miércoles, 19 de octubre de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y EL MATRIMONIO

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y EL MATRIMONIO


Hay un párrafo salido de mi propia mano que me ayudó a abordar el problema intrincado que Gombrowicz tenía con el matrimonio. “Yo también me veo a menudo armando un dinosaurio cuando hablo de sus dolores y de su grandeza pero, en cambio, me siento conversando con un amigo inolvidable cuando lo recuerdo como ese noble polaco venido a menos caído al nivel de un burgués sin medios (...)”
“Ni tan grave ni tan ligero, ni tan sabio ni tan burro, ni tan profundo ni tan superficial, ni tan metafísico ni tan realista, ni tan afectuoso ni tan frío. Él tenía una tendencia natural a desviarse hacia los extremos pero con su conciencia agudísima se ponía en el medio. Un burgués inteligente, perezoso y bromista, ni más ni menos”. Esto lo digo yo en el final de “Gombrowicz y todo lo demás”.

Existe un contraste evidente entre cómo Gombrowicz aborda el problema del matrimonio en sus escritos y cómo lo aborda en la vida real. En cuanto a la literatura se refiere en las vísperas ocurren fenómenos o catástrofes que impiden que el matrimonio se consume. En “Ivona” la novia se atraganta y muere con una espina de corvina atravesada en la garganta en el banquete en el que se anuncia la ceremonia nupcial.
En “El casamiento” el matrimonio de Henryk se malogra cuando su amigo Wladzio, a pedido del propio Henryk, se mata para conseguir la pureza de Manka-Mania, la novia de Henryk. Uno de los fenómenos más extraños que impiden que el casamiento de Gombrowicz se consume ocurre en “Aventuras”. En su casa de campo de Polonia, descansaba y se entretenía para pasar el tiempo.

El Negro había desaparecido, el otoño se acercaba. Por mera diversión empezó a construir un globo aerostático tipo Montgolfier. Una mañana, después que lo tuvo terminado, encendió la llama de la lámpara y empezó a ascender. Voló sobre el bosque y sobre el río, desde abajo la población lanzaba gritos jubilosos, cuando llegó a una altura de cincuenta metros apagó la mecha y empezó a descender.
Gombrowicz aterrizó en un patio en el que lo recibieron con risas y bravos. Interrumpieron la merienda y lo invitaron a tomar café, queso y pastelillos. El protagonista les propuso que uno de ellos podía subir a la cesta y volvió a encender la llama. La pasajera que subió le proporcionaba una alegría íntima mucho mayor que el globo mismo.

Por primera vez en la vida sentía que estaba perdiendo el juicio mientras ella lo escuchaba con atención. A pesar de que es bien sabido por todos que las mujeres aman lo novelesco y aventurado, no se atrevió a contarle nada de sus aventuras con el Negro... Llegó el día del cambio de anillos... Luego empezó a acercarse también el día de la boda.
Pero una semana antes de la fecha de casamiento, cuando se sentía penetrado por el secreto y el escalofrío jubiloso prenupcial, se le ocurrió hacer un paseo en globo durante un día de tormenta. La tormenta fue tan grande que lo arrastró con fuerza diabólica, y después de varias horas, al levantarse el telón del alba, vio que debajo de él se agitaban las olas del Mar Amarillo.

Se preguntaba qué podía hacer cuando volviera a ver los abedules y los ojos de la mujer amada. No, no le era posible volver, tenía que abandonar todo aquello que ya lo había abandonado a él. El sueño de Kierkeggard que ruega a Dios que le devuelva a Regina no es el mismo de Gombrowicz en “El casamiento”; Manka estaba pasada de vueltas cuando Henryk le ruega al padre que se la devuelva virgen e inocente.
Los padres de Henryk no tenían una buena opinión de Manka. “La mayor dificultad consiste en que ‘El casamiento’ no es una transposición artística de un problema o una situación. Es una libre descarga de la imaginación, eso sí, dirigida a un fin determinado. Lo cual no quiere decir que ‘El casamiento’ no cuente una historia: es el drama de Henryk, un hombre contemporáneo cuyo mundo ha sido transformado (...)”

“Ha visto en sueños su casa convertida en una miserable taberna y a su novia Manka-Mania con el aspecto de una pobre mujerzuela. Deseando recuperar el pasado, este hombre proclama rey a su padre, y en su novia quiere ver una virgen. Todo en vano, puesto que no sólo su mundo ha sido destruido, es él mismo quien también ha sufrido un hundimiento y a quien ya se le han agotado aquellos sentimientos de antaño (...)”
“Es el sueño acerca de una época, que expresa los tormentos de nuestro tiempo presente. Pero a la vez es el sueño que anticipa una época que trata de adivinar el futuro que vendrá. El sentido de estas reflexiones resulta melancólico y lejano, la verdad es que no tengo ninguna seguridad de que ‘El casamiento’ se represente mientras yo viva, quizá después de muerto”.

El príncipe Segismundo, de “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, y el príncipe Henryk, de “El casamiento” de Gombrowicz, siguen caminos diferentes. Sin embargo ninguno de los dos distingue en sus historias si son verdaderamente reales o están dictadas tan sólo por los sueños. Los sueños y el yo son ideas poderosas, son el origen de todas las cosas.
También son ideas poderosas por la grandeza que pueden alcanzar en la forma de una personalidad. Que el yo y los sueños sean el origen de todas las cosas es una cuestión con la que no todos están de acuerdo. La tragedia sólo es posible si hay por lo menos dos personas, si existe un antagonismo real entre dos personas diferentes, ajenas una a la otra, que por esa diferencia se pueden destruir mutuamente.

Pero si lo que ocurre, ocurre entre una persona y un mundo de sueños cuya existencia está tan solo en el poder de su imaginación, el resultado puede ser irónico o paradójico, satírico o burlesco, todo menos dramático. No existe drama donde la resistencia del otro no es real y existe sólo en la región del sueño. Pero el sueño de “El casamiento”, según lo ve Gombrowicz, es un sueño sobre la realidad.
Los miedos que enfrenta el protagonista provienen de un contacto real con la vida, aunque sea un contacto con personas creadas por su imaginación en la esfera de los sueños. Los padres de Henryk no tenían una buena opinión de Manka-Mania. “Por favor, no piensen que pueden permitírselo todo porque esto es una posada. ¿Pero qué es esto? ¡Eh! (...)”

“Les entran las ganas, también es una calamidad que a esta arrastrada todos la quieran manosear, no piensan más que en tocarla, todos la tocan y la sofaldan, día y noche, sin parar, siempre igual, frotarla, sobarla, sofaldarla, y eso trae problemas. ¡No te cases con ella! Porque el viejo borracho dijo la verdad. Ella tonteaba con Wladzio, en el pasado. ¡También yo los sorprendí sobándose junto al pozo en pleno día (...)”
“Se toqueteaban y se buscaban, él a ella y ella a él, Henryk, no te cases!”. Gombrowicz empezó “El casamiento” durante la guerra con el propósito de escribir la parodia de un drama genial. Se propuso mostrar a la humanidad en su paso de la iglesia de Dios a la iglesia de los hombres. Sin embargo esta idea no le apareció al comienzo, en la mitad del segundo acto todavía no sabía bien lo que quería.

“El casamiento” es la teatralidad de la existencia, una realidad creada a través de la forma que se vuelve contra Henryk y lo destruye. En esta obra Gombrowicz les abre la puerta a sus percepciones proféticas. “Empecé ‘El casamiento’ en el año 1944, en la localidad de La Falda de la provincia de Córdoba. Estaba convaleciente de unas líneas de fiebre persistentes (...)”
“Como supe al fin, se debían a que el termómetro marcaba unas décimas de más. Esta pieza de teatro se fue estructurando en mí lentamente, a tirones, a lo largo de esa existencia argentina, un día tras otro. ‘Fausto’ y ‘Hamlet’ fueron mis modelos, pero sólo lo fueron en lo referente a su genialidad. Quería escribir un drama que fuera grande y genial, y me remití a estas obras, que en mi juventud había leído con veneración (...)”

“Mis ambiciones no estaban exentas de cierta astucia, ladino como era, presentía que era más fácil escribir una gran obra que una obra simplemente buena. La vía del genio me parecía menos ardua. ‘El casamiento’ que, como todas mis obras, se rebela contra la forma, es una parodia de la forma. Es una parodia del drama genial, pero, parodiando el genio quizá alcanzara algo más (...)”
“¿Acaso no iba a poder introducir fraudulentamente un poco de mi propio genio, de contrabando? Me propuse mostrar a la humanidad en su paso de la Iglesia de Dios a la iglesia de los hombres. Con todo, la idea no surgió desde el comienzo de mi obra. Primero empecé por lanzar a la escena un puñado de visiones, de gérmenes, de situaciones (...)”

“Lentamente a trompicones, llegué a esa idea, iba por la mitad del segundo acto y seguía sin saber lo que quería. Y se me antojaba que la creación bamboleante, ebria y sonámbula, a partir de los cortocircuitos de la forma, de sus conexiones y combinaciones, se correspondía con el devenir de la propia historia, la cual avanza también medio ebria y sonámbula (...)”
“Pueden detectarse en ‘El casamiento’ ciertos mecanismos de gestación del hombre y de la humanidad modernos. La presencia constante de la forma en la escena constituye el spiritus movens del drama. Y aquel que se deje arrastrar en los torbellinos de la forma en proceso de formación, queda preso para siempre en una duda mortal. ¿Es eso cierto? ¿Es sensato, o más bien estúpido? ¿Es realidad o sueño? (...)”

“Mi modesto teatro de aficionado no es teatro del absurdo, sino teatro de ideas, con sus medios propios, sus propios objetivos, su clima particular y un mundo personal”. En esta pieza de teatro se narra el sueño sobre una ceremonia religiosa y metafísica que se celebra en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror que se está formando a sí mismo de un modo imprevisible.
Éste es un acorde disonante entre el individuo y la forma; si no hay Dios, los valores nacen entre los hombres. Pero el reinado de Henryk sobre los hombres tiene que hacerse real, las necesidades formales de la acción para hacerlo rey terminan por derrumbarlo y toda la transmutación fracasa; ha recibido un zarpazo de Dios. En esta pieza de teatro se cuenta el sueño de un soldado polaco alistado en el ejército francés.

Está peleando contra los alemanes en algún lugar de Francia. Durante el sueño se le abren paso las preocupaciones que tiene por su familia perdida en alguna de las provincias profundas de Polonia y se le despiertan los temores del hombre contemporáneo a caballo de dos épocas. Henryk ve surgir de ese mundo onírico a su casa natal en Polonia, a sus padres y a su novia.
El hogar de Henryk se ha envilecido y transformado en una taberna empobrecida en la que su novia Mania es la camarera y su padre el tabernero, y ese padre miserable y degradado en una posada miserable, perseguido por unos borrachos que se mofan de él, grita al cielo que es intocable, y alrededor de esta exclamación desesperada se empieza a hilar toda la trama de la obra.

Los borrachos cantando y bailando a su alrededor con risas beodas y sarcásticas lo señalan con el dedo como si fuera un rey intocable. Pero, entonces, el hijo le rinde homenaje al padre con toda la seriedad y pompas de una consagración real, y el padre se transforma en rey. Ya como rey el padre eleva al hijo a la dignidad de príncipe de la corona y le hace una promesa.
En virtud de su poder real, le concederá un casamiento digno y religioso que restituirá a la novia la pureza y la integridad de antaño. Cuando se está preparando el casamiento digno y sagrado que celebrará un obispo el sueño del protagonista empieza a vacilar junto a la misma ceremonia, se siente amenazado por la estupidez justamente cuando aspira con toda el alma a la sabiduría, a la dignidad y a la pureza.

Poco a poco, va perdiendo la confianza en sí mismo y en el sueño. Otra vez entra en la escena el cabecilla de los borrachos para provocarlos. Cuando Henryk está a punto de pegarle al borracho, la escena se metamorfosea en una recepción de la corte en la que el borracho se ha convertido en el embajador de una potencia extranjera que incita al príncipe a la traición.
El obispo, el rey, la iglesia y Dios son viejas supersticiones y, si Henryk se proclamara a sí mismo rey, ninguna autoridad divina ni terrenal le sería necesaria. Se administraría a sí mismo el sacramento del matrimonio y obligaría a todos a reconocerlo y a reconocer a la novia como pura y unida a él. La transformación había comenzado con la intocabilidad del padre.

Sin embargo culmina en el paso de un mundo basado en la autoridad divina y paternal a otro en el que la propia voluntad de Henryk deberá convertirse en la autoridad divina y creadora como la de Hitler, como la de Stalin. El príncipe cede a la incitación del borracho, destrona al padre y se convierte en rey, pero el borracho anda detrás de algo más, pretende despertar sus celos.
Cuando estaba por finalizar la ceremonia matrimonial le pide a Wladzio, el amigo de Henryk, que sostenga una flor encima de la cabeza de Manka-Mania, la novia. Escamotea rápidamente la flor dejándolos en una actitud falsa y sospechosa que despierta los celos del príncipe. Henryk ve al borracho como si fuera un sacerdote cochino uniendo a su amigo y a su prometida en un casamiento inmoral y bajo.

El padre tenía una idea un tanto rancia sobre su autoridad sobre el hijo y sobre la humanidad. “Y quien alce su mano sacrílega contra su padre cometerá un crimen espantoso, inaudito, infernal, diabólico, abominable y terriblemente despreciable. Un crimen que irá de generación en generación, lanzando gritos y gemidos terribles, en la vergüenza y los tormentos (...)”
“Maldito de Dios y de la Naturaleza, marchito, estigmatizado, abandonado”. Henryk se convierte en un dictador, ha dominado a todo el mundo, también a sus padres, y de nuevo se vuelve a preparar la ceremonia nupcial pero sin Dios, sin otra sanción que la de su poder absoluto. Henryk utiliza, a efectos de alcanzar sus propósitos, un procedimiento drástico (...)”

“Para hacerse de la autoridad que le arrebata al padre y, por lo tanto, a Dios. Es la paz. Todos los elementos rebeldes han sido detenidos. El Parlamento también ha sido detenido. Aparte de eso, también están en la cárcel los medios militares y civiles, y grandes sectores de la población, así como la Corte Suprema, el Estado Mayor y las Direcciones Generales (...)”
“Los Departamentos, los Poderes públicos y privados, la prensa, los hospitales y parvularios, todos están es prisión. Hemos encarcelado también a los ministros y, en general, a todo. También la policía está en la cárcel. Es la paz. La calma”. Sin embargo, la verdadera autoridad de “El casamiento” Gombrowicz la encuentra en el poder que tienen las palabras. “¡Todo eso es mentira! (...)”

“Cada uno dice lo que es conveniente y no lo que quiere decir. Las palabras se alían traicioneramente a espaldas nuestras. Y no somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a nosotros, y traicionan nuestro pensamiento que, a su vez, nos traiciona. ¡Ah, la traición, la sempiterna traición! Las palabras liberan en nosotros ciertos estados psíquicos (...)”
“Nos moldean... crean los vínculos reales entre nosotros. Si tú dices algo como: 'Si tú lo quieres, Henryk, yo, Wladzio, me mataré de mil amores'. Parece en principio algo extraño, pero yo puedo responder con algo más extraño aún, y así, ayudándonos el uno al otro, podemos llegar lejos. ‘Asiste a la boda, Wladzio, y cuando llegue el momento, mátate con este cuchillo’”.

El dictador siente que su poder sólo tendrá una verdadera realidad si es confirmado por alguien que realice voluntariamente el sacrificio de su sangre. Le pide a Wladzio que se mate para él, pues este sacrificio calmará sus celos y lo hará poderoso y formidable para realizar su casamiento y conseguir la pureza de Manka-Mania, la novia. El amigo a pedido del Rey se mata.
Henryk retrocede horrorizado ante lo que ha hecho con el amigo y el casamiento no se consuma. “La impresión que me da Gombrowicz es la de un hombre que construyó su edificio sobre las ruinas de su vida emocional”. Estas declaraciones dramáticas de Czeslaw Milosz contrastan con otras formuladas por algunos gombrowiczidas eminentes.

“Gombrowicz, cuando se refiere a su vida personal e íntima, casi siempre recurre a fórmulas, anécdotas o generalidades poéticas, evitando los detalles. En sus cartas a los amigos cercanos, especialmente en los últimos años, se manifestaba más libremente y sin tantas restricciones, pero esta indecente confesión tardía sonó como una broma”. Otros gombrowiczidas en cambio sostienen otra cosa.
El erotismo de la juventud de Gombrowicz era normal en un sentido físico, pero anárquico y loco en un sentido mental. En la esfera erótica de Gombrowicz se manifestaba su pasividad, su naturalidad sumisa, su inmediatez y la facilidad del acceso, de la entrega total, un carácter ideal y místico. Necesitaba de una relación directa y espontánea con las personas.

“Por supuesto no he cometido ningún acto de locura. En la superficie he sido razonable, pero en el fondo, muy dentro de mí mismo, he vivido una vida apoyada enteramente en la fantasía. Creo que soy un hombre normal, pero tengo una tendencia a la locura interna”. Antes de hablar de Krystyna Janowska, la primera novia de Gombrowicz, vamos a dar unas vueltas alrededor de su naturaleza contradictoria.
“Como mi estancia en Potoczek, la finca de mi hermano Janusz, no curó del todo mis pulmones, fui a pasar el verano a una pensión de Rabka. Recuerdo que mi estancia en Rabka agravó aún más mis relaciones con la gente, ya de por sí bastante tensas. Pero es que en aquella estrafalaria pensión donde me instalé, me encontré frente a una colección de tipos que parecía expresamente confeccionada (...)”

“Representaba la mezcolanza de estilos y lo grotesco polaco. Movilicé enseguida todos mis rencores y me volví provocativo. Este talante no tardó en producir un resultado desagradable con una damisela que había estado en Inglaterra: –Se nota que se atracó de Inglaterra y ahora la está repitiendo en la mesa. La inglesa me echó una mirada fulminante (...)”
“Dijo algo de los mocosos mal educados, a lo cual un señor muy autoritario añadió unas palabras sobre la arrogancia típica de los estudiantes insensatos. Cuando un juez retirado, reprendió violentamente a su hija, yo me sentí aludido inmediatamente: –¡Hay que saber con quién se juega! Este señor, según supe después, había reprendido a la joven por haber jugado a las cartas antes de comer (...)”

“Sus palabras provocaron un cataclismo entre todos los presentes que no comprendía bien, pues creía que la indirecta estaba dirigida a mí. Después de la comida se produjo un gran movimiento entre los señores, ellos también habían jugado a las cartas antes de comer, se sintieron por lo tanto ofendidos y le pidieron explicaciones al juez. Cada uno mandó un emisario para preguntarle si se refería a él (...)”
“Al final llegó mi turno, me sentía enfermo con la suma de todas esas idioteces. Esa manifiesta y notable ausencia de civismo que nos caracterizaba a todos en esa maldita pensión de Rabka, me sumió en un estado de terrible impotencia, de trágico desánimo. De esa forma se producían en mí saltos de la bufonería a la seriedad, de lo cómico al sufrimiento real (...)”

“Y seguía sin poder resolver mi problema con la farsa polaca, con nuestro desequilibrio Se trataba de un océano en el que yo naufragaba pero que, a la vez, llevaba dentro de mí”. Esta confusión se acentuaba aún más en relación con las mujeres. “Personalmente no sabía tratarlas, me refiero a las mujeres, pues me comportaba realmente como no debía (...)”
“Me vengaba de ellas haciéndome el loco y el payaso cuanto podía, y en el fondo de mi alma odiaba a esas maestras indulgentes y presumidas que se creían superiores. Eran unas guías, institutrices y, desgraciadamente, a menudo críticas. Por fin llegó un momento en que me rebelé y saqué la conclusión de que había que exterminar la feminidad de la literatura (...)”

“Pero yo no me enterado nunca si las mujeres en la literatura y la femineidad literaria eran verdaderamente enemigos míos, y si mis reproches eran justos. De la justicia de nuestras pretensiones no nos convencemos hasta que comenzamos a luchar por ellas”. Si el destino hubiera sido un poco más recto de lo que suele ser quizás Gombrowicz hubiera tenido otro destino.
Se hubiera casado con su prima Barbara Godecka y hubiera tenido hijos con ella, como la Teresa de su hermano Jerzy muy agraciada e inteligente, no así como el Józef de su hermano Janusz, pedigüeño y medio tonto. Gombrowicz tenía de sí mismo una opinión más o menos estándar. “En cuanto hijo de una buena familia era educado y bastante sano (...)”

“Ni feo ni guapo, sólo pasable, haciéndole la corte a sus primas, alumno mediocre, un tanto enmadrado, delicado, inquieto, y al mismo tiempo burlón, parlanchín, provocador, a menudo insoportable en el colegio y golpeado por sus compañeros mayores, sociable, frívolo, audaz o tímido según las circunstancias”. Los modelos femeninos de Gombrowicz tenían varios orígenes.
Su madre, Marcelina Antonina, su hermana Irena, las criadas y las primas. La madre y la hermana eran dos bellas mujeres de aspecto virtuoso a cuya hermosura Gombrowicz nunca se refiere. Las primas que frecuentaban la casa se caracterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a actividades filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo.

Por esta razón Janusz y Jerzy, sus hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud hacia esas primas y hacia los principios que ellas practicaban era hostil y maligna. Con las criadas Gombrowicz ajusta las cuentas en “La escalera de servicio” y con las primas se toma revancha en Isabel de “Ferdydurke”. Los matrimonios de los nobles terratenientes polacos tenían mucho que ver con el interés.
La madre de Gombrowicz intentó casarlo con su prima Barbara Godecka por su posición social y su dote, mientras el padre, por los mismos motivos, intentaba casarlo con una joven que había elegido cuidadosamente. “¿Para qué necesito a una mujer? Esta joven le gusta a mi padre, por eso quiere que me case con ella, porque él no puede” Jan Onufry estaba preocupado por el matrimonio de su hijo

También lo estaba su amigo Tadeusz Breza. A Gombrowicz le encantaba el humor de Breza, envidiaba la facilidad que tenía para relacionarse con las mujeres, mientras él iba de mal en peor. Finalmente, como sus fracasos no cesaban de repetirse, llamaron la atención de Tadeusz. Le presentó a una joven actriz, hermosa, sana, simpática, amante de la lectura y del arte.
Tenía la esperanza de haber encontrado para Gombrowicz la unidad ideal de cuerpo y de espíritu, de cultura y naturaleza. Pero el hecho de que esa joven apareciera sobre un escenario, que se dejara contemplar, que tuviera una actitud profesional hacia su encanto y sus gracias, hizo que a Gombrowicz no se le despertara ningún interés por ella.

En el año 1926 Gombrowicz realiza los primeros flirteos con sus primas y las amigas de su hermana, todas las cuales lo abruman con su celo religioso. Su familia desea que se prometa a una joven condesa católica, amiga de su hermana, dos años mayor que él y organiza una discreta comida para que él se declare, pero nada ocurre. Su primer amor es Krystyna Janowska.
Es una joven, vecina de la propiedad de su hermano Jerzy en Wsola, a la cual ve por las noches. Fue un amor intermitente, que se prolongó durante varios años. Hacia el año 1930 había empezado a frecuentar los cafés literarios y seguía escribiendo novelas cortas. Decide permanecer en Radom pero choca con la hostilidad de sus abogados que en su gran mayoría pertenecían al Partido Nacional, una agrupación de derecha.

Los partidarios de esa agrupación se escandalizaban por las relaciones que tenía Gombrowicz con centros de izquierda y, particularmente, por las que tenía con Wiadomosci Literackie. Desde ese mismo momento Gombrowicz renunció a la continuación de su carrera jurídica. “Era una época en la que estaba en mala disposición con el arte (...)”
“Me saturaba de Schopenhaher y de su antinomia entre la vida y la contemplación, y de Mann en cuya obra ese contraste tiene un aspecto más doloroso. El arte era para mí el fruto de la enfermedad, la debilidad, la decadencia; los artistas, por así decirlo, no me gustaban, personalmente yo prefería al mundo y a la gente de acción. Estas fobias, a mi edad, eran apasionadas (...)”

“Yo tenía entonces veinticinco años, que es cuando todavía no se ha renunciado a la belleza. El mundo artístico me atraía por su libertad y por su resplandor, pero me repudiaba física y moralmente. Me sentía raro al entregar un ejemplar de ‘Memorias del tiempo de la inmadurez’, un libro fresco, recién sacado del horno, a mi respetable familia (...)”
“Supongo que si hubiera entrado a formar parte de un ballet y me hubiese puesto a saltar medio desnudo delante del público, mi familia no se hubiera sentido más incómoda”. Con esta mezcla de naturalezas, la de su familia y la de la literatura, se moría de vergüenza cuando pensaba que algún día sería un artista como ellos, que se convertiría en un ciudadano de esa ridícula república de almas ingenuas.

No quería ser un engranaje de esa terrible maquinaria, un miembro de ese clan. Por nada del mundo quería sentirse perteneciendo a ese al gremio. Desde muy temprano se le manifestó a Gombrowicz una tendencia personal que le causaría un gran daño en el transcurso de su vida, la imposibilidad de tratar normalmente a personas de rango social superior.
Era la consecuencia de su forma de comportamiento que lo hacía sentir a gusto solamente con aquellos a quienes conseguía imponer esa forma suya un tanto extravagante. La aristocracia tenía su propio estilo, definido, banal e impersonal, y nada podía hacer en su contra, tenía que someterse. Esta separación, sin embargo, no era tan drástica como podría suponerse.

La primera obra literaria de su vida fue la monografía “illustrissimae familiae Gombrovici”. La conservó en estado de manuscrito, y aunque no contenía nada de especial pues los Gombrowicz eran tan solo miembros de una pequeña nobleza, se pavoneaba con cada detalle referente a los bienes, funciones y vínculos familiares, y disfrutaba de esta manía.
Cuando murió su padre en el año 1933 ya había empezado a sentir la decadencia de su familia a la que le encontraba cierto parecido con “Los Buddenbrooks”, la novela de Thomas Mann. Era una familia que se extinguía, las perturbaciones mentales de algunos parientes de la parte de su madre pesaban sobre su cabeza como una amenaza de trastornos psíquicos futuros.

El padre fue el último Gombrowicz en gozar del respeto general e infundir confianza. Él y sus hermanos, la siguiente generación, eran unos excéntricos de quienes la gente decía que era una lástima que no hubieran salido al viejo Gombrowicz. Su pertenencia a dos mundos, tan fuertemente marcada desde su juventud, fue muy clara hasta la muerte del padre, después las cosas fueron cambiando.
En vida del viejo Gombrowicz entraba a la oscuridad y volvía a la luz con alguna facilidad, cruzaba la línea de sombra en las dos direcciones lo que le permitía comportarse como un camaleón. Esa doble personalidad se prestaba a la mistificación, su apariencia de terrateniente más que de asiduo de cafés y de escritor vanguardista le producía todo tipo de malentendidos, especialmente con el género femenino.

Después de la muerte de su padre se le fue haciendo claro que tenía que justificar su vida con una obra de orden superior pues el tiempo pasaba y su situación en Polonia se hacía cada vez más penosa. A partir de los treinta años su pertenencia a una clase social superior empezó a debilitarse y el desastre de la guerra que arruinó a su familia y también a él pusieron a esta pertenencia en el camino de la extinción.
Pero Gombrowicz nunca dejó de pertenecer a esos dos mundos, en la Argentina se las ingenió para darle una nueva vida al mundo de la aristocracia: “Entonces llegó el momento en el que los oyentes, fascinados por mi lúgubre resplandor, empezaron a insistir en que les dijera qué es el arte, en qué consiste el arte, cómo es y cómo debiera ser el arte (...)”

“Estas preguntas se me echaron encima igual que unos perros que años atrás me habían asaltado al llegar frente a la mansión de Wsola, en presencia de mi primera novia. Respondí. –¡No, eso no os lo voy a decir! Eso sólo puedo decirlo a una persona de un rango igual al mío. De entre todos vosotros, sólo a una persona; -¿A quién?; –Sólo a ella –contesté, indicando a una de las damas–, sólo a ella. ¡Porque ella es una princesa!”
Este pasaje de uno de sus diarios se refiere a Ada Lubomirska, la encantadora princesita. Gombrowicz siempre fue un holgazán, pero ya de joven se imaginaba que el pensamiento errante y libre de un holgazán era lo que más desarrollaba su inteligencia. Sin embargo, su pereza no era tan absoluta como pudiera parecer, no sabía bien cómo pero había conseguido una superioridad intelectual sobre su entorno.

Poco a poco se fue haciendo notar como más sensato y equilibrado que los demás, de alguna manera se sabía que su especialidad era la inteligencia y no otra cosa. “El hombre es un ser social, y quien se integra rápida y fácilmente en su ambiente, se forma e incluso llega a un grado considerable de eficacia... pero no se manifestará nunca en él la fuente de sus energías más profundas (...)”
“Será un hombre técnicamente útil, pero superficial y limitado”. Su gusto por decir tonterías le hacía decir a su hermano Jerzy: –Cuando voy de visita con mis hermanos lo único que temo es que Janusz se ponga a dormir y que Witold se ponga a contar tonterías. Contar tonterías constituía en la época de su juventud una de las ocupaciones que más lo absorbía pero nunca se censuró esta actividad idiota.

El desorden, la confusión y la torpeza de una existencia que elegía la idiotez para relacionarse con los demás fueron para él la mejor escuela en la se formó y que le permitió más adelante sobresalir y entrar en el gran mundo. La residencia Wsola perteneció a Jerzy Gombrowicz, hermano de Witold, y a su esposa Aleksandra Pruszak de Gombrowicz hasta la Segunda Guerra Mundial.
Gombrowicz solía pasar sus vacaciones familiares en ese lugar, donde escribió varias de sus obras, entre ellas “Ferdydurke” y algunas partes de “Los Hechizados”. En Wsola, Witold también solía jugar al tenis con Aleksandra. La residencia Wsola es el único lugar de Polonia vinculado con Witold Gombrowicz que no fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial.

Gombrowicz conoce a Krystyna Janowska en la juventud, sus familias eran amigas y ambas pertenecían al mismo círculo social de vecinos. Morena, de ojos grandes, alta delgada y esbelta. Era atlética, montaba a caballo, hacía esquí y jugaba al tenis. Krystyna se refiere a Gombrowicz como un hombre joven y guapo, diferente, interesante y original que se burlaba de los terratenientes.
Por tal razón las jóvenes no se sentían seguras con él y para ella misma no había sido una opción de casamiento. Krystyna, ya abuela, no recordaba ninguna de las reuniones nocturnas a las que se refiere Gombrowicz. Cuatro años menor que él, nacida en Bartidziejw, era hija de terratenientes. Igual que la Zutka de “Ferdydurke” era atlética y normal, no tenía nada que ver con el arte o el intelecto.

Gombrowicz sabía que no podía responder a las expectativas y a las necesidades de las jóvenes. No podía representar el papel de admirador y de amante. “Ferdydurke” termina con una escena que dice mucho sobre la relación convencional entre un hombre y una mujer. Pepe, de conformidad con el canon estándar secuestra a su prima Isabel. La joven disfruta del rapto y él debe responder a sus expectativas.
La escena muestra la incapacidad fundamental de Gombrowicz para representar el papel de novio y marido. La primera reunión de Krystyna con Gombrowicz se produce en 1922 en el río Vístula, tenía catorce años y era una colegiala. “No estuvimos vinculados por nada serio, sólo nos gustaba estar juntos, por otra parte Witold nunca me habló de sus sentimientos ni mencionó el casamiento”

Krystyna tenía una gran cantidad de pretendientes, y Gombrowicz era irritante. No sabía bailar, lo que en aquel entonces era una verdadera desventaja para un soltero. Le tenía miedo a los caballos, no nadaba ni esquiaba, era excéntrico y tenía ideas raras. A los cincuenta años Gombrowicz recuerda que, veinte años atrás, en una fiesta de vecinos se encontraba Krystyna Janowska.
Esa joven lo transportaba a estados de embeleso. Quería lucirse y brillar ante ella, en aquel entonces esto era absolutamente necesario para él. Pero al entrar al salón, en lugar de señales de admiración, se encontró con la compresión de las tías, las bromas de sus primas y la ironía vulgar de todos los nobles de la vecindad. Un periodista se había ocupado de uno de sus cuentos con unas palabras llenas de indulgencia.

Sin embargo daba a entender que le faltaba talento. La publicación había caído en las manos de los presentes y todos conocían su contenido. Le daban más crédito al crítico, naturalmente, porque era un escritor de mucho éxito. Esa noche Gombrowicz no sabía dónde esconderse, se sentía impotente, pero no porque la situación le viniera grande, sino porque era irrefutable, no merecía refutación.
Igualmente sufría, sufría y tenía vergüenza de su sufrimiento, a pesar de que ya, por aquel entonces, sabía arreglárselas con demonios más peligrosos. Sin embargo en este asunto se hundía descalificado por su propio dolor. Al Gombrowicz cincuentón le hubiera gustado ponerse detrás de aquel otro veinteañero para que se sintiera completado por el sentido futuro de su vida.

Quería ayudarlo a lucirse y brillar frente a Krystyna Janowska, esa joven virgen. “Pero yo –tu realización– estoy a mil millas, a muchos años de distancia de ti. Estoy sentado aquí, en esta orilla americana, tan amargamente retrasado..., con la mirada fija en el agua que brota por encima del parapeto de piedra, colmado por la distancia del viento que llega velozmente de la zona polar”.
Estaba en la Costanera mirando el Río de la Plata. Al Gombrowicz viejo le hubiera gustado ayudar al joven completándolo con su madurez. Pero se sentía incompleto, distante, amargado y retrasado a orillas de la costa americana, tan distante, amargado y retrasado como se sintió con la Regina de su cuento. El miedo es un sentimiento de inquietud causado por la posibilidad de un daño inminente, real o imaginario.

Cuando el riesgo no es inminente el miedo no aparece o, si aparece, es muy débil. Lo que ocurre con los miedosos es que tienen una tendencia a convertir en inminente la posibilidad de los daños remotos y esto es lo que le pasaba a Gombrowicz. “Todos estos fermentos de juventud se fueron civilizando y puliendo en el curso de mi desarrollo ulterior. Pero no han desaparecido”.
El sentimiento del que derivan la deserción y el destierro de Gombrowicz es el miedo. Pero, ¿y la homosexualidad?, no es tan evidente que el origen de la homosexualidad de Gombrowicz sea el miedo. Gombrowicz no le tenía odio a las mujeres, no era misógino, pero, ¿y miedo?, ¿no será que era ginófobo? La homosexualidad le producía ciertamente vergüenza.

Sin embargo la heterosexualidad de sus relaciones algunas mujeres dan para pensar que le tenía miedo a las mujeres. Algunos gombrowiczidas connotados piensan que el miedo era el origen de su homosexualidad. Dejemos este dilema para otra oportunidad, pero si fuera cierto que era ginófobo, el miedo se convertiría en el archiorigen de los dolores de Gombrowicz.
Fue el miedo a la guerra y no la conclusión de un análisis ponderado de la realidad el que impulsó a Gombrowicz a saltar del transatlántico Chrobry en el puerto de Buenos Aires. Los pasajes de su inmadurez a su madurez son obscuros e incompletos, es evidente que no tuvo esa transformación interna estándar que nos va volviendo maduros.

Del erotismo a la sexualidad, del estudio a la profesión, de la profesión al trabajo, del trabajo al dinero, de la sexualidad a la pareja, de la pareja a los hijos, y, en general, de una cosa a la otra, en este camino nos vamos transformando y nos volvemos maduros. Sin embargo, siempre nos queda como en un sueño actual el recuerdo de la juventud, el deseo de volver a ser jóvenes.
Pero finalmente Gombrowicz atraviesa el Rubicón del matrimonio. Las primeras palabras que nos anuncian que Gombrowicz está en las vísperas de este fenómeno nos vienen del Príncipe Bastardo. “A causa de esto decidió postergar su viaje a la Argentina en la primavera pues tiene miedo del calor y, por el momento, tiene la intención de irse al sur de Francia con una canadiense de 22 años que, según él, está enamorada (...)”

“Yo todavía no la vi a esa chica (él la conoció en Royaumont) pero parece ser que es inteligente, viva y está dispuesta a ayudarlo. A lo mejor es una solución para este invierno”




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martes, 18 de octubre de 2011

WITOLD GOMBROWICZ, LA PATRIA Y LA FAMILIA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, LA PATRIA Y LA FAMILIA



A Gombrowicz se le presentaban verdaderas dificultades cuando se las tenía que ver con sentimientos positivos, por ejemplo, los que le despertaban la patria y la familia. No es que los temas de sus obras aparezcan dibujados claramente pero “Transatlántico” y “El diario de Stefan Czarniecki” pueden tomarse como una muestras de estas dificultades.
Cuando Gombrowicz ya se atrevía a mirar fría y libremente el fenómeno de la independencia de Polonia, cuando estaba desentrañando con maestría los arcanos del Dios y de la patria polacos, estalló la guerra y todo se le vino abajo. “Sería fatal que, siguiendo el ejemplo de muchos otros polacos, me deleitara con el recuerdo de nuestra independencia de los años 1918-1930 (...)”

“Lo que pido es que no se confunda mi frialdad con un efectivismo barato. El aire de libertad nos fue dado para que emprendiéramos la lucha contra un enemigo más atormentador que todos los opresores anteriores, contra nosotros mismos”. Hay en “Transatlántico” un ambiente en el que aparecen en una misma escena, el estilo intelectual imperante por Buenos Aires en esa época, y un puto millonario.
Es probable que el escritor vestido de negro fuera una mezcla de Mallea con Borges, y Gonzalo, una mezcla de los putos en estado de ebullición a los que hace referencia Gombrowicz en el “Diario” con Manuel Mujica Láinez.. “Mi ‘Transatlántico’ no alude a un barco, sino a algo como a través del Atlántico; se trata de una novela que mira hacia Polonia desde la tierra argentina (...)”

“Sigue divirtiéndome ese ‘Transatlántico’, jocoso, absurdo, escrito en un estilo arcaico, lleno de extravagancias idiomáticas, a veces inventadas... Es la menos conocida de mis novelas, ya que esas excentricidades lingüísticas no resultan fáciles de traducir. El fin de la guerra no supuso una liberación para los polacos. En aquella triste Europa central, significaba tan sólo la sustitución de una noche por otra (...)”
Se estaban reemplazando los verdugos de Hitler por los de Stalin. En el mismo momento en que en los cafés parisinos las almas nobles saludaban con un canto glorioso la emancipación del yugo feudal por parte del pueblo polaco, en Polonia ocurría algo muy distinto. El mismo cigarrillo encendido cambiaba simplemente de mano y seguía quemando la piel humana (...)”

“Yo observaba todo esto desde la Argentina, mientras me paseaba por la avenida Costanera. La palabra basta que sin duda afloraba a los labios de cada polaco, empezó a exigir de mí una solución concreta. Por el hecho de su situación geográfica y de su historia, Polonia se veía condenada a ser eternamente desgarrada. ¿No era posible cambiar algo en nosotros, los polacos, para salvar nuestra propia humanidad? (...)”
“Mientras en Polonia le rompían los dientes a la gente, el mundo seguía insistiendo con sus declamaciones sobre el romanticismo polaco y el idealismo polaco, o bien se repetían con insistencia y monotonía las mismas trivialidades sobre la Polonia mártir. En materia de arte, no creo en la utilidad de las pequeñas correcciones, hay que hacer acopio de fuerzas y dar un salto, operar un cambio radical, desde la base (...)”

“Se requería, no una realidad de segunda mano, una realidad polaca, sino una realidad más fundamental, la realidad humana. Había que sacar al polaco de Polonia para hacer de él tan sólo un hombre, hacer un polaco antipolaco. Me senté y me puse a escribir, sólo que, empecé a escribir algo opuesto por completo a lo que hubiera sido conveniente escribir (...)”
“En lugar de salirme la gravedad, me salió la risa, los disparates y la diversión. Al escribir ‘El casamiento’ yo estaba obnubilado con ‘Hamlet’ y con ‘Fausto’, pues bien, ‘Transatlántico’ nació en mí como el ‘Pan Tadeusz’ de Mickiewicz, pero al revés. Este poema de Mickiewicz, escrito también en el exilio, la obra maestra de nuestra poesía nacional, supone un afirmación del espíritu polaco suscitada por la nostalgia (...)”

“En ‘Transatlántico’ estaba obsesionado con Mickiewicz, a menudo me las arreglo bastante bien para estar en buenas compañías”. La novela comienza cuando Gombrowicz manifiesta su necesidad de comunicarle a su familia perdida en una Polonia destruida por la guerra, a sus parientes y a sus amigos el comienzo de sus aventuras en la capital de la Argentina, unas aventuras que ya duraban diez años.
Llega a Buenos Aires el 21 de agosto de 1939 y desde el primer día, a la salida de las recepciones, les agredían los oídos con el grito obsesivo de “Polonia”. Ese grito se escuchaba en las calles de Buenos Aires, Gombrowicz se daba cuenta que algo no andaba bien, no había remedio, la guerra estallaría de hoy para mañana. El barco recibe la orden de partir.

Gombrowicz se despide de un amigo embarcado con él deseándole un buen viaje. El pobre compatriota sólo atina a rogarle que se presente rápidamente en la embajada. Cuando el barco se está alejando Gombrowicz pronuncia una blasfemia terrible contra Polonia y se interna en la ciudad. Estaba completamente desorientado y sin dinero, así que visita a un compatriota que había sido vecino de uno de sus primos en Polonia.
Lo va a ver para pedirle opinión y consejo. Pero este hombre empieza a decirle que aprobaba y que no aprobaba su decisión de quedarse. Que había hecho bien y tal vez mal, que él no estaba tan loco como para opinar en estos tiempos o como para no opinar, que tenía que presentarse enseguida en la embajada o no presentarse, que era igual si se presentaba o si no se presentaba.

Que se podía exponer o no exponer a graves riesgos. Y, en fin, que hiciera lo que le pareciera oportuno o que no lo hiciera. Perdido entre la muchedumbre Gombrowicz decidió no inmiscuirse en el asunto de la guerra, no era un asunto de su incumbencia, si allá tenían que sucumbir, que sucumbieran. Fue a la embajada, se echó a llorar y se puso a los pies del embajador, le besó la mano, le ofreció sus servicios y su sangre.
Le rogó que en ese momento sagrado, según fuera su santa voluntad y entender, dispusiera de su persona. El embajador le dijo que sólo podía darle cincuenta pesos, que no tenía más, pero que si quería irse a Río de Janeiro a importunar al embajador de allá, le pagaría el viaje y le daría algo más, que no quería literatos por acá porque lo único que sabían hacer era pedir plata y después ladrar.

Gombrowicz se dio cuenta de que el embajador lo estaba despidiendo con moneda menuda, entonces le dijo que él era una literato pero también era un Gombrowicz. Y cuando el embajador le preguntó de cuáles Gombrowicz era Gombrowicz, le respondió que de los Gombrowicz Gombrowicz, entonces el diplomático le ofreció ochenta pesos en vez de cincuenta, ni un peso más.
Le recordó que estaban en guerra y que había que marchar para vencer a los enemigos, matarlos, destrozarlos y aplastarlos, y que no fuera ladrando por ahí que el embajador no había marchado y hablado delante de él. Le pidió que escribiera artículos para celebrar la gloria de los genios polacos, que por ese servicio le podía pagar setenta y cinco pesos mensuales.

Era necesario ensalzar a la patria en momentos tan difíciles, pero Gombrowicz le contestó que no podía hacerlo porque le daba vergüenza, entonces el embajador lo empezó a tratar de comemierda, y le recordó que la embajada le había rendido homenaje. Lo iba a presentar a los extranjeros como el Gran Comemier… Genio Gombrowicz.
La primera consecuencia de su presentación en la embajada fue que lo invitaron a una recepción. Se trataba de una reunión en la casa de un pintor a la que iban a asistir los escritores y artistas locales. Tenía una gran seguridad en su maestría y sabía que como maestro lograría superar y dominar a todos los demás. Cuando llegó sus compatriotas lo glorificaron.

El consejero Podsrocki lo presentaba y ensalzaba como el gran maestro y genio polaco Gombrowicz. Como nadie le llevaba el apunte, el consejero Podsrocki lo empezó a tratar de comemierda y le exigió que hiciera algo para no avergonzarlos. Entró un hombre vestido de negro, se notaba que era una persona muy importante, un gran escritor, un maestro.
Llevaba en los bolsillos una cantidad inconcebible de papeles que perdía a cada momento, y debajo del brazo algunos libros, se volvía a cada rato inteligentemente inteligente. Los compatriotas de Gombrowicz lo empezaron a azuzar para que mordiera al hombre de negro, que si no lo hacía lo iban a tratar de comemierda y a morder. Entonces Gombrowicz habló con la persona más cercana en voz bastante alta.

“No me gusta la mantequilla demasiado mantecosa, ni los fideos demasiado fideosos, ni la sémola demasiado semolosa, ni los cereales demasiado cerealientos”. El hombre de negro le respondió que la idea era interesante pero no nueva, que ya Sartorio la había expresado en sus “Eglogas”, entonces Gombrowicz le manifestó que no le importaba un comino lo que decía Sartorio.
Lo que le importaba era lo que decía él, el que hablaba; el gran escritor sin pensarlo dos veces le contestó que la idea no era mala pero que existía un problema, ya había dicho algo parecido Madame de Lespinnase en sus “Cartas”. Gombrowicz perdió el aliento, el canalla lo había dejado sin palabras, entonces empezó a caminar, y cada vez caminaba con más furia, sus compatriotas estaban rojos de vergüenza y los demás de ira.

Pero alguien comenzó a caminar con él, era un hombre alto, moreno, de rostro noble. Sin embargo, sus labios eran rojos, estaban pintados de rojo. Huyó como si lo persiguiera el diablo. El moreno lo siguió, era muy rico, vivía en un palacio, se levantaba al mediodía para tomar café y luego salía a la calle y caminaba en busca de muchachos; aunque vivía en una mansión simulaba ser su propio lacayo.
Tenía miedo que los muchachos le pegaran o que lo asesinaran para sacarle la plata. El moreno estaba perdidamente enamorado de un joven rubio hijo de un comandante polaco. Junto a Gombrowicz, en la Plaza San Martín, vio al joven rubio, lo siguieron hasta el Parque Japonés, y allí encontraron a los tres socios de la empresa equino-canina donde trabajaba Gombrowicz.

Los socios empezaron a decirle a Gombrowicz que entonces no era tan loco como pensaba la gente, que el moreno tenía millones, insinuándole de esa manera una aventura con él. El joven rubio estaba tomando cerveza con el padre, un hombre bueno, decente, cortés y aterciopelado. Le comenta a Gombrowicz que va a enrolar a su único hijo en el ejército polaco.
Gombrowicz lo previene contra el moreno y le sugiere que se vaya del lugar, el padre no accede. El moreno brinda con el padre desde lejos, el comandante se lo prohibe con un gesto. El moreno se irrita y le arroja el jarro de cerveza, le parte la frente y brota la sangre. Primero la vergüenza en la embajada, después en la casa del pintor, y ahora en el Parque Japonés, mientras allá, del otro lado del océano, se derrama la sangre.

A la mañana siguiente apareció el padre en la pensión de Gombrowicz. Le rogó que desafiara al moreno en su nombre. Vaca o no vaca el hecho era que ese malvado llevaba pantalones y que lo había ofendido públicamente. Cuando Gombrowicz se lo contó al moreno éste le recriminó que se hubiera puesto de parte del viejo y no del joven, que tenía que defender al joven de la tiranía del padre.
De qué le servía a los polacos ser polacos, ¿acaso habían tenido un buen destino? Gonzalo se preguntaba si no estaban hasta la coronilla, si no les bastaba ya el martirio, el eterno suplicio y el martirologio, había llegado el momento de la filiatría. Aceptaba el duelo bajo la condición de que las balas fueran de salva, las verdaderas se debían escamotear al momento de cargar la pistolas en el forro de la manga.

Para asegurar esta impostura Gombrowicz nombró a dos socios de la empresa equino-canina como padrinos del duelo. El moreno había rematado su exhortación con la palabra filiatría, y esta palabra le retumbaba en la cabeza a Gombrowicz junto a los gritos de “Polonia, Polonia” que escuchaba en la calle mientras caminaba presuroso hacia la embajada.
¡Viva nuestro heroísmo!, exclamaba el embajador, un coronel ya le había contado lo del duelo entre el comandante y Gonzalo. Como todos descontaban que el duelo terminaría sin sangre convinieron en agasajar al comandante con una comida que se daría en la embajada; mientras el consejero Podsrocki volcaba en el libro de actas la invitación que estaba haciendo el embajador escribió también que iban a asistir al duelo.

Tenían que ver la valentía del polaco con la pistola en la mano atacando al enemigo. Pero un duelo no es una partida de caza, tenían que asistir con una excusa bien pensada, bien podría ser una cacería con galgos a la que invitarían a los extranjeros. Mientras tanto Gombrowicz le preguntaba al embajador cómo era posible que marcharan sobre Berlín si los combates se estaban librando en los suburbios de Varsovia.
El embajador le dijo que todo se había ido al diablo, que todo había terminado. Habían perdido la guerra y había dejado de ser embajador, pero la cabalgata se iba a realizar de todos modos. Al día siguiente, el duelo, se dio la señal y los adversarios entraron al terreno. Gombrowicz cargó las pistolas y metió las balas en el forro de la manga. Vacío absoluto, eran disparos vacíos.

A lo lejos apareció la cabalgata; vacío porque no había balas y vacío porque no había liebres. El duelo era una trampa que sin fin porque se había convenido a primera sangre. De pronto se oyó un furioso ladrido de perros y un grito espantoso. El hijo estaba siendo atacado por los perros, el padre disparó contra los animales enfurecidos pero con un revolver vacío, entonces, el moreno se arrojó sobre la jauría y salvó la vida joven.
El padre se conmovió y le ofreció su amistad eterna que el moreno aceptó. Para cerrar todas las heridas Gonzalo lo invito a su casa. No era el palacio de la ciudad, era otro distante a tres leguas, el comandante tenía malos presentimientos pero igual fue. Pinturas, esculturas, tapices, alfombras, cristales… se depreciaban muy rápidamente por su abundancia excesiva.

La biblioteca estaba llena de libros y de manuscritos amontonados en el suelo. Era una montaña que llegaba hasta el techo sobre la que estaban sentados ocho lectores flaquísimos dedicados a leer todo. Obras preciosas escritas por los máximos genios, se mordían y devaluaban porque había demasiadas y nadie podía leerlas debido a su excesiva cantidad.
Lo peor es que los libros se mordían como si fuesen verdaderos perros rabiosos hasta darse muerte. El moreno regresó pero vestido con una falda y le dio indicaciones a un muchacho para que se pusiera en el medio de la sala y luciera su figura, que para eso le pagaba. Pero ese mequetrefe estaba allí, más que para lucir su figura, para moverse en honor al hijo, pues cada vez que se movía el hijo también se movía él.

Al final fue un alivio que el dueño de casa diera la señal de ir a dormir. Le confiesa al padre que lo había traicionado con el moreno realizando un duelo sin balas, Gombrowicz estaba conmovido y estalló en llanto frente al padre que desesperado por la congoja le hace un juramento sagrado. Iba a lavar su honra con sangre, pero no con la sangre afeminada de ese miserable, sino con la sangre densa de su propio hijo.
Era la ofrenda del hijo que le hacía a la guerra. Cuando el moreno se entera de que el padre quiere matar al hijo le dice a Gombrowicz que tiene un medio para convencer al hijo de que mate al padre, y al convertirse en parricida necesitará su amparo, se ablandará y caerá en sus manos afectuosas y protectoras. El moreno y el hijo juegan en un frontón y golpean a la pelota con todas sus fuerzas.

Bam, bam, bam, resonaban los golpes. Mientras tanto el mequetrefe golpeaba con una madera unos palitos que estaban mal colocados, bum, bum, bum. Y en medio de aquel bum-bam la pelota zumbaba y el hijo golpeaba más fuerte porque sentía que tenía un partidario. El padre comprendió que con el bumbam le estaban robando a su propio hijo…
Gombrowicz había perdido la patria, se había asociado con el moreno en una empresa ignominiosa para humillar al padre… Los compañeros de Gombrowicz de la empresa equino-canina donde trabajaba sintieron la necesidad de llevar a cabo un hecho más terrible aún que el filicidio y el parricidio que estaban planeando el padre y Gonzalo, un horror que los colmara de poder.

Se propusieron entonces torturar al embajador junto a su mujer y sus hijos. Después los matarían a todos arrancándoles los ojos. Todo les parecía poco, así que pensaron que lo mejor sería matar al hijo del comandante, esa muerte aumentaría tanto el horror que la naturaleza, el destino y el mundo entero iban a cagarse en los pantalones. El moreno y el hijo jugaban a la pelota.
El mequetrefe se movía con el joven clavando palitos, bumbambeaban. Mientras tanto el comandante se paseaba comiendo ciruelas. El hijo estaba delante de Gombrowicz con su vos fresca y alegre, su risa armoniosa, los movimientos de todo su cuerpo ágiles y livianos. El padre observaba al moreno que llevaba el ritmo del bumbam, y el bumbameo unía a los muchachos debajo de los árboles.

¡A bailar!, un gentío increíble, la flor y nata de la colonia polaca, mejor olvidar y no dejar transparentar nada. En la oscuridad se escondían algunas siluetas monstruosas, unas siluetas que parecían perros pero tenían cabezas humanas, se agrupaban en un montón y parecían brincar, copular y morder. Los polacos de la empresa equino-canina se preparaban para ser terribles matando al hijo.
Las parejas bailaban y el hijo bailaba con una hermosa polaquita lleno de brillo y gallardía. Si el joven saltaba, el mequetrefe saltaba, bailaban al ritmo del bumbam, temblaban los cristales, la colonia polaca quería bailar la mazurca pero era imposible, sólo había bumbam. El padre tomó un gran cuchillo y lo guardó en un bolsillo. Y, de pronto, bum, el criado contra una lámpara.

Y el hijo, bam, a la lámpara; vuelve el mequetrefe, bum, a un jarrón; y el hijo, bam, al jarrón. Bum, el criado contra el padre; el padre cae al suelo y ya se apresuraba el hijo a bambearlo con su bam. En aquel pecado general, mortal, en aquella debacle, en medio de esa enorme corrupción no existía otra cosa que el llamado del bum-bam y el trueno del asesinato.
El hijo volaba hacia el padre, pero en vez de bambearlo con su bam, lo bambeó con una risa que le estalló en la garganta. El embajador también estalló de risa. Fue un bramido de risa general en todo el salón. Junto a las paredes habían quienes se pedorreaban y quienes se meaban de risa. Bambeabam. “Y, entonces, de risa en risa, riendo, bum; riendo; bam, bum, bumbambeaban”

“Mi casa natal, a pesar de las apariencias, era el colmo de una disonancia que no cesaba de herir mis oídos infantiles. Existían muchas razones para ello: una de las principales era el contraste de temperamento entre mi padre y mi madre. Mi padre, un hombre hermoso y elegante, de ‘raza’, como se solía subrayar en aquel entonces, tenía fama de persona seria, responsable y honrada (...)”
“La discordancia entre su comportamiento, correcto y respetable, y ciertas extravagancias nuestras, sus hijos, despertaban en más de una ocasión reflexiones del tipo: ‘¿qué diría de eso su padre?’, o bien, ‘¡qué pena que no hayan salido al viejo Gombrowicz!’. Tenía un excelente aspecto unido a una mente sin especial profundidad ni amplios intereses, pero perfectamente eficaz (...)”

“Esta personalidad le aseguraba esos cargos más bien representativos en diversos consejos y organismos administrativos. En cambio, mi madre se distinguía por un temperamento extraordinariamente vivo y una imaginación exuberante. Nerviosa, exaltada, inconsecuente, incapaz de controlarse, inocente y, aún peor, con una idea de sí misma totalmente equivocada (...)”
“Mi padre cedía a veces ante su lucidez e inteligencia y, a menudo, soportaba en silencio sus exaltaciones, realmente difíciles de superar. El hecho de no querer ser lo que era, de no reconocerse a sí misma, terminó vengándose de mi madre, porque nosotros, sus hijos, le declaramos la guerra. Nos enervaba. Nos Provocaba. Nos ponía los pelos de punta (...)”

“Y fue allí, seguramente, donde comenzaron mis dolorosas aventuras con las diversas distorsiones de la forma polaca que producían en mí un efecto parecido al de las cosquillas: uno se troncha de risa, pero no resulta agradable”. Una discordancia tan drástica como la que existía entre sus padres Gombrowicz la pone en juego en “El diario de Stefan Czarniecki”.
El conflicto de la novela tiene unas características ciertamente monstruosas. Esta segunda novela corta de Gombrowicz, es contigua a “El bailarín del abogado Kraykowski” y la escribió en el año 1926. El punto de inflexión del comportamiento del personaje es la guerra, al regreso del frente ya no puede mantener las viejas creencias y se desbarranca en la inmoralidad.

“Es algo grandioso y magnífico que una pluma y un trozo de papel le baste a cualquiera para escribir lo que le plazca, en su solo nombre, por su propia cuenta, para su propia satisfacción, sin código alguno, sin sujeción, sin limitación. Si bien esta independencia es sólo un espejismo sigue siendo ella la que más nos acerca a nuestra realidad individual (...)”
“Y en una sociedad que hubiera suprimido la libertad y la autonomía de la literatura, nadie podría saber lo que ocurre en un hombre privado, en un individuo. Soy ateo, sin prejuicios, y además filosemita, y además escritor de vanguardia, e incluso revolucionario en un determinado sentido de la palabra. He vivido un cuarto de siglo en la miseria (...)”

“Por lo que respecta a mis intereses personales, tendría mucho que ganar en una revolución social; mis colegas de la pluma gozan en los países socialistas de una posición mucho mejor que la mía. En mi actual situación no hay nada que me ate a la clase capitalista. En tales condiciones, tendría que ser un monstruo para preferir sin más, sólo por gusto, la explotación a la justicia (...)”
“Si Freud y Marx han desenmascarado tantas cosas, ¿no sería conveniente hoy mirar detrás de esa fachada que se denomina la izquierda? Personalmente me molesta que la izquierda se convierta con demasiada frecuencia en la pantalla de intereses personales absolutamente egoístas e imperialistas. Soy un adversario declarado de todos los papeles, y más aún del papel de escritor comprometido (...)”

“Lo lamento pero, verdaderamente, en eso no puedo ser de ninguna utilidad. De hecho, tengo la absoluta certeza de que la ciencia y la técnica no tardarán en restregarnos por la nariz esa oposición entre la izquierda y la derecha y en ponernos frente a problemas radicalmente diferentes. Mi política consiste en mantenerme a distancia de las formas, vengan de la izquierda o de la derecha”
“Navegaba por el mundo en medio de opiniones incomprensibles y cada vez que tropezaba con un sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad de cometer una villanía”. Con estas palabras extrañas Gombrowicz encuentra de manera cumplida una forma de definir la bastardía, no ya carnal sino espiritual, del protagonista de “El diario de Stefan Czarniecki”

Este giro indigno de una conducta que degenera de su origen está presente en toda la obra de Gombrowicz, y es también el que alienta la idea del hijo ilegítimo. “El diario de Stefan Czarniecki” es la segunda novela corta de Gombrowicz, es contigua a “El bailarín del abogado Kraykowski” y la escribió en el año 1926. El punto de inflexión del comportamiento del protagonista es la guerra.
Al regreso del frente ya no puede mantener las viejas creencias y se desbarranca en la inmoralidad. En “El diario de Stefan Czarniecki” no queda títere con cabeza. La familia, la polonidad, la política, la guerra, el amor, todo vuela por los aires, pero son más bien caricaturas las que vuelan por los aires, unas marionetas que Gombrowicz zarandea como una verdadera parodia de la realidad.

El estilo es brillante, humorístico e irónico, pero los componentes de la narración son más bien morbosos. La constitución sombría de la conciencia de Gombrowicz está metida en esta narración, pero no la arroja como si la tirara a una cloaca. Estaba intentando cancelar su deuda moral, quería que la obra lo absolviera. Stefan Czarniecki había nacido en una casa muy respetable.
El padre, un hombre fascinante y orgulloso, poseía unos rasgos que personificaban una estirpe perfecta y una raza noble. La madre andaba siempre vestida de negro con unos pendientes antiguos como único adorno. Stefan se veía a sí mismo como un muchacho serio y pensativo. Había en su vida familiar un solo punto oscuro, su padre odiaba a su madre, no la soportaba, un enigma que lo condujo finalmente a la catástrofe interior.

Se convirtió en un inútil inmoral, besaba la mano de una dama babeándola, sacaba el pañuelo y se secaba la saliva mientras le pedía perdón. El padre evitaba el contacto con la madre, a veces la miraba a hurtadillas con expresión de infinito disgusto. Stefan, en cambio, no manifestaba aversión hacia su madre a pesar de que había engordado muchísimo al punto de tropezarse con todas las cosas.
Stefan se imaginaba que había sido concebido realmente bajo coacción violentando los instintos, y que él era el fruto del heroísmo del padre. Un día la repugnancia del padre estalló: –Te estás quedando calva. Dentro de poco estarás más calva que un trasero. Eres horrorosa. Ni siquiera adviertes cuán horrible es tu aspecto. Stefan no comprendía el porqué debía considerar a la calvicie de la madre peor que la del padre.

Además, los dientes de la madre eran mejores y, sin embargo, ella no sentía repugnancia por él. Era una mujer realmente majestuosa y muy religiosa, rodeada de una furia de ayunos y acciones piadosas. A veces, los convocaba a Stefan, al cocinero, al mayordomo y a la camarera: –¡Ruega, ruega pobre hijo mío por el alma de ese monstruo que tienes por padre! ¡Rogad por el alma de vuestro amo que se ha vendido al mismísimo diablo!
A la madre le producían horror las acciones del padre, la forma desconsiderada en que la trataba, y al padre lo que le producía horror era ella misma. No podía dejar de manifestar su asco: –Créeme, querida, que estás cometiendo una falta de tacto. Cuando veo ante el altar tu nariz, tus orejas, tus labios, tengo la convicción de que también Cristo se siente un poco a disgusto.

A pesar de estas contrariedades, del conflicto permanente entre los padres, Stefan fue un buen alumno, aplicado y puntual, pero nunca gozó de la simpatía de los demás. En el recreo los alumnos cantaban: –Uno, dos y tres, dos pan pan/ no hay judío que no sea un can/ Los polacos en cambio son águilas de oro/ Uno, dos, tres, ahora le toca al loro. Stefan estaba fascinado con estos versos pero debía apartarse de los otros chicos cuando cantaban.
A pesar de los esfuerzos que hacía por resultarles agradable a ellos y a los profesores con sus buenas maneras, lo único que conseguía era una actitud hostil. Una tarde, un profesor de historia y literatura, un vejete tranquilo y bastante inofensivo les estaba dando una clase sobre los polacos: –Los polacos, señores míos, han sido siempre perezosos, sin embargo, la pereza es siempre compañera del genio.

Los polacos han sido siempre valientes y perezosos ¡Magnífico pueblo, el polaco! A partir de ese momento el interés de Stefan por el estudio disminuyó. Sin embargo con este cambio no consiguió la simpatía del profesor y de nada le sirvió su incipiente preferencia por los desaplicados y los perezosos. La observaciones del profesor tenían mucha influencia en la clase, especialmente cuando hablaba de los polacos.
Los polacos han sido siempre holgazanes, pero las suecas, las danesas, las francesas y las alemanas pierden la cabeza por nosotros, sin embargo, nosotros preferimos a las polacas. ¿No es acaso famosa la belleza de la mujer polaca? El resultado de esas insinuaciones fue que Stefan se enamoró de una joven pero ella no se daba por enterada. Una mañana, después de haberle pedido consejo a sus compañeros, venció su timidez y le dio un pellizco.

Ella cerró los ojos y soltó una risita. Lo había logrado. Se lo contó a sus compañeros y fue la primera vez que lo escucharon con interés, acto seguido se precipitaron sobre una rana y la mataron a golpes. Stefan estaba emocionado y orgulloso de haber sido admitido por los jóvenes y presintió que empezaba una nueva etapa de su vida. Para congraciarse aún más atrapó una golondrina y le rompió un ala.
Cuando se disponía a golpearla con un palo un alumno le dio una bofetada muy sonora en la cara. Como no se defendió todos se lanzaron sobre él y lo aporrearon sin ahorrar escarnios ni insultos. En el amor tampoco le iba nada bien, la joven pellizcada le hacía recriminaciones porque era un consentido, un pequeño nene de mamá. Stefan había comprendido finalmente que, si bien el padre era de raza pura, su madre también lo era.

La madre lo era pero en el sentido contrario, el padre era un aristócrata arruinado casado con la hija de un rico banquero. Se imaginaba que las dos razas hostiles de los padres, ambas poderosas, se habían neutralizado. De ese modo habían parido un ratón sin pigmentación, un ratón completamente neutro, por eso Stefan no tomaba parte de nada a pesar de haber participado en todo, ése era su misterio.
La joven Jawdiga le pedía que fuera valiente, le ordenaba que saltara zanjas, que sostuviera pesos, que golpeara abedules bajo la observación del vigilante, que arrojara agua sobre el sombrero de los transeúntes. Cuando Stefan le preguntaba a Jawdiga cuál era la razón de esos caprichos ella le decía que no lo sabía, que era un enigma, una esfinge, un misterio para sí misma.

Si la joven fracasaba en algo se entristecía, si triunfaba se ponía feliz y le permitía besar sus deliciosas orejas, como premio, sin embargo, nunca se permitió responder a su apremiante: –¡Te deseo! Le decía que había algo en él de repulsivo y no sabía bien qué era. Pero Stefan sabía muy bien lo que querían decir esas palabras. Leía mucho y trataba de comprender el significado de su secreto.
Se daba ánimos con el recuerdo de uno de los temas escolares, la superioridad de los polacos: los alemanes son pesados, brutales y tienen los pies planos; los franceses son pequeños, mezquinos y depravados; los rusos son peludos; los italianos... bel canto. Ésta era la razón por la que querían eliminar a los polacos de la faz de la tierra, eran los únicos que no causaban repulsión.

El horizonte político se volvía cada vez más amenazador y la joven cada vez más nerviosa. La multitud en las calles, las tropas se desplazaban hacia el frente. La movilización, los adioses, las banderas, los discursos. Juramentos, sacrificios, lágrimas, manifiestos, indignación, exaltación y odio. La amada de Stefan ni lo miraba, no tenía ojos más que para los militares.
Stefan afirmaba su patriotismo, participaba en juicios sumarios contra espías, pero algo en la mirada de Jadwiga lo obligó a alistarse como voluntario en el regimiento de ulanos. Atravesaban la cuidad cantando inclinados sobre el cuello de sus caballos, una expresión maravillosa aparecía en el rostro de las mujeres y sentía que muchos corazones latían también por él.

Y no entendía el porqué pues no había dejado de ser el conde Stefan Czarniecki que era antes ni el hijo de una Goldwasser, el único cambio era que ahora usaba botas militares y llevaba en el cuello unas tiras color frambuesa. La madre lo convocaba para que no tuviera piedad, para que arrasara, quemara y matara, para que destruyera a los malvados. El padre, un gran patriota, lloraba en un rincón.
Le decía a Stefan que con la sangre podría borrar la mancha de su origen; le rogaba que pensara siempre en él y ahuyentara como la peste el recuerdo de la madre porque ese recuerdo podía serle fatal, que no perdonara y que exterminara hasta el último de esos canallas. La amada le entregó por primera vez su boca, una verdadera delicia. La guerra era hermosa.

Era precisamente la conciencia de ese esplendor la que le proporcionaba las energías para combatir al implacable enemigo del soldado: el miedo. De cuando en cuando lograba colocar un tiro de fusil en el blanco preciso, y entonces se sentía columpiado por la sonrisa impenetrable de las mujeres y hasta le parecía que se ganaba el afecto de los caballos que hasta el momento sólo le habían propinado coces y mordiscos.
Sin embargo, ocurrió un incidente que lo lanzó al abismo de la depravación moral de la que no pudo apartarse hasta el día de hoy. La guerra se había desencadenado en todo el mundo. La esperanza, consuelo de los imbéciles, lo hacía vislumbrar la dichosa perspectiva del porvenir: el regreso a casa y la liberación de su situación de ratón neutro, pero las cosas no ocurrieron de esa manera.

El regimiento de Stefan estaba defendiendo con tesón por tercer día consecutivo una colina en el frente, con la orden de resistir hasta la muerte. Fue entonces cuando cayó un obús que le cortó de un tajo ambas piernas al ulano Kaeperski y le destrozó los intestinos, pero el pobre, seguramente aturdido, explotó en una carcajada convulsiva que Stefan tuvo que acompañar.
Cuando terminó la guerra y volvió a casa con aquella risa sonándole en los oídos comprobó que todo lo que hasta entonces había sostenido su existencia yacía hecho escombros, que no le quedaba más remedio que volverse comunista. Stefan entendía el comunismo como un programa en el que los padres y las madres, las razas y la fe, la virtud y las esposas, y todo, sería nacionalizado y distribuido mediante cupones en porciones iguales.

Un programa en el que su madre debía ser cortada en pequeños trozos y repartida entre quienes no fueran suficientemente devotos en sus oraciones; que lo mismo debería hacerse con su padre entre aquellos cuya raza fuera poco satisfactoria. Un programa en el que todas las sonrisas, las gracias y los encantos fueran suministrados exclusivamente bajo petición expresa, y que el rechazo injustificado fuera causal del castigo con la cárcel.
Stefan elegía el término comunismo porque constituía para los intelectuales que le eran adversos un enigma tan incomprensible como lo eran para él las sonrisas sarcásticas y los rostros brutales de esos intelectuales. Las conversaciones más irónicas y afectuosas las tuvo con su adorada Jadwiga que lo había recibido con efusiones extraordinarias al regreso de la guerra.

Stefan le preguntaba que si acaso la mujer no era algo misterioso, y cuando ella le respondía que sí, que lo era, y que ella misma era misteriosa y desencadenaba pasiones, que era una mujer esfinge, entonces Stefan exclamaba que también él era un misterio, que tenía un lenguaje personal secreto y que le gustaría que ella lo adoptara, que le encantaría compartirlo con ella.
Le advirtió que le iba a meter un sapo debajo de la blusa, y que ella tenía que repetir con él unas palabras: Cham, bam, biu, mniu, ba, bi, ba be no zar. Fue imposible, no quiso pronunciarlas, le dijo que le daba vergüenza y se echó a llorar. Stefan no le hizo caso, tomó un sapo grande y gordo y cumplió con su palabra. Se puso como loca. Se tiró al suelo, y el grito que lanzó sólo podría compararse con el del soldado destripado.

¿Pero es que para todas las personas las mismas cosas deben ser bellas y agradables? Lo único que le quedó de agradable en esa historia fue que ella enloqueció, incapaz de librarse del sapo que se agitaba bajo su blusa. Es posible que Stefan Czarniecki no fuera comunista sino tan solo un pacifista militante. “Navegaba por el mundo en medio de opiniones totalmente incomprensibles (...)”
“Cada vez que tropezaba con un sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad de cometer una villanía. Tal es el secreto personal que opongo al gran misterio de la existencia. ¿Qué queréis?... cuando paso junto a una pareja feliz, a una madre con un niño o a un anciano amable, pierdo la tranquilidad. Pero a veces el corazón se me encoge y una gran nostalgia de vosotros, padre y madre queridos, se apodera de mí. ¡También de ti siento nostalgia, oh santa infancia mía!”



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