martes, 23 de agosto de 2011

WITOLD GOMBROWICZ, LA SERVILLETA Y LA CUCACARACHA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, LA SERVILLETA Y LA CUCACARACHA



El misterio y el crimen, la pareja policial por excelencia, ejercieron una gran influencia el alma juvenil de Gombrowicz, y muchas veces esa influencia fue alimentada por los recuerdos vividos en el castillo de Budzechow. En el año 1911, Witold tuvo que abandonar el campo que había constituido el marco de su infancia. El viejo castillo de Bodzechow, rodeado de un vasto parque, era un lugar lleno de misterios.
Estos misterios marcaron profundamente la sensibilidad de Gombrowicz. Tras haberlo evocado con sus leyendas y sus fantasmas en su primera novela por entregas, “Los hechizados”, hizo de ese castillo el escenario de “Pornografía”.La abuela materna de Gombrowicz habitaba una casa grande y bastante aislada en Bodzechow. Un hijo demente que vivía con ella era el tío de Gombrowicz.

Por las noches se animaba con cantos terribles para combatir el miedo, estos cantos se convertían en unos aullidos que le ponían los pelos de punta a cualquiera que no estuviera acostumbrado. Desde muy joven Gombrowicz se dedicó sistemáticamente a hacerle un lugar a la inmadurez y a tocarle la cola al diablo, siendo la característica común de estas dos inclinaciones la de ser movimientos descendentes.
Profundizó estos intentos escribiendo narraciones, teatro, una novela mala, folletines y los diarios. La cuestión de escribir adrede una novela buena para las masas, es decir, mala no parecía más fácil que escribir una novela buena. Escribir una novela buena para las masas no significaba en absoluto escribir una novela accesible, interesante, noble e impregnada de cultura como las de Sienkiewicz.

Al contrario, significaba escribir una novela con lo que las masas experimentan en realidad penetrando sus instintos más bajos. El que emprendiera esta tarea debería liberar su imaginación más sucia, turbia y mediocre, quitarle las cadenas a la conciencia oscura y baja. Este pobre concepto de las masas tenía más que ver con el miedo que con el desprecio.
La intelectualidad polaca estaba amenazada por el primitivismo de la masa mucho más ignorante y terrible en Polonia que en otros países de cultura superior. En aquellos años al dirigirse a los de abajo el escritor escribía desde arriba en la medida que su cultura y su buena educación literaria se lo permitía. Pero el proyecto de ese Gombrowicz veintiañero era otro.

Entregarse a la masa, rebajarse, convertirse en un ser inferior, una idea que más tarde le sirvió para enunciar un postulado según el cual en la cultura no sólo el inferior debe ser creado por el superior, sino también a la inversa. A los últimos folletines que escribió en Polonia le puso el nombre de “Los hechizados”, los escribió con un seudónimo en el mismo año que se vino a la Argentina.
“Los hechizados” indaga en nuestra ilimitada capacidad de hacer daño a través de una historia sobre la irresistible atracción de dos jóvenes con los destinos entrelazados que se niegan a dejarse seducir mutuamente, y que atraen al mal como un imán. El eje del suspenso de esta novela gira alrededor de una servilleta colgada de un clavo en la vieja cocina del castillo, y que se mueve constantemente.

Esta novela retrata con marcado cinismo el día a día de las diferentes clases sociales de una Polonia sin futuro donde las personas no tienen mucho que perder y luchan por sobrevivir más o menos como pueden. “Nosotras, las mujeres, a los hombres de clase inferior no los tomamos para nada en cuenta. Es como si no existieran. Yo no podría nunca amar a un campesino o a un obrero (...)”
“¿Qué puede tener una en común con un hombre de esa clase? ¿Qué proximidad espiritual puede haber entre nosotros?” En vida, Gombrowicz nunca autorizó la publicación de esta obra con su nombre y bajo la forma de libro, sólo hacia el final de su vida reconoció su autoría. El Príncipe Bastardo, refiriéndose a “Los hechizados”, se lamentaba de que Gombrowicz no hubiese releído esos folletines.

Él creía que en ese caso hubiera autorizado la publicación del libro con su nombre. “Los hechizados”, a juicio del Príncipe Bastardo, terminó por alcanzar la categoría de una buena mala novela. Una buena mala novela vale más que una mala buena novela, y los lectores que saben discernir prefieren una serie negra bien escrita a un mediocre premio Goncourt.
Sin embargo, las reticencias de Gombrowicz respecto a “Los hechizados” se debieron a que carecía de la técnica que había elaborado en los cuentos, a que no hacía de la inmadurez la materia misma de la escritura, y a que no era un verdadero vehículo para su contrabando subversivo. Gombrowicz no le tenía confianza a esos folletines, se le parecían a una embarcación atada a una ballena que la llevaba a cualquier parte.

Hasta le llegó a pedir consejo a Iwaszkiewicz para resolver la historia de terror que había introducido en esa novela policial y que no sabía cómo terminar. En fin, el autor no consideraba a “Los hechizados” como miembro de su familia artística, el Príncipe Bastardo, como buen bastardo que era, consideraba que sí lo era, y fue él quien hizo publicar este folletín cuando Gombrowicz ya no podía protestar.
“Sí, todos los ingredientes de su obra están acá, todavía dispersos. Le bastará hacerlos jugar dentro de una mecánica sabia para llegar a construir esas ‘máquinas infernales’ que Sartre ha saludado en las grandes novelas posteriores” “Los hechizados” ha dividido siempre a los gombrowiczidas en dos bandos irreconciliables, unos aman a esta obra y otros la detestan.

Para poner un solo ejemplo digamos que el Orate Empobrecido, editor de Santiago Arcos, considera a esta novela como la obra maestra de Gombrowicz. “No sé si entiendo a Gombrowicz, a mí me gustó mucho “Los hechizados,” y se la recomiendo a todo el mundo, así que fijate cómo viene la mano. La Flauta Traversa es muy amiga, además le publicamos “Los sospechados”, y a vos te seguimos con la olida (...)”
“Estoy medio fundido por publicar tanto libro para el gheto, como dice Libertella, así que me tomé un año sabático, voy a leer tu texto, con mucho gusto”. Milan Kundera, uno de los gombrowiczidas ilustres, deja a la novela en cambio fuera de concurso. “Hablo con un amigo, un escritor francés; insisto en que lea a Gombrowizc. Cuando vuelvo a encontrármelo está molesto (...)”

“Te he hecho caso, pero, sinceramente, no entiendo tu entusiasmo; –¿Qué has leído de él?; –‘Los hechizados’; –¡Vaya! ¿Y por qué ‘Los hechizados’? Esta novela no salió como libro hasta después de la muerte de Gombrowicz. Se trata de una novela popular que en su juventud había publicado, con seudónimo, por entregas en un periódico polaco de antes de la guerra (...)”
“Hacia el final de su vida se publicó, con el título de ‘Testamento’, una larga conversación con Dominique de Roux. Gombrowicz comenta en ella toda su obra. Toda. Libro tras libro. Ni una sola palabra sobre ‘Los hechizados’. –¡Tienes que leer ‘Ferdydurke’! ¡O ‘Pornografía’!, le digo. Me mira con melancolía: –Amigo mío, la vida se acorta ante mí. He agotado la dosis de tiempo que tenía guardada para tu autor”

Los caminos que hay que seguir para llegar a ser un escritor connotado son misteriosos. A los ocho años, Gombrowicz, para escabullirse del hermano mayor que le quería pegar, usaba la táctica del pájaro cucú. Se escondía detrás de un arbusto y salía gritando: –¡Chiflado! Cuando el hermano empezaba a correr en esa dirección, Gombrowicz, que ya se había escondido detrás de otro arbusto, salía y le gritaba: –¡Bestia!
A estas aventuras infantiles le siguieron las del colegio Kotska en el que, por una cosa o por la otra, también era corrido, y así llegó el tiempo de la Universidad. “Pasé ese verano en la costa del Báltico, en Spot. ¿Qué iba a estudiar en la universidad? A decir verdad no me atraía nada, tal vez algo la filosofía, aunque ya en aquella época me daba cuenta que para saber un poco de filosofía bastaba con ir a una librería (...)”

“Una vez en la librería debía comprar unos cuantos libros y leer en lugar de perder el tiempo escuchando conferencias y asistiendo a seminarios. Finalmente escogí la Facultad más cómoda y atrayente para los holgazanes: la Facultad de Derecho. En el otoño comencé a asistir a las clases de derecho romano. Pero pronto dejé de asomarme por la Universidad. El derecho resultó ser un aburrimiento insufrible (...)”
“Mis compañeros de curso tampoco se mostraron demasiado interesantes. Cuando leo en los diarios de Zeromski sus años universitarios saturados de colorido, ricos en amistades, política, sueños y declamación, llenos de lo que él denomina ‘la genial charlatanería estudiantil’ le tengo envidia, a mí el destino me escatimó ese entusiasmo. Mi madurez se manifestaba en la convicción de que ‘la vida es la vida’ (...)”

“Ninguna reforma, acción, levantamiento, lucha, daría una pizca más de razón a mis colegas y no transformarían el mundo en un paraíso. Era realista hasta la médula y sentía aversión por toda clase de ilusiones, trivialidades y teorías escritas. Odiaba el entusiasmo. Acabé la carrera de derecho. En el último examen me sucedió un hecho tan insólito que sólo podría ser comparado con el premio gordo de la lotería (...)”
“Tras unas preguntas, a las que respondí bien, me dijo el profesor: –Ahora, busque este artículo en el código. Yo no había mirado el código en mi vida, no sabía si buscar el artículo al principio o al final, pensé: me ha embromado, de igual modo abrí el libro al azar. Y ¿qué ocurrió?, encontré precisamente el dichoso artículo, a pesar de que el libro era muy gordo y de papel muy fino: –Ya veo que usted conoce muy bien el código (...)”

“Terminada la carrera ¿qué haría? Por nada del mundo quería ser abogado o juez. Estaba hasta la coronilla del derecho: cuando su sutileza y precisión tropezaba con la vida, se armaban unos ‘quid pro quos’ increíbles. En teoría el derecho debía ser una síntesis de exactitud y de lógica, pero en la práctica se despachaba a los criminales rápido y corriendo, como sea, de cualquier manera y cuanto antes (...)”
“Al final llegué a odiar esa ciencia pretenciosa, tan vulgarmente desenmascarada por la vida que se sentaba en el banquillo”. Para calmar la irritación que tenía el padre a raíz de su holgazanería Gombrowicz inició sus prácticas de pasante con un juez de instrucción en los tribunales de Varsovia. En esa época escribe cuatro novelas cortas, eran los años de su práctica no rentada en los tribunales.

Trabajaba en el despacho de un juez de instrucción en el que tuvo la ocasión de tratar con un hampa de diversas clases. “Los jueces de instrucción ejercían sus funciones en un edificio de la calle Nowy Zjazd, a orillas del Vístula. Mi jefe, el juez Myszkorowski, tenía asignados dos cuartos que daban a un largo pasillo atestado de presos y de policías. En el primer cuarto, nosotros, los pasantes, teníamos tres escritorios (...)”
“El otro escritorio estaba ocupado por el juez. Nuestra tarea consistía básicamente en instruir los expedientes penales dirigidos al tribunal de primera instancia. Se trataba de asuntos judiciales bastante serios, el juez me entregaba el dossier de la investigación preliminar llevada a cabo por la policía. Durante el año y pico que trabajé en el despacho del juez tuve ocasión de tratar con un hampa de diversas clases (...)”

“Autores de asesinatos, crímenes políticos, eróticos, robos, estafas. Tratábamos a veces con algún loco o teníamos que asistir a autopsias, lo cual no podía ser incluido entre las cosas agradables. Pudiera parecer que de este contacto con la miseria y el crimen debería haber sacado enseñanzas de suma importancia. Sin embargo, no fue así, sucedió en cambio lo contrario (...)”
“Había constatado desde hacía tiempo que el hombre no se habitúa a nada tan rápidamente como a ese bajo fondo de la existencia, sobre todo si contacta con ellos profesionalmente, como médico o como juez. El trabajo en el tribunal no me ocupaba demasiado tiempo, en total unos dos días por semana, el resto del tiempo lo ocupaba leyendo. Devoraba al azar una cantidad considerable de libros (...)”

“Volví también a otra de mis ocupaciones abandonada hacía tiempo: escribir. Esta vez, sin embargo, ya no se trataba de obras abortadas en su propia concepción, sino de un trabajo sagaz y calculado para dar un resultado concreto. Me puse a escribir obras cortas, es decir, cuentos, con la idea de que si no salían bien esos cuentos los quemaría y empezaría de nuevo a escribir otra cosa (...)”
“A pesar de vivir en Varsovia, a pesar de mi trabajo presente de pasante, seguía siendo un muchacho de campo, un producto típico de mi universo terrateniente, pero aún así me iba introduciendo poco a poco en el mundillo artístico. Por el mismo tiempo me absorbió otra pasión: el tenis. Me inscribí en el club deportivo Legia y quedé cautivado. Me sumergí en el ambiente del club (...)”

“Las rivalidades, la jerarquía que se establecía entre los jugadores, todo esto hizo que el tenis fuera para mí algo infinitamente más sublime de lo que había sido en la época en la que lo practicaba como amateur en diversas canchas campesinas. Empecé a jugar con pasión e hice algunos progresos, aunque nunca llegué a ser un jugador destacado”. Gombrowicz se divertía jugando al tenis y escribiendo cuentos.
No consideraba a sus prácticas de pasante en los tribunales de Varsovia como un trabajo verdadero, se sentía como un verdadero parásito. Se le estaba presentando la posibilidad de realizar una operación que tiene una gran utilidad en el arte, la transformación de los propios defectos en valor. Por el momento se dedicaba a elaborar cuentos fantásticos dejando para más adelante su ajuste de cuentas con la vida.

En esa época escribe cuatro novelas cortas: “Crimen premeditado”, “El festín de la condesa Kotlubaj”, “La virginidad” y “En la escalera de servicio”. Gombrowicz se sintió desde muy joven como actor de una mala obra teatral, con un papel estrecho y banal, y sin ninguna posibilidad de lucirse, así que se fue preparando poco a poco con la conciencia de esta inferioridad esperando tiempos mejores.
Lo que sí sabía, sin ninguna duda, es que él no era culpable de nada, la culpable era la situación. En el año que trabajó como pasante en los Tribunales de Varsovia se dio cuenta de que esta característica suya era innata, no creía de ninguna manera que la persona a quien se atormentaba con preguntas taimadas fuera de veras culpable. Se inclinaba más bien a pensar que el reo había tenido mala suerte al dejarse pescar.

Esa convicción sobre la inocencia absoluta del hombre no era la consecuencia de ningún pensamiento determinista, era un pensamiento espontáneo que no podía combatir. “Esto creaba en ocasiones situaciones extrañas. Una vez, en el tribunal de primera instancia, donde había sido destinado para desempeñar funciones de escribiente, el presidente, tras haber ordenado la suspensión de la sesión, me mandó preguntar algo al acusado (...)”
“Me acerqué al banquillo y le tendí mi mano al reo; sólo las miradas estupefactas de los abogados hicieron que me diera cuenta de mi metida de pata”. Decide permanecer en la localidad de Radom pero choca con la hostilidad de los abogados locales que en su gran mayoría pertenecían al Partido Nacional, una agrupación política de derecha y de lo más reaccionaria.

Sus partidarios se escandalizaban por las relaciones que mantenía Gombrowicz con centros de izquierda y, particularmente, por las que tenía con Wiadomosci Literackie. Desde ese momento renunció a la continuación de su carrera jurídica. Mientras Kafka se puso sobre los hombros todos los crímenes y las culpas del mundo podríamos decir que Gombrowicz hizo todo lo posible por quedar libre de culpa y cargo.
“Yo era culpable, abominable e intolerablemente culpable, sin causa y sin motivo. Yo no sabía en realidad en qué consistía mi pecado, pero la ignorancia no impedía que fuera presa de un intenso sentimiento de culpa. Un día escribí una carta de súplica al desconocido autor de mis sufrimientos, al Acusador, para pedirle que me dijera qué crimen había cometido, pero no supe adónde enviarla y la destruí”.

El sometimiento de un hombre a un juicio surgido de la convivencia humana es algo extraño. Se somete sin preguntar siquiera si ese juicio es justo o no, ésta es la consecuencia que saca Gombrowicz de su convicción espontánea de que el hombre es inocente por naturaleza. Esta convicción la podemos deducir del comportamiento de los personajes en toda su obra para un rango que va desde el amor al crimen.
En el año 1929 Gombrowicz escribe “Crimen premeditado”. La convicción de que el hombre no era culpable de nada lo predispuso al disparate y al absurdo y nada le satisfacía más que ver nacer bajo su pluma una escena verdaderamente loca y ajena a los estándares del razonamiento común, una irracionalidad que, sin embargo, estaba sólidamente establecida dentro de su propia lógica.

Lo devoraba una rabia sorda contra todo lo que le facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios, las relaciones, todo aquello que, en fin, hacía de él un sibarita y un holgazán. Es evidente la relación que existe entre el asunto de “Crimen premeditado” y su actividad profesional. El juez le entregaba expedientes con la investigación policial preliminar, lo distinguía con los asuntos interesantes porque sabía jugar al ajedrez..
Trataba con locos, asistía a autopsias, pudiera parecer entonces que Gombrowicz debiera haber sacado enseñanzas importantes del contacto con la miseria y con el crimen, pero no fue así. Los Tribunales llegaron a ser para Gombrowicz una especie de agujero negro por el penetraba en la miseria de la existencia. Pero los abogados, aunque mejores que los propietarios terratenientes, se hallaban lejos de la perfección.

La vida miserable deformaba al proletariado, las comodidades y el ocio deformaban a los terratenientes, pero esa intelligentsia urbana de los jueces y los abogados también estaba desfigurada por su modo de vivir, ellos también eran caricaturas. Había que destruir esa forma, había que imponer otra que permitiera a la superioridad acercarse a la inferioridad para establecer con ella una relación creativa.
Las relaciones entre el crimen, la culpa y la condena son asuntos que Gombrowicz desarrolla en “Crimen premeditado”. De la casa de Ignacio K. solicitaron la ayuda de un juez para resolver un problema patrimonial. El funcionario llegó a la noche, lo atacaron los perros y tuvo que meterse de apuro en el coche. Finalmente pudo anunciarse como el juez de instrucción H. y manifestar el deseo de verse con el señor K.

El joven Antonio lo hizo pasar y le dijo que era hijo del anfitrión. Su hermana Cecilia, que los esperaba en una sala pequeña, con excepción de una cara bonita, pertenecía a la clase de las jóvenes carentes de reacciones, indiferentes y despistadas. Le dieron la bienvenida, estaban temerosos, pero no se sabía de qué tenían miedo. El juez preguntó si el señor K se hallaba en casa y los hermanos respondieron afirmativamente.
La cena fue sombría, el apetito del hambriento juez resultaba extraño tanto a los hermanos como a Esteban, un criado. Cuando terminaron de cenar entró la madre, la señora K., se sentó sin pronunciar palabra, miró con severidad al juez y después de unos minutos le comentó que quizás estuviera molesto por haber hecho un viaje sin sentido puesto que su esposo había fallecido anoche.

El juez muy sorprendido le dio las condolencias y balbuceó algo referente al respeto y aprecio que siempre había tenido por el difunto. Como el visitante estaba acostumbrado a los cadáveres provenientes de los asesinatos, en vez de pedir permiso para ver al difunto, lo pidió para ver el cadáver, una palabra que produjo un efecto desafortunado, la viuda rompió a llorar y le tendió una mano que el juez besó con humildad.
El protagonista permaneció allí, mirando sus manos temblorosas sin que se le ocurriera nada, sintiendo que su situación a cada minuto se volvía más embarazosa. La señora lo acompañó a ver a Ignacio. Mientras subían al piso superior le comentaba que fue un golpe terrible, que los hijos estaban aturdidos y no decían nada, que Antonio estaba disgustado con ella porque le temblaban las manos.

Su hijo no debería haber tocado el cuerpo y esperaba que no enfermara por haberlo tocado, sin embargo, algo se tenía que hacer, hubo que arreglarlo, que Antonio no había llorado en ningún momento, que ella le rogaba al cielo para que pudiera llorar. Cuando la viuda abrió la puerta el juez se arrodilló e inclinó la cabeza sobre el pecho, el muerto estaba en la cama tal como había fallecido.
Su cara azul e hinchada indicaba la muerte por asfixia, muy común en los ataques al corazón. El juez se persignó, rezó una plegaria e hizo un comentario sobre la nobleza de los rasgos del difunto Se volvió a arrodillar otra vez a dos pasos de un cadáver que no tenía derecho a tocar. Desde su llegada todo lo que había hecho le resultaba falso y pretencioso, como la representación de un actor mediocre.

Cuando por fin se halló en su habitación se sacó el cuello y lo arrojó al piso para pisotearlo, estaba furioso, sentía que lo estaban poniendo en ridículo, que aquella mujer malvada había preparado todo muy hábilmente. Le exigía que le rinda homenaje, que le bese las manos, que tenga sentimientos. Le daba rabia que no hubieran tenido en cuenta su carácter de juez de instrucción, y que en la casa había un cadáver.
Era evidente que una cosa estaba relacionada con la otra, un huésped que accidentalmente resulta ser un juez de instrucción al que no le envían el coche y se resisten a abrirle la puerta. A alguien le molestaba su presencia, lo obligaban a arrodillarse y a besar manos con el pretexto de que el finado había muerto de muerte natural. Había algo irregular en todas estas coicidencias.

Echó mano a toda su agudeza y empezó a establecer la cadena de hechos, a construir silogismos, a seguir los hilos y a buscar pruebas. A la mañana siguiente se puso a hablar con el otro criado, le confirmó que Ignacio había muerto en la habitación de arriba, también le dijo que Esteban dormía con el mayordomo en un cuarto junto a la cocina, y que él dormía en la despensa.
La señora dormía con el señor pero una semana antes de la muerte de Ignacio se había mudado al cuarto de la hija, y Antonio dormía en la planta baja junto al comedor. Al juez le resultó extraño lo de la mudanza de la esposa pero se propuso no sacar conclusiones apresuradas. Cuando la viuda le preguntó si ya se iba le respondió que le gustaría quedarse un poco más.

La viuda murmuró algo sobre el traslado del cadáver y le preguntó con poca convicción si estaría presente en el funeral. El juez le respondió que sí, que era un gran honor para él estar presente y le pidió permiso para ver el cadáver otra vez. A juzgar por las evidencias el hombre había muerto de muerte natural, sin embargo, se acercó al lecho y tocó el cuello del cadáver con un dedo.
La viuda se alarmó pero el juez siguió revisando el cuello y examinado la habitación. Lo único que desentonaba en el conjunto era una enorme cucaracha muerta. Finalmente se decide y le pregunta a la viuda por qué se había mudado a la habitación de la hija, le responde ofendida que porque su hijo se lo había recomendado, para que Ignacio tuviera más aire pues ya se había estado asfixiando durante todo una noche.

La mujer está preocupada, el juez le pide que no trasladen el cadáver hasta el día siguiente, ella se yergue, lo desafía con la mirada y abandona la habitación. Pero, nada, sólo la cucaracha aplastada junto al tocador, es como si el cadáver, contemplando el cielo, estuviera diciendo que había muerto de un ataque cardíaco. El juez salió de su habitación para dar un paseo alrededor de la casa.
Cuando entró al comedor Cecilia y Antonio se alejaron rápidamente mientras los sirvientes preparaban la mesa para el almuerzo. La señora estaba aterrorizada y le preguntó a la hija si el juez ya se había ido, no comprendía qué andaba buscando, que Antonio no lo iba a tolerar porque estaba cometiendo una injuria. Cuando el juez le pregunta a Antonio si lo quería al padre, le responde que lo quería bastante.

El día de la muerte había dormido en su habitación de la planta baja. Mientras el juez se lavaba las manos en su cuarto entró el mismo criado de la mañana para preguntarle si necesitaba algo. Le contó que la noche de la muerte del señor Ignacio Antonio lo había encerrado con llave en la despensa, no estaba dormido a pesar de que era la medianoche y lo había escuchado, le pidió al juez que no lo comentara.
Pero si en el tribunal le hubieran preguntado al juez en qué se basaba para afirmar que ese hombre había sido asesinado, tendría que haber respondido, que en el comportamiento extraño del hijo, en que todos se comportaban como si lo hubieran asesinado aunque la autopsia hubiera demostrado que había muerto de un ataque cardíaco. En la mesa el juez se mandó una larga perorata sobre la naturaleza del crimen.

El crimen real lo comete siempre el espíritu, los detalles son las formalidades médicas y judiciales, los detalles son externos. De pronto, la viuda, pálida como la muerte, arrojó su servilleta y, con las manos más temblorosas que de costumbre, se levantó de la mesa exclamando que era un malvado. El juez le dice que si él era un malvado que le explicara entonces por qué habían cerrado la puerta con llave.
Estaba pensando en la puerta de la despensa en la noche de la muerte de Ignacio. Cecilia dice que fue ella, la madre aclara que ella se lo ordenó, pero se referían a la puerta del cuarto de ellas. Antonio manifestó que no podía decir porque había cerrado la puerta y abandonó el comedor. El juez pensó que el cadáver, sin embargo, debía haberle preocupado a esa banda de asesinos.

A la medianoche Antonio golpeó su puerta y lo hizo entrar, el joven le dijo que o se iba inmediatamente de la casa o le hablaba con claridad. El juez se decide y le dice que está pensando que su padre había sido estrangulado. Se ponen a reflexionar entre los dos y concluyen que nadie pudo haber entrado a la casa desde afuera así que sólo existían seis sospechosos, tres de la familia y tres de la servidumbre.
Pero el paso de los sirvientes había sido cerrado por Antonio que no sabía por qué lo había hecho. Como la madre y la hermana también habían cerrado la puerta de su cuarto sin saber por qué, el único sospechosos que quedaba era Antonio, y otra cuestión que lo volvía sospechoso es que no había llorado, y que se sentía feliz por la muerte de su padre. Pero nadie había estado en el cuarto de Ignacio.

Nadie podía haber estado porque Antonio, no sólo había cerrado la puerta de la despensa, sino también la de su propia habitación. Antonio murmuraba que como todos temían que el padre se muriera, posiblemente, por miedo y por pudor se habían encerrado con llave, todos querían que Ignacio resolviera por su cuenta sus asuntos. Cuando el juez preguntó quién lo habría hecho entonces, Antonio se quebró.
Le respondió que había sido él, que lo había hecho maquinalmente, que en un minuto había estrangulado a su propio padre, había regresado a su cuarto y se había dormido. El juez le hizo ver a Antonio que, sin embargo, existía una pequeña dificultad, una formalidad nada importante: el cuello de Ignacio no revelaba huella alguna de estrangulación, el cuello no había sido tocado.

Dicho esto se deslizó por la puerta entreabierta y se fue a esconder en el guardarropa del cuarto donde yacía el cadáver. Esperó largo rato hasta que, finalmente, la puerta se abrió, alguien se deslizó en el interior y enseguida escuchó un ruido espantoso, la cama crujió estruendosamente, después los pasos se retiraron sigilosamente. Luego de una hora el juez salió del escondite, las sábanas que cubrían el cadáver estaban revueltas.
“El cuerpo yacía ahora en diagonal y en el cuello aparecían, nítidas, las impresiones de diez dedos. Las formalidades se habían cumplido ex post facto. Aunque los peritos no estuvieron del todo satisfechos con aquellas huellas dactilares (alegaban que había algo que no era del todo normal), fueron consideradas al fin, junto a la plena confesión del asesino, como una base legal suficiente”



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lunes, 15 de agosto de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y LAS ANOMALÍAS

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LAS ANOMALÍAS


A medida que transcurre la historia el mundo va presentando anomalías. En la matemática el cálculo de la raíz cuadrada de dos da nacimiento a la aparición de los números irracionales; en la física la invariancia de la velocidad de la luz da nacimiento a la teoría de la relatividad; en el comportamiento humano la atracción de sexo del mismo género da nacimiento a la homosexualidad.
Aunque la aparición de estas paradojas del conocimiento han sido resistidas en el tiempo de su aparición finalmente van siendo aceptadas por la ciencia. De los tres ejemplos que pusimos el más confuso es el de la homosexualidad, por esta razón es el que ofrece más resistencia a ser aceptado, y eso a pesar de los esfuerzos preclaros que hicieron algunos hombres insignes para que la homosexualidad fuera reconocida.

Estos connotados escritores pretenden darle la misma categoría que tienen los números irracionales y la invariancia de la velocidad de la luz, perteneciendo a esta clase de esforzados pensadores el mismísimo Gombrowicz. Sin embargo hay que decir que, excluyendo el “Diario”, Gombrowicz pone en acción a la homosexualidad. en sólo dos ocasiones.
En un conjunto de marineros en “Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta Banbury” y en el comportamiento de un millonario argentino en “Transatlántico”. “¡Psicoanálisis! ¡Diagnóstico! ¡Fórmulas! Yo mordería la mano del psiquiatra que pretendiese destriparme privándome de mi vida interior acostado en un diván haciéndome preguntas (...)”

“Pero como hecho a propósito, a causa de este montaje oculto que no soy el único en descubrir en la vida, por esa misma época me fue dado observar el cuadro clínico de una histeria que lindaba con mis propios sentimientos y era casi una advertencia: ¡cuidado, estás a un paso de esto! Ocurrió, pues, que a través de unos amigos de un conjunto de ballet en gira por la Argentina, entré en contacto con cierto ambiente (...)”
Era un ambiente de un homosexualismo extremo y enloquecido. Digo extremo, porque con un homosexualismo normal ya me topaba desde hacía tiempo; el cualquier latitud, el mundillo artístico está saturado de esta clase de amor, pero aquí lo que se me pareció fue su rostro frenético hasta la locura (...)”

“El grupo que conocí esta vez se componía de hombres enamorados de otros hombres más que cualquier mujer, eran putos en estado de ebullición, incansables, siempre a la caza, zarandeados por los jóvenes, desgarrados por ellos como si fueran perros, igual que mi Gonzalo en ‘Transatlántico’”. Gombrowicz, cuando se refiere a su vida personal e íntima, casi siempre recurre a fórmulas.
También recurre a anécdotas o generalidades poéticas, evitando los detalles. En sus cartas a los amigos cercanos, especialmente en los últimos años, se manifestaba más libremente y sin tantas restricciones, pero esta indecente confesión tardía sonó como una broma. Otros gombrowiczidas en cambio sostienen que el erotismo de la juventud de Gombrowicz era normal en un sentido físico, pero anárquico y loco en el mental.

En la esfera erótica de Gombrowicz se manifestaba su pasividad, su naturalidad sumisa, su inmediatez y la facilidad del acceso, de la entrega total, un carácter ideal y místico. Necesitaba de una relación directa y espontánea con las personas. “Por supuesto no he cometido ningún acto de locura. En la superficie he sido razonable, pero en el fondo, muy dentro de mí mismo, he vivido una vida apoyada enteramente en la fantasía (...)”
“Creo que soy un hombre normal, pero tengo una tendencia a la locura interna”.
Gombrowicz tenía de sí mismo una opinión estándar. “En cuanto hijo de buena familia, educado, bastante sano, ni feo ni guapo, sólo pasable, haciéndole la corte a sus primas, alumno mediocre, un tanto enmadrado, delicado, inquieto, y al mismo tiempo burlón, parlanchín, provocador, a menudo insoportable en el colegio y golpeado por sus compañeros mayores, sociable, frívolo, audaz o tímido según las circunstancias”

La madre de Gombrowicz intentó casarlo con su prima Barbara Godecka por su posición social y su dote, mientras el padre, por los mismos motivos, intentaba casarlo con una joven que había elegido cuidadosamente. “¿Para qué necesito a una mujer? Esta joven le gusta a mi padre, por eso quiere que me case con ella, porque él no puede” Jan Onufry estaba preocupado por el matrimonio de su hijo
También lo estaba su amigo Tadeusz Breza. A Gombrowicz le encantaba el humor de Breza, envidiaba la facilidad que tenía para relacionarse con las mujeres, mientras él iba de mal en peor. Finalmente, como sus fracasos no cesaban de repetirse, llamaron la atención de Tadeusz. Le presentó a una joven actriz, hermosa, sana, simpática, amante de la lectura y del arte.

Tenía la esperanza de haber encontrado para Gombrowicz la unidad ideal de cuerpo y de espíritu, de cultura y naturaleza. Pero el hecho de que esa joven apareciera sobre un escenario, que se dejara contemplar, que tuviera una actitud profesional hacia su encanto y sus gracias, hizo que a Gombrowicz no se le despertara ningún interés por ella.
En el año 1926 Gombrowicz realiza los primeros flirteos con sus primas y las amigas de su hermana, todas las cuales lo abruman con su celo religioso. Su familia, tanto su madre como su padre, desea que se prometa a una joven condesa católica, amiga de su hermana, dos años mayor que él y organiza una discreta comida para que él se declare, pero nada ocurre.

Era la consecuencia de su forma de comportamiento que lo hacía sentir a gusto solamente con aquellos a quienes conseguía imponer esa forma suya un tanto extravagante. La aristocracia tenía su propio estilo, definido, banal e impersonal, y nada podía hacer en su contra, tenía que someterse. Esta separación, sin embargo, no era tan drástica como podría suponerse.
La primera obra literaria de su vida fue la monografía “illustrissimae familiae Gombrovici”. La conservó en estado de manuscrito, y aunque no contenía nada de especial pues los Gombrowicz eran tan solo miembros de una pequeña nobleza, se pavoneaba con cada detalle referente a los bienes, funciones y vínculos familiares, y disfrutaba de esta manía.

Cuando murió su padre en el año 1933 ya había empezado a sentir la decadencia de su familia a la que le encontraba cierto parecido con “Los Buddenbrooks”, la novela de Thomas Mann. Era una familia que se extinguía, las perturbaciones mentales de algunos parientes de la parte de su madre pesaban sobre su cabeza como una amenaza de trastornos psíquicos futuros.
Poco a poco se fue haciendo notar como más sensato y equilibrado que los demás, de alguna manera se sabía que su especialidad era la inteligencia y no otra cosa. “El hombre es un ser social, y quien se integra rápida y fácilmente en su ambiente, se forma e incluso llega a un grado considerable de eficacia... pero no se manifestará nunca en él la fuente de sus energías más profundas (...)”
“Será un hombre técnicamente útil, pero superficial y limitado”. El desorden, la confusión y la torpeza de una existencia que elegía la idiotez para relacionarse con los demás fueron para él la mejor escuela en la se formó y que le permitió más adelante sobresalir y entrar en el gran mundo. Gombrowicz sabía que no podía responder a las expectativas y a las necesidades de las jóvenes.

No podía representar el papel de admirador y de amante. “Ferdydurke” termina con una escena que dice mucho sobre la relación convencional entre un hombre y una mujer. Pepe, de conformidad con el canon estándar secuestra a su prima Isabel. La joven disfruta del rapto y él debe responder a sus expectativas. La escena muestra la incapacidad fundamental de Gombrowicz para representar el papel de novio y marido.
Pero, ¿y la homosexualidad?, no es tan evidente que el origen de la homosexualidad de Gombrowicz sea el miedo. Gombrowicz no le tenía odio a las mujeres, no era misógino, pero, ¿y miedo?, ¿no será que era ginófobo? La cuestión de que la homosexualidad le produjera tanta vergüenza y la heterosexualidad de sus relaciones algunas mujeres dan para pensar que le tenía miedo a las mujeres.

Algunos gombrowiczidas connotados piensan que el miedo era el origen de su homosexualidad. Dejemos este dilema para otra oportunidad, pero si fuera cierto que era ginófobo, el miedo se convertiría en el archiorigen de los dolores de Gombrowicz. Fue el miedo a la guerra y no la conclusión de un análisis ponderado de la realidad el que lo impulsó a saltar del Chrobry en el puerto de Buenos Aires.
Los pasajes de su inmadurez a su madurez son obscuros e incompletos, es evidente que no tuvo esa transformación interna estándar que nos va volviendo maduros: del erotismo a la sexualidad, del estudio a la profesión, de la profesión al trabajo, del trabajo al dinero, de la sexualidad a la pareja, de la pareja a los hijos, y, en general, de una cosa a la otra, en este camino nos vamos transformando y nos volvemos maduros.

Sin embargo, siempre nos queda como en un sueño actual el recuerdo de la juventud, el deseo de volver a ser jóvenes. Uno de los propósitos deliberados que tenía Gombrowicz era el de desvincular la conducta humana de la voluntad y del determinismo psíquico. A la voluntad la trasponía con el automatismo y al determinismo psíquico con partes del cuerpo.
Este modelo creativo se le empezó a perfilar en “Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta Bambury”, un modelo que perfeccionó en “Ferdydurke”. La cara y sus habitantes: los ojos, la boca, la nariz y las orejas; el culo y sus proximidades: las manos, los dedos, los muslos y las espaldas se convirtieron desde entonces en los representantes plenipotenciarios de la forma y de la inmadurez.

“Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta Banbury” es la novela corta más larga de Gombrowicz. Esta novela corta la escribió en el año 1933, y sin saber que siete años más tarde desembarcaría en la Argentina, ya sueña con ella. “Bajo el hermoso cielo de Argentina, los sentidos gozan gracias a una niña”. Y comienza la narración en forma realmente premonitoria.
“Mi situación en el continente europeo se hacía día a día más penosa y más equívoca”. En “Cosmos” intenta volver reales las asociaciones que tiene en la conciencia, y ahorca al gato, un acto desleal pues falsea la relación entre el ahorcamiento imaginario del gorrión y el ahorcamiento real del gato. Pone en juego intencionalmente elementos reales para configurar una estructura de elementos que tiene en la conciencia.

De este modo el protagonista lleva a cabo un acto desleal pues perturba lo que está observando y sólo conocerá entonces el resultado de la perturbación. Con el ojo humano y el marinero que se traga la cuerda del palo de mesana hace al revés, pone en juego intencionalmente elementos imaginarios para configurar una estructura de elementos reales, otro acto desleal que arroja el mismo resultado.
En la primavera de 1930 Zantman emprendió un largo viaje por motivos de salud. Su situación en el continente europeo se tornaba día a día más embarazosa y menos clara. Le pidió a un amigo que le encontrara un lugar en alguna de sus embarcaciones, y a la semana siguiente emprendió el viaje en una hermosa goleta de tres mástiles con una capacidad de cuatro mil toneladas cargada de sardinas y arenques, rumbo a Valparaíso.

El capitán Clarke le dio la bienvenida cuando subió a bordo de la goleta Banbury. El primer oficial Smith le cedió su camarote por una módica suma de dinero. A las horas Zantman empezó a vomitar todo lo que tenía en el estómago, y para volverlo a llenar devoró toda la ropa de cama y la ropa interior del primer oficial que estaba en el baúl, pero muy poco tiempo permanecieron en sus entrañas.
Sus gemidos llegaron al capitán quien, apiadándose de él, ordenó que subieran al puente un barril de arenques y otro de sardinas para que siguiera devorando. Sólo al anochecer del tercer día, después de haber consumido tres cuartas partes de los arenques y la mitad de las sardinas, logró recuperarse. Cesó también el movimiento de las bombas que limpiaban el navío.

Se alejaban de Europa, en una noche estrellada y apacible ocurrió algo que parecía relacionado con los vómitos que había padecido Zantman y que, en cierto sentido, resultó premonitorio. Uno de los marineros se llevó a la boca, en forma distraía, una cuerda que colgaba del mástil mayor. Muy posiblemente, debido al movimiento vermicular del intestino estimulado por esta anomalía, se empezó a tragar la cuerda.
Se la tragó con tanta violencia que el marinero fue izado como si fuese un trapo hasta lo más alto del mástil donde quedó atascado con la boca completamente abierta. Dos mozos de cubierta se colgaron de sus piernas pero no pudieron hacerlo bajar, entonces, el primer oficial tuvo la idea de recurrir otra vez a los vómitos. Para despertarle la imaginación vomitiva le presentó al paciente un plato lleno de colas de rata.

El pobre infeliz, con los ojos totalmente desorbitados, tuvo un acceso de vómito y cayó al puente tan pesadamente que casi se rompe las piernas. Aunque en ese momento no le puso mucha atención, Zantman había presenciado ya dos acontecimientos con síntomas relacionados a la náusea, el del marino, de carácter absorbente y centrípeto, y el suyo, de carácter centrífugo.
Las colas de las ratas, la nave y las espaldas de los marineros le empezaron a resultar familiares. Smith, el primer oficial de a bordo, y el capitán Clarke le explicaban que el barco era bueno, y que si a alguien no le parecía del todo bueno podía abandonarlo cuando lo deseara. Al promediar la conversación Clarke le pide a Smith que ordene a la tripulación tres vivas para el capitán, y la tripulación lo viva tres veces.

Los marineros siempre estaban inclinados limpiando algo, de modo que Zantman no veía otra cosa más que sus espaldas. Una mañana le manifestó al primer oficial su convicción de que la tripulación de la Banbury estaba integrada por mozos valientes y honestos. Smith le respondió a Zantman que no era así, que los tenía sujetos a todos con el taladro.
Los trataba con puño de hierro y no le daba una patada en el culo al que se portaba mal, a pesar de que era lo único que ofrecían, porque no serviría de nada, si pateaba a uno tendría que patearlos a todos por el espíritu de igualdad, y eso sería una tontería. El capitán le comentaba a Zantman que arriba de la goleta no había papá ni mamá y tampoco había consulados, que él era el amo y señor de la vida y de la muerte.

No había abuelos ni dulces ni bizcochos, sólo había disciplina y obediencia. Quería demostrarle a Zantman que tenía poder, deseaba mostrárselo porque de vez en cuando lo asaltaba el desánimo y se reblandecía. El capitán Clarke le dijo a Smith que si lo viera sin la hoja de parra, como Dios lo trajo al mundo, sin los pantalones blancos y los galones de oro en la gorra, no lo reconocería ni lo respetaría.
Al marcharse el capitán, Zantman murmuró que eso bastaba para él, refiriéndose a las manías del capitán, y al momento el primer oficial le contesta que no le aconsejaba hacerse el gracioso. De vez en cuando el capitán y el primer oficial jugaban con bolitas de migas de pan, el tedio se dejaba sentir tanto que se peleaban violentamente sin conocer la razón de la riña.

Los oficiales bebían licores y los marineros realizaban extraños movimientos con el cuerpo, se inclinaban, apoyaban los brazos en el suelo, estiraban las piernas y movían los hombros como hacen los gusanos en la tierra. El primer oficial Smith le confiesa a Zantman que debido al aburrimiento sus relaciones con el capitán Clarke se habían puesto difíciles y tirantes.
Jugaban a pincharse con agujas, vencía el que resistía más tiempo, estaba picado como un colador. Zantman le dice que habían creado un círculo vicioso sin salida lateral. Tenían que procurarse un alfiletero y colocarlo entre los dos. Smith lo miró con respeto y le dijo que estaba sorprendido con sus conocimientos, que había resultado ser un magnífico navegante experimentado, que tenía el colmillo de un viejo lobo de mar.

Con el alfiletero dejarían inmediatamente de pincharse. A la tarde Smith empezó a hacerle confidencias sobre la tripulación, la peor gentuza, carne de horca recogida en los peores puertos del mundo. Había que tratarlos con mano dura, no pensaban en otra cosa que sacarle el cuerpo al trabajo, que el peor de todos se llamaba Thompson, con una boca en forma de culo de gallina como si quisiera sorber vaya saber qué cosa.
Esa noche le iba a dar una lección. Después de decirle todo esto empezó a canturrear que de agua y tedio era la vida del marinero. Posteriormente a la conversación sobre el alfiletero con Smith el capitán cambió la actitud hacia Zantman, dedujo que Zantman tenía sus métodos para combatir el tedio, que no era de esos estúpidos ratones de tierra sino un experto navegante, y que era inútil que le ocultara su verdadera identidad.

Clarke, en tierra firme, no hacía otra cosa que aburrirse, y el tedio que le sobrevenía lo arrojaba otra vez al mar. Y una vez desplegadas las velas, desaparecidas las costas del continente, tras el movimiento y el ruido de la hélice, otra vez, nada, el aburrimiento, el tedio marino. Con una buena tormenta se arreglarían las cosas, pero así todo resulta intolerable.
Al día siguiente el ayudante de cocina dejó caer involuntariamente al mar un gran balde de cobre que desapareció inmediatamente en la boca de un tiburón. El hecho le produjo al mozo tanta alegría que sin poder contenerse empezó a arrojar todos cubiertos que el escualo devoraba al vuelo, y después lanzó al mar el resto de lo que cayó en sus manos. Smith lo detuvo cuando estaba desclavando una repisa de la pared.

Al muchacho lo hicieron enfermar de paludismo esa misma noche y no reapareció hasta el final del viaje. De día, las espaldas de los marineros eran dóciles y temerosas, pero en las noches llegaba hasta el camarote de Zantman un zumbido monótono e insistente semejante al de un enjambre de insectos. Eran los marineros que Smith controlaba durante el día, pero no a la noche.
Murmuraban historias absurdas e interminables en las que no existía ni una sola palabra de verdad. Cuando Zantman comprobó que Thompson tenía, efectivamente, la boca de culo de gallina le preguntó porque la ponía así, le respondió que la ponía así porque le gustaba, le hacía bien para olvidarse del aburrimiento y de la severidad de los oficiales que lo estaban arruinando.

Zantman le dio diez chelines, le prometió que le iba a dejar fruta y leche en la puerta de su camarote todas las noches y le rogó que no hiciera escándalos y aguantara hasta llegar a Valparaíso. Thompson contó lo de los chelines, la noticia se divulgó y algunos marineros le empezaron a pedir plata a Zantman, la cuenta le iba resultando de treinta y seis chelines y seis peniques.
Había hecho mal, los marineros se excitaron y se volvieron más insolentes, les daba una mano y se tomaban el brazo. Un día Zantman paseaba por la popa y vio en el puente un ojo humano. Le preguntó al timonel de quién era el ojo, pero el timonel no lo sabía, y cuando le preguntó otra vez si alguien lo había perdido o se lo habían sacado a alguien, le respondió que estaba ahí desde la mañana pero que él no había visto a nadie.

Le hubiera gustado recogerlo y guardarlo en una caja pero no podía abandonar el timón. Bajo cubierta había otro ojo, era un ojo distinto, era de otro hombre. Zantman se lo contó a los oficiales y el capitán comentó que habían empezado a jugar al ojito, le dio la orden al primer oficial Smith de castigar al autor de ese desaguisado y, además, de obligarlo a comer el ojo extraído como lo exigían los usos y las costumbres marítimos.
Zantman les comenta que no vale la pena castigarlos, que el ojo es sólo un órgano mal fijado, es sólo una bolita colocada en una cavidad del hombre. Smith murmuró que en adelante ya no tendrían paz, que durante una temporada en el Pacífico meridional habían perdido las tres cuartas partes de los ojos de la tripulación, y que tenía que darles una lección.

Cuando Zantman le dijo a Clarke que tenía la impresión de que los hombres se encontraban molestos como si les estuviera faltando algo y que, a lo mejor, se los podría tranquilizar de alguna manera, el capitán le contestó que era evidente que lo había calado el miedo, que a veces le parecía un navegante valeroso y otras una mujercita plañidera.
En ese momento Zantman le espetó que tenía conocimiento de que en el barco se estaba preparando un motín, y que todo iba a terminar muy mal. El capitán lo invitó a beber unos tragos de cognac. Los marineros de proa cantaban: –Oh, bella mía, ¿por qué no me amas?, y los de popa cantaban: –Bésame, bésame. Era necesario evitar hablar de mujeres.

Smith les prohibió mencionarlas y, entonces, los marineros al tirar de las cuerdas exclamaban: –Aprieta, aprieta–, e inclinados sobre los baldes: –Lava, seca, moja, riega. Cantaban con todo el sentimiento y toda la nostalgia de la que eran capaces. El capitán dio la orden perentoria de que los marineros debían tomar una cucharada de aceite de hígado de bacalao.
Aunque ellos no querían arruinar sus ensueños con esa cucharada de aceite igual la tomaron, por el momento volvió a reinar la calma. A la noche la tripulación canturreaba y murmuraba: –Las mujeres de Singapur, de Mandrás, de Mindoro, de Sáo Paulo, de Loamin–, se restregaban los brazos con aceite de hígado de bacalao. Y seguían: –Sus manecitas, sus piececitos, yo he sido amado sin dejarle siquiera un chelín.

Thompson propuso cambiar la ruta noventa grados, apuntar hacia el Sur donde existen islas cubiertas de jardines y vacas marinas grandes como montañas, mientras cantaba: –Bajo el hermoso cielo de Argentina, los sentidos gozan gracias a una niña. Cantaban para amar a la nostalgia. Zantman estaba pensando que era una suerte que no hubiera mujeres cuando, repentinamente, sintió el chasquido inconfundible de un beso.
Era Thompson abrazándose con un grumete, Zantman le ofreció una libra al grumete para que recuperara el juicio, pero el grumete gritó, con la voz tan aflautada como la de una mujer, que él se parecía a una mujer. Otros marineros se abrazaban y cuchicheaban. El capitán observaba desde el puente de mando con la pipa encendida. Zantman se le acercó y le dijo que en el barco habían aparecido los besos.

En el puente los marineros andaban en pareja, paseaban del brazo y se abrazaban. Clarke llamó a Smith y le dijo que había que prepararse para castigar el motín de acuerdo a las leyes del mar y la navegación. Hacia la medianoche el viento se transformó en un huracán, la goleta comenzó a bailar como un columpio y la velocidad aumentó vertiginosamente.
Al cabo de veintiséis horas la tormenta amainó pero Zantman prefirió no salir del camarote. Era evidente que el amotinamiento había tenido lugar, cerró la puerta con llave y la aseguró con un armario. Pasaban los días y nadie se presentaba, la goleta aumentaba su velocidad sobre una superficie tersa como la de un pantano, las luces que se filtraban por las hendiduras del camarote eran cada vez más intensas.

Zantman estaba seguro de que afuera había grandes cóndores, vistosos papagayos y peces de oro, y de que los marineros habían dirigido a la Banbury hacia las aguas desconocidas del trópico. Había preferido no oír los gritos salvajes y frenéticos de la tripulación que, con toda seguridad, estaba saludando a los colibríes, a los papagayos, y a todos los otros signos que anunciaban la próxima y grandiosa orgía.
“No, no quería saberlo y no deseaba el calor, ni la exuberancia, ni el lujo. Prefería no salir al puente por temor a ver lo que hasta ese momento ofuscado, oculto y no dicho se desencadenaría con toda su falta de pudor, entre plumajes de pavos reales y fulgores espléndidos. Desde el comienzo todo había estado en mí, y yo, yo era exactamente igual a todos los demás. El mundo exterior no es sino un espejo que refleja el interior”

“La confección de estos recuerdos ha estado influida por el hecho de que la policía de Buenos Aires ha llevado a cabo una gran purga en el Corydonismo local. Han sido arrestadas centenares de personas. ¿Pero qué puede hacer la policía contra una enfermedad? ¿Es capaz de arrestar un cáncer? ¿O multar el tifus? Sería mejor, pues, descubrir al sutil bacilo de la enfermedad que sofocar los síntomas (...)”
“Pero, ¿quién está enfermo? ¿Acaso sólo los enfermos? ¿O también los sanos? No comparto la estrechez mental que no ve en ello más que un degeneración sexual. Degeneración, sí, pero que tiene su origen en el hecho de que las cuestiones de la edad y de la belleza no son suficientemente transparentes y libres en la gente normal. Es una de nuestras debilidades e impotencias más graves (...)”

“¿No sentís que en este campo también vuestra salud se vuelve histérica? Estáis encorsetados, amordazados: sois incapaces de confesar. Por eso quiero hablar. Pero tengo que puntualizar algo sobre lo que estoy diciendo: nada de esto es categórico. Todo es hipotético... Todo depende –¿por qué iba a ocultarlo?– del efecto que vaya a producir en los demás (...)”
“Es el rasgo que caracteriza a toda mi producción literaria. Intento diferentes papeles. Adopto diferentes posturas. Doy a mis experiencias diferentes sentidos, y si uno de estos sentidos es aceptado por la gente, me establezco en él. Es lo que hay de juvenil en mí. Es la única manera de imponer la idea de que el sentido de una vida, de una actividad, se determina entre un hombre y los demás (...)”

“No sólo yo me doy un sentido. También lo hacen los demás. Del encuentro de estas dos interpretaciones surge un tercer sentido, aquel que me define”. Gombrowicz estaba preocupado porque su prontuario en la Policía Federal estaba sucio con estas cosas del Corydonismo, así que le pidió ayuda a un amigo a ver si conocía a alguien que se lo pudiese limpiar.
Ya se sabe que los argentinos somos en general fanfarrones: cuando se habla de longitud, la más larga del mundo la tenemos nosotros, por la calle Rivadavia; cuando se habla de anchura, la ancha del mundo la tenemos nosotros, por la avenida 9 de Julio; y cuando se habla de la policía, la mejor del mundo la tenemos nosotros, por la Policía Federal.

El amigo concertó una reunión con un comisario y Gombrowicz en un café cercano al Departamento Central de la Policía Federal. Las cosa iban más o menos bien hasta que Gombrowicz, para hacerse el simpático, empezó a canturrear en voz baja: –La mejor del mundo... la mejor del mundo...El comisario le contó después al amigo que Gombrowicz le había parecido una persona poco seria, así que no había hecho nada por él.


jueves, 11 de agosto de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y LA POLÍTICA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA POLÍTICA


Gombrowicz fue contemporáneo, contempló y padeció las conducciones políticas de tres personajes históricos: el mariscal Józef Pilsudski, el general Juan Domingo Perón y el doctor Arturo Frondizi. A este último presidente lo conoció personalmente. Antonio Berni relata en una nota el clima que reinaba en su estudio cuando Gombrowicz dio su conferencia sobre la regresión cultural de Europa.
“Mi estudio lo tenía en una casona, resto de un antiguo casco de estancia hoy demolido, frente al parque Lezica, al costado de un pasaje y refugio nocturno de parejas. Una glicina centenaria extendía sus ramas por la vecindad. Asistieron Emilio Soto, Sigfrido Radaelli, Conrado Nalé Roxlo con Arturo Frondizi, futuro presidente de la Argentina, que vivían a cincuenta metros de mi estudio, y una docena más de personas”

Gombrowicz, tanto como el Asiriobabilónico Metafísico, tenía una relación extraña con la política, se interesaba más por el estilo de los políticos y de los jefes militares que por las ideas que representaban. Para provocar a la gente de izquierda adoptaba la pose de un retrógrado recalcitrante. Al Pterodáctilo le cuenta en Vence que había destapado una botella de champaña el día que mataron al “Che” Guevara.
El Indiecito le quiso pegar por una de esas discusiones disparatadas, y Arrillaga, el comunista español que me lo había presentado, le quiso desparramar mierda en la cara. Pero las manifestaciones políticas más dramáticas y peligrosas Gombrowicz las hace en Berlín en el año 1963, lleva la excitación al paroxismo declarando que era hora de que los polacos dejen de pavonearse con sus cinco millones de muertos.

A juicio de Gombrowicz esa actitud era snob, y Hitler no era tan malo. Gombrowicz buscaba la liberación de su conciencia, estaba convencido de la bancarrota de todas las ideologías políticas, de las de izquierda y de las de derecha. Siguiendo las enseñanzas de Marx pensaba que había llegado el momento de estudiar en forma completa el condicionamiento de la conciencia.
Se debía estudiar no sólo el condicionamiento de la conciencia de los aguaciles del capitalismo, sino también el de los estudiantes que profieren injurias en un mitin. Desde adolescente se sintió en rebeldía contra las instituciones que utiliza la colectividad para presionar sobre el individuo y desde entonces estuvo convencido de que ninguna reforma violenta puede transformar el mundo en un paraíso.

Mientras, por un lado, seguía perteneciendo a la vieja época de la buena educación política en la que la gente se expresaba con mayor moderación y seriedad, por otro, era un representante de los tiempos modernos poniéndose en contra de todo lo que facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios y las relaciones. Hubiese utilizado el comunismo como un instrumento.
Quería destruir el conjunto de las condiciones que fatalmente lo determinaban, pero el comunismo es una teoría, y Gombrowicz no creía que las teorías fueran capaces de transformar verdaderamente la vida. Contrariamente a lo que se ha dicho y escrito sobre él nunca fue indiferente al siniestro problema de la vida fácil de los ricos y la vida difícil de los pobres.

Una noche conversaba con Gombrowicz en el café Rex sobre la derivación cómica y dramática que había tenido su discusión con Arrillaga acerca del comunismo, repentinamente me pregunta: –¿Qué idea política tiene usted, Gómez?; –Anarquista, le respondí después de haberlo meditado un momento. Se le iluminó la cara, mordió la pipa y la giró hacia el otro lado, me observó en diagonal con una mirada cómplice.
¿Pero usted no creerá que el anarquismo sea una idea realizable; –No, no lo creo, pero hay que mirar en esa dirección. No volví a hablar del anarquismo con Gombrowicz, y creo que tampoco de política. “Tenía dieciséis años y acababa de termina el sexto curso, cuando sobrevino el dramático verano de 1920”. Gombrowicz se refiere al mes de agosto de 1920, cuando el ejército bolchevique se acercaba a Varsovia.

El mariscal Pilsudski, gracias a una hábil maniobra, logró derrotar al ejército invasor. “Todos los jóvenes se alistaban entonces como voluntarios, casi todos mis colegas se paseaban ya en uniforme, las calles estaban llenas de carteles con un dedo índice que apuntaba y un eslogan del estilo ‘La patria te llama’, y en las alamedas las jovencitas preguntaban a los muchachos: –¿Por qué no está usted todavía en el ejército?”
Gombrowicz no se enroló, la oposición determinante de su madre venció la voluntad de su padre que, en principio, exigía que cumpliera con su obligación. Su abuela Aniela también estaba escandalizada: –Imagínate, Tosia, qué tiempos, qué poca educación tienen esas jóvenes, paran a los hombres en la calle sin ninguna vergüenza. Cualquiera les puede responder: –Pero si usted a mí no me gusta, señorita.

Gombrowicz utilizaba las formas políticas y militares como si fueran un juego, tanto era así que él y sus hermanos se declararon partidarios fervientes de la coalición de Francia e Inglaterra tan sólo por el hecho de que su madre tenía una ligera tendencia proalemana. Tampoco quiso tomar parte en el festín de la independencia. “Me mantenía a distancia en los desfiles”
“Cuando me topaba en la calle con los ruidos de una marcha militar y el ritmo de una tropa que desfilaba a mi lado, hacía todo lo posible para no seguir su compás. ¿Estaría buscando quizás mi propia música y mi propia marcha? La vida política no me interesaba”. Pero la figura del mariscal Józef Pilsudski era demasiado imponente como para que le pasara desapercibida.

Lo que realmente le disgustaba a Gombrowicz del mariscal Pilsudski no es que fuera un hombre de izquierdas, sino la propaganda pomposa e ingenua que le hacían sus partidarios, y también la actitud de Pilsudski hacia su propia grandeza. El mariscal estaba aplastado por la dimensión histórica de Polonia y por la misión que se le imponía. Pero la historia no sólo trata a la gente con crueldad.
Además, se burla de ella; ninguna iniciativa radical podía llevarse a cabo en las condiciones de esa Polonia de entre guerras, y hombres eminentes como Pilsudski estaban condenados a la insignificancia. Pilsudski hizo lo todo lo que pudo y como pudo con realismo, valor y virilidad contra los pacifismos cobardes de los burgueses presumidos tanto de Francia como de Inglaterra.

A Gombrowicz, en tanto que artista, le encantaba y lo divertía el estilo impresionante del mariscal, su manera imponente y pintoresca, y su grandeza tan personal y auténtica. No obstante, en las discusiones que mantenía con otros colegas escritores sobre ese personaje predominaba el sentimiento y el respeto que tenían por él, por eso se hacía imposible el análisis.
La grandeza del mariscal Józef Pilsudski permanecía en Polonia fuera de toda discusión como algo establecido de una vez y para siempre. Pero esta predisposición hacia la admiración y la obediencia tan generalizada, aún entre sus adversarios, no le convenía a la elite de Polonia, lo que es bueno para un soldado no siempre es recomendable para un intelectual.

Y esa impotencia romántica e ingenua de la intelligentsia polaca respecto a Pilsudski le hacía daño, ya que él mismo era la primera víctima de su propia leyenda. A veces se atacaba algún aspecto de su política, pero no se ponía en discusión ni se analizaba su propia grandeza. “Puede ser que fuera grande, no lo niego. A mí lo que me enervaba no era su grandeza sino la pequeñez de los que se sometían a ella con tanta facilidad (...)”
“No le reprochaba en absoluto a las masas que lo siguieran ciegamente; sin embargo, me preocupaba la ligereza con la que la capa social más avanzada de la nación renunciaba a su derecho a la crítica, al escepticismo y, ésta es la palabra precisa, al control. Mientras la fuerte personalidad del mariscal dominó el panorama de la vida política e incluso espiritual, las cosas se sostuvieron bastante bien (...)”

“Pilsudski se alejaba de toda teoría, nadie sabía a ciencia cierta cuáles eran sus principios, no obstante infundía la confianza que puede dar un hombre altruista y capaz, acaso genial o incluso providencial”. Gombrowicz, entre otras muchas luchas, había empezado a lidiar con el espíritu romántico polaco en “Ferdydurke”, burlándose del mismísimo mariscal Pilsudski.
“A Nalkowska le debo el haber retirado a tiempo de ‘Ferdydurke’ un pequeño verso que parodiaba ‘La primera Brigada’ de las Legiones de Pilsudski. Puso el grito en el cielo. Pero, aunque todo lo que se refería al mito de Pilsudski y las Legiones estaba lejos de poder ser comentado libremente en la prensa o en los libros, cada uno podía hablar de ellos lo que le viniera en gana”

El comportamiento de Gombrowicz cuando murió Pilsudski no estuvo a la altura de las circunstancias. “Por fin comprendí, se trataba de Pilsudski. Hacía unos días que se sabía que su estado de salud era alarmante. De repente una fila de Cadillacs empezó a entrar en el patio del palacio Belweder: era el Gobierno, con el primer ministro Skalkowski a la cabeza, que iba a despedirse del Mariscal (...)”
“Miré con ira los pálidos semblantes de unos cuantos de mis colegas escritores y dije en voz alta: –¡Qué bonitos coches! Es fácil imaginarse el efecto producido por semejantes palabras... Los más benévolos, explicaban a los demás, menos indulgentes, que yo estaba un poco loco, que era un poco comediante, que no era más que una pose y que jugaba a ser un cínico y un tipo grosero”

Un día de 1955, un año antes de haber sido presentados en el café Rex, yo lo vi a Gombrowicz hablando solo por la calle Florida. Caminaba con entusiasmo, no sólo hablaba, también sonreía como si hubiera resuelto algún problema. Pasado más de medio siglo me doy cuenta ahora que ese talante de condenado que recién sale del presidio estaba relacionado con su próxima renuncia la Banco Polaco.
Al Banco Polaco se dirigía cuando me crucé con él aquella mañana. Su campaña literaria en los siete años y medio de trabajo en la oficina no fue arrolladora. Escribió “Transatlántico”, y comenzó el “Diario”, “Opereta” y “Cosmos”. El trabajo y Gombrowicz nunca se habían llevado bien en Polonia y aquí en la Argentina esta relación siguió la misma suerte. “Ante mí –nada, ninguna esperanza (...)”

“Para mí todo ha terminado, nada quiere comenzar. ¿Mi balance al día de hoy? Después de tantos años, llenos a pesar de todo de esfuerzo intenso y de trabajo, ¿qué soy? Un empleadillo, asesinado por siete horas pasadas diariamente ocupándome de papelejos, estrangulado en todas sus empresas de escritor. Nada, no puedo escribir nada aparte de este Diario”
El año 1955 fue un año turbulento, los conflictos civiles entre los peronistas y los antiperonistas se transforman en conflictos bélicos, aunque restringidos y muy localizados. Se produjeron enfrentamiento entre las fuerzas armadas, la Marina de Guerra amenazó con bombardear el puerto de Buenos Aires, con más exactitud, las refinerías de petróleo, las refinerías no la ciudad.

Gombrowicz se siente cerca de las refinerías por su tendencia a convertir en inminente lo remoto y se escapa, aproxima su casa de Venezuela 615 a las refinerías y el miedo que le sobreviene lo obliga a hacer una mudanza preventiva, se muda a San Isidro, a la casa de los Swieczewski, a muchos kilómetros del puerto. Me tocó hacer el servicio militar en la Marina de Guerra.
La Marina de Guerra era una de las fuerzas armadas argentinas, la fuerza que despertaba más nostalgia en Gombrowicz desde Europa recordando los encuentros que había tenido con sus jóvenes conscriptos en los tiempos de Retiro. El servicio militar lo hice durante dos años, en 1955 y 1956, una época bastante revuelta de la historia política argentina en la que cambió de forma abrupta nuestro destino político.

Como no tenía vocación para el combate un almirante me dio una mano y finalmente me ocuparon en el Ministerio de Marina, un edificio bastante cañoneado y bombardeado durante la Revolución Libertadora mientras yo estaba adentro. Me habían destinado a los conmutadores telefónicos así que, hasta que sobrevinieron los acontecimientos del 16 de junio, pasaba una buena vida.
En septiembre, después del derrocamiento de Perón ocurrido tres meses después de la sublevación de junio, nuestra vida de conscriptos retomó una cierta calma hasta que se produjo la contrarrevolución peronista en 1956, abortada por informaciones oportunas que recibieron los sediciosos evitando de esta manera una derrota segura y el derramamiento de sangre.

Desde el mismo día de la sublevación empezaron a investigar todos los centros desde donde los contrarrevolucionarios podían haber sido alertados y los conmutadores telefónicos cayeron bajo la lupa de las pesquisas militares. Aunque yo no tenía nada que ver con los sediciosos preventivamente me pasaron por un tiempo al servicio de ascensores del Ministerio de Marina, y este cambio despertó algunas suspicacias.
Cuando Gombrowicz se fue de la Argentina en el año 1963 yo me hice amigo de la comparsa de Jorge Brussa, archienemigo de Gombrowicz y campeón de ajedrez del café Rex. Al poco tiempo de haber entrado en contacto con los nuevos contertulios hicieron correr el rumor que yo lavaba ropa a domicilio y que ellos conocían el origen y las características de mi cultura.

Después de haber pasado miles de horas polemizando con Gombrowicz en los cafés, yo tenía un gran entrenamiento para hablar de cualquiera de los asuntos que ocupan el mundo de la inteligencia aunque, debo reconocerlo, sin profundizar demasiado, y esta particularidad de mis conocimientos incompletos fue relacionada con el ascensor del Ministerio de Marina.
Durante el día escuchaba muchas conversaciones en esa cabina cerrada que yo hacía subir y bajar, pero eran conversaciones que no tenían principio ni fin, las tomaba empezadas en algún piso y se me escapaban sin terminar en algún otro nivel. Pues bien, esta ocurrencia que tuvieron esos amigos míos de café que me aparecieron cuando se fue Gombrowicz me hicieron recordar un poco a las conferencia que daba Gombrowicz.

Las conferencias que daba Gombrowicz versaban sobre el existencialismo y el marxismo, sobre la mecánica ondulatoria y la relatividad. El hablaba de estos temas como si para él fueran pan comido, pero sabía perfectamente bien que cualquier cuestionario no demasiado profundo que le hubieran hecho lo podía haber puesto en verdaderos aprietos. Las ideas de Gombrowicz sobre el peronismo eran ambiguas
El 1º de junio de 1955, dos semanas antes del estallido de la Revolución Libertadora, Gombrowicz renuncia al Banco Polaco al que había ingresado en diciembre de 1947. Se siente libre y le da rienda suelta a la alegría que le produce la finalización de sus obligaciones laborales. “Y como coincidió con el derrocamiento de Perón, ¡el viento de la libertad soplaba de todas partes en torno a mí!”

Pareciera una declaración casi política, sin embargo, unos meses antes de esta manifestación antiperonista me había pedido ayuda para traducir unos párrafos escritos para el diario en los que elogiaba tanto a Peron como a su régimen. Este texto nunca se publicó, naturalmente. “Ya sabe como son los mozos en Buenos Aires: envidiosos, amargados, peronistas, bien, aquí en Berlín son todo lo contrario (...)”
“Atentos, sonrientes, amabilísimos, corriendo, con vocación verdadera de mozo, con profundo y sincero respeto. Cuando uno se da cuenta de que casi todos eran asesinos torturadores (arriba de cuarenta años)... esto es genial, no hay caso. Bolches no hay. Aman tiernamente a los yanquis. Son cien por ciento europeos, antinacionalistas, pacifistas. Goma, son geniales no cabe duda”

“No tengo mucho que decir sobre la victoria de Arturo Frondizi, que ha sido elegido presidente de la Argentina; en cambio quisiera anotar que el acto en sí de las elecciones no deja de sorprenderme. Ese día en que la voz de un analfabeto cuenta lo mismo que la voz de un profesor, la voz de un idiota lo mismo que la de un sabio, la voz de un canalla lo mismo que la de un hombre honrado, es para mí el más loco de todos los días (...)”
“No comprendo cómo este acto fantástico puede determinar para varios años sucesivos algo tan importante en la práctica como lo es el gobierno de un país. ¡En qué burda patraña se basa el poder! ¿Cómo ese cuento fantástico acompañado de los famosos cinco adjetivos –universal, libre, secreto, igualitario y directo– puede constituir la base de la existencia social?”

Las circunstancias políticas que vivió Gombrowicz después de la aparición de “Ferdydurke” en la Argentina fueron variopintas: los gobiernos de Juan Domingo Perón,, la Revolución Libertadora y el gobierno de Arturo Frondizi. A Gombrowicz le interesaban muy poco los contenidos políticos cualesquiera fuera el régimen, le interesaba mucho más el estilo de los políticos.
“Este país tan aburrido que es la Argentina, de un día para otro se ha convertido en uno de los espectáculos más interesantes del mundo”. Fue una época de una gran exaltación política, Frondizi había hecho un pacto con Perón y ganó las elecciones del año 1958 de una manera aplastante. Los discursos de su campaña electoral contenían los programas de la izquierda nacionalista.

El petróleo debía ser nuestro, había que llevar adelante la reforma agraria, había que darle un gran impulso a la industria nacional y había que socializar el capital. Este programa que complacía a la izquierda y al nacionalismo despertó el entusiasmo del pueblo y obtuvo cuatro millones de sufragios sobre siete millones de votantes, pero el presidente Frondizi empieza a tomar decisiones de lo más extrañas.
“Apenas nueve meses más tarde, ese mismo Frondizi entregaba la explotación del petróleo a los magnates extranjeros. Anuncia un programa de reformas financieras y económicas que es uno de los más draconianos del mundo. Empieza a cerrar las empresas estatales y despide a los empleados. Abre de par en par las puertas del país al capital extranjero. Proclama el estado de sitio y sofoca la huelga general con el ejército”

Este escándalo le resulta a Gombrowicz bastante instructivo. Los argentinos estaban aturdidos, habían pasado del arrebato de entusiasmo, al temor y a la rabia. Los salarios subían por la escalera y los precios empezaron a subir por el ascensor, Gombrowicz estaba cayendo en la cuenta de que se había acabado la facilidad. El país era tan rico que durante largos años había soportado la demagogia, la megalomanía y la fraseología.
También había soportado toda clase de teorías magníficas, sin hablar de diversos negocios turbios que habían prosperado en ese caldo de cultivo. En esta forma se refiere Gombrowicz a la época del gobierno peronista, a su entender había llegado la hora de enfrentarse cara a cara con la realidad, con el enorme despilfarro que había realizado el régimen derrocado.

“La enorme energía acumulada en el capital internacional ha irrumpido en la Argentina, un país que es casi tan grande como la mitad de Europa. De modo que un ciudadano de a pie no entiende nada de nada y no sabe a qué atenerse. Durante largos años le han dicho que todo eso era ‘explotación’ e ‘imperialismo’, y ahora resulta que es la perspectiva de un nuevo bienestar y el remedio más eficaz contra la anemia”
Los nacionalistas piensan que Frondizi los ha traicionado: –¿Qué es lo que, a juicio de ustedes, se puede hacer?; –Hay que hacer la revolución; –Bien, pero si la revolución triunfara, al llegar al poder, ¿qué programa tienen ustedes para salir de la crisis que afecta al país?; –¿Programa? Bueno... Era imposible seguir imprimiendo billetes sin el respaldo de la provisión de fondos.

El nacionalismo argentino, como todos los nacionalismos del mundo, es emocional y no le gustan las cifras. “Todo su programa se reduce a un odio verdaderamente enfermizo hacia los Estados Unidos y a un temor igualmente enfermizo de que los Estados Unidos los va a devorar. La Argentina debe a los Estados Unidos una parte importante de su desarrollo técnico, sin hablar ya de los provechos en el tema de la política (...)”
Según la manera de ver las cosas que tenía Gombrowicz se estaba produciendo una guerra entre las cifras y los sentimientos, las fobias y las ilusiones. Los nacionalistas habían conducido el país al aislamiento económico, una de las causas principales de la crisis. En la Argentina existían varios tipos de nacionalismos y cada uno de ellos deseaba una variante distinta de dictadura para recuperar la dignidad.

Un cierto tipo de nacionalismo era el clerical militarista, admirador de España y de Franco, que había formado parte de la revolución contra Perón por haber quemado iglesias y combatido al clero. Pero en la época de Frondizi ese mismo grupo intentaba aliarse con los peronistas y con los comunistas, porque también ellos eran nacionalistas, querían formar un frente antigubernamental y establecer una dictadura.
Pero la única dictadura posible en la Argentina era la dictadura militar, y el ejército estaba contra ellos. Para los comunistas del país existían tres centros de poder: el poder del ejército, el poder de la iglesia católica y el poder de los sindicatos obreros. Las instituciones democráticas, como el parlamento y la corte suprema, habían sido violadas tantas veces que carecían de prestigio.

Los partidos políticos y la opinión pública estaban desorientados, habían elegido un presidente de izquierda y progresista y justamente él los había traicionado. El cambio de camisa del presidente había provocado una confusión infernal en todo el país. Pero a un simple obrero no le preocupa tanto la victoria de la revolución mundial, lo que quería era seguir viviendo más o menos bien, descubriendo cómo iba recuperando su bienestar.
“Mientras volvía a casa, unas masas de niebla irrumpían por entre los bloques de edificios, y yo me decía que la Argentina es un lugar del mundo atractivo, incluso para un escritor como yo, poco interesado en política, pues poco a poco, la niebla va disipándose y deja al descubierto el implacable contorno de la vida real. Todo eso ocurre por sí solo, simplemente porque se ha agotado el dinero (...)”

“Se ha agotado ese dinero que es el infalible instrumento de los sueños y de la ilusión. La verdad es que toda esta aventura no ha sido nada original. Se trata de un proceso histórico dialécticamente clásico. La izquierda llega al poder: reformas, subidas de sueldos, precios más bajos, planificación, reestructuración, manipulación y declamación, después de lo cual aparece el fondo de la caja (...)”
“Entonces empieza la crisis, el poder da un giro a la derecha, liberal, impopular, y al cabo de unos años de esfuerzos y ahorro las cajas vuelven a estar llenas y de nuevo se puede soñar, y planificar, y engrandecer..., e imprimir los billetes para cubrir todos esos gastos. He aquí la noria de la Historia. Vuelta a empezar”. Los temas políticos toman una forma explícita en las páginas del “Diario” de Gombrowicz.

No ocurre lo mismo en el resto de su obra el la que sólo roza temas políticos y siempre en ambientes monárquicos y no republicanos, verbigratia en “Ivona princesa de Borgoña”, “El casamiento” y “El banquete”. “El banquete” es el último cuento que escribe Gombrowicz, lo escribe mientras está garabateando también “El casamiento”, en La Falda, una ciudad de la provincia de Córdoba.
Es una narración paródica y teatral cuyo nivel no es menor al de ninguna de sus obras grandes. Están presentes, la repetición, la simetría, la analogía, la mitologización y, en fin, muchas de la visiones y situaciones que aparecen en sus piezas teatrales y en sus novelas. Las sesiones secretas del consejo de ministros se desarrollaban en la oscuridad de la sala de los retratos.

Los ministros y viceministros del estado se pusieron de pie, iban a anunciarse las nupcias del rey con la archiduquesa Renata Adelaida Cristina. Al día siguiente, durante la celebración del banquete real, los prometidos, que sólo se conocían por fotografías, serían presentados formalmente. Esa unión acrecentaría realmente el prestigio y el poder de la corona.
El canciller abre el debate de la sesión del consejo. El ministro del interior pide la palabra pero comienza a callar, y no hace otra cosa más que callar todo el tiempo que dura su intervención. Los ministros que le siguen en el uso de la palabra hacen lo mismo, se callan. No podían decir nada, todos callaban porque el rey era venal y corrupto, se dejaba sobornar y vendía a manos llenas su propia majestad.

Entra el rey al consejo vestido de general con la espada al flanco y un tricornio de gala en la cabeza. Los ministros se inclinan y el monarca, mientras se arrellana en el sillón, los contempla con una mirada astuta. El consejo de ministros se transforma en consejo de la corona por la presencia del rey y se prepara para escuchar sus declaraciones. El soberano manifiesta su satisfacción por la próxima boda con la archiduquesa.
Pone de relieve la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros, pero su voz suena tan venal que el consejo de la corona se estremece de miedo en el completo silencio que reina en la sala. Sigue diciendo que estaba obligado a hacer un serio esfuerzo para que la archiduquesa reciba la mejor impresión de su reinado. Cuando sus dedos empiezan a tamborilear sobre la mesa a los ministros no les queda ninguna duda.

El monarca estaba solicitando una colaboración para la realización del banquete. Se queja de los tiempos difíciles, de que no sabía cómo hacer para afrontar ciertos compromisos, en ese momento se empieza a reír y a guiñarle el ojo al canciller en forma repetida, finalmente, le hace cosquillas debajo del brazo. El silencio del canciller es profundo y la risa del rey se extingue.
El anciano canciller y los otros ministros se inclinan ante el soberano. El poder de la reverencia de la corte fue verdaderamente tremendo, el rey quedó golpeado e inmovilizado, aquella reverencia le devolvió la realeza, el pobre rey Gnulo gimió y trató de reír pero no pudo, entonces huyó aterrorizado amenazando al consejo con que se iba a tomar venganza.

Los ministros se preguntaban cómo había que hacer para impedir que el rey Gnulo armara un escándalo en el banquete como represalia por no haber obtenido la cantidad de dinero que deseaba. La archiduquesa extranjera era hija de emperadores y no podían permitir que se llevara una mala impresión de la actitud miserable del monarca. A las cuatro de la mañana el consejo presentó su dimisión.
El viejo canciller no acepta la dimisión con el argumento de que había que constreñir, encarcelar y enclaustrar al rey en el rey mismo. Había que aterrorizar al rey para salvar la reputación de la corona con el esplendor y la magnificencia de la recepción. La archiduquesa Renata Adelaida Cristina entra al salón y cierra los ojos deslumbrada por la luminosidad del archibanquete.

Cuando entra el rey es saludado con una gran exclamación de bienvenida. La archiduquesa no podía dar crédito a sus propios ojos al ver al rey, no podía creer que ese hombrecillo vulgar con cara de comerciante y con una mirada astuta de vendedor ambulante fuera su futuro marido. En el momento que Gnulo le toma la mano la archiduquesa se estremece de disgusto.
Sin embargo el estruendo de los cañones y el repique de las campanas extraen de su pecho un suspiro de admiración. Un sonido apenas perceptible empezó a hacerse oír, se parecía al tintineo que producen las monedas en el bolsillo. El embajador de una potencia enemiga sonríe con ironía mientras le da el brazo a la princesa Bisancia, hija del marqués de Friulo.

El anciano canciller mira de reojo al embajador porque sospecha que el sonido viene de ahí. El presagio de una infame traición se apoderó del consejo. El rey y la asamblea se sentaron. El soberano empieza a comer y todos los demás repiten el gesto multiplicado al infinito por los espejos. Lo que hacía Gnulo lo hacían también los otros en medio del estruendo de las trompetas y los reflejos brillantes de las luces.
El rey, aterrorizado por esta duplicación, bebió un sorbo de vino. El tintineo de las monedas no había desaparecido, era evidente que alguien quería comprometer al rey y desprestigiar el banquete. En el rostro vulgar del mercachifle apareció la rapacidad. El rey sólo se dejaba tentar por pequeñas sumas, era insensible a las grandes cantidades debido a su mezquindad miserable.

Lo que corroía a Gnulo eran las propinas y no los sobornos. El rey empezó a relamerse y la archiduquesa emitió un gemido de repulsión. La asamblea se espanta, entonces el venerable anciano también se relame. Los espejos multiplicaban al infinito los relamidos de todos los presentes. El rey se enfurece al ver que nada le estaba permitido hacerlo por sí mismo.
Todo lo que hacía era imitado de inmediato, así que empuja con violencia la mesa y se levanta bruscamente. Todos lo imitaron. El canciller se había dado cuenta que la única manera de salvar a la corona, ya que no se le podía ocultar a la archiduquesa la verdadera naturaleza del rey, era obligar a los invitados a repetir los actos de Gnulo, especialmente aquellos que no admitían imitación.

Había que convertir los gestos del rey en archigestos para presionar al monarca. Gnulo, enfurecido como estaba, golpea la mesa y rompe dos platos. Todos los demás hicieron lo mismo, cada acto del rey era imitado y repetido en medio de las exclamaciones de los invitados. El rey empieza a deambular de un lado para otro cada vez con más furia, y los comensales deambulan.
Cuando el archideambular alcanza una gran altura, Gnulo, repentinamente mareado, lanza un alarido sombrío y cae sobre la archiduquesa. No sabe que hacer y empieza a estrangularla delante de toda la corte. Sin dudarlo un instante el canciller se deja caer sobre la primera dama que encuentra y empieza a estrangularla del mismo modo en que lo estaba haciendo el rey Gnulo.

Los otros siguen el ejemplo y el archiestrangulamiento rompe los lazos que unen a los invitados con el mundo normal liberándolos de cualquier control humano. La archiduquesa y muchas otras damas caen muertas mientras crece y crece una archiinmovilidad. Tomado por el pánico el rey empieza a huir con las dos manos tomadas al culo, obsesionado con la idea de dejar atrás todo aquel archireino.
Como nadie podía atreverse a detener al rey el anciano canciller exclama que hay que seguirlo. El rey huía por la carretera seguido por el canciller y los invitados. La ignominiosa huida del rey se transforma de esa manera en una carga de infantería y el rey se convierte en el comandante del asalto. La plebe ve a los magnates latifundistas y a los descendientes de estirpes gloriosas galopando.

Cabalgan junto a los oficiales del estado mayor que, al modo militar, galopan junto a los ministros y mariscales mientras los chambelanes forman una guardia de honor rodeando el galope desenfrenado de las damas sobrevivientes. La archicarrera era iluminada por las luces de las lámparas bajo la bóveda del cielo, los cañones del castillo dispararon y el rey se lanzó a la carga.

“Y archicargando a la cabeza de su archiescuadrón, el archirey archicargó en las tinieblas de la noche”



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jueves, 4 de agosto de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y LA SOCIOLOGÍA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA SOCIOLOGÍA



Gombrowicz intentó desde muy joven penetrar en el núcleo más profundo de la persona y abarcar el conjunto del género humano, pero sin recurrir ni a la psicología ni a la sociología, más bien rechazando este tipo de conocimientos. Cuando escribía “Ivona” se le va poniendo en claro algo referente a este asunto. Es este rechazo sistemático el que lo va poniendo en contacto con la idea de la forma,
“En primer lugar, Ivona procede más de la biología que de la sociología; y en segundo lugar, nace en esa región de mi interior donde me asaltaba la anarquía ilimitada de la forma, de la forma humana, de su desenfreno y de su desvergüenza. Seguía pues estando en mí…, y yo me hallaba dentro”. Siguiendo un camino extraño, al que no fue ajeno su madre, Gombrowicz primero rechazó la sociología y después la psicología.

De naturaleza perezosa y desprovista de sentido práctico en un tiempo en el que había abundancia de criados y de institutrices, el papel de la madre de Gombrowicz se limitaba a darle órdenes al cocinero y al jardinero. Sin embargo, le decía a todo el mundo que la casa estaba a su cargo, que el jardín era una obra de ella, que menos mal que tenía sentido práctico.
Profesaba una gran admiración por todo cuanto ella no era. La fascinaban los médicos eminentes, los profesores, los grandes pensadores y en general las personas serias. Gombrowicz y sus hermanos bien sabían que los libros del filósofo inglés, que fundamentó el proceso social en la lucha por la existencia y la supervivencia del más apto, permanecían en los estantes de la biblioteca con las páginas sin abrir.

Sin embargo, a Marcelina Antonina se le ocurría presentarse de otra manera: –Confieso que pueda parecer un poco extraño, pero tengo una gran debilidad por la filosofía, por el pensamiento riguroso y en ocasiones me deleito leyendo Spencer. Herbert Spencer fue el fundador del darwinismo social y un ilustre positivista. Utilizó en forma sistemática los conceptos de estructura y función.
Concibió a la sociología como un instrumento al servicio de la reforma social. Spencer considera a la evolución natural como la clave de toda la realidad, a partir de cuya ley mecánica y materialista se explican los niveles progresivos de la realidad: la materia, lo biológico, lo psíquico, lo social... Intentó sistematizar todo el conocimiento dentro del marco de la ciencia moderna en términos de evolución.

Este intento lo convirtió en uno de los principales pensadores de fines del siglo XIX. No hay cosa que sea más ajena a Gombrowicz que las ideas de Spencer, el filósofo que subyugaba a Marcelina Antonina. Es fácil ver como se burla de estas ideas en “Ferdydurke”, especialmente con la Juventona. Gombrowicz también deja huellas en los diarios de cuánto lo perturbaba el determinismo evolucionista de Spencer.
La madre fue la primera quimera que Gombrowicz combatió, era para él la representación de la irrealidad, un exceso de irrealidad. Esta caída en la irrealidad en las vísperas de su propia muerte le venía desde la cuna pero, le viniera de donde le viniera, hay que decir que la idea de realidad se escurre entre las manos como una anguila. La realidad se define a veces de modo negativo y a veces de modo positivo.

En el primer caso se afirma que el ser real sólo puede entenderse como un ser contrapuesto al ser aparente, o al ser potencial, o al ser posible. En el segundo caso se afirma que es real sólo lo que existe, y no es real sólo lo que es. La falta de realidad era una espina que se clavó muy pronto en la piel de Gombrowicz, tanto que una buena parte de las historias que cuenta en sus novelas no es real.
Y no sólo no es real porque no relate acontecimientos que hayan ocurrido verdaderamente, sino porque son historias que no pueden ocurrir en el mundo real. Todas sus narraciones tienen elementos fantásticos, y estos productos de la imaginación son los que le hacen posible la actividad de escribir, es decir, el defecto de realidad es entonces el que pone en marcha su obra, pero no su desarrollo y su término.

Todas ellas tienen, como quien diría, una moraleja. Si el defecto de realidad es el motor de su literatura, se podría decir que el exceso de realidad obraría para Gombrowicz como un palo en la rueda. “Mi primera obra que nacía en medio de tantos dolores era muy ramplona. Carecía del precoz talento de Krasinski, quien a la edad de veinte años escribió ‘La no Divina Comedia” (...)”
“Además mi salvajismo espiritual, mi falta de habilidad literaria, todos mis fermentos y rudezas, me privaron incluso de esa fluidez que adquiere con facilidad cualquier joven que se mueve en los ambientes literarios. Leí un fragmento a mi hermano y a mi cuñada cuando vinieron a verme: –¿Qué horror! Tíralo, da asco. No digas a nadie que te has manchado con semejante parida y en el futuro ocúpate de otra cosa (...)”

“Mientras mi cuñada Pifink añadía: –Qué pena que no te hayas dedicado más a la caza. En el fondo sabía que tenían razón. Quemé mi obra y me dediqué de nuevo a la sociología de León Bourgeois”. León Bourgeois, abogado y político francés, fue el padre del solidarismo. Diputado, ministro, senador, presidió la primera sesión de la Sociedad de las Naciones en 1920.
En ese mismo año recibió el premio Nobel de la Paz. Se debe a León Bourgeois una nueva fundamentación de lo moral en el hecho de la solidaridad. Según esta teoría, el hombre depende por entero de la sociedad; de ella viene la civilización que nos impregna por todas partes, sin ella no somos nada. Tenemos frente a ella una deuda que pesa sobre nuestro actuar.

Por esto, la solidaridad domina nuestras actuaciones. Así, el mundo de la actividad humana está sometido a la ley de la solidaridad que expresa la dependencia universal de todo frente a todo. Presionados por esta solidaridad, deudores frente a la sociedad de una deuda que nunca lograremos saldar, debemos consagrarnos por entero al bien social: “el bien moral se identifica con las exigencias de la solidaridad”.
En esta moral no se puede hablar, entonces, de deberes para consigo mismo, y menos de deberes para con Dios; no hay más que deberes para con los demás, y estos deberes se expresan por la solidaridad, que nos hace estar siempre atentos de la repercusión de nuestros actos en la vida colectiva. Esta lectura obligatoria de unos libros de sociología produjo un efecto paradójico en Gombrowicz.

Abrumado seguramente por las concepciones morales de León Bourgeois Gombrowicz se hunde en esa mansión solitaria en unas monstruosidades literarias cuyo primer intento es abortado por su hermano y su cuñada. Sus lecturas de Herbert George Wells también lo llevan a una vía muerta. Se encuentra con una línea de novelistas que exponen una visión realista de la vida.
Estos novelistas mantienen una enérgica creencia en la capacidad del hombre para servirse de la ciencia y de la técnica como medio para mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Wells fue toda su vida un izquierdista convencido. De hecho, su primera novela, “La máquina del tiempo”, seguía esa línea, trataba fundamentalmente de la lucha de clases.

Los hermosos Eloi eran descendiente de los antiguos capitalistas, y los Morlocks de los proletarios, enterrados junto con las máquinas y la industria y que, en la novela, acaban por dominar a sus antiguos opresores. Criticó la hipocresía y la rigidez de la época victoriana, así como el imperialismo británico, y se adelantó a lo que serían los movimientos de liberación femeninos.
Wells estaba convencido de que la especie humana podría ser mejorada gracias a la ciencia y a la educación. Gombrowicz perteneció a una época que sucedía a otra anterior en la que había triunfado el intelecto con una violenta ofensiva en todos los campos, parecía entonces que la ignorancia podía ser erradicada por el esfuerzo tenaz de la razón.

Este impulso intelectual creció hasta alcanzar su apogeo después de la segunda guerra mundial cuando el marxismo y el existencialismo se desparramaron por toda Europa. Estas ideas ampliaron explosivamente los horizontes de los hombres dedicados al pensamiento en toda Europa. Gombrowicz empieza a darse cuenta de que, si bien la vieja ignorancia estaba desapareciendo poco a poco, aparecía una nueva ignorancia.
Esta ignorancia estaba engendrada, justamente por el intelecto, y por una nueva estupidez desgraciadamente intelectual. La vieja visión del mundo que descansaba en la autoridad, sobre todo la de la Iglesia, estaba siendo remplazada por otra, en la que cada uno tenía que pensar el mundo y la vida por cuenta propia, porque ya no existía la vieja autoridad.

El mundo del pensamiento empezó a caracterizarse por una extraordinaria ingenuidad, a la que animaba una juventud sorprendente, los intelectuales exhortaban a los hombres a que pensaran por ellos mismos, con su propia cabeza, algo parecido a lo que había hecho Lutero con su protestantismo, un giro del pensamiento al que Nietzsche calificó de revolución provinciana.
Las ideas podían tener un salvoconducto si se las comprendía personalmente, y no sólo eso, había que experimentarlas en la propia vida, había que tomarlas en serio y alimentarlas con la propia sangre. El aumento de este exceso de responsabilidad tuvo consecuencias paradójicas: el conocimiento y la verdad dejaron de ser la preocupación principal del intelectual.

Esta preocupación fue remplazada por otra, por la preocupación de que descubrieran su ignorancia. El intelectual, atiborrado de conocimientos y de ideas que no termina de asimilar, anda con rodeos para no dejarse pescar en su ignorancia, entonces empieza a tomar algunas medidas de precaución bastante ingeniosas: enmascara la formulación de los pensamientos.
Utiliza nociones pero no las desarrolla, dando por sentado que son perfectamente conocidas por todo el mundo, y todo esto lo hace para ocultar su ignorancia. Los resultados no fueron buenos, la función social del escritor se hizo irresistible y el pensamiento se degradó. “¿Acaso este hombre no buscará la descarga de su propia vida psíquica en la esfera que le es propia, o sea, en la esfera de la pacotilla? (...)”

“Quien no llega a aprehender, a sentir esta degradación en ‘Ferdydurke’ y en mis otras obras, no ha comprendido lo más esencial de mí”. La conciencia de las transformaciones que sufre el hombre por la acción de los otros es la razón por la que Gombrowicz ha ocupado un lugar especial en la literatura. La importancia que le ha dado a la forma es el punto de partida de su psicología.
“Antes de la guerra ‘Ferdydurke’ pasaba por ser una novela escrita por el desvarío de un loco, pues en la época de la euforia creativa y las aspiraciones de grandeza no hacía más que estropearlo todo. Hoy, cuando la Facha y el Cucul han castigado dolorosamente al pueblo, mi libro ha sido elevado al rango de sátira. Ahora se dice que es un libro razonable (...)”

“Se afirma que es la obra de un racionalista lúcido que juzga y vapulea con premeditación, una obra casi clásica y perfectamente sopesada. Pasar de loco a racionalista, ¿es eso un ascenso para un artista?”. Para atacar la concepción simplista de la crítica literaria Gombrowicz da una explicación sobre el significado de “Ferdydurke”, una costumbre que mantiene viva a lo largo de las páginas de su “Diario”.
La idea de que el hombre es creado por los hombres, es decir, por el grupo social que le impone las costumbres, los convencionalismos y el estilo debe ser sobrepasada, para Gombrowicz era más importante destacar que el hombre es también creado por otra persona en los encuentros casuales. De modo que es más que el producto de su clase social como explicó Marx.

El hombre es también el resultado del contacto con otro hombre y del carácter casual, directo y salvaje de ese contacto del que nace una forma a menudo imprevista y absurda. Esa forma no es necesaria para el uso de uno mismo sino que es necesaria para que el otro me pueda ver y experimentar, y por tal razón es un elemento imposible de dominar.
Un hombre así, creado desde el exterior por el grupo social, pero más especialmente por el contacto casual con el otro, debe ser esencialmente inauténtico pues está determinado por la forma que nace entre los hombres. El hombre es entonces un actor natural desde el nacimiento. En estas condiciones lo único que se puede hacer es confesar que la sinceridad está fuera de nuestro alcance.

Sólo puede constatar que el deseo de “ser yo mismo” está perpetuamente condenado al fracaso. Sin embargo, es la degradación, un subproducto de la actividad de la inmadurez, más que la deformación, la que le confiere al estilo de Gombrowicz un carácter propio. Si el hombre no puede expresarse con transparencia no es sólo porque los demás lo deforman.
Es sobre todo porque sólo es expresable aquello que tiene una forma, todo lo demás, es decir, la inasible inmadurez, se queda en silencio. La forma desacredita a la inmadurez y humilla a esta parte del hombre inexpresable; las bellas artes, las filosofías y las morales de la humanidad nos ponen en ridículo porque nos superan, porque son más maduras que nosotros.

“Hace ya largo tiempo que estamos deshabituados de fenómenos tan perturbadores, de estallidos ideológicos de tal magnitud, como la novela de Witold Gombrowicz, “Ferdydurke”. Nos hallamos aquí ante una manifestación excepcional de talento de escritor, de una forma y de un método novelístico nuevo y revolucionario y, a fin de cuenta, de un descubrimiento fundamental (...)”
“Este descubrimiento fundamental es la anexión de un nuevo reino de fenómenos espirituales, dominio hasta ahora echado al abandono, del que nadie se había apropiado, y donde jugaban, en plena indecencia, el chiste irresponsable, los retruécanos y el absurdo”. Todo lo que concierne a la naturaleza del hombre, salvo los misterios trinos, suele dividirse en dos: el cuerpo y el alma, la tierra y el cielo, el bien y el mal...

Gombrowicz, siguiendo él también la línea binaria del pensamiento, eligió la inmadurez y la forma. En su visión del mundo irreverente y libertaria la cultura y las ideas juegan un papel paradójico pues lo ponen al hombre en el camino de la inmadurez en vez de hacerlo crecer. No son las ideas las que mueven a las personas sino las funciones, un pensamiento fundamental del estructuralismo.
Este estructuralismo apareció bastante después de que Gombrowicz empezara a darle vueltas a esta nueva manera de ver las cosas. Echa mano a varios recursos para malograr el desempeño social y psicológico de sus personajes cuyas acciones desembocan generalmente en comportamientos quebrados y fracasados. No se propone construir una moral nueva.

Le da una buena paliza a la que ya tenemos para que se aligere y se ponga a andar, para entretenerse con él mismo y para que nosotros nos entretengamos con él. Las ideas de la forma y de la inmadurez emprenden la marcha por dos caminos distintos, el de la conciencia y el del pensamiento, y es este tránsito doble de los dos universos opuestos el que convierte su línea binaria de pensamiento en una actitud fundamental.
A Gombrowicz se le ocurrió que la única arma de la que disponía para convertirse en un fenómeno de pleno derecho en la cultura consistía en no ocultar su inmadurez, al contrario, tenía que confesarla. Con esta confesión podía tomar distancia de su inmadurez y de la cultura. Gombrowicz no entró en la cultura como un campesino polaco libertario absoluto.

Si hubiera entrado de ese modo los expertos de la literatura lo habrían ubicado inmediatamente en el casillero de los autores destacados del primitivismo en estado puro y el problema quedaba resuelto, pero no fue así, Gombrowicz entró a la cultura de otra manera y lo más que se atrevieron los especialistas franceses fue a clasificarlo entre los anarcoexistencialistas.
Gombrowicz desmontó buena parte de las posiciones de la cultura de las formas en sus diarios y buena parte de las posiciones de la cultura literaria en su creación artística echando mano a su conciencia y a su inmadurez. Empecemos por decir, entonces, que no tenía una visión del mundo predeterminada cuando empezaba a escribir, no la podía tener.

Escribiendo, poco a poco, esa visión del mundo se la iba formando dándose la cabeza contra la pared pues en el acto mismo de la creación debía utilizar materiales, digámoslo así, que le venían dados, siendo el leguaje el más importante. Y éste no es un problema menor ya que nadie podría, pongamos por caso, construir un edificio transparente si sólo dispusiera de ladrillos opacos.
Los estilos y las formas están hechos y sólo nos resulta posible expresarnos a través de ellos, esto es así para Gombrowicz y para cualquier otro hombre que utilice la palabra como un medio artístico de expresión. La visión del mundo es pues un producto social que le viene dado al hombre desde el pasado a caballo de la historia, y tiene éxito en la medida que no la pongamos en tela de juicio.

Esto ocurre así cuando no somos conscientes de cómo esa visión del mundo afecta nuestra forma de hacer las cosas y de percibir la realidad. La visión del mundo es entonces un marco de referencia interhumano y, de la misma manera que nos pasa con la forma, no es nuestra. Son las representaciones de ideas, valores, ideologías y creencias que le fueron impuestas durante siglos a la humanidad.
A juicio de Gombrowicz, estas representaciones nos deforman. Él se ocupó de destruir su visión del mundo, una visión del mundo que, por otra parte, no era suya, y no de crear una visión del mundo nueva, pues ningún hombre individualmente, por más genial que sea, puede emprender una empresa semejante, a excepción de los profetas, y Gombrowicz no era profeta.

Más que la consecuencia de una visión del mundo, sea ésta a priori o a posteriori, su obra es el resultado del esfuerzo consciente que realiza para organizar el caos inicial de una narración que le rebota como una pelota contra las paredes del leguaje y que constantemente es absorbida por estilos y obsesiones que le viene dados por la herencia, por la tradición y por la cultura.
Gombrowicz nunca pudo ajustar las cuentas con su inmadurez, un poco porque no quiso y otro poco porque no pudo. El aspecto cómico de esa inmadurez era su infantilismo y la forma dramática su confrontación con la madurez. Todas las naturalezas intermedias están tironeadas por los extremos, la crisálida por el gusano y la mariposa, la adolescencia por la inmadurez y la madurez.

Según este modo de ver las cosas hay que decir que Gombrowicz fue un adolescente desde la niñez hasta la muerte. Si hay algo nuevo después de Gombrowicz es la irrupción consciente que realiza con su inmadurez en el mundo de la cultura. “Ferdydurke” tuvo desde el comienzo el doble aire de la irresponsabilidad y la provocación de una comedia y el aspecto de la profundidad y el dolor de una tragedia.
De los fondos de una gigantesca cloaca provienen la substancia y el alimento para el desarrollo de todos los valores y de toda la cultura. El complejo de formas de segundo orden encadenado a nuestra inmadurez está incorporado a nuestra vida como un viejo hábito. La envoltura de las formas maduras y convencionales le rinde homenaje a los valores elevados y sublimados.

Mientras tanto nuestra vida esencial se desarrolla en una esfera familiar y sucia, con ligereza y libre de sanciones. Su energía emocional es cien veces más pujante que la de aquella otra en la que se tejen las telas de las convenciones, una esfera detestable y vergonzante en la que prospera una vida exuberante y lujuriosa. Gombrowicz pone en entredicho la posición aislada y privilegiada atribuida a los fenómenos psíquicos.
Destruye el mito de su divinización, y pone al descubierto una genealogía zoológica escabrosa y poco reluciente que repudia toda vanidad. Descubre una naturaleza común entre las esferas de la cultura y de las subculturas y vislumbra en la región de la inmadurez el modelo y el prototipo del valor en general, y en el mecanismo de su funcionamiento la llave para la comprensión de la maquinaria de la cultura.

En el salón que da a la calle todo obedece a lo que es conveniente, pero en la cocina de atrás de nuestro yo se practica la economía de la peor de las conductas. Gombrowicz domina esta maquinaria psíquica ridícula y caricaturesca al punto de llevarla a una zona de cortocircuitos violentos y de explosiones que condensan en forma grotesca. “Cabe concebir la guerra como un conflicto de formas (...)”
“Yo veía con estupor cómo Europa, la central y la oriental principalmente, se preparaba para la guerra, entraba en la era de la movilización demoníaca de las formas. Los hitlerianos y los comunistas se componían ambos un rostro amenazador, y la fabricación de creencias, de entusiasmos y de ideales igualaba a la fabricación de cañones, de balas y de bombas (...)”

“La obediencia ciega y la fe ciega se habían vuelto obligatorias, y no solamente en los cuarteles. La gente se ponía artificialmente en estados artificiales, y todo –incluso, y en especial, la realidad–, todo debía ser sacrificado para obtener la fuerza. Esta obediencia ciega suponía puras sandeces vocingleras, cínicas falsificaciones, la deformación de la realidad más evidente; una atmósfera de pesadilla (...)”
“Un horror sin nombre... Esos años de preguerra fueron quizás más ignominiosos que los de la guerra misma. Asfixiado por esa presión de la forma, me lancé con todas mis fuerzas hacia una nueva aprehensión del hombre; era la única posibilidad de conservar algo de esperanza. Me hallaba, junto a la humanidad, en la más negra de las noches. El viejo Dios agonizaba (...)”

“Las leyes, los principios y las costumbres que habían constituido el patrimonio de la humanidad se veían suspendidos en el vacío, despojados de su autoridad. El hombre, desembarazado de Dios, liberado y solitario, amenazaba con formarse a sí mismo a través de los demás hombres... Seguía siendo la forma, y no otra cosa, lo que se encontraba en la base misma de esas convulsiones (...)”
“El hombre moderno se caracterizaba por una nueva actitud frente a la forma. La imaginación me representaba a los hombres del futuro dejándose formar deliberadamente unos por otros. Vinculé mi experiencia particular a ese panorama general de la humanidad y conseguí con ello un sosiego relativo. No era el único en ser camaleón, todo el mundo lo era (...)”

“Se trataba de la nueva condición humana, había que tomar conciencia de ello con rapidez. Me convertí en el poeta de la forma, y ‘Ferdydurke’, en lugar de servirme a mí, se transformó en un poema grotesco que describía los tormentos de los hombres en un lecho de Procustes: el de la forma. A decir verdad, el artista no piensa, si por pensar se entiende la elaboración de un encadenamiento de conceptos (...)”
“En el artista, el pensamiento nace del contacto con la materia a la que le da forma, como algo auxiliar, como la exigencia de esa materia por tener una forma naciente. Se trata de que la obra se logre, de hacerla apta para vivir, no es de la verdad de lo que se trata. Mis pensamientos se gestaban al mismo tiempo que mi obra, era una simbiosis cotidiana con su mundo, que, lentamente, se revelaba (...)”

“Triste, deprimido, agotado, pasé algunos meses en los Tatras, y luego me fui a Roma. A veces me invadía el miedo, pues ‘Ferdydurke’ era una provocación y la prensa nacionalista me atacaba brutalmente tratándome de corruptor, lo que podía muy bien significar que iba a ser apaleado por bandas fascistas. Ya en la escuela, pese a ser un gallina, a menudo había sufrido las consecuencias de entregarme a la provocación (...)”
“Volví de Roma a Varsovia pasando por Venecia y Viena. En Varsovia reinaba la excitación, las muchedumbres, la fiebre, el frenesí, el estado de alerta... Y de todos los países llegaba una furia aterradora de pueblos amenazados. Comprendí con una claridad meridiana una cosa: ‘Ferdydurke’ estaba condenado al fracaso, y yo también estaba condenado al fracaso junto con él (...)”

“Sólo diez años más tarde, tras el desastre universal, sobre los escombros y las cenizas de la forma hecha trizas, yo y ‘Ferdydurke’ empezamos a dar de nuevo algunas señales de vida”. Esas señales de vida de la actividad literaria de Gombrowicz las empieza a dar en el año 1944, en La Falda, una localidad de la provincia de Córdoba, donde escribe su cuento “El banquete” y empieza “El casamiento”.
La traducción de “Ferdydurke” fue posible gracias a que Frydman consiguió traer en forma milagrosa un ejemplar del libro desde Polonia, pero ni Piñera ni las otras personas que ayudaron a Gombrowicz a poner en español a “Ferdydurke” pudieron comparar las dos versiones pues no sabían polaco. Los polacos hispanohablantes hicieron una observación interesante después de que el libro apareciera en la Argentina.

Gombrowicz había creado una versión más fácil de la novela para atraer la atención del lector al contenido del libro. Por medio de la eliminación de las partes difíciles y estilísticamente más extrañas, reemplazadas por un breve sumario del sentido del fragmento faltante, los autores de la traducción se propusieron no desalentar a los lectores hispanohablantes en el mismo comienzo de la obra.



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