo en una de sus cartas que el conjunto de las cartas de Gombrowicz pesaba menos que el conjunto de los dólares, a mí se me ocurrió apodarlo Arquímedes, pues sólo por la aplicación del principio de Arquímides el podía hacer esta deducción pues esas cartas nunca las había tenido en sus manos.

En efecto el principio asegura que los cuerpos pierden, cuando se los sumerge en un fluido, un peso igual al peso del volumen del fluido que desalojan. Sea como fuere mi intranquilidad crecía todos los días. A esta altura de las negociaciones ya había entrado en contacto con Edyta Kwiatkowska (Madame de Lespinnase), Agregada Cultural de la Embajada de Polonia en Buenos Aires.
Con Anna Szczepanek (Madame Curie), museóloga del Museo Adam Mickiewicz, y con Dominika Switkowska (George Sand), museóloga del Museo Gombrowicz Wsola. Dudaba si dirigirme a ellos para contarles mis últimas tribulaciones. Ocurre que a medida que nos acercamos al 21 de noviembre, el día de nuestro encuentro en mi casa, tenía pesadillas cuyo verdadero significado no lograba descifrar.

En una de ellas, mientras departíamos cordialmente en mi escritorio sobre la importancia del significado de la repatriación de las cartas de Gombrowicz un artefacto infernal estalló sobre la mesa mientras volaban por los aires las cartas, que a juicio de Arquímedes pesan menos que los dólares, y los dólares. Las cartas caían al suelo hechas trizas mientras los dólares caían al suelo conservando su integridad.
George Sand, Madame Curie y yo tomados por el pánico corrimos por el jardín hacia el fondo donde unas habitaciones se habían transformado en una caballeriza. George Sand y Madame Curie montaron unos caballos briosos y salieron galopando de la casa perdiéndose por las calles de José C. Paz. Aterrorizado y muy apesadumbrado volví al escritorio para escribir un gombrowiczida y relatar los infaustos acontecimientos.

Allí me encontré con Madame de Lespinnase recogiendo rápidamente los últimos dólares caídos en el suelo mientras presurosa los metía en una valija; se despidió de mí y desapareció. Las pesadillas no cesaban, a medida que se hacía más próximo el momento de nuestro encuentro los sueños sobre Gombrowicz se me volvían más indescifrables.
Las recientes invitaciones que me habían hecho los Embajadores de Polonia y Francia a un cóctel al que no podré asistir por mis problemas de salud aumentaron mi actividad onírica hasta lo indecible. En sueños se me aparecía un pájaro cuya verdadera naturaleza no alcanzaba a precisar, pero es seguro que estaba actuando sobre mí la presencia de las cartas y los dólares que fueron también el motivo de mi pesadilla anterior.

Eran sueños confusos, como lo suelen ser los sueños; me atreví entonces a consultar al doctor Cesar Rodríguez-Moroy Porcel, un terapeuta de gran renombre entre los hombres de letras, a ver si con su ayuda los podíamos precisar. Después de un par de sesiones tuve un sueño en el apareció un pájaro que se posaba con suavidad sobre la mesa donde conversaba con George Sand, Madame Curie y Madame de Lespinnase.
Antes de que atináramos a realizar algún movimiento defensivo El Pájaro Tabernil se empezó a devorar rápidamente todas las cartas y los dólares, a digerirlos y a eliminarlos posteriormente sobre la misma mesa. Quizás en el aspecto de ese pájaro esté develado todo el misterio de mis pesadillas. Y llegó el día del encuentro. Madamme de Lespinnase cuidando a la perfección la armonía del grupo.

Después de intercambiarnos algunos regalos George Sand tomó la batuta y se dispuso a reportearme con una filmadora muy bonita y un micrófono impresionante. Anhelaba, como la novia de Chopin con el músico, sacar de mí las mejores ideas y las más brillantes palabras, pero las cosas no ocurrieron así. Para controlar el dolor de mi nervio ciático y mi estado de alteración nerviosa yo había tomado un Tramadol, un analgésico opiáceo.
Brillaba en mí la exaltación pero no la inteligencia, de modo que por no poder hacer mejor cosa me puse a engullir a dos manos unos exquisitos emparedados que mi esposa Élida había servido, conducta que disminuyó notablemente la calidad de mis palabras y de mis ideas. Quizás desencantada por las respuestas que le daba George Sand también se puso nerviosa y con la mano del micrófono le dio un golpe seco a un pocillo de café.

El pocillo se volcó sobre la carpeta de las cartas, de la que asomaba por sus vértices la correspondencia de Gombrowicz. A pesar del Tramadol no pude resistir el dolor, pensé que todo estaba perdido, y que las pesadillas de destrucción que había tenido sólo presagiaban lo que en realidad iba a ocurrir. Pero aquí aparece la mano maestra de Madame Curie.
Ella se da cuenta enseguida de que las cartas no habían sido alcanzadas por el café porque cada una de ellas estaba protegida con un sobre transparente. Con una meticulosidad científica les va quitando el sobre a una por una mientras sonríe bondadosamente. George Sand, un tanto compungida, se sienta al lado de ella y entre las dos controlan si las cartas que están viendo son las que figuran en el contrato.

Para ello se valen del cotejo de las dos palabras iniciales y finales de las cartas comparando la de las cartas con las de un lista que traían preparada de antemano. Finalmente George Sand, con unos dedos largos y elegantes, cuenta los dólares sobre la mesa bajo la mirada atenta de mi esposa Élida. Y se cierra el telón. Unas cartas que estuvieron conmigo más de medio siglo se van para Polonia. Estoy un poco triste.




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jueves, 10 de noviembre de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y LOS PUNTOS DE VISTA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LOS PUNTOS DE VISTA



Así como Gombrowicz miraba y era mirado por los demás de distinta manera. con el transcurso del tiempo yo también llegué a mirar y a ser mirado por los polacos de distinta manera. Para no hacer de este conjunto un universo ilimitado vamos a poner la atención en cinco nombres: Gombrowiz, Milosz, Witkiewicz, Jarzebski y Bereza. Las opiniones de estos hombres son presentadas de una manera especial.
Sólo para resaltar las diferencias de cómo uno puede ver de distinta manera una y la misma cosa vamos a desarrollar esta cuestión interesante. Según parece el Este siempre se ha regido por el principio de que no existe el término medio, de modo que sus hombres de letras o son de una terrible profundidad o de una terrible superficialidad. Sin embargo, siempre dentro del Este, a los polacos hay que añadirles un marbete más.

En efecto, por su situación geográfica intermedia Polonia es una poco la caricatura tanto del Este como del Oeste. El Este polaco es un Este que muere en contacto con Occidente, y viceversa, así que aquí hay algo que empieza a fallar. Gombrowicz toma el caso de Milosz para analizar este asunto polaco. Milosz pertenece, dice Gombrowicz, a este tipo de autores cuya vida personal les dicta la obra.
La mayor parte de su literatura está relacionada con su historia personal y la historia de su tiempo. Se fue convirtiendo poco a poco en el informante oficial del Este para los escritores del Oeste. Esta actividad lo colocó en un terreno en el que, para cuidar su prestigio, intentó ser más profundo que los ingleses y que los franceses, y para cuidar el rendimiento de sus temas, tuvo que recurrir con frecuencia a la grandeza y al terror.

Gombrowicz terminó por ubicar a Milosz, no como al guardián de un verdadero misterio, sino como a un borrachín más de la gran taberna polaca. El cuño literario y existencial de Gombrowicz se mueve entre la templanza religiosa de Milosz y el demonismo metafísico de Witkiewicz; de ambos fue amigo aunque en épocas diferentes.
A Witkiewicz lo veía a menudo en su juventud, antes de la guerra, pero tenía que utilizar alta diplomacia para mantener una cierta armonía con una naturaleza tan diferente de la suya. Sin embargo, Witkacy también le tenía paciencia a él. Gombrowicz, que conocía el egocentrismo agresivo de ese gigante pesado, estaba dispuesto a romper las relaciones con él en cualquier momento.

No le importaba que para diferenciarse de Witkacy tuviera que insistir en la representación del papel de un terrateniente snob. “Cuando Witkacy se deleitaba a su manera, demoníaca, con la perfecta necedad del señor X, yo preguntaba: –¿No es ese señor pariente de los condes Plater? Él me contemplaba con una mirada apagada y contestaba pesadamente: –No sé si es pariente de los Plater”
Witkacy se daba cuenta que le respondía con su propia pose a su pose, pero el séquito de tontos que lo rodeaba, en cambio, lo consideraba a Gombrowicz como a un verdadero idiota. Witkiewicz se rodeaba de este conjunto de imbéciles mediocres para que lo adoraran. “Jamás he visto con más nitidez cómo en Polonia, la superioridad y la inferioridad no son capaces de convivir normalmente (...)”

“Se hunden mutuamente en la farsa”. En Francia un universitario puede conversar de igual a igual con alguien que sólo sabe leer y escribir, y ambos pueden encontrar un terreno común para comunicarse libremente. Y un hombre francés puede hablar de la grandeza de otro hombre sin rebajarse a sí mismo. En Polonia, según parece, no ocurre lo mismo.
Hay que decir, no obstante, que este hombre endemoniado luchaba contra el fanatismo nacionalista, contra los delirios de grandeza polacos, contra la misión de Polonia “Semper fidelis” en los confines de Europa. Despreciaba a los intelectuales polacos mediocres. “Qué despreciable es el intelectual medio polaco. Prefiero a la gentuza de altos vuelos (...)”

“O simplemente a la espiral humana, en la que se esconde todo el implacable y maléfico futuro de los estratos sociales de la humanidad, ya en completo desuso. Nuestro horizonte literario está dominado por la charlatanería más barata y por los más bajos instintos aduladores destinados a un público viciado desde hace años por constantes caricias”
El elemento que lo hace a Witkacy tan familiar a nuestro presente es el demonismo, un demonismo al que Gombrowicz califica de monstruosidad. Su objetivismo inhumano se transformó en algo escandalosamente humano, se transformó en cinismo. El cinismo se metamorfoseó en brutalidad sexual. A las monstruosidades del cinismo del intelecto y de la brutalidad del sexo le agregó otra monstruosidad más: el absurdo.

Impotente y desesperado frente la insensatez del mundo lleva el absurdo al punto de convertirse él mismo en un absurdo, un sin sentido que utiliza para vengarse de los hombres. “Finalmente llega a la monstruosidad metafísica. Quiere alcanzar el escalofrío metafísico que nos arranca de lo cotidiano, colocando a la naturaleza humana en contacto inmediato con su insondable misterio (...)”
“Por otra parte, esta metafísica no eleva al hombre, al contrario, lo desfigura. Witkiewicz tiene algo de un ser fantástico por su deforme y convulsa capacidad de excitarse frente al abismo de su propia persona. El frío sadismo con el que este autor trata los productos de su imaginación no se apaga jamás, ni siquiera un segundo. La metafísica es para él una orgía, en la que se abandona con el enfurecimiento de un loco”

Gombrowicz era el benjamín de un grupo que recibió el nombre de los tres mosqueteros: Stanislaw Ignacy Witkiewicz, Bruno Schulz y Witold Gombrowicz. Sin embargo, ninguno de los tres tenía un sentimiento marcado de pertenencia a ese clan de escritores cuyo horizonte era bastante diferente al del nivel medio de la literatura polaca.
Bruno Schulz llevó a Gombrowicz a la casa del más loco de los mosqueteros.
Stanislaw Ignacy Witkiewicz. De ese modo esos tres hombres que trataban de orientar la literatura polaca hacia nuevos caminos, que tuvieron una gran influencia en el arte polaco y que fueron apreciados en el mundo, se encontraban por fin juntos. Si dejamos un poco de lado el entusiasmo de Bruno por Gombrowicz se podría decir que el escepticismo y la frialdad reinó siempre entre ellos.

Gombrowicz no creía en el arte de Witkacy, y Witkacy pensaba que Gombrowicz era demasiado hijo de mamá y no esperaba de él nada extraordinario. Desde el primer encuentro Witkacy lo cansó a Gombrowicz y lo aburrió, se atormentaba a sí mismo y a los demás con una actuación teatral incesante para sorprender y centrar la atención de los demás en él.
Sus defectos eran también los de Gombrowicz que los observaba en Witkacy como en un espejo deformante, monstruoso y de proporciones apocalípticas. Cuando le mostró su “museo de los horrores” en el que lucía la lengua seca de un recién nacido Gombrowicz lo detuvo con una actitud de hidalgo polaco: –¡Pero no nos enseñe cosas semejantes! ¡Eso es incorrecto!

Fue el instinto de conservación, Gombrowicz sabía que si no se le oponía de inmediato lo iba a dominar e incluir en su séquito. A pesar de los antagonismos y animosidades de los tres mosqueteros tenían en común el deseo de sobrepasar los límites del provincianismo polaco y salir a aguas más abiertas respirando el aire de Europa y del mundo, al contrario de los ases locales que eran cien veces más polacos.
Conocían el valor de la originalidad en una medida universal más que local, y abordaban el arte formados en técnicas y conceptos extranjeros de vanguardia decididos a tomar a la literatura polaca por los cuernos. Renunciaron a muchos amores que podían atarlos y fueron más libres e incisivos, más severos y dramáticos. La inteligencia y la intransigencia de Witkiewicz eran espléndidas.

Sin embargo exageraba su actitud de teórico endemoniado y no se daba cuenta de que aburría, su incapacidad de tratar con un hombre vivo sin considerarlo una abstracción era irritante y lo convirtió en un hombre seco y farsante. Witkacy, el demonio, acabó consigo de una manera demoníaca. Huyendo de los bolcheviques en la última guerra se mató en un bosque.
“La derrota que sufrió Witkacy era inteligente: el demonismo se convirtió para él en un juguete, y ese payaso trágico estuvo muriéndose durante su vida, como Jarry, con un palillo entre los dientes, con sus teorías, con la forma pura, sus dramas, sus retratos, sus 'tripas', su 'panza' y sus colecciones porno-macabras. Lo que se destaca en él es la impotencia frente a la realidad y la suciedad de su imaginación (...)”

“No era sólo el resultado de la irrupción de lo asqueroso en el arte europeo, sino también la expresión de nuestra impotencia ante la suciedad que nos devoraba en una casa de campesinos, en el camastro judío, en las casas sin retrete. Los polacos de esta generación ya percibían con toda claridad la suciedad como algo extraño y horrible, pero no sabían qué hacer con ello (...)”
“Era un forúnculo que llevaban encima y cuyas ponzoñas los envenenaban”. Un talante parecido empleé yo para dar cuenta de Jarzebski. “Pero, ¿para qué?, si ni siquiera sé si recibes mis cartas. Tienes la conducta de una persona de malos modales, que no tiene ningún interés en mantener una correspondencia conmigo, pero te disculpo, porque la idea que me hago de vos es equivalente a la de una Vaca (...)”

“Una Vaca que la mandan fuera de Polonia a comer pasto y cuando regresa la ordeñan hasta dejarla exhausta. Supongo que a estas horas tus ubres no deben dar abasto”. La Vaca es un insigne profesor de la Universidad Jaguellónica de Cracovia, crítico e historiador de la literatura este especialista en Gombrowicz despliega una gran actividad por el mundo entero.
Visitó la Argentina en el año 1998 buscando rastros de Gombrowicz y en el 2004, el año del centenario, para participar del homenaje que le hicimos en la Feria del libro. En “Juguemos a Gombrowicz” la Vaca define las reglas de un juego que él mismo inventa para comprender a Gombrowicz. “ Salvo las escaramuzas con un mundo que lo disfraza ridículamente con máscaras, anda en busca de algo más duradero”

“Eso en dos caminos paralelos: presenta al mundo de manera obsesiva y repetida, su gesto espontáneo –frente a las personas, las cosas, los valores–, trata de entrever a partir de ese gesto, la diferencia específica que lo separa de los demás; pero además, intenta crear el modelo intelectual de esos enfrentamientos con el entorno, reencontrándose en una fórmula repetitiva y algo mágica (...)”
“Una fórmula mágica que –de un modo casi independiente del propio jugador– dará forma a su biografía”. Este galimatías de la Vaca, que no tiene nada que envidiarle a los que posteriormente escribieron el Pato Criollo y el Vate Marxista, me lo volvió a recitar en Buenos Aires y me dejó mal predispuesto. Cuando lo llevé a Santos Lugares a conocer al Pterodáctilo quedó deslumbrado y aturdido con nuestro hombre de letras.

“Mi expresión personal es completamente diferente de la tuya. Tú eres más que nada un actor, con un gran gesto, con una mímica muy expresiva, la voz lenta y modulada, con enunciados organizados como un poema. Yo estoy mucho más ‘oculto’, soy introvertido ¡El encuentro con Sabato! Me gustó mucho, estaba tan emocionado que dejé en su casa el primer casete (...)”
“Te burlarás de mí, pero no me atreví a pedirle que me firmara el ejemplar de ‘Sobre héroes y tumbas’ que había llevado conmigo a propósito”. La Vaca ha alcanzado una gran maestría en el arte de no decir nada, mejor dicho, en el arte de decir algo y todo lo contrario al mismo tiempo, cosa que se me hizo muy evidente cuando leí “El drama del ego en el drama de la historia”.

Este es un texto que la Corifea puso en mis manos y ante el que estaba arrodillada con la devoción de una adoratriz. La Vaca tiene mucho talento para ponerle títulos a sus textos, el de “El drama del ego en el drama de la historia”, es un buen ejemplo de ello. El punto de partida de las especulaciones que hace en este trabajo es que el drama de Gombrowicz está adentro, es decir, en la psique, pero también afuera.
Esto quiere decir que también esta fuera en la historia del siglo XX; que el drama de Gombrowicz está en la lectura de su teatro, pero también en su escenificación. Promediando su análisis nos advierte que esta divergencia no es tan radical como pudiera parecer. En efecto, la convergencia se produce en la esfera del drama familiar donde lo de adentro y lo de afuera son más o menos la misma cosa.

Y son la misma cosa porque la familia es un sistema social íntimo y, al mismo tiempo, una miniatura del macromundo social. Acto seguido le aplica a las tres piezas teatrales de Gombrowicz la trinidad consagrada de Freud: el yo, el super yo, y el ello, para mostrarnos cómo una y la misma cosa puede estar en la psique y en la historia al mismo tiempo, de donde deduce que el drama es psicológico.
Pero el drama además es antropológico, dice también que el aherrojamiento de Gombrowicz estaba en las esfera del yo, pero también en la miniatura del macromundo social. Yo supongo que en la medida en que la Vaca siga obligándose a complacer a públicos diferentes va a resultar cierto lo de que una cosa puede ser A y no A al mismo tiempo.

La Vaca, conocido también como el científico de Cracovia por sus aportes literarios continuos y cuidadosamente elaborados, tiene inclinaciones donjuanescas. No basta para conformar estas inclinaciones que sea profesor de filología, debe haber en él una predisposición amatoria, probablemente genética, que lo orienta para ir detrás de estas aventuras.
Desde el mismo comienzo de nuestra relación epistolar tuve sospechas de que la Vaca corría tras las jóvenes estudiantes como los faunos seductores corren en el bosque tras las campesinas. ”Es una generación mucho más joven y quisiste entrar en la Corifea con una llave equivocada, a mí me resulta más fácil porque siento mejor su estilo y el de su generación (...)”

“Además de que, como ya te escribí, tengo un buen contacto con las chicas, aunque no lo quieras creer. Puede ser por eso que trabajo en la universidad y tengo con esa gente un contacto diario. Mi ventaja es que puedo vivir entre chicas muy lindas, con la belleza de la juventud. Sí, sí, podés tener envidia de mí por mis jóvenes”. Es muy útil descubrir los vicios asociados a los hombres de letras.
Estos vicios nos orientan en el recorrido de los laberintos del mundo que construyen en sus escritos. En la actualidad estoy empeñado en ponerle el punto final a los estudios que he emprendido para descubrir cuál es la verdadera personalidad de la Vaca y su vicio más característico. Durante un tiempo prolongado la Vaca recorrió el camino de la heurística, de la exégesis y de la hermenéutica.

De esta manera completó el trayecto que va del descubrimiento a la explicación. Finalmente se convirtió en un santo que intenta guiarnos en el camino hacia Gombrowicz. En “Gombrowicz hacia Europa” la Vaca formula cinco interrogantes que responde con un sí y con un no a cada uno de ellos, utilizando el mismo procedimiento que ya había aplicado en “El drama del ego en el drama de la historia”.
¿Podemos entrar a Europa de la mano de Gombrowicz? ¿Se convertirá Gombrowicz en el vate nacional como Mickiewicz? ¿es Gombrowicz un hombre de izquierda o de derecha? ¿Es católico, comunista o existencialista? ¿Podemos estar a la altura de Gombrowicz? La Vaca va ajustando las cuentas conmigo poco a poco, en “Espiando a Gombrowicz” se refiere a mí de manera desdeñosa.

“ Pero... la maldición de Gómez es la de que no se nos mostró como artista y sólo brilla con la luz que refleja. Estaría contento si consiguiera para sí mismo la fama y los aplausos que consiguió Gombrowicz en forma auténtica, pero esos materiales no le alcanzan para una túnica real. ¿Podrías arrodillarte delante de mí y llamarme genio?, me propuso este juego al estilo Gombrowicz (...)”
“El juego es una cosa buena pero después de un rato renace la necesidad de algo más serio. Gómez, no sólo se enamoró de Gombrowicz, también tomó de él el deseo de la celebridad y de la grandeza pero sin la determinación y la fuerza creativa necesarias. Este alumno sabe imitar el gran gesto del maestro pero ese gesto vacío es como el duelo final del ‘Transatlántico’”

El domingo que siguió al día de nuestras exposiciones en la Feria del Libro del año del centenario, nos encontramos en lo de Madame du Plastique que homenajeó a los tres ponentes con un almuerzo que dio en su casa de San Isidro. Yo exclamé que en tanto que representante de Gombrowicz en la tierra le exigía a la Vaca que se arrodillara delante de mí y me llamara genio.
Me había dicho que sólo lo haría, cuando se lo pedí por primera vez en 1998, en el momento que yo me manifestara como escritor con una obra. El momento había llegado, pero la pobre Vaca estaba cansada con tanto trajín y con el viaje, y en vez de arrodillarse y de llamarme genio, se durmió. “Twórczosc”, la revista literaria más prestigiosa de Polonia, es atacada de una manera ruin y artera por la Vaca.

“No construyáis demasiado sobre ‘Twórczosc’ porque es una sociedad respetable pero bastante cerrada y apegada a las viejas tradiciones homoeróticas después del paso de Iwaszkiewicz por su redacción. Los que publican ahí, si admiran de Gombrowicz, corren el peligro de ser calificados de homosexuales” Bereza, redactor de la revista y uno de los mejores críticos literarios de Polonia, le contesta con firmeza y dignidad.
“Una cantidad nada desdeñable de gombrowiczólogos se han convertido en unos maestros en desparramar mierda. No saben lo que escriben, ni siquiera sospechan que escriben tan solo contra sí mismos, dejando evidencia de su propia manera de pensar y de su desvergüenza moral. Ningún bien puede tener influencia sobre ellos, no existe en ellos ninguna posibilidad de asimilar el bien (...)”

“En la región de estos gombrowiczólogos no saben que en el mundo en el que están sólo se puede ver mierda, ni que existe algo fuera de esa mierda, algo así pertenece a una esfera inalcanzable para ellos. La intensa relación espiritual de Gombrowicz con sus discípulos es uno de esos milagros de la existencia que puede ocurrir entre hombres, entre mujeres, entre mujeres y hombres.
“Puede ocurrir independientemente de las diferencias que existan entre generaciones, entre sexos y, en general, entre todo, solamente no puede ocurrir en los maestros en desparramar mierda porque su personalidad y su mentalidad, achatadas como después de un planchado, no pueden captar ni ver algo parecido”. Mientras tanto Gombrowicz no lo abandonaba a Witkiewicz por que lo consideraba una encarnación del demonio.

“Witkiewicz, desenfrenado y perspicaz, cuya inspiración provenía del cinismo, era suficientemente degenerado y loco como para salir de la normalidad polaca hacia unos espacios ilimitados, y al mismo tiempo lo bastante sensato y consciente como para devolver la locura a la normalidad y unirla a la realidad. Sin embargo, desaprovechó su talento, seducido por su propio demonismo (...)”
“No supo unir lo anormal a lo normal, fue víctima de su propia excentricidad. Todo amaneramiento es resultado de la incapacidad de oponerse a la forma; cierta manera de ser se nos contagia, se convierte en vicio, se hace, como suele decirse, más fuerte que nosotros. Estos escritores estaban muy poco asentados en la realidad, o más bien estaban asentados en la irrealidad polaca o en la realidad incompleta (...)”

“No es de extrañar pues que no supieran defenderse ante la hipertrofia de la forma. Para Witkiewicz el amaneramiento se convirtió en facilidad y absolución del esfuerzo, por eso su forma es tan apresurada como negligente”. Gombrowicz veía a Witkiewicz a menudo en su juventud, pero tenía que utilizar alta diplomacia para mantener una cierta armonía con una naturaleza tan diferente de la suya.
Hay que decir que Witkiewicz también le tenía paciencia a él. Gombrowicz, que conocía el egocentrismo agresivo de ese gigante pesado y esquizofrénico, estaba dispuesto a romper las relaciones con él en cualquier momento, así que no le importaba que para diferenciarse de Witkiewicz tuviera que insistir en la representación del papel de un terrateniente snob y amanerado.

Witkacy se daba cuenta que le respondía con su propia pose a su pose, pero el séquito de tontos que lo rodeaba, en cambio, lo consideraba a Gombrowicz como a un verdadero idiota. Despreciaba a los intelectuales polacos mediocres. El elemento que lo hace a Witkacy tan familiar a nuestro presente es el demonismo, un demonismo al que Gombrowicz califica de monstruosidad.
El objetivismo inhumano de Witkiewicz se transformó en algo escandalosamente humano, se transformó en un brutal cinismo, y el cinismo terminó por metamorfosearse en una brutalidad sexual sistemática. A las monstruosidades del cinismo del intelecto y a las monstruosidades de la brutalidad del sexo Witkiewicz le agregó otra monstruosidad más: el absurdo.

Impotente y desesperado frente la insensatez del mundo lleva el absurdo al punto de convertirse él mismo en un absurdo, un sin sentido que utiliza para vengarse de los hombres en todos los planos de la existencia. “Finalmente llega a la monstruosidad metafísica. Quiere alcanzar el escalofrío metafísico que nos arranca de lo cotidiano, colocando a la naturaleza humana en contacto inmediato con su insondable misterio.
Por otra parte, esta metafísica no eleva al hombre, al contrario, lo desfigura. Witkiewicz tiene algo de un ser fantástico por su deforme y convulsa capacidad de excitarse frente al abismo de su propia persona. El frío sadismo con el que este autor trata los productos de su imaginación no se apaga jamás, ni siquiera un segundo. La metafísica es para él una orgía, en la que se abandona con el enfurecimiento de un loco”.

Gombrowicz era el benjamín de un grupo que recibió el nombre de los tres mosqueteros: Stanislaw Ignacy Witkiewicz, Bruno Schulz y Witold Gombrowicz. Sin embargo, ninguno de los tres tenía un sentimiento marcado de pertenencia a ese clan de escritores cuyo horizonte era bastante diferente al del nivel medio de la literatura polaca. Bruno Schulz llevó a Gombrowicz a la casa del más loco de los mosqueteros.
Stanislaw Ignacy Witkiewicz. Esos tres hombres trataron de orientar la literatura polaca hacia nuevos caminos. Tuvieron una gran influencia en el arte polaco y fueron apreciados en el mundo entero. Witkiewicz, Schulz y Gombrowicz se encontraban por fin juntos. Stanislaw Ignacy Mitkiewicz quiso tener más de un nombre, como también los tiene el diablo, y adoptó el seudónimo de Witkacy.

Lo hizo para distinguirse de su padre, Stanislaw Witkiewicz, pintor y escritor como él. “La derrota que sufrió Witkacy era inteligente. El demonismo se convirtió para él en un juguete, y ese payaso trágico estuvo muriéndose durante su vida, como Jarry, con un palillo entre los dientes, con sus teorías, con la forma pura, sus dramas, sus retratos, sus 'tripas', su 'panza' y sus colecciones porno-macabras (...)”
“Lo que se destaca en él es la impotencia frente a la realidad y la suciedad de su imaginación, que no era sólo el resultado de la irrupción de lo asqueroso en el arte europeo. Era también la expresión de nuestra impotencia y nuestra parálisis ante la suciedad que nos devoraba en una casa de campesinos, en el camastro judío, en las casas sin retrete (...)”

“Los polacos de esta generación ya percibían con toda claridad la suciedad como algo extraño y horrible, pero no sabían qué hacer con ello, era un forúnculo que llevaban encima y cuyas ponzoñas los envenenaban”. Bruno Schulz fue llevado a un campo de concentración donde un oficial alemán encantado con sus dibujos espléndidos lo tomó bajo su protección.
Desgraciadamente, otro oficial alemán resolvió un conflicto que tenía con el protector pegándole a Schulz dos tiros en la nuca. Mientras Witkiewicz y Schulz morían en Polonia, Gombrowicz vagaba por Buenos Aires e intentaba olvidar la pobreza, la soledad y el desastre jugando al ajedrez en el café Rex. Henryk Bereza es poeta, ensayista y uno de los críticos más eminentes de Polonia.

Nos pone sobre aviso de la propensión que tenía Gombrowicz para jugar en contra de sí mismo con el propósito de provocar a los lectores. En unas palabras recientes que Henryk Bereza escribe sobre mí, despotrica contra las actuales condiciones políticas de la Polonia. “Juan Carlos Gómez es para mí el más importante exégeta de Gombrowicz entre los vivientes del mundo (...)”
“Ningún espíritu científico puede competir con él teniendo en cuenta su unión espiritual muy particular con el maestro y sus competencias intelectuales tan singulares de las que surgió como prueba sugestiva su brillante e insuperable trilogía gombrowicziana publicada en ‘Twórczosc’ (2004). Uno no llega a entender por qué esa trilogía no ha despertado interés en ningún editor de la patria del gran escritor a quien los manipuladores de la autoridad nunca podrán esconder ni destruir”




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