jueves, 28 de abril de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y EL CULO DE LAS HORMIGAS

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y EL CULO DE LAS HORMIGAS



Hace unos días me puse a contar y las cuentas me salieron mal. Escribí sobre los cuatro sitios en la web que tiene Gombrowicz y me olvidé del quinto, Letras Uruguay, cuyo curador oficial es Poncio Pilatos. Gombrowicz tenía con el Uruguay una relación ambivalente. “No saben que soy en cierto modo un especialista en su mayor problema, la inmadurez (...)”
“Resulta paradójico que en América del Sur, Borges, abstracto y exótico, desligado de sus problemas, esté en el pináculo de la gloria, mientras que yo sólo tenga un puñado de lectores. A bordo del barco General Artigas camino de Montevideo. Noche. Tempestad. Un cura lee el periódico. Un niño llora. Unos camareros charlan en un rincón. El barco cruje. El viento arremete en los toldos de cubierta. Lasitud (...)”

“Llegamos a Montevideo, una ciudad limpia, con balcones estrafalarios y gente apacible, aquí todavía reina la antigua decencia erradicada ya de muchas otras regiones de América del Sur. Me inquieta un poco la falta total del ‘escalofrío metafísico' en la capital uruguaya. Montevideo es una ciudad donde ningún perro ha mordido jamás a nadie. No para de llover y el viento sopla en todas direcciones (...)”
“Yo americano, yo, argentino, caminando en las playas de Montevideo por la orilla del Océano Atlántico. Todavía soy polaco..., sí, ..., pero ya solamente por mi juventud, por la infancia, por esas fuerzas terribles que en aquel entonces me estaban formando, grávidas ya de todo lo que el futuro iba a traer. Allí, detrás de las playas de Montevideo, aparecen unas orgullosas elevaciones del terreno (...)”

“Son unas elevaciones surgidas por la magia del sol poniente, como la más noble filosofía y la más espléndida poesía. Con qué irrevocabilidad el hombre tiene que precipitarse desde las cumbres, ensuciar su nobleza, violar su verdad, destruir su dignidad, para que el espíritu individual experimente una vez más la esclavitud, se someta al rebaño, a la especie...”
Gombrowicz se había convertido ya en una función de las tierras americanas, la idea formada alrededor del Gombrowicz polaco se fue quedando en Polonia. “Allá, en Uruguay, se veía a un ricachón que se arrellanaba en un Cadillac mientras un obrero conducía una bicicleta, pero lo que había desaparecido era cierta pesadilla que me asaltaba en Polonia. (...)”

“Las campesinas descalzas, los muchachos de los suburbios tocados con sus eternas gorras de visera, los judíos con levitas y demás exotismos por el estilo”. Mis relaciones con Uruguay son más o menos tranquilas, sólo tuve un traspié con Poncio Pilatos por unos episodios de discriminación. Es muy difícil analizar a un hombre cuando se lo recorta de la totalidad de su humanidad.
Es por eso que el pensamiento se resbala con facilidad cuando hace indagaciones sobre una persona en términos de homosexual o de negro o de judío, abriéndole las puertas, la mayor parte de las veces, a los prejuicios y a la arbitrariedad, siendo la homosexualidad un virus que puede afectar tanto a los negros como a las judíos. La discriminación es una actitud que tiene alcances diferentes.

Los españoles, verbi gratia, se han especializado a través de los siglos en discriminar especialmente a los vascos, el mundo entero discrimina con fruición a los judíos y a los negros, y una región indeterminada del planeta discrimina cada vez con más culpa a los homosexuales. Yo mismo, hijo, nieto, bisnieto, tataranieto... de españoles hago discriminaciones con los vascos.
Sin embargo, a raíz de la aparición de “Witold Gombrowicz y Damián Ríos” y “Witold Gombrowicz, Washington Cucurto y Pablo Urbanyi” en Letras Uruguay, recibí acusaciones a través de esa revista de que también hago discriminaciones con los negros y con los boludos. El contratiempo que tuve con el Contrahecho fue posterior y más duro todavía.

El Negroide Piquetero se sintió aludido por su color y el Contrahecho se sintió aludido por ser imbécil. Pero volvamos a Uruguay. Gombrowicz me comentó que muchos de los numeritos que habíamos armado en Uruguay ejemplificaban adecuadamente el triunfo de la función sobre la idea. La relaciones entre la función y la idea son las riendas con las que sujeta al desbocado “Filifor forrado de niño”.
Este cuento muestra el talento que tiene Gombrowicz para componer estructuras lógicas con elementos absurdos. El aparato formal que había puesto en movimiento era, en buena parte, de su propia cosecha. Cuando le preguntaron qué significaba “Filifor forrado de niño” respondió que era una historia que convocaba a la lucha a dos partes antitéticas alrededor de un eje central, en la que triunfaba la función sobre la idea.

El príncipe de los sintéticos, el señor Filifor, doctor en sintesiología, era un hombre corpulento, de barba hirsuta y anteojos gruesos. Un fenómeno espiritual de tanta magnitud debía suscitar en la naturaleza, en acuerdo con el principio de acción y reacción, un fenómeno de igual magnitud y de sentido contrario: anti-Filifor, un eminente analista, doctor en análisis superior.
Era un hombre menudo y hosco cuya única misión era perseguir y humillar al magnífico Filifor. Se especializaba en la descomposición del individuo reduciéndolo a partes por medio de cálculos y papirotazos. Accediendo al llamado de su vocación obtuvo el título nobiliario de anti-Filifor del que estaba muy orgulloso. Cuando Filifor se enteró de que anti-Filifor lo estaba persiguiendo comenzó él también a perseguirlo.

Durante algún tiempo se persiguieron en vano pues el orgullo no les permitía admitir que eran perseguidos. El choque de ambos sabios se produjo por casualidad en el Hotel Bristol de Varsovia. Se encontraron en el restaurante del hotel en el que estaban también presentes la profesora Filifor, Flora Gente de Mesina, y dos doctores que procedieron a tomar notas por escrito.
Como un duelo preliminar de miradas no resultó favorable a ninguno de los dos contendientes, el profesor analítico le espetó al sintético la palabra ñoquis por considerarla esencialmente analítica, a lo que el sintesiólogo le respondió: –ñoqui. Ñoquis era analítico pues resultaba de una combinación de harina, huevos y agua, mientras que ñoqui era sintético porque representaba la unidad del ñoqui supremo.

La profesora Filifor muy entrada en carnes estaba sentada sin pronunciar palabra, de repente, el profesor anti-Filifor se planta ante ella murmurando en voz baja la palabra oreja, mientras estalla en una risa sarcástica. Filifor le ordena a su esposa que se cubra las orejas con el sombrero. Anti-Filifor, entonces, murmura para sí: –los dos orificios de la nariz.
Con este procedimiento desnuda los dos orificios de la nariz de la profesora en forma analítica e impúdica. Filifor amenaza con llamar a la policía pues la balanza se estaba inclinando de manera pronunciada en favor del profesor de análisis que acentuó su celebración. Anti-Filifor sigue murmurando: –los dedos de la mano, los cinco dedos de la mano.

La robustez de la profesora le impedía ocultar el hecho de los cinco dedos de la mano, los dedos estaban allí. Cuando se disponía a ponerse los guantes anti-Filifor le hace un análisis de orina ambulatorio y exclama victorioso: –un poco de leucocitos y albúmina, y acto seguido se retira rápidamente con su amante. El profesor Filifor con la ayuda de los dos doctores lleva a la profesora al hospital.
La descomposición de la señora Filifor era incontenible y perdía aceleradamente toda su contextura. Gemía: –pierna, yo oreja, pierna, mi oreja, cabeza... despidiéndose de aquellas partes del cuerpo que se comportaban de manera autónoma, era una personalidad en estado de agonía. Buscando intensamente medios para la salvación de su esposa Filifor pronunció inesperadamente la palabra bofetada.

Era una acción que le podía devolver el honor a la esposa y sintetizar los elementos dispersos. Sin embargo, la bofetada no llegó a su destino, anti-Filifor había previsto la maniobra y se había tatuado en las mejillas una viñeta con palomitas, la bofetada resultó ser algo así como un golpe dado contra el papel pintado. Los testigos le hacen ver al ofendido que no existe ofensa porque el analítico no tiene honor.
Filifor les responde que no tomará en cuenta entonces la ofensa pero que su esposa se está muriendo, así que no tiene más remedio que proceder sobre la cortesana. Si anti-Filifor analiza a su esposa él va a sintetizar a su amante. Decide actuar directamente sobre Flora Gente. La invita con una copa de Cinzano y de repente le espeta: –alma–, la mujer no le contesta; –yo; –¿usted?, son cinco zlotys.

Unidad superior, igualdad en la unidad. Cuando le leyó dos cantos del Dante, le pidió dos zlotys. Y así siguió estimulándola con recursos sintéticos, pero cuando quiso estimular su dignidad le pidió cincuenta zlotys: –las extravagancias hay que pagarlas viejito. Uno de los doctores le sugirió al profesor de la síntesis que quizá podría sintetizarla con el dinero.
Pero el dinero forma siempre una suma que nada tiene que ver con la unidad propiamente dicha. Filifor le da vueltas a la idea, no había caso, sólo el céntimo es indivisible, y un céntimo no puede impresionar a nadie. ¿Pero una suma inmensamente grande no la atolondraría? El filósofo de la síntesis completamente seguro de lo que hacía los invitó al restaurante Alcázar donde realizaría el experimento decisivo.

Filifor colocó un zloty sobre la mesa, nada. Recién después de haber colocado noventa y siete zlotys le aparecieron síntomas de extrañeza a Flora Gente, y a los ciento quince su mirada se empezó a sintetizar alrededor del dinero. A los cien mil zlotys Filifor jadeaba pesadamente, anti-Filifor empezaba a inquietarse y la cortesana alcanzaba cierta concentración.
La suma iba dejando de ser suma y se convertía en algo inabarcable haciendo estallar el cerebro por su enormidad. Cuando el sacerdote de la ciencia de sintetizar desembolsó todo lo que tenía y selló el montón, Flora Gente se levantó y en medio del llanto y la risa dijo: –señores, yo. Filifor profirió un tremendo grito de triunfo y anti-Filifor le pegó en la cara.

El golpe actuó como un rayo sintético arrancado de las entrañas analíticas. Los testigos se abocaron a preparar el duelo. Filifor no tenía ninguna duda, cualquiera fuera el que cayese muerto la síntesis saldría triunfadora porque la índole de la muerte es sintética, tendría una victoria más allá de la tumba. Debido a su exaltación invitó a ambas señoras al duelo en carácter de simples espectadoras.
Sin embargo, los doctores estaban inquietos, le temían a la simetría de la situación pues a cada movimiento de Filifor, que tenía la iniciativa, le correspondería un movimiento análogo de anti-Filifor. ¿Pero qué sucedería si anti-Filifor se apartara de esta simetría? Filifor apuntó al corazón, tiró y no dio en el blanco. Y ya en este primer movimiento anti-Filifor se aparta del eje que unía a los contendientes.

En vez de apuntar al corazón de Filifor apunta al dedo meñique de la profesora Filifor. El dedo meñique cayó cortado y los testigos profirieron un grito de admiración. Filifor, fascinado por el tiro del adversario apunta él también al dedo meñique de Flora Gente, que cae cortado. El tiroteo continuó en forma incesante, a su turno cayeron, después de los dedos, las orejas, las narices, los dientes...
Con el último tiro el maestro del análisis perfora la parte superior del pulmón derecho de la profesora Filifor, y con la réplica del maestro de la síntesis queda perforada la misma parte del pulmón de Flora Gente. Los testigos estallan y gritan con admiración, luego reinó el silencio. Ambos troncos murieron, cayeron al suelo, y ambos tiradores se miraron.

El análisis había vencido, pero de esta victoria no resultó nada, y si hubiera vencido la síntesis tampoco hubiera resultado nada. Los sabios abandonaron sus posiciones y tomaron distintos caminos ejercitando su puntería con piedras y escupitajos que arrojaban contra gorriones, árboles, gallinas, conejos, faroles, ventanas, sombreros, velas..., y así recorrieron el mundo.
Cuando alguien del mundo científico le recordaba a Filifor el pasado glorioso de aquellas luchas del espíritu contestaba con ensoñación que sí, que en el duelo se había disparado muy bien, y si alguno de los testigos le reprochaba que estaba hablando como un niño le respondía: “Todo está forrado de niñadas”. A decir verdad Gombrowicz se sentía amenazado por la desmesura polaca.

“En nuestro país la inteligencia, la sutileza, la razón, el talento, están indefensos ante toda clase de inferioridad proveniente de los bajos fondos de la sociedad, la miseria, las extravagancias, el salvajismo, las desviaciones y desenfrenos, el embrutecimiento y la brutalidad; por eso a quien llamamos intelectual ha estado siempre y sigue estando algo atemorizado... Lo único que quizás haya cambiado es que hoy en día esa violencia del inferior sobre el superior está mejor organizada...”
Yo no sé si será por estas palabras que Gombrowicz escribió hace casi medio siglo, o por alguna otra razón, la cosa es que cuando pienso en Polonia tengo un poco de miedo aunque, lo reconozco, no esté amenazado por sus bajos fondos ni por ninguna otra cosa de la que tenga conciencia, salvo por algún leve episodio de discriminación o ciertos intentos de espionaje.

Krystyna Rodowska, prima del marido de la Madame du Plastique, es una poetisa polaca ilustre y eximia traductora, publicó en “Literatura na swiecie”, “El jueguito continúa”, una nota que no está nada mal en la que hace reflexiones sobre “Cartas a un amigo argentino”, el libro editado por “Emecé”. En un momento determinado del escrito se pregunta sobre mis verdaderas intenciones.
“¿Qué es lo que se esconde detrás de esa determinación y de esa obsesión con la que ahora Gómez se está esforzando por conseguir la gloria, no solamente la del querido ‘Maestro’, sino también la suya?”. En ese tiempo la Prima mantenía un conflicto amargo con la Corifea y con la Vaca a causa justamente del desempeño que tenía la joven gombrowiczida en “Literatura na swiecie”.

Cuando la Corifea vino a Buenos Aires y trajo en su cartera “El drama del ego en el drama de la historia”, una nota escrita por la Vaca, pensé que era una de esas jóvenes adoratrices de las que él me hablaba en sus cartas. Como a la oportunidad la pintan calva decidí aprovechar esta ocasión para desacreditar la actividad de la Corifea en Buenos Aires y para darle celos a la Vaca.
Con este propósito le escribí a la Vaca una carta uno de cuyos pasajes dio la vuelta al mundo. “La Corifea se vino con tu ‘El drama del ego en el drama de la historia’ debajo del brazo; nos comportamos como dos actores consumados, mientras ella destacaba tu actividad sobresaliente de investigador gombrowiczida yo le deslizaba sobre la mesa el ‘Goma’ de Henryk Bereza.

“Con apuro y muy poco interés cada uno leía, o fingía que leía, yo tu texto, y la Corifea el del Viejo Vate. Ahora bien, ¿de dónde sacaste que la Corifea no me gusta?, me gustó y muchísimo, el que parece que no le gustó a ella fui yo. Date cuenta, la vi una sola vez durante siete horas seguidas al cabo de las cuales yo tenía, por la parte baja, unas diez ginebras encima (...)”
“Al principio me pareció una espía tuya, una ayudante de la facultad, una especie de Vaca pero de un nivel más bajo, sin embargo, a medida que pasaban las horas y las ginebras, me empezó a deslumbrar su encanto, en parte espontáneo pero en mucho mayor medida, premeditado. Cuando sacó una banana del bolso y se la comió ya era para mí una diosa de la juventud (...)”

“No recuerdo ni media palabra de la conversación, lo que sí recuerdo es que pasadas más o menos dos horas empecé a tener ensueños eróticos con la joven, me imaginaba que se iba desnudando poco a poco, que empezaba a jadear, le recorría el pubis y los senos con los ojos de la imaginación, yo no participaba con mi presencia en ese sueño, era sólo para la Corifea (...)”
“No la iba a atormentar a la pobre con mi aparición ni siquiera en sueños, y ella seguía revolviéndose los cabellos, cerrando los ojos... No me volvió a llamar, y yo, después de ese encantamiento que ella, por lo menos en parte, debió percibir, no podía insistir. Aunque sé muy poco de lo que hizo por acá es seguro que su paso despertó sentimientos variopintos y enamoramientos ocasionales (...)”

“Pero, che, ¿qué hay detrás de la Corifea? Supe recientemente que en “Literatura na swiecie” no tienen una buena opinión de ella, dicen que detrás de esa carita inocente y bella (sí, sí, hermosa como Isabella Rossellini) se esconde una arpía terrible, una farsante desvergonzada, una arribista ignorante, gente de Polonia le está pidiendo a la Madame du Plastique, desconsolada, que le corte el paso en Buenos Aires (...)”
“Le ruegan que no le dé apoyo, y la pobre Madame no sabe qué hacer porque la admira, es decir, la admiraba. Resulta que la Corifea hizo su segunda aparición rutilante por la Argentina, ahora como ponente en un congreso de literatura, esto me lo cuenta la Madame du Plastique que no es muy buena relatora que digamos: le interesa muchísimo el reino mineral, también el vegetal, el animal menos, las personas casi nada”

“El día de la ponencia la pobre Madame du Plastique se vino a las corridas desde San Isidro con la esperanza luminosa de participar en la consagración de la Corifea, pero... La conferencia que dio la Corifea sobre las relaciones de la literatura polaca con la literatura cubana (Witold Gombrowicz vs Virgilio Piñera) no despertó lo que se dice un gran entusiasmo (...)”
“Sus cuatro oyentes, entre los que se encontraba la Madame du Plastique con su marido, que igualaban en cantidad a los expositores, escuchaban atónitos la voz de la Corifea casi inaudible que pronunciaba palabras ininteligibles a una gran velocidad, y eso fue todo. María estaba muy contrariada porque le había prometido una copia del texto de la ponencia, y no se lo había dado (...)”

“¿Un pubis farsante?, ¿unos senos ignorantes?, ¿los cabellos y los ojos de la Medusa?”. Los investigadores de los pasos que han dado los hombres de letras en el transcurso de sus vidas son unos obsesos que persiguen los detalles. Gombrowicz carga sobre sus espaldas unos cuantos de estos especialistas, algunos de ellos forman parte del club de gombrowiczidas.
La Corifea, verbigracia, está juntando papeles de Gombrowicz y sobre Gombrowicz casi desde el nacimiento y los cataloga con un cariño maternal, con el mismo que tienen los entomólogos cuando clasifican los insectos. El riesgo que uno corre al ponerse en contacto con estos investigadores especialistas es que, por la fuerza de la costumbre, nos conviertan también a nosotros en un papel.

Gombrowicz estaba harto de estos expertos come papeles y de los que le cuentan el culo a las hormigas. “¿Qué impresión experimentáis al leer mi diario? ¿No la de un campesino de la región de Sandomierz que se ha encontrado en una fábrica agitada por unas tremendas sacudidas y vibraciones y se pasea por ella como si anduviera en su propia huerta? (...)”
“Aquí tenemos el horno incandescente, en el cual se fabrican los existencialismos, aquí Sartre prepara con plomo licuado su libertad responsable. Allá, el taller de la poesía, donde mil obreros, sudando a mares y en medio de una carrera alucinante de cadenas de montaje y engranajes, trabajan materiales cada vez más duros con un cuchillo superelectromagnético cada vez más afilado (...)”

“Allí, unas calderas sin fondo en las que bullen distintas ideologías, visiones del mundo y diversas fes. Aquí tenemos la vorágine del catolicismo. Allá, más lejos, los altos hornos del marxismo; aquí, el martillo del psicoanálisis, los pozos artesianos de Hegel y las fresas fenomenológicas; después, las pilas galvánicas e hidráulicas del surrealismo o del pragmatismo (...)”
“La fábrica, gimiendo y precipitándose entre estrépitos y torbellinos, va produciendo instrumentos progresivamente más perfectos que a su vez sirven para perfeccionar y acelerar la producción, de tal modo que todo se vuelve cada vez más poderoso, más violento y más preciso. Pero yo me paseo entre estas máquinas y sus productos con gesto ensimismado y por lo demás sin demasiado interés (...)”

“Camino igual que si me paseara por mi huerta, allá en el campo. Y de vez en cuando, al probar este o aquel producto (como si fuera una pera o una ciruela), me digo: –Hm, hm..., era un poco duro para mí. O bien: –Al diablo con esto, es incómodo, demasiado rígido. O también: – ¡No estaría mal si no estuviera tan caliente! Los obreros me lanzan miradas hostiles. ¡Acaba de aparecer un consumidor entre los productores!”



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lunes, 25 de abril de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y SUS SITIOS EN LA WEB

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y SUS SITIOS EN LA WEB


Existen cuatro sitios en la web creados y financiados por sus curadores que se ocupan de Gombrowicz. “El ortiba” del “Gran Ortiba”; “Sitio oficial” de la Vaca Sagrada; “Ferdydurke” y “Cinosargo” del Perro 1. El “Sitio oficial” es el más estructurado de los cuatro sitios, la viuda ha puesto mucho esmero en su desarrollo y además cuenta con el patrocinio del estado polaco.
En este sitio de la web existen consejeros de primera, consejeros de segunda y traductores que integran el club de gombrowiczidas y ocupan lugares de jerarquía. Una de las características más señaladas de Gombrowicz, casi no es necesario mencionarlo, es el conflicto. “Permanecía entre los adultos y les hacía preguntas sobre los diversos temas relacionados con el país visitado (...)”

“Fue quizá a raíz de tales ocasiones como nació en mí el amor por las novelas de viajes. En el instituto Kostka, mi lectura favorita eran los libros de Karl May”. Karl May, el novelista émulo de Julio Verne, fue sometido a juicio por haber contado sus fantásticos viajes por el mundo, por relatar sus aventuras en las praderas norteamericanas sin haber abandonado nunca, en la realidad, su Baviera natal.
Por ese hecho, May afrontó casi veinte años de juicios. La realidad jurídica no podía permitirse esas fugas del alma hacia las regiones de lo imaginario. No podía permitirse mundos a los que huir, lugares ideales, aunque falsos, donde la atormentada alma germana pudiera encontrar refugio. El mundo atormentado e imaginario de Karl May parece que asomara la cabeza en un cuento al que Gombrowicz llamó “Aventuras”.

Es un relato fantástico sobre la naturaleza y la forma del encierro, del miedo y especialmente del conflicto, pero lo es más bien como un acontecimiento exterior. Unas aventuras cuyas variaciones son mecánicas y automáticas, y ajenas a los fenómenos psíquicos y a las concepciones morales. Sin moverme del escritorio yo también he tenido aventuras con gombrowiczidas provenientes de todas las partes del mundo.
Estas aventuras tienen cierta analogía con las que Gombrowicz corre con un negro acomplejado y con unos chinos leprosos en “Aventuras”. Mis relaciones con un consejero sueco de segunda y con un consejero polaco de primera del “Sitio oficial”, el Enano Cabezón y la Vaca respectivamente, ponen de manifiesto que mi persona, igual que la de Gombrowicz, está perseguida por el conflicto.

Las primeras imágenes que se me formaron sobre los suecos estaban relacionadas con el gran tamaño de las personas nacidas en Suecia, con la dinamita, con el premio Nobel y con casi nada más. Aún hoy, pasado el tiempo, a pesar de que la información y la cultura que fui adquiriendo con los años modificaron en parte esas primeras imágenes, sigo conservando más o menos las mismas nociones.
Son nociones que desarrollé en mi juventud respecto a estos representantes de los pueblos nórdicos. El premio Nobel es el símbolo más sobresaliente de esta mezcla caprichosa que se me hizo tempranamente en la cabeza pues su presencia en el tiempo se renueva todos los años así como también se renuevan los elogios y los epigramas que tejen a su alrededor los hombres eminentes de todas las partes del mundo.

Mis contactos con los suecos han tenido un tono dispar, pero siempre negativo. En el año en que se publicó “Cartas a un amigo argentino” apareció por Buenos Aires el máximo especialista sueco en los asuntos de Gombrowicz. El día que lo conocí enseguida me di cuenta que su figura no se correspondía en absoluto con las imágenes que me había formado en mi juventud sobre los habitantes de los pueblos nórdicos, era en cambio parecido a un muñeco letal.
Cuando el Enano Cabezón empezó a hacerme reproches por la publicación de las cartas que me había escrito Gombrowicz sin la autorización de la Vaca Sagrada lo sermoneé severamente con mi índice acusador. La polémica que sostuve con el Enano Cabezón se puso castaño oscuro y si no hubiese sido por la providencial intervención mediadora de la Madame du Plastique quién sabe lo que hubiera ocurrido.

Antes de ocuparme de la Vaca, el consejero polaco de primera del “Sitio oficial” vamos a ver cómo Gombrowicz desarrolla sus conflictos con el hombre de color acomplejado y con los chinos leprosos en “Aventuras”, uno de sus cuentos más logrados. En el mes de septiembre de 1930 cuando el protagonista navegaba rumbo a El Cairo se cayó en las aguas del Mediterráneo.
Los tripulantes advirtieron su caída pero el barco ya se había alejado un kilómetro, el capitán se puso muy nervioso y ordenó un regreso a toda marcha. Pero el regreso adquirió tanta velocidad que cuando el gigante llegó donde estaba el protagonista no se pudo detener. El navío volvió a dar la vuelta pero otra vez lo volvió a pasar como un tren a toda velocidad.

Esta maniobra se repitió diez veces hasta que un yate privado se acercó y lo recogió, mientras el otro barco retomaba su ruta. Por casualidad descubrió que el capitán del yate tenía el rostro y los pies blancos pero era negro. El capitán se puso furioso cuando lo descubrió, lo hizo atar, lo encerró en un camarote y empezó a alimentar un odio ilimitado contra Gombrowicz.
Era la única persona en el mundo que había descubierto su secreto: era un negro blanco. Durante los ocho meses siguientes navegó sin parar y se deleitó con el poder absoluto que le proporcionaba el tenerlo encerrado en un camarote oscuro. Un día, finalmente, lo condujo al puente del yate y el protagonista se preparó para morir. Fue colocado en el interior de un recipiente de cristal en forma de huevo.

Podía mover los brazos y las piernas pero no cambiar de posición. El Negro le enseñó el mapa del océano Atlántico y le señaló con precisión la ubicación del yate, estaban en el centro del mar, entre España y México. En esa zona marítima las corrientes eran circulares, si algo caía al agua, al cabo de un tiempo, después de un viaje de circunvalación, volvería a pasar por el mismo lugar.
Lo equiparon con tres mil comprimidos de caldo que le alcanzaban para vivir diez años, con un pequeño instrumento para destilar agua, y lo tiraron al océano. Como las paredes del huevo eran de cristal observaba todo lo que pasaba en el exterior. Bajo la superficie del mar había una calma verdosa, pero arriba el mar estaba muy agitado, finalmente estalló una tormenta y se levantaron olas gigantescas.

El Negro lo siguió un par de semanas, después se aburrió y tomó otro rumbo. El protagonista tenía ganas de aullar pero se puso a cantar ya que el desencadenamiento de los elementos marítimos lo predisponía al canto. Un barco francés inadvertidamente lo atropello, rompió el cristal del huevo y lo rescató, habían pasado unos años desde que el Negro lo tirara al océano.
Cuando Gombrowicz desembarcó en Valparaíso se escondió, estaba convencido de que el Negro lo había seguido, había disfrutado mucho de él y no iba a renunciar a ese placer. El protagonista atravesó el mundo huyendo, finalmente le pareció que el lugar más seguro era Islandia. Pero ya en el puerto apareció el Negro, lo atrapó y lo condujo inmediatamente al yate.

Después de largos meses de prisión sofocante pudo respirar nuevamente el fresco del aire marítimo en el puente de popa. Vio una enorme bola de acero cuya forma recordaba a la de un obús, abrieron una portezuela lateral del artefacto y lo arrojaron a su interior donde había un pequeño saloncito. Se encontraban en el Pacífico, en el punto del abismo oceánico más profundo del mundo.
El Negro tenía curiosidad por saber qué existiría en el fondo del mar al que vería con su imaginación adivinando lo que estaría mirando el protagonista moribundo. El peso de la bola de acero había sido mal calculado y cuando la tiraron al agua no se hundió, entonces el Negro ordenó que le engancharan un ancla pesada. El protagonista fue arrojado al mar y comenzó a descender.

Al final de un viaje de dos horas sintió una ligera sacudida, había tocado fondo. Pasó el tiempo y no pudiendo resistir más, comenzó a dar golpes en todas las direcciones. Aquella locura estéril provocó seguramente algún movimiento en el exterior de la bola de acero, y la cadena arruinada por la herrumbre se rompió. El hecho es que la bola empezó a ascender aumentando a cada minuto su velocidad.
Salió disparada como un proyectil a un kilómetro de altura sobre la superficie del mar. El obús fue abierto por la tripulación de un barco mercante, mientras tanto el Negro había desaparecido. Hicieron escala en el puerto de Pernambuco desde donde el protagonista partió para Polonia. En ese mismo período un gigantesco bólido había caído sobre el mar Caspio y las aguas se evaporaron en un instante.

Las nubes que se formaron cubrieron la tierra amenazando con producir un segundo diluvio universal. Finalmente alguien tuvo la idea de perforar una nube que se encontraba encima del lecho del mar Caspio en la parte más ventruda y la nube empezó a desaguar. Cuando el mar Caspio se vació por completo otras nubes ocuparon su lugar y, mecánicamente, en forma automática entregaron el agua y reconstituyeron el mar.
En su casa de campo de Polonia, Gombrowicz descansaba y se entretenía para pasar el tiempo. El Negro había desaparecido, el otoño se acercaba. Por mera diversión empezó a construir un globo aerostático tipo Montgolfier. Una mañana, después que lo tuvo terminado, encendió la llama de la lámpara y empezó a ascender. Voló sobre el bosque y sobre el río, desde abajo la población lanzaba gritos jubilosos.

Cuando llegó a una altura de cincuenta metros apagó la mecha y empezó a descender. Aterrizó en un patio en el que lo recibieron con risas y bravos. Interrumpieron la merienda y lo invitaron a tomar café, queso y pastelillos. El protagonista les propuso que uno de ellos podía subir a la cesta y volvió a encender la llama. La pasajera que subió le proporcionaba una alegría íntima mucho mayor que el globo mismo.
Por primera vez en la vida Gombrowicz sentía que estaba perdiendo el juicio mientras la joven lo escuchaba con atención. A pesar de que es bien sabido que las mujeres aman las historias novelescas, no se atrevió a contarle nada de las aventuras que había tenido con el Negro... Llegó el día del cambio de anillos... Luego empezó a acercarse también el día de la boda.

Pero una semana antes de la fecha del casamiento, cuando el protagonista se sentía penetrado por el secreto y el escalofrío jubiloso del tiempo prenupcial, se le ocurrió hacer un paseo en globo durante un día de tormenta. La tormenta fue tan grande que lo arrastró con fuerza diabólica. Después de varias horas, al levantarse el telón del alba, vio que debajo de él se agitaban las olas del Mar Amarillo.
Se despidió por dentro de los abedules y de los ojos de su amada y se abrió dócilmente a las pagodas contrahechas, a los bonzos y a las divinidades extrañas. Cuando descendió de la cesta se le acercó gritando un chino leproso. Tocó con sus manos la piel pustulosa y lo condujo hacia unas cabañas miserables que se veían a lo lejos. Todos los habitantes de la aldea eran leprosos.

A pesar de su condición lamentable aquellas personas no tenían nada que ver ni con la modestia ni con la humildad. El protagonista se alejó al instante de aquel pueblo pero la chusma lo seguía a cierta distancia. Los amenazó con los puños en alto y desaparecieron, pero un momento después lo volvieron a seguir. La isla donde había caído ocupaba poco más de unos quince kilómetros cuadrados.
Estaba desierta y buena parte de ella era boscosa. El protagonista caminaba acelerando el paso pues sentía detrás de él la presencia de esa chusma, de unos monstruos anhelantes. No sabiendo bien que hacer ni a que santo encomendarse se internó en la espesura de la selva pero ellos le pisaban los talones. No podía comprender qué es lo que quería esa chusma roñosa.

Tenía la misma sensación que se apodera de las mujeres cuando los vagabundos maleducados las importunan en la calle, primero persiguiéndolas y después permitiéndose bromas de mal gusto y palabras soeces, hasta que las pobres se veían obligadas a huir con la cabeza baja. Si bien ignoraba la causa de la excitación de esos leprosos, eran evidentes sus demostraciones de obscenidad, de impudicia y de lascivia.
Tanto en los monstruos machos con su dura brutalidad, como en las monstruosas hembras con su diversión maliciosa, estas demostraciones de obscenidad lasciva no podían significar otra cosa que inocencia o inmadurez. El protagonista hubiese aceptado la lepra, pero la lepra y el erotismo a la vez, no los podía aceptar. Estaba enloquecido y empezó a huir rápidamente.

Se escondió en la fronda de un árbol con un garrote en la mano dispuesto a romperle la cabeza al primero que se acercara. Durante dos meses llevó en la isla una vida de mono escondiéndose en la cima de los árboles. Finalmente, por azar, descubrió unas cuantas botellas de petróleo provenientes, posiblemente, de algún naufragio. Logró inflar nuevamente el globo y levantar vuelo.
Se preguntaba qué podía hacer cuando volviera a ver los abedules y los ojos de la mujer amada. No, no le era posible volver, tenía que abandonar todo aquello que ya lo había abandonado a él. “Por otra parte nuevas aventuras reclamaron muy pronto mi atención. Recuerdo que en 1918 fui yo, yo solo, quien rompió el frente alemán. Como es de todos sabido, las trincheras llegaban hasta el mar (...)”

“Se trataba de un verdadero sistema de canales profundos que tenían una longitud de hasta quinientos kilómetros. Sólo a mí se me ocurrió la sencilla idea de inundar los canales. Una noche trabajé a escondidas, cavé un foso que comunicó los canales con el mar. Al penetrar ininterrumpidamente, el agua inundó las trincheras y corrió por toda la línea del frente (...)”
“Con gran estupor los aliados vieron a los alemanes, empapados hasta los huesos, saltar fuera de las fosas enloquecidos de pánico, cuando despuntaban las primeras luces de un amanecer brumoso”. Gombrowicz siente a sus tres debuts, el de Polonia, el de la Argentina y el de polaco emigrado, como la presencia de un archienemigo, y a su cuarto debut con el “Diario”, como una espada flamígera.

“Aventuras” es un cuento en el que Gombrowicz también deja sentir la presencia de un archienemigo y la posibilidad de una salvación. Sea por el temperamento, sea por razones históricas, o sea por lo que fuere, a los polacos les gusta protestar. Gombrowicz conocía a un polaco que solía sumirse en profundas meditaciones. Luego, al volver en sí, recitaba una letanía.
Lameculos, cerdos, cerdas, comemierdas, todos son la misma porquería; –¿En qué piensas?; –En los polacos, claro. Si bien es cierto que la Vaca no es un representante puro de la idea que tiene este polaco sobre los polacos, algún parecido tiene. “Pero, ¿para qué?, si ni siquiera sé si recibes mis cartas. Tienes la conducta de una persona de malos modales (...)”

“Una persona que no tiene ningún interés en mantener una correspondencia conmigo, pero te disculpo, porque la idea que me hago de vos es equivalente a la de una Vaca que la mandan fuera de Polonia a comer pasto y cuando regresa la ordeñan hasta dejarla exhausta. Supongo que a estas horas tus ubres no deben dar abasto”. La Vaca es un insigne profesor de la Universidad Jaguellónica de Cracovia.
Crítico e historiador de la literatura este especialista en Gombrowicz despliega una gran actividad por el mundo entero. Visitó la Argentina en el año 1998 buscando rastros de Gombrowicz y en el 2004, el año del centenario, para participar del homenaje que le hicimos en la Feria del libro. La Vaca ha alcanzado una gran maestría en el arte de no decir nada.

Posee una gran maestría en el arte de decir algo y todo lo contrario al mismo tiempo, cosa que se me hizo muy evidente cuando leí “El drama del ego en el drama de la historia”, un texto que la Corifea puso en mis manos y ante el que estaba arrodillada con la devoción de una adoratriz. La Vaca tiene mucho talento para ponerle títulos a sus textos, el “El drama del ego en el drama de la historia”, por ejemplo.
El punto de partida de las especulaciones que hace en este trabajo es que el drama de Gombrowicz está adentro, es decir, en la psique, pero también afuera, es decir, en la historia del siglo XX, que el drama de Gombrowicz está en la lectura de su teatro, pero también en su escenificación. Promediando su análisis nos advierte que esta divergencia no es tan radical como pudiera parecer.

En efecto, la convergencia se produce en la esfera del drama familiar donde lo de adentro y lo de afuera son más o menos la misma cosa porque la familia es un sistema social íntimo y, al mismo tiempo, una miniatura del macromundo social. Acto seguido le aplica a las tres piezas teatrales de Gombrowicz la trinidad consagrada de Freud: el yo, el super yo, y el ello.
Aplica la trinidad consagrada de Freud para mostrarnos cómo una y la misma cosa puede estar en la psique y también en la historia al mismo tiempo, de donde deduce que el drama es psicológico, pero también antropológico, que el aherrojamiento de Gombrowicz estaba en la esfera del yo, pero también estaba en la miniatura del macromundo social.

Yo supongo que en la medida en que la Vaca siga obligándose a complacer a públicos tan diferentes va a resultar cierto lo de que una cosa puede ser A y no A al mismo tiempo. La Vaca, conocido en Polonia como el científico de Cracovia por sus aportes literarios continuos y cuidadosamente elaborados, tiene también inclinaciones donjuanescas.
No basta para conformar estas inclinaciones que sea profesor de filología, debe haber en él una predisposición amatoria, probablemente genética, que lo orienta para ir detrás de estas aventuras. Desde el mismo comienzo de nuestra relación epistolar tuve sospechas de que la Vaca corría tras las jóvenes estudiantes como los faunos seductores corren en el bosque tras las campesinas.

“Es una generación mucho más joven y quisiste entrar en la Corifea con una llave equivocada, a mí me resulta más fácil porque siento mejor su estilo y el de su generación, además de que, como ya te escribí, tengo un buen contacto con las chicas, aunque no lo quieras creer. Puede ser por eso que trabajo en la universidad y tengo con esa gente un contacto diario (...)”
“Mi ventaja es que puedo vivir entre chicas muy lindas, con la belleza de la juventud. Sí, sí, podés tener envidia de mí por mis jóvenes”. Es muy útil descubrir los vicios asociados a los hombres de letras pues nos orientan en el recorrido de los laberintos del mundo que construyen en sus escritos. En la actualidad estoy empeñado en ponerle el punto final a los estudios que he emprendido sobre la Vaca.

Quiero descubrir cuál es la verdadera personalidad de la Vaca y su vicio más característico. Durante un tiempo prolongado la Vaca recorrió el camino de la heurística, de la exégesis y de la hermenéutica, completando el trayecto que va del descubrimiento a la explicación. Finalmente se convirtió en un santo que intenta guiarnos en el camino hacia Gombrowicz.
En “Gombrowicz hacia Europa” la Vaca formula cinco interrogantes que responde con un sí y con un no a cada uno de ellos, utilizando el mismo procedimiento que ya había aplicado en “El drama del ego en el drama de la historia”. ¿Podemos entrar a Europa de la mano de Gombrowicz? ¿Se convertirá Gombrowicz en el vate nacional como Mickiewicz? ¿es Gombrowicz un hombre de izquierda o de derecha?

¿Es católico, comunista o existencialista? ¿Podemos estar a la altura de Gombrowicz? La Vaca va ajustando las cuentas conmigo poco a poco. En “Espiando a Gombrowicz” se refiere a mí de manera más o menos desdeñosa. “Pero... la maldición de Gómez es la de que no se nos mostró como un verdadero artista y sólo brilla con la luz que refleja en Gombrowicz (...)”
“Estaría contento si consiguiera para sí mismo la fama y los aplausos que consiguió Gombrowicz en forma auténtica, pero esos materiales no le alcanzan para una túnica real. ¿Podrías arrodillarte delante de mí y llamarme genio?, me propuso este juego al estilo Gombrowicz. El juego es una cosa buena pero después de un rato renace la necesidad de algo más serio (...)”

“Gómez, no sólo se enamoró de Gombrowicz, también tomó de él el deseo de la celebridad y de la grandeza pero sin la determinación y la fuerza creativa necesarias. Este alumno sabe imitar el gran gesto del maestro pero ese gesto vacío es como el duelo del ‘Transatlántico’”. El domingo que siguió al día de nuestras exposiciones en la Feria del Libro del año del centenario, nos encontramos en lo de Madame du Plastique.
La Madame homenajeó a los tres ponentes con un almuerzo en dio en su casa de San Isidro. Yo exclamé que en tanto que representante de Gombrowicz en la tierra le exigía a la Vaca que se arrodillara delante de mí y me llamara genio. Me había dicho que sólo lo haría, cuando se lo pedí por primera vez en 1998, en el momento que yo me manifestara como escritor con una obra.

El momento había llegado, pero la pobre Vaca estaba cansada con tanto trajín y con el viaje, y en vez de arrodillarse y de llamarme genio, se durmió.



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LA IDENTIFICACIÓN DE LOS APODOS Y DE LA ACTIVIDAD






ABANDERADO; Eduardo Belgrano Rawson; escritor

ABEJA REINA; María Esther Vázquez; editora de la Fundación Victoria Ocampo

ACTRIZ; Fernanda García Lao; escritora y actriz

ALEMÁN; Enrique Wendt; amigo de Gombrowicz

ALEMANA PSICOPÁTICA; Karin Ranitzsch; psicóloga

ACEITOSO; Marcelo Damiani; escritor

ALFAJOR; Juan Forn; escritor

ALTER EGO; Carlos Mastronardi; escritor

ASEADO; Enrique Lynch; escritor

ASIRIOBABILÓNICO METAFÍSICO; Jorge Luis Borges; escritor

AVECHUCHO; Omar Ospina García; editor de Búho

ASNO; Jorge Di Paola; escritor

BEDUINO; Leopoldo Allub Mansur; sociólogo

BENEVOLENTE; Noé Jitrik; escritor

BESTIA CATALANA; Beatriz de Moura; editora de Touquest

BIBLIOTECARIO; Michal Jagiello; bibliotecario

BOXEADOR AMATEUR; Abelardo Castillo; escritor

BOXITRACIO; Juan Terranova; periodista

BUCANERO; José Tono Martínez; tutti frutti

BUEN SAMARITANO; Daniel Gigena; tutti frutti

BUEY CORNETA; Alan Pauls; escritor

BUHONERO MERCACHIFLE; Miguel Grinberg; periodista

BURÓCRATA; Tomasz Pindel; director del Instituto del Libro de Polonia

BURRO; Pablo Gasparini; escritor

CACATÚA; Héctor Manjarrez; escritor

CAGAMÁRMOLES; Francesco Cataluccio; escritor

CAMALEÓN; Eugeniusz Noworyta; embajador de Polonia

CARA DE ÁNGEL; Pablo Chacón; escritor

CASANOVA; Daniel Guebel; escritor

CASTOR; Araceli Otamendi; escritora

CEBOLLITA; Rafael Cippolini; editor de Ramona

CIENTÍFICO FASCISTA; Zdzislaw Jan Ryn; embajador de Polonia

COCOT; Beatriz Sarlo; escritora

COLIFATA; Beata Fabjanska; diplomática

CONDESA; Cecilia Benedit de Debenedetti; editora musical

CONSIGLIERE; Ana Quiroga; la seductora del MALBA

CONTRAHECHO; Pablo Urbanyi; escritor

CORIFEA; Klementyna Czernicka; escritora

CORIFEO; Louis Soler; tutti frutti
CORNELIO; Guillermo Saavedra; editor de Losada

CORTESANA; Justyna Myszkowska; bibliotecaria

CRUCIFICADA; Mirta Bogdasarián; actriz

CUADRUMANO; Santiago Vega (Washington Cucurto); escritor

CUENTAMUSAS; Nicolás Hochman; editor de Prometheus

CULPABLE; Czeslaw Straszewicz; escritor

DALÍ SELVÁTICO; Carlos Yusti; escritor y pintor

DANDY; Adolfo Bioy Casares; escritor

DOLCE; Gabriella D’Ina; editora de Giangiacomo Feltrinelli

DON NADIE: Pablo Miravent: bloggero

DRAMATURRO; Humberto Riva; dramaturgo

ENANO CABEZÓN; Anders Bodegard; escritor y traductor

ENCANTADORA PRINCESITA; Ada Lubomirska; amiga

ENTERRADOR; Damián Tabarovsky; editor de Interzona

ESPERPENTO; Alejandro Rússovich; discípulo de Gombrowicz

ESQUIZOIDE; Rodolfo Rabanal; escritor

FARSANTE AMBULATORIO; Juan Pablo Correa; periodista editor de Negra

FILÓLOGA; Silvana Mandolessi; filóloga

FILÓSOFO PAYADOR; Juan José Saer; escritor
FINADA: Alicia Giangrande; pintora

FLAUTA TRAVERSA; Juana Emilia Molina; escritora

FLOR DE QUILOMBO; Mariano Betelú; pintor y amigo de gombrowicz

FRANCOTIRADORA; Laura Estrin; escritora

GALLEGA MICIFUZA; Agata Podemska; filóloga

GANSO; Gabriel Báñez; escritor

GATH Y CHAVES; Milton Eugenio Rodríguez; escritor

GEMELOS PIMENTONES; Lech y Jaroslaw Kaczynski; presidente y primer ministro de Polonia

GNOMO PIMENTÓN; Germán García; tutti frutti

GOMA; Juan Carlos Gómez; escritor

GRAN ORTIBA; Horacio Sacco; editor de “El ortiba”

GUITARRÓN; Luis Chitarroni; escritor y editor de Sudamericana

HÁBIL DECLARANTE; Christopher Domínguez Michael; escritor

HASÍDICO; Dominique de Roux; editor y escritor

HERRERO; Jorge Herralde; editor de Anagrama

HIERÁTICA; Mercedes Güiraldes; editora de Emecé

HIJA DEL DUEÑO; Soledad Costantini; directora de “El hilo de Ariadna”

HIPOPÓTAMO; Freixa Terradas; escritor

HOMBRE QUE CAZABA MARIPOSAS; Bohdan Zadura; editor de Tworczosc

HOMBRE UNIDIMENSIONAL; Rodolfo Fogwill; escritor

HOMÚNCULO; Alejandro Vaccaro; presidente de la Sociedad Argentina de Escritores

HORMIGUITA VIAJERA; Gabriela Franco; editora de Norma

IDIOTA; Víctor Coral; escritor

INDIECITO; Roberto Santucho; jefe del ERP

INGENIERO FIREIRE; Juan Carlos Ferreyra; ingeniero
INICIÁTICO: Sergio Chejfec; escritor
LADRÓN DE GALLINAS; Álvaro Mata Guillé; tutti frutti
LARGUIRUCHO; Grzegorz Pacek; cineasta

LECHUGUINO; Juan Carlos Vidal; director del Instituto Cervantes

LENTEJA; Piotr Sommer; editor de Literatura na swiecie

LICENCIADO VIDRIERA; Enrique Butti; escritor y periodista

MADAME DU PLASTIQUE; María Swieczewska; química

MAESTRO CIRUELA; Carlos Roberto Morán; escritor y periodista

MAFIOSO; Cristián Costantini; sociólogo

MALQUERIDO; Guillermo Matínez; escritor

MALTRATADO; Rafael Toriz; escritor
MANCO; Guillermo Saccomanno; escritor

MARIPOSÓN; Nestor Tirri; periodista

MEDUSA; María Elena Lorenzin; escritora

MEJILLONA; Guadalupe Salomón; tutti frutti

MENTECATO; Hugo Savino; escritor

MONO RELOJERO; Patricio Burbano; escritor y cineasta

MORO; Manuel Ramos Montes; escritor

MUDA; Malgorzata Nycz; editora de Wydawnictwo literackie

MUDO; Jorge Panesi; crítico literario

MUÑECO LETAL; Noé Jitrik; escritor

NADA; Eduardo Berti; escritor

NEGROIDE PIQUETERO; Damián Ríos; escritor y editor de Interzona

NÉMESIS; Ewa Zaleska; traductora

NIÑO RUSO; Sergio Pitol; escritor

ODALISCA; Anieszka Babicz; filóloga

ORATE BLAGUER; Enrique Vila-Matas; escritor

ORATE EMPOBRECIDO; Miguel Villafañe Campos; editor de Santiago Arcos

OSO; Jerzy Lisowski; editor de Tworczosc

PACIENTE; Eduardo González Lanuza; escritor

PADRE; Rodolfo Alonso; poeta

PADRINO; Eduardo Costantini; capo de tutti capi del Malba

PATO CRIOLLO; César Aira; escritor

PATRIARCA DE LOS PÁJAROS; Osvaldo Bayer; escritor

PAVO; Ricardo Nirenberg; escritor

PEGAJOSO; Franco de Peña; cineasta

PEQUEÑO K; Rajmund Kalicki; traductor, escritor y editor de Tworczosc

PERDULARIA; Izabela Kaluta; tutti frutti

PEROGRULLO; Carlos Brück; psicoanalista

PERVERSO; Edgardo Russo; editor de El cuenco de plata

1. PERRO; Daniel Rojas Pachas; escritor, editor de “Cinosargo”

PERRO DOS; Conrado Arranz; escritor

PIADOSO; Czeslaw Milosz; escritor

PÍCARO; Marcelo Cohen; escritor

PITECÁNTROPO; Stanislaw Stefan Paszczyk; embajador polaco

PITOLINA; Adriana Astutti; editora de Viterbo

POETISA PIQUETERA IMPENITENTE; Tamara Kamenszain; escritora

PONCIO PILATOS; Carlos Echinope; editor de Letras Uruguay

PORCUS HUNGARICUS; Mihály Dés; editor de Lateral

PRETEXTO; Manuel Borrás; editor de Pre-textos

PRIMA; Krystyna Rodowska; escritora

PRIMER CÓMPLICE; Jeremi Stempowski; tutti frutti

PRÍNCIPE BASTARDO; Konstanty Jelenski; tutti frutti
PROHOMBRE; Hugo Beccacece; periodista

PROTOSERES; los editores

PTERODÁCTILO; Ernesto Sabato; escritor

PULGÓN; Santiago Alonso; lector

RÉGISSEUR FANFARRÓN; Jorge Lavelli; régisseur

REINA DE LA ONOMATOPEYA; Muriel Bellini; tutti frutti

REVÓLVER A LA ORDEN; Tomás Abraham; escritor

ROSADO; Nicolás Rosa; escritor semiótico

SECRETARIO; Arnol Kremer; escritor

SEDUCTORA IMPENITENTE; Adriana Fernández; editora de Emecé

SOCIALISTA; Alberto Díaz; editor de Planeta

TÁNTALO; Guido Indij; editor de Interzona

TERRORISTA; Adrzej Czub; cónsul de Polonia

TIMBRE; Zdzislaw Jan Ryn; embajador de Polonia

VACA; Jerzy Jarzebski; tutti frutti

VACA SAGRADA; Rita Gombrowicz; viuda

VASCA; Sylvia Iparraguirre; escritora

VATE MARXISTA; Ricardo Piglia; escritor

VIEJO VATE; Henryk Bereza; crítico poeta

ZORRA; Laura Isola; periodista

ZORRO; Slawomir Ratajski; embajador de Polonia

martes, 19 de abril de 2011

WITOLD GOMBROWICZ, EL EROS Y LA GUERRA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, EL EROS Y LA GUERRA



Gombrowicz alcanzó en “Pornografía” una de sus creaciones artísticas más logradas con los temas de la erotización y de la guerra. Una mezcla parecida a la de “Pornografía” se le aparece a Gombrowicz durante un descanso largo que se toma huyendo del frío. “La provincia de Buenos Aires, del tamaño de Polonia, hace tiempo que ha quedado atrás (...)”
“También hemos abandonado ya la provincia de Santa Fe y ahora irrumpimos en la arenas de Santiago del Estero; es de noche, corremos. El tren corre. A través de las ventanas del vagón herméticamente cerradas a causa de la arena que penetra por todas partes, no se ve nada aparte de esos raquíticos arbolitos crecidos en la arena, y una hierba rala (...)”

“Cae la noche; de vez en cuando, al apagar con la mano los reflejos en el cristal, se me dibujan a lo lejos los árboles, siempre los mismos, que huyen. ¿Cuánto me quedaba aún de este viaje y a través de qué regiones? No lo sé. Me duermo. Y, por fin, Santiago”. Gombrowicz se establece en Santiago del Estero en el año 1958 después de sus primeras vacaciones en Tandil.
Huyendo del frío de Tandil y del de Buenos Aires se toma unas vacaciones de cuatro meses y medio en esa ciudad subtropical. En esa ciudad no encontró el término medio de Tandil ni el anonimato de Buenos Aires, se movía a menudo entre la provocación y el erotismo. Gombrowicz buscaba una actualización de su inmadurez y de su talante jocoso e infantil que no pocas veces le producía contratiempos.

Las últimas paradas argentinas que hizo en este viaje a la inmadurez fueron Tandil y Santiago del Estero. El intento por separar literariamente en los diarios su inmadurez tandilense de su erotización santiagueña no funcionó y todo quedó confundido en una especie de erotización inmadura. Mientras los europeos le estaban abriendo la puerta a un Gombrowicz importante, el Gombrowicz de por acá tiene ataques de infantilismo.
Se comportaba con los jóvenes como si fuera un muchacho grande. La naturaleza indígena y erotizada de Santiago asomaba la nariz por todas partes: en las plazas, en los parques y en los estudiantes. “Estaba sentado en un banco de la plaza, en un parque, y a mi lado tenía un muchacho, posiblemente un estudiante de la Escuela Industrial, con un compañero un poco mayor que él (...)”

“Si fueras de putas –le decía el muchacho al compañero–, tendrías que soltar al menos cincuenta. ¡O sea que a mí me debes lo mismo! ¿Cómo entender eso? Ya me he percatado que en Santiago todo puede interpretarse de dos maneras diferentes. Se puede interpretar como extrema inocencia o como extrema depravación, por lo que no me extrañaría que estas palabras fueran inocentes (...)”
“Se podría tratar de una simple broma en una conversación entre colegiales. Pero no puede excluirse algo más perverso. Como tampoco puede excluirse la archiperversión que consistiría en que, teniendo el significado que yo les atribuía, fueran, a pesar de todo ello, inocentes. En ese caso el escándalo mayor constituiría la más perfecta inocencia (...)”

“Ese muchacho quinceañero era evidentemente de buena familia, de sus ojos emanaba salud, cordialidad y alegría, no decía aquello voluptuosamente, sino con toda la convicción de una persona que defiende un derecho legítimo. Y además reía..., con esa risa de aquí, nunca excesiva pero envolvente”. Gombrowicz ya estaba advertido de la dulzura equívoca de los changos.
Con ese conocimiento dio una conferencia en la Universidad en la que habló como hablan los más célebres, simulando que se sentía como si estuviera en su propia casa, que aquello era para él pan comido, cuando en realidad cualquier cuestionario indiscreto que le hubieran hecho lo hubiera dejado desarmado. “¡Pero estoy tan acostumbrado a la mistificación y al engaño! (...)”

“Y además sé perfectamente que hasta los más ilustres sabios no desdeñan tales mistificaciones. Hacía, pues, mi papel como podía, un papel que por otro lado no me salía del todo mal. De repente vi, un poco al fondo, detrás de la primera fila, una mano que descansaba sobre una rodilla. Otra mano, al lado, perteneciente a otra persona, se apoyaba o, mejor, se agarraba con los dedos al respaldo de la silla (...)”
“De pronto fue como si esas dos manos me tomaran, hasta el punto que me asusté, me quedé sin respiración, y otra vez sentí en mí la llamada de la carne”. Las manos que irrumpen en la conferencia como un llamado del cuerpo lo llevan a Gombrowicz a una persecución anhelante de un muchacho moreno, desconocido para él, por las calles de Santiago.

“Fue uno de esos momentos de mi vida en que comprendí con toda claridad que la moral es salvaje. De pronto, cuando llegué a su altura, me saludó sonriente: –Qué tal? ¡Lo conocía, era uno de los lustrabotas de la plaza, para eso yo no estaba ni por asomo preparado!; –¿Adónde vas?, nos cruzamos y de toda esa pasión no quedó sino la normalidad (...)”
“Santiago es una vaca que rumia diariamente su vuelo, es una pesadilla en la que uno corre una carrera vertiginosa pero sin moverse de un lugar”. Respondía con altivez a los reproches que le hacían: –Viejo, ¿no estarás reblandecido? Sos un viejo vanidoso, además muy egoísta y también egocéntrico; –No joda, che, nadie sabe cómo soy, ni yo que soy Gombrowicz.

En la maraña indígeno erotizada que Gombrowicz había armado en Santiago del Estero se fueron perfilando poco a poco dos personajes míticos. Estos personajes eran Leopoldo Allub Manzur y Mario Roberto Santucho a los que Gombrowicz apodó el Beduino y el Indiecito respectivamente. “Roby llegó a Buenos Aires, es un soldado nato, sirve para el fusil, las trincheras, el caballo (...)”
“Me interesaba saber si en los dos años que habíamos dejado de vernos había cambiado algo en aquel estudiante, me parecía imposible que a su edad, pudiera evitar una mutación aunque fuese parcial. El tonto no ha asimilado nada desde que lo dejé en Santiago hace dos años”. En el año 1960 Roby Santucho vino a Buenos Aires y nos fue a visitar al café Rex.

A la una de la mañana nos fuimos a otro bar a tomar cerveza y a discutir en un círculo más privado. Esa noche Roby lo había trasladado a Gombrowicz al pasado, al hitlerismo, al sentimiento de impotencia que lo había asaltado en la víspera de la quiebra de Europa, y al asombro que le producía el cómo la calidad inferior puede ser hasta tal punto fuerte y agresiva.
Por esa particularidad fructuosa que tiene la literatura podemos mezclar estos recuerdos del ascenso irresistible de la barbarie alemana del año 1938, con ese Roby santiagueño de 1960, y con unas aventuras extrañas que corrió Gombrowicz durante su estada en Berlín en 1963. La cabeza y la mano, en la imaginación de Gombrowicz, son las partes del cuerpo que lo ponían en contacto a ese joven argentino y con el terror del nazismo.

Ese Indiecito, como cariñosamente lo llamaba Gombrowicz, se convirtió con el tiempo en el jefe del ejército revolucionario del pueblo. A Gombrowicz lo asaltaba la sospecha insistente de que el contenido de las ideologías no tenía importancia, que las ideologías sólo servían para agrupar a la gente, formar una masa y una fuerza creadora. Pero Gombrowicz quería ser él mismo.
Quería sostenerse sobre sus propios pies, alejarse de las palabras huecas, de la mentira y del éxtasis para tener contacto con la realidad. “Viví antes de la guerra y durante la guerra la victoria de la fuerza colectiva y también su derrota y su desintegración con el renacimiento del ‘yo’ inmortal. Poco a poco se han ido debilitando en mí aquellos miedos, ¡cuando de pronto Roby me ha hecho llegar nuevamente ese tufo diabólico!”

Otra vez Gombrowicz se sentía sometido a las fuerzas ciegas de la colectividad y de la historia; la moral, la ciencia, la razón, la lógica, todas esas cosas juntas se convierten en instrumento de una idea diferente y superior que quiere conquistarnos y poseernos a nosotros y al mundo. Pero no es una idea, es una criatura surgida de la masa y que expresa a la multitud.
“Tomaba cerveza sentado frente a ese estudiante tan encantadoramente joven, tan indefenso y al mismo tiempo tan peligroso. Miraba su cabeza y su mano. ¡Su cabeza! ¡Su mano! Una mano dispuesta a matar en nombre de una niñería. La prolongación del disparate y la sandez que se estaba incubando en su cabeza era una bayoneta ensangrentada (...)”

“Una criatura extraña: de cabeza confusa y trivial, de mano peligrosa. Se me ha ocurrido una idea, un poco vaga y no acabada de pensar, que sin embargo quisiera anotar aquí. Se podría formular más o menos como sigue: su cabeza está llena de quimeras, por lo tanto es digna de compasión; pero su mano tiene el don de transformar las quimeras en realidad, es capaz de crear hechos (...)”
“Irrealidad, pues, del lado de la cabeza, realidad del lado de la mano... y seriedad de uno de los extremos. Tal vez le esté agradecido por haberme vuelto a mis antiguas angustias. Esta seguridad en mí mismo de hombre culto, de intelectual, de artista, que va creciendo en mí con la edad, ¡no es nada bueno! No hay que olvidar que los que no escriben con tinta escriben con sangre”

Esta presencia real de la sensualidad y la sangre en los comparsas de Santiago es equivalente a su presencia imaginaria en un de sus novelas. “Voy a contarles otra de mis aventuras, y justamente una de las más fatales. Por entonces, era en el año 1943, me encontraba yo en la ex-Polonia y en la ex-Varsovia, en lo más hondo del hecho consumado (...)”
“El desmantelado grupo de mis compañeros y amigos del ex-café Ziemianska, se reunía en cierto pisito de la calle Krucza, y allí, mientras bebíamos, procurábamos seguir siendo artistas, escritores, pensadores... reanudando nuestras viejas conversaciones, nuestro ex-debates sobre el arte. Todavía hoy nos veo sentados o tumbados, en el cuarto lleno de humo, todos charla que charlarás y grita que gritarás (...)”

“Uno chillaba: Dios, otro: arte, un tercero: nación, un cuarto: proletariado, y así discutíamos ferozmente y venga darle vueltas y vueltas. Dios, arte, nación, proletariado, pero un día llegó Fryderyk, un hombre de mediana edad, oscuro y reseco, de nariz aguileña, y se presentó a todo el mundo con todos los requisitos de la cortesía”. Gombrowicz y Fryderyk se van a la casa de campo de Hipolit.
Intentan escaparse de esta manera del drama colectivo de la ex-Polonia, de la ex-Varsovia y de las discusiones interminables sobre la nación, Dios, el proletariado, el arte. En el primer domingo de misa Gombrowicz observa a su compañero que arrodillándose y actuando de una manera particular le va quitando importancia a la ceremonia religiosa.

Con una mirada obsesiva y penetrante Fryderyk establece un contacto sensual entre las nucas de dos jóvenes, ese hombre se volvía temible y, de repente, esa misa celebrada en un lugar de la Polonia abandonada a los alemanes, cayó fulminada por un rayo, como si el absoluto de Dios hubiera muerto. Pero cada nuca estaba sola, no estaban juntas, eran la nucas de Henia, la hija de Hipolit, y de Karol, un auxiliar de la finca.
Y la novela termina a lo Shakespeare, en una verdadera tragedia. Cómo es que se pasa de la descomposición del ritual religioso y de las nucas a semejante carnicería, sólo Dios lo sabe. El estallido de las monstruosidades señoriales y campesinas que confluyen en el gesto del sacerdote celebrando la misa, y la nihilización de la iglesia, preparan el camino para el reemplazo de Dios por una nueva deidad.

Las nucas de Henia y Karol se asocian en la conciencia de Gombrowicz de una manera lasciva, le nace el pensamiento de que los jóvenes deben consumar con el cuerpo la atracción que él había descubierto, y es alrededor de este elemento erótico cómo se empieza a desarrollar la historia. Henia y Karol son claros representantes de la tentación y del pecado.
Waclaw, el prometido de Henia, y su madre Amelia, son representantes de la corrección y de los principios religiosos. De qué son representantes Fryderyk y Gombrowicz es más difícil saberlo. Por ahora digamos que son dos adultos mirones y lascivos que planean, en principio, que los dos jóvenes se presten atención y consumen una atracción que grita al cielo, salvo para los jóvenes mismos.

Karol es atractivo con una juventud violenta que lo arroja en los brazos de la brutalidad y la obediencia. Sensual, carnal y con una sonrisa que lo ata a una inferioridad superficial, Karol no puede defenderse. Esta mezcla explosiva en la conciencia de Gombrowicz se le echa encima a Henia como si fuera una perra, arde por ella, un deseo que nada tiene que ver con el amor.
Es un enamoramiento becerril con toda su degradación. Pero la joven señorita tiene con el muchacho un diálogo desembarazado y confiado, los jóvenes no se comportan según el contenido de la conciencia de Gombrowicz. En este punto Gombrowicz se pregunta cuánto sabe Fryderyk de todo esto: de la descomposición de la misa, de la atracción de las nucas, del llamado del cuerpo de los jóvenes a la consumación.

Henia es una colegiala cortés, cordial y muy atractiva. Cuando Fryderyk tenía apartes con Henia a solas Gombrowicz pensaba: se la lleva para hacer cosas con ella o ella se va con él para que él le haga cosas. A partir de ese momento Fryderyk se convierte en el operador del drama mientras Gombrowicz le sigue los pasos y trata de interpretar el significado de sus maniobras.
Fryderyk maniobra con los pantalones de Karol cuando le pide a ella que se los remangue, es como si les estuviera diciendo: vengan, háganlo, gozaré, lo deseo. Gombrowicz quería averiguar cuánto de ingenuos eran los jóvenes respecto de los propósitos de Fryderyk. Pensaba más o menos así: Henia remangaba los pantalones para que Fryderyk gozara.

Estaba de acuerdo con que él gozara con ella y también con Karol, ella se daba cuenta de que entre los dos podían excitar y seducir, y también Karol lo sabía porque había colaborado en aquel juego. No eran tan ingenuos, entonces, conocían su propio sabor. La situación no tenía vuelta atrás, los cuatro eran cómplices en el silencio pues el asunto era inconfesable y vergonzoso.
Después de que Karol le levantara la falda a una vieja fregona y asquerosa haciéndole brillar la blancura del bajo vientre y la mancha de pelo negro, le dice a Gombrowicz que le gustaba Henia pero que le gustaría más hacerlo con doña María, la madre de Henia. El joven estaba actuando para los adultos porque quería divertirse con ellos, y no con la joven Henia.

Los adultos, aún dentro de su fealdad, podían llevarlo más lejos al ser menos limitados. Pero esto no es lo que quería Gombrowicz, Karol era demasiado joven para Dios y para las mujeres, era demasiado joven para todo. El sueño de los dos adultos de que los jóvenes consumaran su atracción innegable se venía abajo. Era una pareja adulta de enamorados en la frustración, desdeñada por la otra pareja de amantes.
El fuego de su excitación no tenía nada en qué descargarse. Llameaba entre ellos, estaban asqueados el uno del otro y se juntaban en una sensualidad irritada. Pero Fryderyk continuaba con sus maniobras calculadas para juntarlos obligándolos a pisar una misma lombriz hasta partirla. Quería que Henia y Karol causaran tormentos con las suelas de sus zapatos

Con toda calma Fryderyk había transformado en un verdadero infierno la existencia de esa pobre lombriz. Un pecado común cometido para los adultos que penetraba la intimidad fundiendo a unos con otros. En la virtud los jóvenes se le presentaban a Fryderyk y a Gombrowicz cerrados, herméticos, pero en el pecado podían revolcarse con ellos.
Era un sistema de espejos, Fryderyk lo miraba a Gombrowicz y Gombrowicz lo miraba a Fryderyk, hilaban sueños por cuenta del otro y de ese modo llegaban hasta la idea que ninguno de ellos se habría atrevido a dar por suya. Por su parte Henia les hacía saber que era creyente, que si ni lo fuese no se confesaría ni comulgaría, que sus principios eran los mismos que los de su futuro marido.

Su futura suegra era como si fuera su madre, era un honor para ella entrar en esa familia, era seguro que si se casaba con Wlacaw no haría nada con ningún otro. Un comentario de Henia que parecía severo pero que era también una confiada y seductora confesión de su propia debilidad, excitaba, precisamente, por su virtud y no por su pornografía.
Y también les decía que Karol no quería a nadie, que lo único que le interesaba era acostarse un poquito, que ella ya lo había hecho con un guerrillero, que sus padres lo sospechaban porque los habían sorprendido juntos, pero que no querían sospecharlo. Amelia, la madre de Waclaw, era cortés, sensible y espiritual, sencilla y de una rectitud ejemplar.

En Amelia regía el Dios católico, desprendido de la carne, era un principio metafísico, incorpóreo y majestuoso que no podía atender a todas las majaderías que tramaban los adultos con Henia y Karol. Parecía enamorada de Fryderyk, estaba subyugada con ese ser terriblemente reconcentrado que no se dejaba engañar y distraer por nada, un ser de una seriedad extrema.
En la finca de Amelia tiene lugar la segunda caída de Dios después del derrumbe de la misa en la iglesia. Un ladronzuelo de la edad de Karol entra en la casa para robar, según todo lo hace parecer la señora descubre al ladrón, toma un cuchillo y lucha con Joziek, transcurren unos minutos y llega a la mesa donde están su hijo y los invitados, se sienta y cae muerta con el cuchillo clavado mirando un crucifijo.

La situación no estaba clara, nadie sabía lo que había pasado porque Amelia no pudo contar nada y Joziek decía que sólo se habían revolcado, que había sido un accidente. Fryderyk era mal psicólogo porque tenía demasiada inteligencia y por lo tanto era capaz de imaginarse a doña Amelia en cualquier situación. Una sospecha terrible flotaba en el aire de la casa de campo.
Sospechaban que esa mujer tan espiritual y guiada por los principios de Dios había prologado demasiado la lucha con Joziek revolcándose en el suelo de puro placer y, por accidente, se le había clavado el cuchillo. Si esto fuera así no podían entregar a Joziek a la policía. A la casa de Hipolit llega Semian, un jefe de la resistencia que se había vuelto cobarde.

Sus compañeros temen que se convierta en delator y le piden a Hipolit que lo mate. Semian actualiza el sentimiento de que todos estaban atados a la patria, todos eran instrumentos de todos los demás, y a cada cual le estaba permitido servirse del instrumento con la mayor temeridad, para la causa común. La presencia del recién llegado convirtió a Karol en un soldado.
Era un solado preparado a dispararse como un perro al oír la orden. Pero no era sólo él, la miseria romántica tan repelente unos instantes atrás cedió de pronto, y todos en la mesa, como si fueran una patrulla, esperaban la orden para entregarse a la lucha. Mientras tanto Fryderyk seguía maniobrando para juntar a Henia con Karol, esta vez utilizando al prometido.

Le dio unos papeles en un teatro escrito por él y los hacía actuar en el parque, participaban de una escena extraña. Los jóvenes, según desde dónde se los mirara, recitaban con ademanes poéticos o caían en el pasto para revolcarse. Lo único que atinó a decir el pobre Waclaw, que observaba la escena desde el lugar en que lo había puesto Fryderyk, es que eso de caer tan pronto y luego levantarse era raro.
Así no se hacía, le parecía que ella no se había entregado a él. Esto le resultaba peor que si hubieran vivido juntos, que si se le hubiera entregado él podía defenderse, pero así no, porque entre ellos ocurría de otro modo, y al no habérsele entregado Henia era todavía más de Karol. Llegando al final de la novela hay un intercambio de mensajes escritos entre Gombrowicz y Fryderyk.

Es un intento que hacen los adultos por saber qué pasa. Fryderyk confiesa que no tiene un plan determinado, que actúa siguiendo las líneas de tensión y del apetito. Él piensa que los jóvenes no se juntan porque sería demasiada plenitud para los otros, que se les acercan y flirtean porque quieren hacerlo gracias a los otros, a través de los otros y también de Waclaw, por los otros.
Lo peligroso de todo esto es que Fryderyk siente que ha caído en manos de unos seres frívolos. Unas manos apenas crecidas empujaban, en la plenitud de su desarrollo intelectual y moral, a su propio pensamiento y pasión a hacer todo lo que estaba haciendo, se sentía como un Cristo crucificado en una cruz de dieciséis años. Y llegamos al final.

Los adultos no se animan a matar a Semian y le piden a Karol que lo haga con la irresponsabilidad de la juventud para quitarle gravedad a un crimen tan siniestro. Waclaw, que está preparando su propia muerte entra al cuarto de Semian y lo mata. Apaga la luz y se enmascara con un pañuelo para que no lo reconozca Karol cuando le abra la puerta. Karol no lo reconoce y lo mata creyendo que es Semian.
Queda un cabo suelto, Joziek, el joven al que no se lo puede entregar a la policía porque es inocente, entonces, Fryderyk lo mata. Y no se sabe si lo mata para guardar sin mancha la memoria de doña Amelia muerta de una puñalada que había caído en el pecado original, o para ponerle el punto final a la no consumación de los jóvenes. Hania y Karol sonríen.

“Sonríen como sonríe la juventud cuando no sabe cómo salir de un apuro. Y durante unos segundos, ellos y nosotros, en nuestra catástrofe, nos miramos a los ojos”. Esta mezcla de erotización y de sangre presente en “Pornografía” y Santiago es un poco ajena a la relación que Gombrowicz tenía con el Beduino. El Beduino era un personaje desconcertante.
De un aspecto intimidatorio por la fiereza de su rostro, sin embargo, tenía un corazón tierno, era el más tierno de todos nosotros. Para defenderse de su timidez oculta recurría a burlas inocentes en forma más o menos permanente de modo que a su alrededor flotaba un aire de irrealidad manifiesto como la irrealidad del geniecillo de la filosofía de Descartes.

En un banco de la plaza principal de Santiago del Estero el Beduino le preguntaba a Gombrowicz si tenía tanto sentido del humor como parecía a primera vista. Mientras tanto le contaba que cada uno de los hermanos Santucho tenía una tendencia política diferente, gracias a esto la familia no le temía a las revoluciones tan frecuentes en aquella época.
Cualquiera fuese la que triunfara algún hermano ganaría: el comunista, el nacionalista, el liberal, el cura o el peronista. El Beduino trataba de asegurarse, más que de ninguna otra cosa, de que Gombrowicz tuviera efectivamente sentido del humor. Cuando estuvo seguro, con mucho disimulo, encendió un petardo y lo puso debajo del banco.
El petardo estalló: –Perdón, Gombrowicz, ¿se asustó?; –No utilice, jovencito, esas armas infernales. Gombrowicz se puso blanco como un papel y durante un largo rato no pronunció palabra. El Beduino visitaba la casa de Gombrowicz para escuchar los cuartetos de Beethoven llevando consigo el tono maligno y burlón del geniecillo de Descartes.

“Maneras de escuchar los cuartetos de Beethoven. A veces trato de relacionar los cuartetos con una edad diferente a la de Beethoven e incluso con el otro sexo. Intento imaginarme que el do sostenido menor fue compuesto por un niño de diez años o por una mujer. También trato de escuchar el cuarto como si estuviera compuesto después del décimo tercero.
“Para adquirir una relación personal con cada uno de los instrumentos, me imagino que soy el primer violín, que Quilomboflor toca la viola, que Gomozo sostiene el violoncelo y Beduino el segundo violín”. Ese tono burlón le daba oportunidad a Gombrowicz para armar numeritos teatrales de un gran impacto tanto existencial como literario. “Beduino y yo en la parada del autobús, esperamos el 208: –¡Oye, viejo! (...)”

“Para no aburrirnos, ¡montaremos un numerito! ¡Los dejaremos boquiabiertos! Habla conmigo como si yo fuera director de orquesta y tú músico, pregúntame por Toscanini... Beduino se muestra encantado. Subimos. Se sitúa a una distancia conveniente y comienza, en voz alta: –En tu lugar, reforzaría los contrabajos, prestaría atención también al fugato, maestro (...)”
“La gente aguza los oídos: –Hum, hum...; –Y cuidado con los cobres en ese pasaje del Fa al Re... ¿Cuándo tienes ese concierto? Yo toco el próximo catorce. A propósito, ¿cuándo me mostrarás esa carta de Toscanini?; –Me dejas asombrado, chico... No conozco a Toscanini, no soy director de orquesta y francamente no entiendo por qué has de presumir delante de la gente haciéndote pasar por músico (...)”

“¿Qué es eso de engalanarte con plumas ajenas? ¡Es muy feo! Todos miraban severamente a Beduino que, rojo como un tomate, me dirige una mirada asesina”




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viernes, 15 de abril de 2011

WITOLD GOMBROWICZ Y TODO LO DEMÁS

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y TODO LO DEMÁS



En el año del centenario de Gombrowicz me publicaron algunos escritos. Cuando le puse el punto final a “Gombrowicz y todo lo demás” empecé a buscar editores; en Polonia me lo publicaron enseguida, pero los editores argentinos consideraban que con “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” ya estaba bien, no había que insistir con Gombrowicz. Pero hagamos un poco de historia.
Hubo un tiempo en que me dedicaba a estimular a algunos hombres de letras gombrowiczidas connotados mandándoles las cartas que Gombrowicz le había escrito a Flor de Quilombo y haciendo publicar en Polonia algunas notas escritas por ellos mismos. Los resultados fueron exiguos, o para decirlo en un lenguaje culto: “parturiunt montes, nascetur ridiculus mus”.

En cierto sentido el Pato Criollo fue una excepción, se animó a escribir un prólogo para “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”. Después de que lo escribió las únicas razones que me decidieron a mantenerlo en el libro fueron, el prestigio indudable que tiene el escritor, y el incremento de la venta de ejemplares que imaginaba el Negroide Piquetero, habiendo sido esta suposición completamente falsa como supe después.
En la Feria del Libro del año 2004 se homenajeó el centenario del nacimiento de Gombrowicz. Participé en una mesa redonda a la que dieron en llamar “Gombrowicz, ¿escritor polaco o argentino?”, junto al Pequeño K y a la Vaca recién llegados de Polonia. Y no sólo estuve con ellos, también estuve con la Hierática, el Pato Criollo y el Negroide Piquetero.

Cuando promediaba el desarrollo de las ponencias ingresó a la sala un hombrecito vestido de negro con un moñito en el cuello. El Embajador de Polonia se inclinó ceremoniosamente, se trataba de un altísimo funcionario polaco recién llegado a la Argentina. Para quedar bien, el Embajador de Polonia le pidió a la directora de la Feria que lo anunciara.
La directora me lo pidió a mí, pero yo me negué terminantemente con una mueca de disgusto, entonces lo anunció ella. Con mi gesto de desdén cometí una torpeza que comprendí luego. El hombrecito, pero altísimo funcionario de Polonia, se acercó a nosotros cuando terminaron nuestras exposiciones y nos saludó muy efusivamente mostrándose emocionado.

El Pequeño K le preguntó entonces al hombrecito cómo era posible que lo hubieran emocionado tanto unas ponencias que se había pronunciado en español si éste era un idioma que él no comprendía en absoluto, a lo que el funcionario le contestó que se había emocionado por la emoción misma, una respuesta para la que nosotros no estábamos preparados pero que nos dejó completamente satisfechos.
Estaba discutiendo animadamente con los dos representantes del Instituto del Libro de Polonia sobre algunos aspectos del homenaje, en un momento determinado de la conversación le dije al Burócrata que si la Perdularia hubiera comprendido el español yo la hubiera conquistado. La Perdularia esperó atentamente a que le tradujeran lo que yo había dicho.

Me respondió con una risa burlona: –¿Y para qué? De veras me puso en un apuro, y como no sabía que decirle le rogué que fuera cortés, que se comportara como se había comportado la Argentina que nunca le había preguntado a España para qué la había conquistado. En un aparte del cóctel, la Hierática, el Pato Criollo, el Negroide Piquetero y yo hicimos el juramento de los mosqueteros: –Uno para todos y todos para uno.
Pero este juramento, igual que tantas otras cosas, no soportó el paso del tiempo. La mayoría de los Protoseres son empleados de sociedades anónimas que se hacen llamar editores. La carrera de estos Protoseres es tortuosa y ambigua, algunos utilizan la ley del gallinero para progresar y otros terminan siendo lectores, como le ocurrió lamentablemente al Negroide Piquetero.

El pobre Protoser cayó en la categoría de lector poco tiempo después de haber publicado “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” en Interzona, una editorial que posteriormente no pudo evitar tampoco su propia bancarrota. Con “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” ya en los estantes de las librerías llamé a la editorial del Negroide Piquetero para saber algo de cuál era el desempeño del libro.
A más de informarme sobre el desempeño del libro la Hacker me comunicó que se habían mudado y que el Negroide Piquetero quería decirme algo. Siendo la mudanza un síntoma de crecimiento o de decadencia que en sí mismo no me decía nada me quedé esperando a ver de qué quería hablarme el Negroide Piquetero. En verdad lo único que tenía para decirme es que debía cortar porque lo estaban llamando por la otra línea.

Ésta es otra de las técnicas que utilizan los Protoseres hijos de Gutemberg: la de darse importancia. Pero yo había llamado para saber cuántos ejemplares de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” se habían vendido en un semestre. Y ésta es la cuestión, si los libros de los otros autores tenían en promedio un desempeño semejante al del mío, entonces, la mudanza que hicieron tenía un solo significado.
La mudanza del Centro a Palermo era un síntoma indudable de la decadencia de la editorial y la bancarrota debía estar próxima. “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” es un libro bueno, tiene una jerarquía que no es producto de mi imaginación. ¿Y entonces, a quién puedo echarle la culpa?, ¿a los lectores hispanohablantes que no lo quieren leer?

¿Y qué editor en su sano juicio, conociendo la perfomance de este libro, va a querer publicar “Gombrowicz, y todo lo demás”? Si el Negroide Piquetero hubiera sabido de antemano los ejemplares que se iban a vender es seguro que no hubiera publicado “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”. Era preciso ocultar esta información y buscar un editor que apreciara el nivel de mis escritos.
Para el caso de que la historia de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, a la que el Alfajor en su oportunidad calificó de exquisita, hubiera empezado de una manera más clara quizás su destino no hubiera sido tan aciago, pero miremos con atención algunos de los acontecimientos oscuros que precedieron a su puesta en los estantes de las librerías.

Sin que esté tomándome la mano ninguna sombra interior que pese sobre mi alma con un sentimiento de culpa por alguna mala acción que hubiera cometido injustamente, debo hacer una declaración para hacerle justicia a un hombre de letras que no vaciló en ponerse de mi parte en los momentos decisivos. En efecto, el Pato Criollo jugó un papel importantísimo.
En la publicación de “Cartas a un amigo argentino” y de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, actuó en el primer caso sobre la Hierática de Emecé y en el segundo caso sobre el Negroide Piquetero de Interzona con un gran éxito. La verdad es que el Pato Criollo estuvo presente con su ciencia infusa y sus poderes mágicos en las dos únicas ocasiones en las que los editores de papeles en la Argentina se ocuparon de mí.

Mis aventuras con el Negroide Piquetero empezaron en el café Tortoni de una manera amable, con el paso del tiempo entraron en crisis, y finalmente tuve que hacer las paces con él el día que presentamos “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” en la Embajada de Polonia. Cuando descubrí que era un vago mentiroso e irresponsable decidí tomarme revancha.
Hablé directamente con uno de los dueños de la editorial Interzona utilizando cierta información bastante escabrosa que me había suministrado el Perverso, su anterior editor, en carácter de venganza –le tenía mucha rabia, no solamente a él sino también a su pareja, Guadalupe Salomón apodada la Mejillona–, y el Negroide Piquetero empezó a temblar como una hoja.

Aproveché el estado de terror a lo desconocido que se había apoderado de él, muy característico de las personas inseguras, un pánico que le malograba la naturalidad del comportamiento, y entonces lo invité a sentarse a mi lado en la mesa de ceremonias de la embajada, cosa que hizo sin chistar. Luego, mientras los otros presentadores hablaban y hablaban sin parar, lo empecé a sobar.
Comencé con el hombro derecho, después bajé un poco y lo masajeé en las costillas y terminé sobándolo en la rodilla izquierda, finalicé mi tarea derritiéndolo, estaba tan contento como un perro, quedamos mucho más amigos que antes de la pelea. Pero esta reconciliación duró poco tiempo. El aspecto este gombrowiczidas es muy ilustrativo de la forma en la que me lo habían presentado.

El Pato Criollo me había informado que el Negroide Piquetero resultó elegido el sex symbol de la poesía en un congreso realizado por las poetisas más señaladas de nuestro medio, y él estaba muy orgulloso de este nombramiento. El contacto con los editores siempre me pone al rojo vivo un conflicto entre el subjetivismo y el objetivismo que ni siquiera el pensamiento de Gombrowicz puede apaciguar.
“El desgarramiento más profundo del hombre, su herida sangrante, es justamente esto: subjetivismo u objetivismo. Es lo fundamental. Lo desesperante. La relación del sujeto con el objeto, es decir, de la conciencia con el objeto de la conciencia, es el punto de partida del pensamiento filosófico. Imaginemos que el mundo se reduce a un único objeto (...)”

“Si no hubiese nadie para tomar conciencia de la existencia de ese objeto, éste no existiría. La conciencia está más allá de todo, es definitiva, soy consciente de mis pensamientos, de mi cuerpo, de mis impresiones, de mis sensaciones, y por eso, para mí, todo esto existe. Ya en su mismo inicio, en Platón y en Aristóteles, el pensamiento se divide en pensamiento subjetivo y objetivo (...)”
“Aristóteles, a través de Santo Tomás de Aquino, llega a nuestro tiempo. Platón llega a través de San Agustín y de Descartes. Y también a través de la deslumbrante explosión de la crítica de Kant y de la línea del idealismo alemán que se origina en ella, a través de Fichte, Schelling, Hegel. Y a través de la fenomenología husserliana y el existencialismo llega a una gran eclosión superior a la de sus inicios (...)”

“¿Queréis encontrar también subjetivismo y objetivismo en las mismas artes plásticas? Mirad. ¿No es el renacimiento objetivismo y el barroco subjetivismo? Y en la música, Beethoven, ¿no es acaso subjetivo y mientras Bach es objetivo? ¡Qué grandes hombres no se pronunciaron a favor del subjetivismo! Se pronunciaron pensadores como Montaigne o Nietzsche (...)”
“Y si quisierais ver hasta qué punto este desdoblamiento sigue sangrando, leed las dramáticas páginas de “El ser y la nada” que Sartre dedica a una cuestión realmente insólita: ¿existen otros aparte de mí?”. El que pone a punto el subjetivismo de la percepción es un inglés. George Berkeley, el obispo irlandés, con una audacia extraordinaria, plantea el problema de la existencia de una manera increíble.

“Existo yo y lo que yo percibo, pero más allá de lo que yo percibo no existe nada de nada”. Visiblemente, hay aquí un terrible juego de palabras, porque la mente humana espontánea y naturalmente es realista. Pone primero la existencia en sí y por sí de las cosas, y luego su percepción por nosotros. Pero Berkeley afirma sin embargo que la tesis natural es la suya.
Ser es precisamente ser tocado con las manos, ser visto con los ojos y ser oído con los oídos. El subjetivismo de la percepción de Berkeley tiene un parentesco con la actitud fundamental de Gombrowicz: el agrandamiento del yo. La importancia que le da a su yo en el “Diario” es continua y no tiene altibajos, su yo no podía crecer ni siquiera un milímetro más por la forma que le da a este género literario desde la primera página.

Lunes. Yo; martes. Yo; miércoles. Yo; jueves. Yo. Una actitud tan drástica como la de Berkeley y la de Gombrowicz sólo la podemos encontrar en Fichte que concibe el yo como la realidad anterior a la división entre sujeto y objeto. Es una realidad que se pone a sí misma y, con ello, pone también a su opuesto, es decir, a lo que no es yo, pone al no-yo.
Si el mundo existe como yo lo percibo o como una realidad anterior a la división entre sujeto y objeto, no son asuntos que le hayan quitado demasiado el sueño a Gombrowicz, pero sí se lo quitó la consecuencia que se desprende de ellos: el carácter originario de su yo. El yo es una idea poderosa porque es el origen de todas las cosas, y también por la grandeza que puede alcanzar ese yo en la forma de una personalidad.

A Gombrowicz le reprochaban que se pusiera a discutir con cualquier persona, pero a él le gustaba aporrearse con el primero que se le cruzaba. De esta manera, según su idea, se disipa la superioridad artificial del escritor, desaparece la distancia que lo protege de los lectores. En cambio se manifiesta con crueldad la superioridad esencial y la inferioridad real.
El juicio del inferior hiere y duele, y no es verdad que a los escritores no les importe en absoluto. “Seguramente sería mucho más interesante que yo me tomara este combate más en serio, pero de todas maneras el hecho de que haya desafiado a la señora Báska Szubska para que reconozca su inferioridad respecto a mi superioridad tiene su importancia (...)”

“Esta polémica, me permito observar modestamente, es única en la historia de la literatura”. La polémica que mantiene con la señora Báska Szubska le da la ocasión de hacer algunas reflexiones sobre el subjetivismo. El hombre sólo puede ver el mundo con sus propios ojos y pensar con su propia razón, de modo que debe considerar que su juicio siempre es el mejor juicio posible.
Aún si reconociera la superioridad de las ideas de Einstein, pongamos por caso, y siempre que no sea un experto en la materia, sólo lo haría en el carácter de que es él mismo el que le da crédito a los especialistas que opinan así, y también en este caso su juicio sería el superior. El hecho de hacernos el centro del mundo choca de manera evidente con el objetivismo que reconoce mundos y puntos de vista ajenos.

“El tormento de los que para hundirme a mí se han lanzado en ayuda de Báska viene justamente de esto; porque, mirándolo objetivamente, es difícil suponer que todos los que me alaban sean cretinos; pero, por otro lado, como no es posible ver con ojos ajenos, desde esta perspectiva, todos mis alabadores son cretinos junto conmigo. Una contradicción realmente flagrante”
La contradicción entre el subjetivismo y el objetivismo es fundamental. La relación entre el sujeto y objeto, es decir, entre la conciencia y el objeto de la conciencia, es el punto de partida del pensamiento filosófico moderno. A juicio de Gombrowicz, Platón y Aristóteles debutan con el pensamiento subjetivo y objetivo. El pensamiento objetivo llega hasta nuestros días a caballo del marxismo y del catolicismo.

“Pero el catolicismo es una metafísica basada en la fe y, paradójicamente, es una convicción subjetiva de que el mundo objetivo existe”. Es Sartre el que se pregunta si existen los otros aparte de uno mismo. Es una cuestión realmente insólita porque la existencia de los otros es la más evidente y la más tangible de las realidades. Pero para Sartre la existencia del otro es inaceptable.
El hombre es una conciencia pura; si admitiera que el otro es también una conciencia, esa conciencia lo convertiría en objeto, y Sartre no está dispuesto a eso. Gombrowicz tiene la costumbre de liquidar las relaciones de Sartre con el marxismo de una manera rápida, pero en cuanto a la subjetividad y a la objetividad se refiere el asunto no es tan sencillo. “Crítica de la razón dialéctica” es una obra abstracta y difícil de leer.

Sartre intenta clarificar en esta obra las relaciones entre el existencialismo y el marxismo. La cuestión es que en este libro designa al marxismo como la filosofía insuperable de nuestro tiempo, y que lo seguirá siendo hasta que la situación histórica y económica que expresa haya sido superada. Pero si el marxismo es la filosofía de nuestro tiempo, ¿cuál es, entonces, la razón de ser del existencialismo de Sartre?
Para los filósofos comunistas el existencialismo representa la decadencia burguesa en un escape de lo real, en el aislamiento del individuo, en la afirmación de la autonomía absoluta del ego y en la superioridad de ese ego sobre mundo. Sartre, en cambio, está convencido de que el marxismo ofrece la única interpretación válida de la historia, pero que su existencialismo es el único camino que conduce a la realidad concreta.

Sobre esta base le hace al comunismo una acusación. “Hay dos maneras de caer en el idealismo: una consiste en disolver lo real en la subjetividad; la otra, en negar toda subjetividad real en beneficio de la objetividad”. Ambos se acusan de idealismo, pero Sartre acepta sin restricciones el materialismo, es decir, que el modo de producción de la vida material domina el desarrollo de la vida social, política e intelectual.
El salto del reino de la necesidad a un reino de la libertad, que Marx y Engels anunciaron como un ideal futuro, marcará, según Sartre, el fin del marxismo y el principio de una filosofía de la libertad. Pero este futuro está lejano y, mientras tanto, el marxismo, para no degenerar en una antropología inhumana, debe ser complementado por el existencialismo sartriano, que le proporciona su fundamento subjetivo, humano y existencial.

Dice Sartre que la comprensión de la existencia se presenta como el fundamento humano de la antropología marxista. A partir del día en que la investigación marxista tome la dimensión humana como fundamento del saber antropológico, el existencialismo no tendrá ya razón de ser. “A los ignorantes, para quienes la filosofía es un cúmulo de desatinos, me permito llamar su atención (...)”
“Sobre una contradicción análoga a la del subjetivismo y el objetivismo es que los físicos se rompen la cabeza”. Gombrowicz tiene la costumbre de volver dramáticas las contradicciones entre los corpúsculos y las ondas, pero el asunto no es tan trágico, todo depende del aparato con el que se observe el fenómeno. Tampoco es cierta la creencia de que la física es tan solo un conocimiento objetivo.

Sir Arthur Eddington, el inglés que tuvo la ocurrencia de contar el número de partículas que tiene el universo, dice algo muy instructivo al respecto. “Una cosa es, para la mente humana, obtener, estudiando los fenómenos naturales, las leyes que la mente misma ha colocado ahí, y puede ser otra cosa mucho más difícil encontrar leyes sobre las que no se tiene ningún control (...)”
“Hasta es posible que las leyes que no tiene su origen en la mente sean irracionales, y puede ser que no podamos nunca llegar a formularlas”. Y llevado por las alas del subjetivismo Gombrowicz se refiere seguidamente a la intencionalidad de la conciencia, pues la conciencia es siempre conciencia de algo, y entre la conciencia y ese algo hay siempre una contradicción que nos impide aprehender la esencia de lo humano.

“Así se presenta a grandes rasgos el problema del subjetivismo, que para muchas cabezas huecas no es más que una contemplación egoísta del propio ombligo y un conjunto de turbiedades”. La batalla contra el marxismo es la batalla entre el subjetivismo y el objetivismo, puesto que el marxismo quiere ser una ciencia, piensa Gombrowicz. Pero ni la ciencia es tan objetiva, ni el marxismo es tan científico.
Después de Kant el objetivismo recibió una paliza terrible, y todavía no ha logrado recuperarse. Una cosa en la que sí están de acuerdo Gombrowicz y Sartre es en el desprecio a la ciencia, aunque ambos la desprecian de distinta manera. Es extraño que siendo Gombrowicz un partidario absoluto del yo, es decir, del subjetivismo, haya sido también un partidario acérrimo de la realidad, es decir, del objetivismo.

El yo es el mejor representante del subjetivismo y la historia es la mejor representante del objetivismo. Si bien el camino del pensamiento va del realismo al idealismo, Gombrowicz sigue el camino inverso; del subjetivismo extremo del que parte en “El bailarín del abogado Kraykowski”, su primer obra, termina en “Opereta”, una obra en la que aparece la historia como representante del objetivismo.
Reconfortado por el peso que Gombrowicz le da al subjetivismo en su batalla con el objetivismo, continué la búsqueda de un editor para “Gombrowicz y todo lo demás” puesto que con el Negroide Piquetero había fracasado. En la relación desagradable que tengo con los editores, representantes del objetivismo, a mí me conviene tomar partido por mí, representante del subjetivismo.

Después de haber confundido el año del centenario de Silvina Ocampo con el año del centenario de Gombrowicz, la Hierática de Emecé quedó muy apenada y se puso a mi disposición: –¿Por qué no le ofrecés “Gombrowicz, y todo lo demás” a la Vázquez, la editora de la Fundación Victoria Ocampo?; –¿Te parece?; –Sí, le gustaba Gombrowicz. Y bueno, qué le hace una mancha más al tigre, y hablé con la Abeja Reina.
Mientras ella me decía que nunca le había gustado Gombrowicz pero que tenía interés en leer “Gombrowicz y todo lo demás” me acordé de algo. “Qué me dice, Gombrowicz, Jorge Luis Borges se casa con una tal María Esther Vázquez, una escritora del grupo ‘Sur’ bastante conocida. Esta mujer tiene una historia trágica. Hace unos años rompió con su novio (...)”

“El hombre, atormentado, quiso reconquistarla y le propuso un encuentro que la Vázquez aceptó. Mientras tomaban un café ella le explicó que la relación amorosa estaba terminada, entonces, ese Werther moderno, sacó una pistola, se disparó un tiro en la sien, y cayó muerto sobre la Vázquez, así que la pobre ya está acostumbrada a que le caigan muertos encima”
Es el pasaje de una carta que le había escrito a Gombrowicz en el año 1964. Mis cartas no están publicadas en la Argentina pero sí están publicadas en Polonia, así que quedé muy preocupado por saber qué me iba a responder la Abeja Reina, a ver si algún buey corneta no le pasaba el cuento, mucho más preocupado de lo que había quedado con otros editores.

Pero la Abeja Reina me atendió con una gran cordialidad, sin embargo, al poco tiempo de hablar con ella descubrí cómo yo, casi sin darme cuenta, empezaba a ocuparme más de lo que la Abeja Reina hacía con sus cosas que de lo que ella hacía con mi libro. Me contó que la Fundación Victoria Ocampo estaba poniendo en “El Coliseo” una ópera que hacía doscientos años había bajado del escenario.
También me contó que le habían hecho un reportaje en “Nova”, entonces me di cuenta que no podía hablar con ella de “Gombrowicz, y todo lo demás” porque no lo había leído. Y aquí me apareció con una claridad meridiana una forma adicional del rechazo, a las cuatro formas que ya tenía contabilizadas, una forma con una estructura similar a la de la contratransferencia.

En efecto, empecé a tener reacciones inconscientes frente a la Abeja Reina que me hacían sentir culpable de no conocer sus asuntos con la debida extensión y profundidad. Es una modalidad muy usada por el Perverso que provoca con sus transferencias este tipo de reacciones. Llegado a este punto decidí alejarme de la Abeja Reina pues no dispongo de las técnicas para llevar adelante una relación de esta clase.
Cuando ya pensaba en dirigirme a otro Protoser con el libro bajo del brazo ocurrió algo inesperado, la Abeja Reina me comunicó que había leído el libro, que le había resultado interesante y que lo pensaba incluir en la selección de libros publicables en el programa del año próximo. Pero llegados a este punto, en forma inesperada, el hombre de los pies ligeros se me cruzó en el camino.

Zenón de Eléa es el representante más conspicuo de las paradojas de la naturaleza dialéctica del movimiento. El movimiento era para ese griego insigne, que llegó a perturbar el pensamiento de Bertrand Russell, una apariencia de los sentidos y por ese motivo la razón no podía dar cuenta de él. La paradoja de Aquiles, el hombre de los pies ligeros, y la tortuga es inmortal.
Si Aquiles disputa una carrera con la tortuga y le da ventaja en la salida no la podrá alcanzar pues en el tiempo que le demanda llegar donde estaba ella en el momento de la partida la tortuga algo caminó. Este análisis se repite para la segunda posición de los contendientes y aunque los tiempos y los recorridos se van acortando a medida que ambos avanzan el razonamiento se puede repetir en forma infinita.

Zenón concluye de esta manera que Aquiles no la alcanza nunca a la tortuga. En este trajín interminable que tengo con los editores identifiqué cinco procedimientos con los que los editores le han cortado el paso a “Gombrowicz, y todo lo demás” lo que me ha permitido desarrollar una tipología de estos Protoseres que no admite otras variantes; eso pensaba yo, la Abeja Reina me demostró lo contrario.
Para entender bien lo que me sucedió en este caso con “Gombrowicz, y todo lo demás” vamos a suponer que yo soy Aquiles y la Abeja Reina es la tortuga. La primera distancia que tuve que recorrer fue la de la lectura, pero cuando ella lo terminó de leer ya no estaba en el punto de partida, se hallaba ocupada en la puesta de una ópera que hacía doscientos años no subía a escena.

Recorrí la segunda distancia para alcanzar el punto del fin de la ópera y tampoco la encontré en esta segunda posición, se aproximaban las fiestas de fin de año y ya despuntaba el verano. Recorrí la tercera distancia para llegar al punto en el que las vacaciones llegaban a su fin y otra vez no la encontré, la Abeja Reina estaba preparando el tercer volumen de Victoria Ocampo y la Feria del Libro.
Entonces caí en ese estado hipomaniacal en el que de vez en cuando caen los genios y en medio de destellos brillantes que me venían de la inteligencia descubrí que estaba en presencia de una modalidad de la paradoja de Aquiles y la tortuga y que no iba a alcanzar nunca a la Abeja Reina, había algo en su talante que me lo había estado diciendo desde el principio, un talante que parece detenido en aquel tiempo en el que el Asiriobabilónico Metafísico le propuso matrimonio.




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