lunes, 29 de noviembre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LAS TINIEBLAS DE LA NOCHE


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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LAS TINIEBLAS DE LA NOCHE



En Polonia no se daban cuenta de las relaciones que existen entre el arte y el mundo espiritual con la enfermedad. Para los polacos el artista no es un neurótico que se cura a sí mismo como dice Freud, sino un creador con un exceso de fuerza vital y salud llamado talento. Mientras tanto Gombrowicz andaba penando con las perturbaciones psíquicas de su herencia.
También penaba con sus anormalidades, y esta falta de valor y estas anormalidades eran justamente las que le permitían ubicar su obra en un clima más real y más trágico. Le permitían también adquirir una distancia en relación a su debilidad y un sentido más agudo sobre la normalidad. Pero los polacos no entendían que un enfermo sabe mejor que un sano lo que es la salud, al igual que un hambriento sabe mejor lo que es el pan.

Con esta mezcla de miserias Gombrowicz se acercó a dos de los artistas de origen proletario más importantes de Polonia. Él no estaba acostumbrado a tipos como Rudnicki o Unilowski, eminentes en ciertos aspectos y en otros completamente incultos. Las tradiciones de la generación anterior de literatos gentlemen, compuesta por unos señores educados y pulidos, estaba aún muy arraigada en Gombrowicz.
Mientras Gombrowicz pasaba unas vacaciones sin un término definido en la Argentina, los polacos no se ponían de acuerdo sobre si era un escritor apegado a las antiguallas del pasado, a la clase terrateniente y a la genealogía o si, en cambio, en tanto que amoral y ahistórico, era un escritor vanguardista. En "Veinte años de vida" de Zbigniew Unilowski el prologuista intenta ubicar a Gombrowicz en el panorama de la literatura.

“En el período en que Unilowski apareció en el campo de la literatura, las tendencias progresistas se vieron de nuevo contrastadas por el implacable culto a la separación de la literatura de la vida. Fue el tiempo en que Gombrowicz quería 'cuculizar' la literatura polaca, ejerciendo por desgracia una gran influencia sobre sus contemporáneos con su literatura dominada por el infantilismo y el subconsciente (...)”
“En su novela, cuyo título constituía ya de por sí un programa (puesto que 'Ferdydurke' no significa nada), quiso reducir la vida humana a unos reflejos infantiles. Unilowski deseaba mostrar el desarrollo y la maduración de un niño en un mundo severo y malo. Gombrowicz, todo lo contrario: quiso reducir las cuestiones de la vida, las cuestiones sociales, a la época de la niñez, a la esfera de los reflejos subconscientes (...)”

“Unilowski era un escritor que iba en la dirección opuesta a Gombrowicz y sus adeptos”. A Zbyszek Unilowski, un novelista reportero proveniente de una familia muy humilde, Gombrowicz lo conoció en un dáncing varsoviano. En esa época se lo veía a Unilowski como el mayor escritor polaco del futuro, y hasta el mismo mariscal Pilsudski lo admiraba.
Aunque Gombrowicz lo apreciaba como persona y como artista no tenían gran cosa en común, estaba frente a un proletario que había ascendido en la escala social gracias a su talento e inteligencia. Desde muy joven había entrado a un ambiente totalmente diferente, nada fácil para alguien que debía comenzar por aprender todas esas conversaciones, esas formas, esas finuras.

Si no se entendían era más bien por diferencia de caracteres y no de cultura y educación. Gombrowicz era un hombre de café, le gustaba contar frivolidades durante horas enteras sentado a una mesa entregado a diversos juegos psicológicos. Unilowski necesitaba del alcohol, de las luces filtradas, del jazz y de los camareros serviciales, de ese modo sentía que había ascendido a un escalón superior.
Había sido camarero y contaba una historia que Gombrowicz nos repetía en el café Rex. La historia de que el esfuerzo mental de un camarero era infinitamente más grande que el de un escritor; tenía que recordar los pedidos de cinco mesas sin equivocarse ni confundirse, corriendo con platos, botellas, jugos, salsas y ensaladas, y a la noche durante horas interminables quedarse desvelado recordando las voces de los pedidos.

Gombrowicz tenía confianza en su inteligencia y en su gusto y por eso le dio a leer el manuscrito de “Ferdydurke”. A pesar de todo sentía que algo los separaba y no era precisamente su condición social. Unilowski le dijo que le había robado la novela que le hubiera gustado escribir. Sin embargo, lo seguía considerando un burgués, un filisteo que por azar era poeta y tenía aventuras extrañas como el señor Pickwick.
Según decía Unilowski Gombrowicz era como un Pickwick, pero Gombrowicz no era así. “Temo mucho haber sido la causa de su muerte. Yo tenía una gripe ligera, estaba en casa aburriéndome... Lo llamé para que viniera a casa. Vino, se contagió, la gripe desembocó en una encefalitis y murió. Tal vez no se contagiase de mí, tal vez la encefalitis se produjera por otras causas (...)”

“Sin embargo no puedo quitarme de encima la sospecha de que si no me hubiera visitado aquel día seguiría viviendo. Sí, era un talento, un hombre valiente, lúcido, capaz y sensato, aunque quizás todavía lejos de superar sus enormes problemas. Lo estimaba mucho, pero nunca estuve de acuerdo con quienes lo consideraban un gran escritor, un especie de Balzac polaco”
Adolf Rudnicki no era especialmente distinguido, provenía de un suburbio y, además, no era demasiado limpio. A partir de estos antecedentes Gombrowicz intentó hacer lo de costumbre, aplastarlo con su manera aristocrática. A él le parecía que esta manía suya no estaba dictada por la estupidez, sino al revés, era precisamente la inteligencia la que lo impulsaba a este comportamiento descarriado.

Había que buscar lo contrario, más aún en ese tiempo en el que las consignas eran la democracia, la igualdad, el progreso y la negación de la nobleza, especialmente en los ambientes intelectuales. Decidió mostrarse delante de Rudnicki como un personaje disfrazado conscientemente de anacronismo. Rudnicki le hacía cargos a la literatura de postguerra.
Se los hacía porque no había sido capaz de agotar el tema de la guerra, que de ese abismo infernal no se había extraído todo lo que de el hombre se podía extraer. Se puso a hablar de los cuerpos torturados creyendo que la inmensidad del sufrimiento lo proveería de alguna verdad, de un nuevo saber sobre nuestros límites, pero sólo descubrió que la cultura de los estetas intelectuales no es más que espuma.

Del doble lenguaje de la guerra y de la literatura Gombrowicz deduce las condiciones a las que debe ajustarse el escritor. Que se encante con su objeto y que tome una distancia fría frente a él; que se sienta coautor de la cultura y que no la venere; que exprese su propio espíritu individual. De la inobservancia de estas condiciones devino una literatura que no expresó la realidad.
Expresó en cambio las fantasías colectivas, las abstracciones estéticas e históricas, la misión social, el satanismo. “Acepta, comprende que no eres tú mismo, pues nadie es jamás él mismo, con ningún otro, en ninguna situación; ser hombre significa ser artificial. Se trataba de algo sencillo, sí, pero existía una dificultad: no bastaba con aceptarlo y comprenderlo, había que experimentarlo en uno mismo (...)”

“La historia vino en mi ayuda. En aquellos tiempos de preguerra, la gente se volvía extraña. Cabe concebir la guerra como un conflicto de formas. Yo veía con estupor cómo Europa, la central y la oriental principalmente, se preparaba para la guerra, entraba en la era de movilización demoníaca de las formas. Los hitlerianos y los comunistas se componían un rostro amenazador (...)”
“Por otra parte la fabricación de creencias, de entusiasmos y de ideales igualaba a la fabricación de cañones y bombas. La obediencia ciega y la fe ciega se habían vuelto obligatorias, y no solamente en los cuarteles. La gente se ponía artificialmente en estados artificiales, y todo –incluso, y en especial, la realidad–, todo debía ser sacrificado para obtener la fuerza (...)”

“Esta obediencia ciega suponía puras sandeces vocingleras, cínicas falsificaciones, la deformación de la realidad más evidente; una atmósfera de pesadilla. Un horror sin nombre. Esos años de preguerra fueron quizás más ignominiosos que los de la guerra misma. Asfixiado por esa presión de la forma, me lancé con todas mis fuerzas hacia una nueva aprehensión del hombre (...)”
“Era la única posibilidad de conservar algo de esperanza. Me hallaba, junto a la humanidad, en la más negra de las noches. Dios agonizaba, las leyes, los principios y las costumbres que habían constituido el patrimonio de la humanidad se veían suspendidos en el vacío, despojados de su autoridad. El hombre, desembarazado de Dios, liberado y solitario, amenazaba con formarse a sí mismo a través de los demás hombres (...)”

“Seguía siendo la forma, y no otra cosa, lo que se encontraba en la base misma de esas convulsiones. El hombre moderno se caracterizaba por una nueva actitud frente a la forma. La imaginación me representaba a los hombres del futuro dejándose formar deliberadamente unos por otros. Vinculé mi experiencia particular a ese panorama general de la humanidad y conseguí con ello un sosiego relativo (...)”
“No era el único en ser camaleón, todo el mundo lo era. Se trataba de la nueva condición humana, había que tomar conciencia de ello con rapidez”. Los acordes de la guerra resuenan en la cabeza de Gombrowicz cuando lleva algunos años de Argentina. Convaleciente y también aterrado por la pérdida de la juventud en ese año terrible de 1944, Gombrowicz empieza escribir “El casamiento” y “El banquete”.

El año 1944 fue el año en el que empezó a vislumbrarse el final de la guerra, Gombrowicz todavía no podía saber que el comunismo le iba impedir regresar a Polonia y que su guerra iba a continuar hasta la muerte. Es difícil saber qué le pasaba por la cabeza a Gombrowicz cuando escribía “El banquete”, pero existe en esta narración el aliento de una derrota que se convierte en victoria.
Una victoria militar en medio de todas las indignidades humanas. “El banquete” es su última novela corta, y aunque está más lograda técnicamente que las otras, no difiere esencialmente de ellas. El absurdo y el snobismo se ponen aquí al servicio del in crescendo al que Gombrowicz llama elevación a la potencia, un absurdo que siempre está plegado a la lógica ceremoniosa de los rituales y las celebraciones.

El plasma sombrío que existía dentro de Gombrowicz está completamente transpuesto en “El banquete”, chispea de humor y alcanza la inocencia a través del disparate. Utiliza sus anormalidades psíquicas y eróticas como componentes de la forma, con este procedimiento consigue dominarlas y manejarlas creativamente para alcanzar un valor cultural, para situarlas de una manera civilizada.
Es una narración paródica y teatral cuyo nivel no es menor al de ninguna de sus obras grandes. Están presentes, la repetición, la simetría, la analogía, la mitologización y, en fin, muchas de la visiones y situaciones que aparecen en sus piezas teatrales y en sus novelas. Las sesiones secretas del consejo de ministros se desarrollaban en la oscuridad de la sala de los retratos.

Los ministros y viceministros del estado se pusieron de pie, iban a anunciarse las nupcias del rey con la archiduquesa Renata Adelaida Cristina. Al día siguiente, durante la celebración del banquete real, los prometidos, que sólo se conocían por fotografías, serían presentados formalmente. Esa unión acrecentaría realmente el prestigio y el poder de la corona.

El canciller abre el debate de la sesión del consejo. El ministro del interior pide la palabra pero comienza a callar, y no hace otra cosa más que callar todo el tiempo que dura su intervención. Los ministros que le siguen en el uso de la palabra hacen lo mismo, se callan. No podían decir nada, todos callaban porque el rey era venal y corrupto, se dejaba sobornar y vendía a manos llenas su propia majestad.

Entra el rey al consejo vestido de general con la espada al flanco y un tricornio de gala en la cabeza. Los ministros se inclinan y el monarca, mientras se arrellana en el sillón, los contempla con una mirada astuta. El consejo de ministros se transforma en consejo de la corona por la presencia del rey y se prepara para escuchar sus declaraciones. El soberano manifiesta su satisfacción por la próxima boda con la archiduquesa.

Pone de relieve la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros, pero su voz suena tan venal que el consejo de la corona se estremece de miedo en el completo silencio que reina en la sala. Sigue diciendo que estaba obligado a hacer un serio esfuerzo para que la archiduquesa reciba la mejor impresión de su reinado. Cuando sus dedos empiezan a tamborilear sobre la mesa a los ministros no les queda ninguna duda.

El monarca estaba solicitando una colaboración para la realización del banquete. Se queja de los tiempos difíciles, de que no sabía cómo hacer para afrontar ciertos compromisos, en ese momento se empieza a reír y a guiñarle el ojo al canciller en forma repetida, finalmente, le hace cosquillas debajo del brazo. El silencio del canciller es profundo y la risa del rey se extingue.
El anciano canciller y los otros ministros se inclinan ante el soberano. El poder de la reverencia de la corte fue verdaderamente tremendo, el rey quedó golpeado e inmovilizado, aquella reverencia le devolvió la realeza, el pobre rey Gnulo gimió y trató de reír pero no pudo, entonces huyó aterrorizado amenazando al consejo con que se iba a tomar venganza.

Los ministros se preguntaban cómo había que hacer para impedir que el rey Gnulo armara un escándalo en el banquete como represalia por no haber obtenido la cantidad de dinero que deseaba. La archiduquesa extranjera era hija de emperadores y no podían permitir que se llevara una mala impresión de la actitud miserable del monarca. A las cuatro de la mañana el consejo presentó su dimisión.

El viejo canciller no acepta la dimisión con el argumento de que había que constreñir, encarcelar y enclaustrar al rey en el rey mismo. Había que aterrorizar al rey para salvar la reputación de la corona con el esplendor y la magnificencia de la recepción. La archiduquesa Renata Adelaida Cristina entra al salón y cierra los ojos deslumbrada por la luminosidad del archibanquete.

Cuando entra el rey es saludado con una gran exclamación de bienvenida. La archiduquesa no podía dar crédito a sus propios ojos al ver al rey, no podía creer que ese hombrecillo vulgar con cara de comerciante y con una mirada astuta de vendedor ambulante fuera su futuro marido. En el momento que Gnulo le toma la mano la archiduquesa se estremece de disgusto.
Sin embargo el estruendo de los cañones y el repique de las campanas extraen de su pecho un suspiro de admiración. Un sonido apenas perceptible empezó a hacerse oír, se parecía al tintineo que producen las monedas en el bolsillo. El embajador de una potencia enemiga sonríe con ironía mientras le da el brazo a la princesa Bisancia, hija del marqués de Friulo.

El anciano canciller mira de reojo al embajador porque sospecha que el sonido viene de ahí. El presagio de una infame traición se apoderó del consejo. El rey y la asamblea se sentaron. El soberano empieza a comer y todos los demás repiten el gesto multiplicado al infinito por los espejos. Lo que hacía Gnulo lo hacían también los otros en medio del estruendo de las trompetas y los reflejos brillantes de las luces.

El rey, aterrorizado por esta duplicación, bebió un sorbo de vino. El tintineo de las monedas no había desaparecido, era evidente que alguien quería comprometer al rey y desprestigiar el banquete. En el rostro vulgar del mercachifle apareció la rapacidad. El rey sólo se dejaba tentar por pequeñas sumas, era insensible a las grandes cantidades debido a su mezquindad miserable.

Lo que corroía a Gnulo eran las propinas y no los sobornos. El rey empezó a relamerse y la archiduquesa emitió un gemido de repulsión. La asamblea se espanta, entonces el venerable anciano también se relame. Los espejos multiplicaban al infinito los relamidos de todos los presentes. El rey se enfurece al ver que nada le estaba permitido hacerlo por sí mismo.

Todo lo que hacía era imitado de inmediato, así que empuja con violencia la mesa y se levanta bruscamente. Todos lo imitaron. El canciller se había dado cuenta que la única manera de salvar a la corona, ya que no se le podía ocultar a la archiduquesa la verdadera naturaleza del rey, era obligar a los invitados a repetir los actos de Gnulo, especialmente aquellos que no admitían imitación.

Había que convertir los gestos del rey en archigestos para presionar al monarca. Gnulo, enfurecido como estaba, golpea la mesa y rompe dos platos. Todos los demás hicieron lo mismo, cada acto del rey era imitado y repetido en medio de las exclamaciones de los invitados. El rey empieza a deambular de un lado para otro cada vez con más furia, y los comensales deambulan.

Cuando el archideambular alcanza una gran altura, Gnulo, repentinamente mareado, lanza un alarido sombrío y cae sobre la archiduquesa. No sabe que hacer y empieza a estrangularla delante de toda la corte. Sin dudarlo un instante el canciller se deja caer sobre la primera dama que encuentra y empieza a estrangularla del mismo modo en que lo estaba haciendo el rey Gnulo.

Los otros siguen el ejemplo y el archiestrangulamiento rompe los lazos que unen a los invitados con el mundo normal liberándolos de cualquier control humano. La archiduquesa y muchas otras damas caen muertas mientras crece y crece una archiinmovilidad. Tomado por el pánico el rey empieza a huir con las dos manos tomadas al culo, obsesionado con la idea de dejar atrás todo aquel archireino.

Como nadie podía atreverse a detener al rey el anciano canciller exclama que hay que seguirlo. El rey huía por la carretera seguido por el canciller y los invitados. La ignominiosa huida del rey se transforma de esa manera en una carga de infantería y el rey se convierte en el comandante del asalto. La plebe ve a los magnates latifundistas y a los descendientes de estirpes gloriosas galopando.

Cabalgan junto a los oficiales del estado mayor que, al modo militar, galopan junto a los ministros y mariscales mientras los chambelanes forman una guardia de honor rodeando el galope desenfrenado de las damas sobrevivientes. La archicarrera era iluminada por las luces de las lámparas bajo la bóveda del cielo, los cañones del castillo dispararon y el rey se lanzó a la carga.

“Y archicargandoa la cabeza de su archiescuadrón, el archirey archicargó en las tinieblas de la noche”



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jueves, 25 de noviembre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LOS HUESOS

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LOS HUESOS


“La generación a la cual yo pertenecía se encontraba en una situación poco habitual para las generaciones polacas, entrábamos a la vida en una Polonia libre e independiente, un idilio que iba a durar veinte años completos. Se generalizó entre nosotros un gran pudor respecto a la noción de patria, en ese sentido mis colegas se parecían a mí, les resultaba cada vez más difícil volcar su efusiones patrióticas en prosa o en verso (...)”
“Defendían su sensibilidad con cinismo, preferían bromear antes que declamar. Esta Polonia recién creada se apartaba de los grandes descubrimientos en la filosofía, en la ciencia, en el arte, nosotros estábamos condenados al papel del discípulo, cuyo mayor mérito podía ser asimilar cuanto antes los logros ajenos, y esa desesperante calidad de ser secundarios nos imposibilitaba acceder a la vida y a la realidad (...)”

“En medio de esta realidad polaca yo luchaba con mis cuentos. Ocultaba esos tesoros en un cajón cerrado, puesto que era muy púdico en todo lo que se refería a mi literatura incipiente. Mis cuentos eran cada vez más audaces en cuanto a la técnica, me atrevía con todo mi ardor a escribir de una forma no solamente fantástica, sino totalmente despegada de la realidad (...)”
“En poco tiempo recogí bastante material para hacer un libro, en total eran siete cuentos, algunos de ellos, sin duda alguna, me salieron diferentes a lo que se escribía por aquel entonces en Polonia. Pero yo me encontraba en esa época muy lejos de considerarme un innovador. Algunos amigos me animaron a editarlos, aunque en realidad la idea no me divertía en absoluto (...)”

“La veía como una operación muy desagradable, que sin embargo no podía eludir, ya que era una consecuencia inevitable del hecho de escribir. Me obstiné en ponerle al volumen el título de ‘Memorias del tiempo de la inmadurez.’. Pensaba que un título así podía despertar curiosidad, demostrando a la par que yo mismo no consideraba esos cuentos como un logro definitivo (...)”
“En aquel momento se decidió la orientación de toda mi literatura ulterior, porque mi modestia e ingenuidad se vengaron de mí cruelmente. Los críticos me atormentaron con esa inmadurez hasta tal grado, que llegó a ser el punto de partida de mi libro siguiente, ‘Ferdydurke’. De esta forma me fui convirtiendo poco a poco en un especialista de la inmadurez y en su sacerdote”

“La publicación de ‘Memorias del tiempo de la inmadurez’, junto a esas críticas y notas de la prensa no significaban todavía que hubiera entrado en el mundillo literario de Varsovia y que hubiese echado raíces en él. Sin embargo, poco a poco, empezaban a aparecer personas con las que iba a unirme el momento del debut por la comunidad de destinos literarios (...)”
“Ser artista no es nada serio, no es una profesión ni una posición social, además, una obra de arte, posee casi siempre un carácter confidencial, es en cierto modo una especie de confesión, lo cual hace difícil que pueda ser asimilada por los familiares y amigos del autor. Aparte de eso, un artista incipiente siempre resulta un fenómeno bastante pretencioso (...)”

“Es un poco como si alguien propusiese su propia candidatura para ser un gran hombre. Por otra parte mis cuentos no eran unos cuentos corrientes, escritos según el modelo del género, sino algo que huía de la norma. La verdad es que yo mismo, siendo el autor, tampoco sabía lo que había escrito”. Cuando entregó un ejemplar de “Memorias del tiempo de la inmadurez” a su respetable familia se sintió raro.
Los hermanos lo recibieron con una reserva que no auguraba nada bueno: “Ah, sabes, acabo de terminar tu libro. Tal vez sea un poco demasiado moderno, pero es interesante... me ha gustado, ya veremos qué dice la crítica. Supongo que si hubiera entrado a formar parte de un ballet y me hubiera puesto a saltar medio desnudo delante del público, mi familia no se hubiera sentido más incómoda (...)”

“Era una familia respetable que no sabía a causa de qué pecados tenía que sufrir semejante vergüenza”. Cuando Gombrowicz publica “Memorias del tiempo de la inmadurez” por primera vez le parece que se había excedido demasiado en originalidad, entonces escribe un prefacio para la primera edición que no aparece en las ediciones siguientes.
“En lo tocante al elemento sexual, en particular, su preponderancia resultó del espíritu de la época que, desgraciadamente, pone cada vez con más frecuencia el énfasis en la relación de la esfera erótica con la del espíritu; por otra parte, la preponderancia de la crueldad y de la repulsión resulta, a mi entender, del hecho de que su papel en la vida sobrepasa a nuestra imaginación más audaz (...)”

“El mundo artístico me atraía por su libertad y su resplandor, pero me repudiaba física y moralmente”. Kierkegaard, de la misma manera que Gombrowicz, era enemigo del disimulo y las mentiras, quería llevar una vida auténtica en el reino de la fe cristiana y luchar contra la mala fe de los que fingían tenerla sin vivir al nivel de los severos y austeros principios del cristianismo verdadero.
Quiso ponerse a prueba él mismo y eligió romper su compromiso con la hermosa Regina Olsen que lo adoraba. Es una conducta que utilizó desvergonzadamente en sus libros describiendo a la mujer como el eterno enemigo del espíritu, como el diablo que arrastra a los jóvenes a sus trampas, exaltando en forma inauténtica el valor de la virginidad.

Pero todas estas actitudes con las justificaciones respectivas eran mentiras, mentiras al mundo y mentiras a sí mismo. La auténtica razón de su ruptura con la joven Regina Olsen fue su impotencia sexual, contra la cual buscó ayuda médica sin resultado. Los analistas de la psique postularon después que un conflicto mental de toda la vida puede ser localizado como proveniente de alguna inferioridad orgánica.
Gombrowicz le entreabría las puertas a la fe de Kierkegaard pero se las cerraba a su angustia. Es muy difícil encontrar en la obra de Gombrowicz menciones directas a los órganos y a las funciones sexuales pero desbordan en referencias indirectas, echaba mano a esta estrategia para que la atracción y la excitación se hicieran presentes con más intensidad.

Una historia que acostumbraba a contarnos, en la que combinaba en proporciones armoniosas la mundología y la sexualidad, era la de una fiesta en la que dos primos suyos estaban sentados en el pasto, al lado de una prima que también estaba sentada. Cada primo, sin saber nada de lo que estaba haciendo el otro, empezó a acariciar a la prima por debajo de la falda cuidándose de que su acción pasara inadvertida.
La prima, que estaba cambiando de color debido a la excitación, también disimulaba como podía. La cosa es que los dedos de los primos empezaron a tocarse; por un momento dudaron sobre cuál era la actitud que debían tomar para zafar de una situación tan embarazosa: recordaron que ambos eran caballeros, se dieron la mano por debajo de la falda de la prima, saludaron a la prima, se levantaron y se fueron.

“Los primeros escritos que me procuraron alguna satisfacción fueron: ‘El bailarín del abogado Kraykowski’, ‘El diario de Stefan Carniecki’, ‘La virginidad’ y ‘Crimen premeditado’. Escribí estos cuentos a los veinticuatro y veinticinco años, pero ya me venía ejercitando en la escritura desde los dieciséis años. Una cruel disparidad de nivel caracteriza estos comienzos (...)”
“Esos primeros escritos eran ingenuos y torpes, cuando yo mismo ya no era tan ingenuo ni tan torpe, la pluma me traicionaba y eso me hacía sufrir. Transcurridos algunos años escribí ‘El bailarín del abogado Kraykowski’, un cuento que parecía bueno, eso ya era literatura, a partir de entonces empecé a practicar la escritura en serio. ¿Por qué adopté desde el principio un tono tan fantástico, tan excéntrico, tan extravagante? (...)”

“¿Por qué corté de inmediato con la realidad normal, para entregarme a la manía, a la locura, al absurdo? Es cierto que me había formado en ello en el curso de mis discusiones con mi madre, pero ésta no podía ser la única razón, y sin duda la forma aristocrática de los cuentos, aferrada a su propio esplendor, iba unida a mis miserias personales, vergonzosas, miserias crueles y angustiosas (...)”
“Yo buscaba el estilo del pensamiento fundamental, el estilo de una sensibilidad para llegar al fondo de las cosas, así como a la independencia, a la libertad, a la sinceridad. Devoraba el estilo, el modo de expresarse, el tono, la manera de ser de esas personas importantes, con la avidez de un hambriento. A fin de poder seguir viviendo del dinero paterno, realicé un período de prácticas sin sueldo en los tribunales de Varsovia (...)”

“Fue entonces que escribí esos primeros cuatro cuentos a los que completé con otros cuatro: ‘El festín de la condesa Kotlubaj’, ‘Aventuras’, ‘En la escalera de servicio’ y ‘Acerca de lo que ocurrió a bordo de la goleta Banbury’. Estas ocho novelas cortas aparecieron en el año 1933 con el título de ‘Memorias del tiempo de la inmadurez’, una obrita que aspiraba a ser brillante, un artificio reverberante de fantasía (...)”
“Después escribí los dos ‘Filifor’, ‘La rata’ y ‘El banquete’, más logrados desde el punto de vista técnico, pero que no diferían esencialmente de los cuentos anteriores. Por entonces me daba mucha vergüenza escribir, me escondía, ocultaba mis papeles cuando alguien entraba a mi habitación, y todavía hoy la desfachatez de los escritores noveles con su yo soy poeta, me fastidia (...)”

“Me fastidia tanto como el ostentoso despliegue de sus colas de pavo real al que se entregan los poetas consagrados y glorificados”. Gombrowicz piensa que a la literatura le resulta indispensable una moral, que sin moral no existiría la literatura, que la moral es el sex appeal de la literatura puesto que la inmoralidad es repulsiva y el arte debe ser atrayente.
La moralidad en sus obras se manifiesta con mucha intensidad, es más fuerte que Gombrowicz. Él no busca la moralidad, pero ella lo busca a él y lo gobierna. La posguerra trajo una ola moralizadora en la literatura a caballo de los comunistas, los existencialistas y los católicos, pero en esta literatura resulta casi imposible separar la moral de las comodidades.

Desgraciadamente, el lujo parece acompañar a esta moralidad también en un sentido concreto. Gracias a este tipo de moralidad Sartre, Camus, Mauriac, Aragon, Neruda… tuvieron una gran influencia en las jóvenes generaciones, fueron premiados con el Nobel y con la Academia, y consiguieron de un sistema capitalista inmoral riquezas, honores y amor.
Con la moral el artista seduce a los demás y embellece a sus obras, es su sex appel, en consecuencia debería tratarla con la mayor delicadeza. El arte explícitamente moralizador era para Gombrowicz un fenómeno falso e irritante. Que el escritor sea moral, pero que hable de otra cosa, que la moral nazca de sí misma al margen de la obra.

Gombrowicz se propuso debilitar en sus escritos todas las construcciones de la moral premeditada con el fin de que nuestro reflejo moral espontáneo pudiera manifestarse libremente. La locura era un asunto que preocupaba realmente a Gombrowicz, la sangre enfermiza de los Kotkowski que había heredado de su madre pesaba sobre él como una amenaza de posibles perturbaciones psíquicas.
Ese temor fue más intenso en los años en que su imaginación estaba desbocada y oscilaba entre la neurosis y la psicosis. La neurosis estaba radicada en la zona consciente de sus complejos a los que transformaba en un valor cultural escribiendo. La esfera de la psicosis le ocultaba, en cambio, sus trastornos psíquicos y el control era menor.

Debemos clasificar a “La virginidad” como perteneciendo a esta segunda clase de sus creaciones. Algunos detalles insignificantes y aparentemente incoherentes introducen a una pareja inocente en las más oscura entraña de la sexualidad. Es un relato donde el erotismo más refinado se entrevera y confunde con la obscenidad total. Las descripciones que hacen los jóvenes de algunas partes del cuerpo son artificiosas.
La boca es una cereza, los senos son botones de rosa. Alicia era hija de un mayor retirado y estaba educada por una madre que la adoraba. Como las demás jóvenes de vez en cuando se acariciaba el codo y enterraba los pies en la arena. La vida de una muchacha en flor es distinta a la de un abogado o una madre. Debe ser difícil proteger a una joven cuya razón de existir es seducir a los demás.

Pero Alicia estaba protegida por el canario Fifí, por el perrito Bibí y por la madre. Una tarde paseaba por los senderos del jardín y un vagabundo, acostado sobre el muro que rodeaba al jardín, le arrojó un ladrillo que le dio de pleno en la espalda, la muchacha trastabilló y estuvo a punto de caer. Sin embargo, sonrió con unos labios que le temblaban de dolor.
Mientras el vagabundo bajaba del muro y desaparecía Alicia se repetía a sí misma que había sonreído. Cuando llegó a la casa entró en un estado de ensoñación y medio distraída le preguntó a la madre mientras tomaban el té por qué los hombres usaban pantalones, tenían cabello corto y se afeitaban. La joven escondió en la manga la cucharita de plata con la que había tomado el té.

Salió al jardín, se dijo a sí misma que la había robado y la enterró al pie de un árbol. Volviendo a casa pensaba que si el vagabundo no le hubiera arrojado el ladrillo ella no hubiera robado la cucharita; el padre le dijo que el día siguiente su prometido regresaba de China, el compromiso se había realizado cuatro años atrás cuando Alicia cumplía los diecisiete años.
El día en que el novio le pidió la mano Alicia le respondió que sí, que deseaba ser su prometida pero no quería desprenderse de un miembro de su cuerpo. Pablo era un muchacho encantador que estaba enamoradísimo de su inocencia. La mayor virtud, según pensaba él, residía en la virginidad, este valor condicionaba su espíritu y en torno a él se situaban sus instintos superiores.

“Vemos, pues, que la virginidad asciende del ser más bajo en la escala biológica y llega al hombre, y del hombre salta a los ángeles y de los ángeles a Dios, para perderse en el infinito. Dios mismo es un gran solitario en el universo, es la eterna juventud del Cosmos”. De una pequeña particularidad puramente corporal nace el inmenso mar del idealismo y de los milagros, en evidente contraste con nuestra triste realidad”
Pablo amaba a Alicia por su virginidad inocente y estaba convencido de que quien desee adorar dignamente a una virgen él mismo debía ser virgen e ignorante, de otra manera el idilio sería una trampa. Habían transcurrido cuatro años y nuevamente pasea con su prometida por los senderos del jardín. Pablo la recrimina porque ha cambiado mucho, pero ella, distraídamente, le dice que lo ama como siempre.

El joven insiste, protesta otra vez porque en otra época no hubiera usado la frase impúdica de que lo amaba, que ahora la veía inquieta y excitada. Alicia, con toda la calma, le pide que le explique lo que era el amor y lo que era ella, pero con seriedad y sin reírse. Pablo le cuenta cómo los hombres habían perdido el Paraíso al probar del fruto del árbol del conocimiento tentados por Satanás.
Le suplicaron al Todopoderoso que les concediera un poco del candor y la inocencia perdidos, entonces Dios creó la virgen, el recipiente de la inocencia, la selló y la envió a vivir entre los hombres que sintieron de inmediato una nostálgica languidez.. Cuando Alicia le pregunta por las casadas le responde que son una patraña, una botella abierta y evaporada.

Alicia no entiende por qué, siendo ella virgen, el vagabundo le había arrojado un ladrillo, y por qué, luego, ella había sonreído a pesar de que le había dolido mucho. De regreso a casa Pablo pensaba que la virginidad y el misterio son una y la misma cosa y que había que cuidarse de no desgarrar el sagrado velo de la virginidad para proteger ese misterio.
Al día siguiente la joven le dice que se extasiaba contemplando su codo, que tenía unos deseos realmente locos, y entonces Pablo le responde que adoraba su candor irracional. Alicia le pregunta si había robado alguna vez, y Pablo le contesta que no, que ella no podría amar a un hombre sin dignidad. La joven estaba confundida y le sigue haciendo preguntas a Pablo.

Le pregunta si había engañado, mordido o golpeado a alguien alguna vez, si había caminado desnudo o comido inmundicias. Pablo le pregunta si acaso se había vuelto loca y le ruega que reflexione. Para entonces la joven había empezado a temer que las vírgenes eran educadas en la inocencia para que después todo les resultara más perturbador.
Regresaron a casa y ya en la cocina Alicia señala un hueso que, seguramente, había abandonado Bibí. En el momento que Pablo le dice que hay muchos olores de cocina y que es mejor irse de allí, ella le observa que Bibí no ha terminado de roerlo, ambos pronuncian unas palabras cariñosas, y entonces la joven le manifiesta que le gustaría mucho que royesen el hueso juntos.

Al mismo tiempo que lo abraza y le pide que no la mire de ese modo. Le implora que lo haga porque, de lo contrario, morirá joven. Pablo se había inmovilizado por el terror, qué importancia podía tener un hueso para ella, si por lo menos fuera un hueso limpio, un hueso de caldo, pero Alicia gritó con impaciencia que quería roerlo a escondidas de la cocinera.
Entonces se produce un altercado, él le reprocha que le esté pidiendo inmundicias y ella le replica que las inmundicias le producen apetito, e insiste en que lo roan y lo coman juntos sin que nadie los vea. Pablo le pregunta si era posible que el ladrillazo le hubiera despertado ese deseo malsano de roer un hueso, que ése no podía ser el instinto de una joven virgen, que no eran más que patrañas insensatas.

Alicia le dice que todos roen los huesos, todos lo hacen salvo ellos, que eso es realmente el amor. Pablo, abrumado por tanta locura, empieza a pelearse con Alicia por el hueso. En un momento de la pelea se oyen detrás del muro un golpe y un lamento pronunciado. Alicia y Pablo se asoman encima de los rosales y ven a una joven descalza lamiéndose una rodilla.
Cuando se estaban preguntando qué cosa habría ocurrido, una piedra silba en el aire y golpea la espalda de la muchacha, a lo lejos alguien vocifera que era una ladrona. “¿Lo has visto?; –¿Qué sucedió?; –Apedrean a las muchachas, las apedrean para divertirse, sólo por placer; –¡No, no,… no es posible!; –Tú mismo lo has visto... Ven, que el hueso nos espera, volvamos a nuestro hueso, lo roeremos juntos… ¡Quieres?... ¡Juntos! ¡Yo contigo, tú conmigo! Mira, lo tengo ya en la boca. ¡Ahora te toca a ti! ¡Tómalo!”



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martes, 23 de noviembre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y LA RATA MUERTA

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y LA RATA MUERTA



“Contrariamente a lo que se ha dicho y escrito sobre mí durante muchos años, nunca fui indiferente al siniestro problema de la vida fácil de los ricos y la vida difícil de los pobres; fue un asunto que siempre me ha atormentado dolorosamente desde mi más temprana juventud. Sobre este asunto tuve un diálogo con Adam Wazyk, uno de los escritores comunistas que acababa de conocer (...)”
“¿De qué hablar con usted?, si usted no conoce la vida, vive en un invernadero, alejado de la lucha por la existencia? ¿Qué puede usted saber de estos problemas sociales? Era mi talón de Aquiles, pero sabía cómo defenderme. Me propuse demostrarle, con el tono contenido y apropiado, que no era extraño a esa realidad: –Pensé que usted era hijo de mamá y, sin embargo, veo que usted penetra en esa problemática (...)”

“Conozco la vida y sé mejor lo que es que vosotros, los comunistas, aunque nunca haya experimentado directamente la miseria. Sonaba presuntuoso, pero tal vez mi juicio no estuviera tan distante de la verdad como pudiera parecer pues la experiencia personal no siempre aumenta la sensibilidad, sino que a menudo la disminuye: –Si usted lo siente con tanta fuerza, ¿por qué no se hace comunista? (...)”
“No porque no me gusten vuestros objetivos. Sino porque no creo que podáis realizarlos. No haréis más que aumentar la confusión”. Desde adolescente Gombrowicz se sintió en rebeldía contra las instituciones que utiliza la colectividad para presionar sobre el individuo y desde entonces estuvo convencido de que ninguna reforma violenta puede transformar el mundo en un paraíso.

Mientras, por un lado, Gombrowicz seguía perteneciendo a la vieja época de la buena educación política en la que la gente se expresaba con mayor moderación y seriedad, por otro lado, era un representante de los tiempos modernos poniéndose en contra de todo lo que facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios y las relaciones sociales.
Hubiese utilizado el comunismo como un instrumento para destruir el conjunto de condiciones que fatalmente lo determinaban si no fuera porque no creía que la teorías fueran capaces de transformar verdaderamente la vida. “No podía hacer nada para mejorar la suerte de las capas sociales inferiores, pero, ¿quién sabe?, quizás podría contribuir a mejorar el comportamiento de los superiores respecto a los inferiores (...)”

“Si la vida miserable deformaba al proletariado, si la ociosidad y las comodidades deformaban a los terratenientes, esa intelligentsia urbana también era deformada por su modo de vivir... ¿Acaso la vida nunca creaba hombres completos? ¿Tenían que ser siempre fragmentos humanos que se complementaban entre sí? Ése era, pues, un error de estilo, un error de forma de una importancia inconmensurable (...)”
“Ese error hacía del hombre únicamente un producto de su propia clase, de su grupo social, lo separaba de otras vidas, lo empequeñecía, limitaba, hacía imposible cualquier contacto creativo con gente de otra clase. Habría que destruir esa forma, imponer otra que permitiera a la superioridad acercarse a la inferioridad, establecer con ella una relación creativa “

“Mi vida no debería ser más fácil que esa otra vida, la inferior, incluso yo debería vivir para esa otra vida. No se trata de suprimir mi estado de posesión, todos esos valores a los que una educación más cuidadosa me dio acceso, sino que los demás puedan beneficiarse de él”. Sobre la ética del comunismo Gombrowicz abre un cuestionario realmente paradójico.
“¿Por qué yo, teniendo a mi derecha el capitalismo, cuyo cinismo latente conozco, y a mi izquierda la revolución, la protesta y la rebelión surgidas del más humano de los sentimientos, por qué no me uno a estos últimos?”. Por la compasión que le produce la inmensidad de los sufrimientos y la montaña de cadáveres. No, ha pasado por la escuela de Schopenhauer y de Nietzsche, sabe que la vida es trágica por naturaleza.

Por los bienes y la situación social que perdió. No, esa pérdida lo liberó de los condicionamientos sociales. Si hay alguien que carece de prejuicios en este punto, ése es Gombrowicz. Entonces, por las paradojas de su proceso dialéctico que se detiene justo en el momento en que la revolución alcanza su plena realización. No, por ninguna razón que tenga que ver con su desenvolvimiento político.
Por el terror que mata la libertad de pensamiento. No, es más grave aún que todo esto, nos encontramos ante una de las más grandes mistificaciones de la historia, de ésas que desenmascararon Nietzsche, Marx y Freud. Por su falta de sinceridad, entonces. No, el comunismo es una doctrina de la acción y, a pesar de su realismo, no es un pensamiento sobre la realidad;

Son sinceros respecto al mundo ajeno e insinceros con el de ellos porque necesitan ser insinceros. Aquí Gombrowicz suspende su cuestionario y concluye, es necesario que se reconozca entonces esa insinceridad. “Debéis decir: nosotros nos cegamos a propósito. Mientras no lo digáis, ¿cómo se puede hablar con alguien deshonesto consigo mismo? Unirse a alguien así es perder el último apoyo bajo los pies y precipitarse en el abismo”
Gombrowicz era un enemigo implacable de las quimeras y un defensor acérrimo de la realidad, aunque siempre tuvo las manos libres para ponerle distancia al realismo, el realismo es una manera pesada e ingenua de ver la realidad. En las vísperas de la primera guerra mundial, Europa estaba arrastrada por la vanguardia, el proletariado, el surrealismo, el social realismo, el ocaso de la burguesía y del feudalismo.

En ese entonces Gombrowicz maniobraba en una mesa del café Ziemianska con su abolengo manifestando que su abuela es prima de los Borbones españoles. Realizaba también actos de servidumbre, por ejemplo, le alcanzaba el azúcar a un poeta de clase social alta, y no al mejor poeta que era de familia pobre. Apoyaba la opinión de otro porque era de una familia de terratenientes.
“La poesía es muy importante pero ante todo te aconsejo que no seas provinciano. No, señores, el arte es un fenómeno esencialmente heráldico. Y así durante meses, años, con la imperturbable lógica del absurdo. Los otros chillaban y vociferaban pero, poco a poco, sucumbían; una ya decía que su abuelo era terrateniente, otro, que la hermana de su abuela era del campo, otro más empezaba a dibujar su blasón en la servilleta”

“¿Socialismo? ¿Surrealismo? ¿Vanguardia? ¿Proletariado? ¿Poesía? ¿Arte? No. Un bosque de árboles genealógicos y nosotros a su sombra. Una tarde me dijo el poeta Broniewski: –¿Qué está haciendo usted? ¿Qué sabotaje es éste? ¡Usted ha logrado contagiar de heráldica hasta a los mismísimos comunistas!”. La naturaleza y la formación de Gombrowicz el impedían ser pro o anti.
Ésta era una cuestión sobre la que el comunismo le tiraba de las orejas, especialmente en las discusiones de café. Una buena parte de la obra de Gombrowicz es un contrapeso que utilizaba con astucia para balancear el peso de las ideologías. El realismo y la sensatez de su postura frente a la vida le abren las puertas a la fantasía y al absurdo en su creación literaria.

En “La rata”, una historia escabrosa de extroversión e introversión, Gombrowicz saca a la superficie con ligereza e indiferencia el aspecto automático que tiene la muerte. “La rata” es uno de los relatos cortos que Gombrowicz escribió en 1937, el año de la publicación de “Ferdydurke”, su obra fundamental. “La rata” ilustra todos los fermentos del alma de Gombrowicz.
En este cuento se manifiesta su talante de demonólogo de la forma y su carácter de demiurgo de la inmadurez a los que apunta con tanta inteligencia y genio este magnífico integrante de los tres mosqueteros. Un malhechor llamado Huligan asolaba con sus fechorías una comarca de Polonia. Tenía un carácter exuberante y no admitía restricciones de ninguna especie.

Odiaba a los ladrones de carteras y de cosas pequeñas, si tenía que elegir entre pellizcar a alguien o despacharlo al otro mundo con un golpe violento, lo liquidaba y seguía caminando y cantando a pleno pulmón. Nadie podía atribuirle un asesinato vil o hecho a traición, todos sus asesinatos tenían un aspecto noble y los realizaba al son de una tonada: –Ay, María, María, Mariíta mía.
Amaba a María más que a nadie, la amaba con amplios gestos, entre bailes, saltos y vodka en abundancia. No concebía el silencio ni la falta de lenguaje tan común en los hombres de nuestro tiempo. A veces le pesaba la nostalgia, entonces toda la comarca escuchaba sus lamentos sonoros y lánguidos. Los perros aullaban dentro de los corrales y su aullido contagiaba a los hombres: –Ay, María, vida mía.

Poco a poco se convirtió en una leyenda y se compusieron canciones en su honor con el estribillo: –Ay, ay, ay, vida mía. En una villa solitaria vivía un soltero encallecido que había sido juez y detestaba la fantasía exuberante de la región. Se quejaba a las autoridades por la tolerancia que tenían con sus asesinatos y sus escándalos a pleno día, pero la policía se mostraba impotente porque la población lo protegía.
Además sólo mataba a unas pocas personas y a la gente le gustaba presenciar sus asesinatos. Mientras el comisario conversaba con el ex-juez volaba por los aires un cadáver y llegaba a sus oídos un grito magnífico, como si miles de bisontes hollaran los campos sembrados y los prados. La conversación que mantuvo con el comisario no lo satisfizo.

Entonces el juez jubilado se propuso detenerlo con sus propias manos y encerrarlo en una jaula para limitar su naturaleza exuberante. Le ordenó a su mayordomo que se colocara debajo de un árbol en la colina y lo encadenó a su tronco. Excavó con sus manos un hoyo en el que puso una trampa de hierro y regresó a su casa. Llegó la noche y el juez miraba a la colina desde un balcón.
Hulingan se encaminó hacia el sirviente a grandes zancadas para despedazarlo a la luz de la luna pero cayó en la trampa, el juez llega a la carrera y con mucho trabajo lo transporta al sótano de su vieja casa. En los días siguientes el jubilado se regocijaba de tener en el sótano al bandido amordazado para evitar que aullara y provocara escándalos. Durante meses enteros reinó en la comarca un gran silencio.

Huligan soportaba las vejaciones del juez en silencio, y su silencio crecía, crecía y se agigantaba en las tinieblas, digno de sus hazañas más gloriosas. Con la meticulosidad de un ratón de biblioteca el viejo buscaba el punto flaco del bandido para transformarlo en un ser de naturaleza estrecha, tan estrecha como la de él. Cuando le quitaba la mordaza para darle de comer Huligan estallaba en aullidos.
De esa manera la población de las aldeas se daba cuenta de que estaba vivo. El juez seguía buscando el punto de menor resistencia y finalmente lo encontró: la rata. En una ocasión una rata entró en la celda y en ese momento el malhechor se contrajo. El juez le quitó la mordaza pero Huligan permaneció en silencio, el asco y el miedo lo paralizaron. Cuando la rata se acercó a sus pies, sujetos al cepo, se rió nerviosamente.

Huligan no se había conmovido ante los tormentos a que lo sometía el juez pero le tenía mucho miedo a una rata, matar a una rata con sus propias manos se le aparecía como una acción realmente inaccesible. El viejo jubilado se convirtió finalmente en el amo de Huligan, y a partir de entonces, sin la menor piedad, le propinaba todos los días y a cada momento rata.
Pasaron los años y el mayordomo, hastiado de todas las tareas que tenía que realizar para maltratar a Huligan, empezó a maldecir a la rata, al amo, a la casa y al bandido. La tensión crecía y crecía. Una noche la rata rompió la cuerda que la tenía sujeta, el sirviente bajó la cabeza y la persiguió, el juez también la persiguió con la cabeza baja, ambos habían perdido los estribos y se envistieron.

Se oyó un estruendo enorme en el sótano y los cerebros volaron por el aire. Después de once años Huligan se halló libre. Lo obsesionaba el pensamiento de qué habría ocurrido con la rata, pero la rata no aparecía. Había conocido demasiado bien el aspecto horroroso de la rata al punto que su sola ausencia era más importante para él que los sonidos más dulces y que todas las brisas del mundo.
El oído del bandido era empleado para captar el rumor más ligero semejante al que hace una rata, pero la rata no aparecía. Era increíble que el roedor, durante tantos años unido a su persona por relaciones tan estrechas y espantosamente profundas, hubiera podido separarse de él, desaparecer y renunciar a él de buenas a primeras. No había caso, la rata no aparecía.

Un día la vio, la rata deslumbrada por la luz buscaba refugio, y las cavidades de la ropa y el cuerpo de Huligan eran los escondites más a mano que tenía la rata. Huligan empezó a correr seguro que detrás de él galopaba la rata, estaba confundido y sin darse cuenta se metió en la cabaña de María, la muchacha dormía con la boca abierta. De pronto apareció la rata y empezó a remolonear cerca de las faldas de María.
El bandido había descubierto la madriguera y hacía maniobras silenciosas para que el roedor se metiera en ella, pero, repentinamente, algo atrajo a la rata hacia la rodilla derecha de la joven, y Huligan se quedó paralizado. El terror que le produjo el contacto de la rata con María hizo que el bandido aullara. Aulló como en el pasado para despertar al mundo entero.

Se lanzó aullando contra la rata, ya no tenía miedo, la atacó de frente, tenía la convicción de que estaba acorralada, pero ocurrió algo terrible. La rata, ciega de terror, sintió la necesidad de meterse en un agujero, se dirigió rápidamente a la boca de María y saltó dentro de la cavidad abierta de la muchacha dormida. María, semidormida, se despertó sorprendida.
Cerró las mandíbulas mecánicamente pero de manera implacable y puso fin a la máquina del horror: la rata terminó con la cabeza guillotinada. Un mordisco en el cuello consumó la muerte de la rata. La rata dejó de existir. Huligan tuvo que enfrentase a la espantosa muerte de la rata en la adorable cavidad oral de su amada María. Y con esa visión en los ojos desapareció.

“Da un paso y otro paso y otro paso, pero lo sigue aquella rata muerta. Paso tras paso, paso tras paso, y en la boca de María sigue la rata muerta”


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lunes, 22 de noviembre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ, EL OMBLIGO Y EL CULO DEL MUNDO

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ, EL OMBLIGO Y EL CULO DEL MUNDO



“Por aquel entonces escribía cuentos a escondidas y en mi cabeza no entraba otro proyecto. Pero mi familia había tomado la decisión de enviarme a París a continuar mis estudios y yo no estaba tan loco como para resistirme. Por supuesto, podía ir a París, tanto más cuanto que esos estudios me permitían aplazar ese servicio militar al que temía con verdadero pánico (...)”
“En el Instituto de Altos Estudios Internacionales donde estaba matriculado, había muchos jóvenes interesantes llegados del mundo entero, pero de nada me servía porque iba muy poco la célebre escuela y me había hartado de estudiar. En París no visité ningún museo y toda mi estancia allí se limitaba a andar tontamente por las calles parisienses si hacer absolutamente nada (...)”

“Cuando se lo cuento a los argentinos que durante años han guardado dinero en el calcetín para poder permitirse una peregrinación la Ville Lumière sus dientes crujen. Sin embargo mi indiferencia por París no era más que una apariencia. El chino Chou, a quien cariñosamente llamaba Mon chou, me arrastró a uno de los cafés cercanos al Panteón y me presentó a sus amiguetes (...)”
“Era una juventud con estímulo, vivaz, violenta, incisiva, que poseía una notable capacidad para la formulación. Venían al café también unos cuantos curas, sospecho que más bien por el placer de discutir que para luchar contra los incrédulos. Yo me comportaba con extrema reserva. Mi instinto me aconsejaba no llamar la atención. Estaba contento cuando se me tomaba por un inglés, pero una noche tuve con ellos un pequeño altercado (...)”

“¿Le gusta París?; –Así, así. A decir verdad no he visitado nada; –¿Por qué?; –No me gusta levantar la cabeza delante de los edificios y, en general, las visitas turísticas me aburren y deprimen; –¿Así que París no ha tenido la suerte de caerle en gracia?; –Bueno... más o menos... no mucho; –Pero, cómo, ¿no le gustan las perspectivas de la Place de la Concorde?; –Cómo no, siento respeto por todo ese Gótico y por el Renacimiento (...)”
“Lástima que la población no esté a la altura... Para ser sincero los parisinos son más bien feos y carecen de encanto. Mis comentarios fueron recibidos con regocijo. Les apasionaba discutir, frecuentemente nos enredábamos en las marañas de la filosofía de Bergson o en la cuestión anarquista”. Henri Bergson era el filósofo que apasionaba a los franceses en el tiempo en que Gombrowicz hace su peregrinación a París.

Era el tema de discusión más importante en la mesa del café donde discutía con los amiguetes del chino Chou. Aunque Gombrowicz no se plegaba a la maraña de filosofemas de Bergson, sin embargo el filósofo era para él de gran utilidad en su reacción contra el positivismo y en su combate con la ciencia. “Mi situación no tenía nada de envidiable, estaba solo frente a una banda de gente muy segura de sí misma (...)”
“Esa gente no paraba de burlarse de todo cuanto podía, estaba totalmente solo con mis ideas provincianas y con mi francés que, sin ser un desastre, no podía compararse a la fluidez y agilidad de su lenguaje. Comprendí que tenía que obrar con sensatez, que no podía permitirme ni una pizca de estupidez. Que mi inteligencia tenía que reflejarse no solamente en mis palabras, sino también en el mismo modo de hablar, escuchar, en la mirada (...)”

“Había llegado la hora de poner a prueba toda mi sabiduría polaca que crecía lentamente. Este juego se volvía cada vez más serio, hasta que al final íbamos a ese café como a un campo de batalla para librar un combate que duraba varios días y estaba muy lejos de concluir. Para mí, todo eso tenía una importancia capital. Como polaco, como representante de una cultura más débil, tuve que defender mi soberanía (...)”
“No podía permitir que París se me impusiera. Y durante esas batallas me di cuenta de que lo que hasta entonces me había impedido gozar de París fue justamente eso: la necesidad de preservar mi independencia, dignidad y orgullo. Tenía que evitar a toda costa convertirme en un alumno, imitador, acólito, admirador y mirón. Atribuyo una importancia enorme a aquellas discusiones enconadas (...)”

“Esas polémicas tuvieron lugar en la pequeña cafetería del Boul’Mich, en aquella mesa del rincón; fue allí y entonces cuando por primera vez cogí por los cuernos a un toro con el que luego me enfrentaría en numerosas ocasiones, el toro de la superioridad occidental. Veo la escena como si hubiera ocurrido ayer: junto a la pared había un sofá donde estaban sentados unos dependientes de la tienda que se inmiscuían en nuestra conversación (...)”
“De lado, aunque en principio sentado en otra mesa, participaba también un poeta catalán, el padre Barcelos, mientras nosotros, seis o siete con el chino Mon chou, discutíamos arduamente gritando como desesperados. La dialéctica es la madre de la ciencia. Fue entonces cuando descubrí el método apropiado para polemizar con París”. El abate Barcelos le tenía aprecio a Gombrowicz.

Lo consideraba una oveja descarriada pues ese joven de buena familia había llegado a relacionarse con algunos tratantes de blancas, y por el aprecio que le tenía tuvo que intervenir en una mediación importante y providencial que lo salvó de la cárcel. “Poco a poco me iba integrando en París y es posible que hubiese terminado siendo un verdadero parisino, pero las cosas se complicaron (...)”
“No estudiaba nada, no pasaba los exámenes, ni me asomaba por el Instituto de Altos Estudios Internacionales. ¿Cómo justificarlo ante mi padre quien en sus cartas preguntaba por mis progresos? Por suerte, los vértices de mis pulmones que parecían curados volvieron a dar señales de vida. Apareció la febrícula acompañada de un debilitamiento general, Janek Balinski se ocupó de mí y me mandó al médico (...)”

“Llegué a la conclusión de que esa enfermedad me caía del cielo como la mejor justificación de mi holgazanería y me puse a quejarme delante del matasanos, quien enseguida sentenció que debía partir inmediatamente hacia el sur, hacia las montañas. De este modo, una noche cualquiera me encontré en un tren que me llevaba a la región de los Pirineos Orientales, allí donde los Pirineos se lanzan al Mediterráneo (...)”
“Viajaba con el espíritu en estado de ebullición, lleno de los fermentos acumulados durante mi estancia en París y justamente aquella noche se me hizo claro y evidente que sería artista, escritor. Al sumergirme en esa noche de Francia tuve la sensación de estar penetrando en mi propio futuro. En el transcurso de ese viaje no sucedió nada extraordinario (...)”

“Sin embargo, todavía hoy cuando viajo en tren de noche y centellean detrás de las ventanas luces misteriosas y formas inexploradas, vuelve a golpearme la fortísima impresión de aquel viaje colmado de intensos presentimientos, casi lindantes con la evidencia”. En el tren que lo llevaba de París a los Pirineos Orientales entabló conversación con una joven escocesa bastante feucha durante gran parte de la noche.
Cuando la joven se enteró de que sus caminos se separaban en Perpignan supuso que después no se volverían a ver, entonces, sin pensarlo dos veces, le hizo unas confidencias realmente monstruosas: en la casa familiar ocurrían cosas indecentes en las que la escocesa participaba activamente. Se despidieron cariñosamente en Perpignan. Gombrowicz llegó a su destino y se hizo compinche de unos lugareños que jugaban al billar.

El domingo del primer fin de semana Gombrowicz con sus compinches se fueron en bicicleta a Banyuls, un pequeño puerto cercano. En se trayecto tuvo su primer deslumbramiento con el Sur. Pedaleaba hacia abajo con ese grupo de meridionales desenfrenados, de pronto se le apareció a lo lejos la superficie inmóvil y resplandeciente del mar latino como si se levantara un telón.
Lo que no habían podido hacer las catedrales y los museos de París lo lograba ese camino vertiginoso que apuntaba al mar. Gombrowicz comprendió el Sur, a Francia, a Italia, a Roma, todo eso se le apareció por primera vez en forma hermosa. Y se le apareció justamente a él, que hasta entonces había considerado a la gente de tez morena como un tipo humano inferior.

La blancura de las piedras, el noble gris ceniza de los plátanos, el azul al frente, la nitidez de las líneas y la plenitud de la forma. Toda la cultura francesa, que hasta entonces le había parecido burguesa y repugnante, se le apareció como algo elemental y salvaje. Nunca más sintió aversión hacia el Sur, el Mediodía lo atrapó con una dureza refulgente, un deslumbramiento que preparó el camino para ese viaje que hizo más tarde a la Argentina.
Gombrowicz decidió quedarse algunos días en la playa del puerto de Banyuls, pero en la mañana del cuarto día vio a la escocesa que le había confesado acontecimientos indecentes en los ella participaba, sentada en la arena. “Banyuls es un puerto diminuto con a penas cuatro casas acurrucadas en los escondrijos multicolores de una orilla abrupta; un paisaje encantador, dulzón, estilo bombón, como una tarjeta postal (...)”

“No me agrada esa belleza tan ostentosa, sin embargo, la pureza del entorno, la inmaculada austeridad de los claroscuros, la blancura de las casitas planas y el azul solemne, eran tan patéticos que me reconciliaban con el paisaje. Decidí quedarme allí, aunque fuera contra la voluntad del médico quien me aconsejaba la montaña, y, al día siguiente, traje mi maleta y busqué una pensión”.
La situación era más embarazosa para la escocesa que para Gombrowicz. Sea como fuere ambos se ponían como un tomate cuando se veían a la distancia. Gombrowicz decidió mudarse a un pueblo vecino. El día después de la llegada, cuando salía del hotel a la mañana, vio a la escocesa bajando del autobús, a ella también se le había ocurrido la idea de mudarse.

Gombrowicz consideró a estas circunstancias como un exceso de realidad y nunca se atrevió a ponerlas en una novela. “Yo he conocido varias veces en mi vida aquello que se llama concursos de circunstancias, tan asombrosos que no me atrevería jamás a introducir algo semejante en una novela. Pasa lo mismo con las puestas de sol, cuando alguien dice: ‘Si un pintor pintara esto, dirían que exagera’”.
Sea exceso de realidad, concurso de circunstancias o irrealidad la cuestión es que la falta de realidad era un asunto muy complicado para Gombrowicz. Tanto era así que podríamos decir que una buena parte de las historias que cuenta en sus novelas no es real, y no sólo porque no relate acontecimientos que hayan ocurrido verdaderamente, sino porque son historias que no pueden ocurrir en el mundo real.

Todas sus narraciones tienen elementos fantásticos, y estos productos de la imaginación son los que le hacen posible la actividad de escribir. El defecto de realidad es entonces el que pone en marcha su obra, pero no su desarrollo ni su término, pues todas ellas tienen, como quien diría, una moraleja. Si el defecto de realidad es el motor de su literatura, se podría decir que el exceso de realidad obraría como un palo en la rueda.
Las tensiones entre la madurez y la inmadurez, entre la superioridad y la inferioridad que tan tempranamente se le manifestaron a Gombrowicz, tuvieron dos representantes que a menudo vuelven en los diarios como el corsi e recorsi del destino: París y Argentina, el ombligo y el culo del mundo. Las obras que expresan más claramente este conflicto son dos novelas contiguas aunque muy separadas en el tiempo: “Ferdydurke” y “Transatlántico”.

“Transatlántico” es la obra polaca más argentina de Gombrowicz, ya tenía encima más de la mitad del tiempo que vivió en Argentina, y no pudo ni quiso sustraerse a su influencia. “Doscientos dólares, toda mi fortuna, me bastaron durante cerca de seis meses, la Argentina era por entonces un país excepcionalmente barato. A veces me veía obligado a pedir prestados algunos pesos para poder comer, unas situación que se prolongó hasta 1947 (...)”
“Después trabajé en el Banco Polaco durante siete años, esto me resultó terriblemente aburrido. El regusto amargo, trágico y poético de los primeros siete años no habrían de borrases fácilmente. Me dejé arrastrar sin vacilaciones en aquel caos de lenguas diversas, me convertí en uno de ellos. Mi ‘Transatlántico’ no alude a un barco, sino a algo como a través del Atlántico (...)”

“Se trata de una novela que mira hacia Polonia desde la tierra argentina. Sigue divirtiéndome ese ‘Transatlántico’, jocoso, esclerosado, barroco, absurdo, escrito en un estilo arcaico, lleno de extravagancias idiomáticas, a veces inventadas... Es la menos conocida de mis novelas, ya que esas excentricidades lingüísticas no resultan fáciles de traducir (...)”
La novela comienza cuando Gombrowicz manifiesta su necesidad de comunicarle a su familia perdida en una Polonia destruida por la guerra, a sus parientes y a sus amigos el comienzo de sus aventuras en la capital de la Argentina, unas aventuras que ya duraban diez años. Llega a Buenos Aires el 21 de agosto de 1939 y desde el primer día, a la salida de las recepciones, les agredían los oídos con el grito obsesivo de “Polonia”.

Ese grito se escuchaba en las calles de Buenos Aires, Gombrowicz se daba cuenta que algo no andaba bien, no había remedio, la guerra estallaría de hoy para mañana. El barco recibe la orden de partir y Gombrowicz se despide de un amigo embarcado con él deseándole un buen viaje. El pobre compatriota sólo atina a rogarle que se presente rápidamente en la embajada.
Cuando el barco se está alejando Gombrowicz pronuncia una blasfemia terrible contra Polonia y se interna en la ciudad. Estaba completamente desorientado y sin dinero, así que visita a un compatriota que había sido vecino de uno de sus primos en Polonia para pedirle opinión y consejo. Pero este hombre empieza a decirle que aprobaba y que no aprobaba su decisión de quedarse.

Que había hecho bien y tal vez mal, que él no estaba tan loco como para opinar en estos tiempos o como para no opinar, que tenía que presentarse enseguida en la embajada o no presentarse, que era igual si se presentaba o si no se presentaba, que se podía exponer o no exponer a graves riesgos. Y, en fin, que hiciera lo que le pareciera oportuno o que no lo hiciera.
Perdido entre la muchedumbre Gombrowicz decidió no inmiscuirse en el asunto de la guerra, no era un asunto de su incumbencia, si allá tenían que sucumbir, que sucumbieran. Fue a la embajada, se echó a llorar y se puso a los pies del embajador, le besó la mano, le ofreció sus servicios y su sangre. Le rogó que en ese momento sagrado, según fuera su santa voluntad y entender, dispusiera de su persona.

El embajador le dijo que sólo podía darle cincuenta pesos, que no tenía más, pero que si quería irse a Río de Janeiro a importunar al embajador de allá, le pagaría el viaje y le daría algo más, que no quería literatos por acá porque lo único que sabían hacer era pedir plata y después ladrar. Gombrowicz se dio cuenta de que el embajador lo estaba despidiendo con moneda menuda, entonces le dijo que él era una literato pero también era un Gombrowicz.
Y cuando el embajador le preguntó de cuáles Gombrowicz era Gombrowicz, le respondió que de los Gombrowicz Gombrowicz, entonces el diplomático le ofreció ochenta pesos en vez de cincuenta, ni un peso más. Le recordó que estaban en guerra y que había que marchar para vencer a los enemigos, matarlos, destrozarlos y aplastarlos, y que no fuera ladrando por ahí que el embajador no había marchado y hablado delante de él.

Le pidió que escribiera artículos para celebrar la gloria de los genios polacos, que por ese servicio le podía pagar setenta y cinco pesos mensuales. Era necesario ensalzar a la patria en momentos tan difíciles, pero Gombrowicz le contestó que no podía hacerlo porque le daba vergüenza, entonces el embajador lo empezó a tratar de comemierda, y le recordó que la embajada le había rendido homenaje.
Lo iba a presentar a los extranjeros como el Gran Comemier… Genio Gombrowicz. La primera consecuencia de su presentación en la embajada fue que lo invitaron a una recepción. Se trataba de una reunión en la casa de un pintor a la que iban a asistir los escritores y artistas locales. Tenía una gran seguridad en su maestría y sabía que como maestro lograría superar y dominar a todos los demás.

Cuando llegó sus compatriotas lo glorificaron, el consejero Podsrocki lo presentaba y ensalzaba como el gran maestro y genio polaco Gombrowicz. Como nadie le llevaba el apunte, el consejero Podsrocki lo empezó a tratar de comemierda y le exigió que hiciera algo para no avergonzarlos. Entró un hombre vestido de negro, se notaba que era una persona muy importante, un gran escritor, un maestro.
Llevaba en los bolsillos una cantidad inconcebible de papeles que perdía a cada momento, y debajo del brazo algunos libros, se volvía a cada rato inteligentemente inteligente. Los compatriotas de Gombrowicz lo empezaron a azuzar para que mordiera al hombre de negro, que si no lo hacía lo iban a tratar de comemierda y a morder. Entonces Gombrowicz habló con la persona más cercana en voz bastante alta.

“No me gusta la mantequilla demasiado mantecosa, ni los fideos demasiado fideosos, ni la sémola demasiado semolosa, ni los cereales demasiado cerealientos”. El hombre de negro le respondió que la idea era interesante pero no nueva, que ya Sartorio la había expresado en sus “Eglogas”, entonces Gombrowicz le manifestó que no le importaba un comino lo que decía Sartorio.
Lo que le importaba era lo que decía él, el que hablaba; el gran escritor sin pensarlo dos veces le contestó que la idea no era mala pero que existía un problema, ya había dicho algo parecido Madame de Lespinnase en sus “Cartas”. Gombrowicz perdió el aliento, aquel canalla lo había dejado sin palabras, entonces empezó a caminar, y cada vez caminaba con más furia, sus compatriotas estaban rojos de vergüenza y los demás de ira.

Pero alguien comenzó a caminar con él, era un hombre alto, moreno, de rostro noble. Sin embargo, sus labios eran rojos, estaban pintados de rojo. Huyó como si lo persiguiera el diablo. El moreno lo siguió, era muy rico, vivía en un palacio, se levantaba al mediodía para tomar café y luego salía a la calle y caminaba en busca de muchachos; aunque vivía en una mansión simulaba ser su propio lacayo.
Tenía miedo que los muchachos le pegaran o que lo asesinaran para sacarle la plata. El moreno estaba perdidamente enamorado de un joven rubio hijo de un comandante polaco. Junto a Gombrowicz, en la Plaza San Martín, vio al joven rubio, lo siguieron hasta el Parque Japonés, y allí encontraron a los tres socios de la empresa equino-canina donde trabajaba Gombrowicz.

Los socios empezaron a decirle a Gombrowicz que entonces no era tan loco como pensaba la gente, que el moreno tenía millones, insinuándole de esa manera una aventura con él. El joven rubio estaba tomando cerveza con el padre, un hombre bueno, decente, cortés y aterciopelado. Le comenta a Gombrowicz que va a enrolar a su único hijo en el ejército polaco.
Gombrowicz lo previene contra el moreno y le sugiere que se vaya del lugar, el padre no accede. El moreno brinda con el padre desde lejos, el comandante se lo prohibe con un gesto. El moreno se irrita y le arroja el jarro de cerveza, le parte la frente y brota la sangre. Primero la vergüenza en la embajada, después en la casa del pintor, y ahora en el Parque Japonés, mientras allá, del otro lado del océano, se derrama la sangre.

A la mañana siguiente apareció el padre en la pensión de Gombrowicz. Le rogó que desafiara al moreno en su nombre. Vaca o no vaca el hecho era que ese malvado llevaba pantalones y que lo había ofendido públicamente. Cuando Gombrowicz se lo contó al moreno éste le recriminó que se hubiera puesto de parte del viejo y no del joven, que tenía que defender al joven de la tiranía del padre.
De qué le servía a los polacos ser polacos, ¿acaso habían tenido hasta hora un buen destino? Gonzalo se preguntaba si no estaban hasta la coronilla de su polonidad, si no les bastaba ya el martirio, el eterno suplicio y el martirologio, había llegado el momento de la filiatría. Aceptaba el duelo bajo la condición de que las balas fueran de salva, que las verdaderas se debían escamotear al momento de cargar la pistolas en el forro de la manga.

Para asegurar esta impostura Gombrowicz nombró a dos socios de la empresa equino-canina como padrinos del duelo. El moreno había rematado su exhortación con la palabra filiatría, y esta palabra le retumbaba en la cabeza a Gombrowicz junto a los gritos de “Polonia, Polonia” que escuchaba en la calle mientras caminaba presuroso hacia la embajada.
¡Viva nuestro heroísmo!, exclamaba el embajador, un coronel ya le había contado lo del duelo entre el comandante y Gonzalo. Como todos descontaban que el duelo terminaría sin sangre convinieron en agasajar al comandante con una comida que se daría en la embajada; mientras el consejero Podsrocki volcaba en el libro de actas la invitación que estaba haciendo el embajador escribió también que iban a asistir al duelo.

Tenían que ver la valentía del polaco con la pistola en la mano atacando al enemigo. Pero un duelo no es una partida de caza, tenían que asistir con una excusa bien pensada, bien podría ser una cacería con galgos a la que invitarían a los extranjeros. Mientras tanto Gombrowicz le preguntaba al embajador cómo era posible que marcharan sobre Berlín si los combates se estaban librando en los suburbios de Varsovia.
El embajador le dijo que todo se había ido al diablo, que todo había terminado. Habían perdido la guerra y había dejado de ser embajador, pero la cabalgata se iba a realizar de todos modos. Al día siguiente, el duelo, se dio la señal y los adversarios entraron al terreno. Gombrowicz cargó las pistolas y metió las balas en el forro de la manga. Vacío absoluto, eran disparos vacíos.

A lo lejos apareció la cabalgata; vacío porque no había balas y vacío porque no había liebres. El duelo era una trampa que no tenía fin porque se había convenido a primera sangre. De pronto se oyó un furioso ladrido de perros y un grito espantoso. El hijo estaba siendo atacado por los perros, el padre disparó contra los animales enfurecidos pero con un revolver vacío, entonces, el moreno se arrojó sobre la jauría y salvó la vida joven.
El padre se conmovió y le ofreció su amistad eterna que el moreno aceptó. Para cerrar todas las heridas Gonzalo lo invito a su casa. No era el palacio de la ciudad, era otro distante a tres leguas, el comandante tenía malos presentimientos pero igual fue. Pinturas, esculturas, tapices, alfombras, cristales… se depreciaban muy rápidamente por su abundancia excesiva. La biblioteca estaba llena de libros y de manuscritos amontonados en el suelo.

Era una montaña que llegaba hasta el techo sobre la que estaban sentados ocho lectores flaquísimos dedicados a leer todo. Obras preciosas escritas por los máximos genios, se mordían y devaluaban porque había demasiadas y nadie podía leerlas debido a su excesiva cantidad. Lo peor es que los libros se mordían como si fuesen verdaderos perros rabiosos hasta darse muerte.
El moreno regresó pero vestido con una falda y le dio indicaciones a un muchacho para que se pusiera en el medio de la sala y luciera su figura, que para eso le pagaba. Pero ese mequetrefe estaba allí, más que para lucir su figura, para moverse en honor al hijo, pues cada vez que se movía el hijo también se movía él. Al final fue un alivio que el dueño de casa diera la señal de ir a dormir.

Le confiesa al padre que lo había traicionado con el moreno realizando un duelo sin balas, Gombrowicz estaba conmovido y estalló en llanto frente al padre que desesperado por la congoja le hace un juramento sagrado. Iba a lavar su honra con sangre, pero no con la sangre afeminada de ese miserable, sino con la sangre densa y terrible de su propio hijo, era la ofrenda del hijo que le hacía a la guerra.
Cuando el moreno se entera de que el padre quiere matar al hijo le dice a Gombrowicz que tiene un medio para convencer al hijo de que mate al padre, y al convertirse en parricida necesitará su amparo, se ablandará y caerá en sus manos afectuosas y protectoras. El moreno y el hijo juegan en un frontón y golpean a la pelota con todas sus fuerzas, bam, bam, bam, resonaban los golpes.

Mientras tanto el mequetrefe golpeaba con una madera unos palitos que estaban mal colocados, bum, bum, bum. Y en medio de aquel bum-bam la pelota zumbaba y el hijo golpeaba más fuerte porque sentía que tenía un partidario. El padre comprendió que con el bumbam le estaban robando al hijo… Gombrowicz había perdido la patria, se había asociado con el moreno en una empresa ignominiosa para humillar al padre…
Los compañeros de Gombrowicz de la empresa equino-canina donde trabajaba sintieron la necesidad de llevar a cabo un hecho más terrible aún que el filicidio y el parricidio que estaban planeando el padre y Gonzalo, un horror que los colmara de poder, se propusieron entonces torturar al embajador junto a su mujer y sus hijos. Después los matarían a todos arrancándoles los ojos.

Todo les parecía poco, así que pensaron que lo mejor sería matar al hijo del comandante, esa muerte aumentaría tanto el horror que la naturaleza, el destino y el mundo entero iban a cagarse en los pantalones. El moreno y el hijo jugaban a la pelota y el mequetrefe se movía con el joven clavando palitos, bumbambeaban. Mientras tanto el comandante se paseaba comiendo ciruelas.
El hijo estaba delante de Gombrowicz con su vos fresca y alegre, su risa armoniosa, los movimientos de todo su cuerpo ágiles y livianos. El padre observaba al moreno que llevaba el ritmo del bumbam, y el bumbameo unía a los muchachos debajo de los árboles. ¡A bailar!, un gentío increíble, la flor y nata de la colonia polaca, mejor olvidar y no dejar transparentar nada.

En la oscuridad se escondían algunas siluetas monstruosas, unas siluetas que parecían perros pero tenían cabezas humanas, se agrupaban en un montón y parecían brincar, copular y morder. Los polacos de la empresa equino-canina se preparaban para ser terribles matando al hijo. Las parejas bailaban y el hijo bailaba con una hermosa polaquita lleno de brillo y gallardía.


Si el joven saltaba, el mequetrefe saltaba, bailaban al ritmo del bumbam, temblaban los cristales, la colonia polaca quería bailar la mazurca pero era imposible, sólo había bumbam. El padre tomó un gran cuchillo y lo guardó en un bolsillo. Y, de pronto, bum, el criado contra una lámpara; y el hijo, bam, a la lámpara; vuelve el mequetrefe, bum, a un jarrón; y el hijo, bam, al jarrón.

Bum, el criado contra el padre; el padre cae al suelo y ya se apresuraba el hijo a bambearlo con su bam. En aquel pecado general, mortal, en aquella debacle, en medio de esa enorme corrupción no existía otra cosa que el llamado del bum-bam y el trueno del asesinato. El hijo volaba hacia el padre, pero en vez de bambearlo con su bam, lo bambeó con una risa que le estalló en la garganta.


El embajador también estalló de risa. Fue un bramido de risa general en todo el salón. Junto a las paredes habían quienes se pedorreaban y quienes se meaban de risa. Bambeabam. “Y, entonces, de risa en risa, riendo, bum; riendo; bam, bum, bumbambeaban”



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miércoles, 17 de noviembre de 2010

WITOLD GOMBROWICZ Y EL CRIMEN

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JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS



WITOLD GOMBROWICZ Y EL CRIMEN



Los caminos que hay que seguir para llegar a ser un escritor connotado son misteriosos. A los ocho años, Gombrowicz, para escabullirse del hermano mayor que le quería pegar, usaba la táctica del pájaro cucú. Se escondía detrás de un arbusto y salía gritando: –¡Chiflado! Cuando el hermano empezaba a correr en esa dirección, Gombrowicz, que ya se había escondido detrás de otro arbusto, salía y le gritaba: –¡Bestia!
A estas aventuras infantiles le siguieron las del colegio Kotska en el que, por una cosa o por la otra, también era corrido, y así llegó el tiempo de la Universidad. “Pasé ese verano en la costa del Báltico, en Spot. ¿Qué iba a estudiar en la universidad? A decir verdad no me atraía nada, tal vez algo la filosofía, aunque ya en aquella época me daba cuenta que para saber un poco de filosofía bastaba con ir a una librería (...)”

“Una vez en la librería debía comprar unos cuantos libros y leer en lugar de perder el tiempo escuchando conferencias y asistiendo a seminarios. Finalmente escogí la Facultad más cómoda y atrayente para los holgazanes: la Facultad de Derecho. En el otoño comencé a asistir a las clases de derecho romano. Pero pronto dejé de asomarme por la Universidad. El derecho resultó ser un aburrimiento insufrible (...)”
“Mis compañeros de curso tampoco se mostraron demasiado interesantes. Cuando leo en los diarios de Zeromski sus años universitarios saturados de colorido, ricos en amistades, política, sueños, poesía y declamación, llenos de lo que él denomina ‘la genial charlatanería estudiantil’ le tengo envidia, ya que a mí el destino me escatimó ese entusiasmo. Mi madurez se manifestaba en la convicción de que ‘la vida es la vida’ (...)”

“Ninguna reforma, acción, levantamiento, lucha, daría una pizca más de razón a mis colegas y no transformarían el mundo en un paraíso. Era realista hasta la médula y sentía aversión por toda clase de ilusiones, trivialidades y teorías escritas. Odiaba el entusiasmo. Acabé la carrera de derecho. En el último examen de la Facultad me sucedió un hecho tan insólito que sólo podría ser comparado con el premio gordo de la lotería (...)”
“Tras unas cuantas preguntas, a las que respondí bien, me dijo el profesor: –Ahora, busque este artículo en el código. Yo no había mirado el código en mi vida, no sabía si buscar el artículo al principio o al final, pensé: me ha embromado, de igual modo abrí el libro al azar. Y ¿qué ocurrió?, encontré precisamente el dichoso artículo, a pesar de que el libro era muy gordo y de papel muy fino: –Ya veo que usted conoce muy bien el código (...)”

“Terminada la carrera ¿qué haría? Por nada del mundo quería ser abogado o juez. Estaba hasta la coronilla del derecho: cuando su sutileza y precisión tropezaba con la vida, se armaban unos ‘quid pro quos’ increíbles. En teoría el derecho debía ser una síntesis de exactitud y de lógica, pero en la práctica se despachaba a los criminales rápido y corriendo, como sea, de cualquier manera y cuanto antes (...)”
“Al final llegué a odiar esa ciencia pretenciosa, tan vulgarmente desenmascarada por la vida que se sentaba en el banquillo”. Para calmar la irritación que tenía el padre a raíz de su holgazanería Gombrowicz inició sus prácticas de pasante con un juez de instrucción en los tribunales de Varsovia. En esa época escribe cuatro novelas cortas, eran los años de su práctica no rentada en los tribunales.

Trabajaba en el despacho de un juez de instrucción en el que tuvo la ocasión de tratar con un hampa de diversas clases. “Los jueces de instrucción ejercían sus funciones en un edificio de la calle Nowy Zjazd, a orillas del Vístula. Mi jefe, el juez Myszkorowski, tenía asignados dos cuartos que daban a un largo pasillo atestado de presos y de policías. En el primer cuarto, nosotros, los pasantes, teníamos tres escritorios (...)”
“El otro escritorio estaba ocupado por el juez. Nuestra tarea consistía básicamente en instruir los expedientes penales dirigidos al tribunal de primera instancia. Se trataba de asuntos judiciales bastante serios, el juez me entregaba el dossier de la investigación preliminar llevada a cabo por la policía. Durante el año y pico que trabajé en el despacho del juez tuve ocasión de tratar con un hampa de diversas clases (...)”

“Autores de asesinatos, crímenes políticos, eróticos, robos, estafas. Tratábamos a veces con algún loco o teníamos que asistir a autopsias, lo cual no podía ser incluido entre las cosas agradables. Pudiera parecer que de este contacto con la miseria y el crimen debería haber sacado enseñanzas de suma importancia. Sin embargo, no fue así, sucedió en cambio lo contrario (...)”
“Había constatado desde hacía tiempo que el hombre no se habitúa a nada tan rápidamente como a ese bajo fondo de la existencia, sobre todo si contacta con ellos profesionalmente, como médico o como juez. El trabajo en el tribunal no me ocupaba demasiado tiempo, en total unos dos días por semana, el resto del tiempo lo ocupaba leyendo. Devoraba al azar una cantidad considerable de libros (...)”

“Volví también a otra de mis ocupaciones abandonada hacía tiempo: escribir. Esta vez, sin embargo, ya no se trataba de obras abortadas en su propia concepción, sino de un trabajo sagaz y calculado para dar un resultado concreto. Me puse a escribir obras cortas, es decir, cuentos, con la idea de que si no salían bien esos cuentos los quemaría y empezaría de nuevo a escribir otra cosa (...)”
“A pesar de vivir en Varsovia, a pesar de mi trabajo presente de pasante, seguía siendo un muchacho de campo, un producto típico de mi universo terrateniente, pero aún así me iba introduciendo poco a poco en el mundillo artístico. Por el mismo tiempo me absorbió otra pasión: el tenis. Me inscribí en el club deportivo Legia y quedé cautivado. Me sumergí en el ambiente del club (...)”

“Las rivalidades, la jerarquía que se establecía entre los jugadores, todo esto hizo que el tenis fuera para mí algo infinitamente más sublime de lo que había sido en la época en la que lo practicaba como amateur en diversas canchas campesinas. Empecé a jugar con pasión e hice algunos progresos, aunque nunca llegué a ser un jugador destacado”. Gombrowicz se divertía jugando al tenis y escribiendo cuentos.
No consideraba a sus prácticas de pasante en los tribunales de Varsovia como un trabajo verdadero, se sentía como un verdadero parásito. Se le estaba presentando la posibilidad de realizar una operación que tiene una gran utilidad en el arte, la transformación de los propios defectos en valor. Por el momento se dedicaba a elaborar cuentos fantásticos dejando para más adelante su ajuste de cuentas con la vida.

En esa época escribe cuatro novelas cortas: “Crimen premeditado”, “El festín de la condesa Kotlubaj”, “La virginidad” y “En la escalera de servicio”. Gombrowicz se sintió desde muy joven como actor de una mala obra teatral, con un papel estrecho y banal, y sin ninguna posibilidad de lucirse, así que se fue preparando poco a poco con la conciencia de esta inferioridad esperando tiempos mejores.
Lo que sí sabía, sin ninguna duda, es que él no era culpable de nada, la culpable era la situación. En el año que trabajó como pasante en los Tribunales de Varsovia se dio cuenta de que esta característica suya era innata, no creía de ninguna manera que la persona a quien se atormentaba con preguntas taimadas fuera de veras culpable. Se inclinaba más bien a pensar que el reo había tenido mala suerte al dejarse pescar.

Esa convicción sobre la inocencia absoluta del hombre no era la consecuencia de ningún pensamiento determinista, era un pensamiento espontáneo que no podía combatir. “Esto creaba en ocasiones situaciones extrañas. Una vez, en el tribunal de primera instancia, donde había sido destinado para desempeñar funciones de escribiente, el presidente, tras haber ordenado la suspensión de la sesión, me mandó preguntar algo al acusado (...)”
“Me acerqué al banquillo y le tendí mi mano al reo; sólo las miradas estupefactas de los abogados hicieron que me diera cuenta de mi metida de pata”. Decide permanecer en la localidad de Radom pero choca con la hostilidad de los abogados locales que en su gran mayoría pertenecían al Partido Nacional, una agrupación política de derecha y de lo más reaccionaria.

Sus partidarios se escandalizaban por las relaciones que mantenía Gombrowicz con centros de izquierda y, particularmente, por las que tenía con Wiadomosci Literackie. Desde ese momento renunció a la continuación de su carrera jurídica. Mientras Kafka se puso sobre los hombros todos los crímenes y las culpas del mundo podríamos decir que Gombrowicz hizo todo lo posible por quedar libre de culpa y cargo.
“Yo era culpable, abominable e intolerablemente culpable, sin causa y sin motivo. Yo no sabía en realidad en qué consistía mi pecado, pero la ignorancia no impedía que fuera presa de un intenso sentimiento de culpa. Un día escribí una carta de súplica al desconocido autor de mis sufrimientos, al Acusador, para pedirle que me dijera qué crimen había cometido, pero no supe adónde enviarla y la destruí”.

El sometimiento de un hombre a un juicio surgido de la convivencia humana es algo extraño. Se somete sin preguntar siquiera si ese juicio es justo o no, ésta es la consecuencia que saca Gombrowicz de su convicción espontánea de que el hombre es inocente por naturaleza. Esta convicción la podemos deducir del comportamiento de los personajes en toda su obra para un rango que cubre las oscilaciones que van desde el amor al crimen.
En el año 1929 Gombrowicz escribe “Crimen premeditado”. La convicción de que el hombre no era culpable de nada lo predispuso al disparate y al absurdo y nada le satisfacía más que ver nacer bajo su pluma una escena verdaderamente loca y ajena a los estándares del razonamiento común, una irracionalidad que, sin embargo, estaba sólidamente establecida dentro de su propia lógica.

Lo devoraba una rabia sorda contra todo lo que le facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios, las relaciones, todo aquello que, en fin, hacía de él un sibarita y un holgazán. Es evidente la relación que existe entre el asunto de “Crimen premeditado” y su actividad profesional. El juez le entregaba expedientes con la investigación policial preliminar, lo distinguía con los asuntos interesantes porque sabía jugar al ajedrez..
Trataba con locos, asistía a autopsias, pudiera parecer entonces que Gombrowicz debiera haber sacado enseñanzas importantes del contacto con la miseria y con el crimen, pero no fue así. Los Tribunales de Varsovia llegaron a ser para Gombrowicz una especie de agujero negro por el penetraba en la miseria de la existencia. Pero los jueces y los abogados, aunque mejores que los propietarios terratenientes, se hallaban lejos de la perfección.

La vida miserable deformaba al proletariado, las comodidades y el ocio deformaban a los terratenientes, pero esa intelligentsia urbana de los jueces y los abogados también estaba desfigurada por su modo de vivir, ellos también eran caricaturas. Había que destruir esa forma, había que imponer otra que permitiera a la superioridad acercarse a la inferioridad para establecer con ella una relación creativa.
Las relaciones entre el crimen, la culpa y la condena son asuntos que Gombrowicz desarrolla magistralmente en “Crimen premeditado”. De la casa de Ignacio K. solicitaron la ayuda de un juez para resolver un problema patrimonial. El funcionario llegó a la noche, lo atacaron los perros y tuvo que meterse de apuro en el coche. Finalmente pudo anunciarse como el juez de instrucción H. y manifestar el deseo de verse con el señor K.

El joven Antonio lo hizo pasar y le dijo que era hijo del anfitrión. Su hermana Cecilia, que los esperaba en una sala pequeña, con excepción de una cara bonita, pertenecía a la clase de las jóvenes carentes de reacciones, indiferentes y despistadas. Le dieron la bienvenida, estaban temerosos, pero no se sabía de qué tenían miedo. El juez preguntó si el señor K se hallaba en casa y los hermanos respondieron afirmativamente.
La cena fue sombría, el apetito del hambriento juez resultaba extraño tanto a los hermanos como a Esteban, un criado. Cuando terminaron de cenar entró la madre, la señora K., se sentó sin pronunciar palabra, miró con severidad al juez y después de unos minutos le comentó que quizás estuviera molesto por haber hecho un viaje sin sentido puesto que su esposo había fallecido anoche.

El juez muy sorprendido le dio las condolencias y balbuceó algo referente al respeto y aprecio que siempre había tenido por el difunto. Como el visitante estaba acostumbrado a los cadáveres provenientes de los asesinatos, en vez de pedir permiso para ver al difunto, lo pidió para ver el cadáver, una palabra que produjo un efecto desafortunado, la viuda rompió a llorar y le tendió una mano que el juez besó con humildad.
El protagonista permaneció allí, mirando sus manos temblorosas sin que se le ocurriera nada, sintiendo que su situación a cada minuto se volvía más embarazosa. La señora lo acompañó a ver a Ignacio. Mientras subían al piso superior le comentaba que fue un golpe terrible, que los hijos estaban aturdidos y no decían nada, que Antonio estaba disgustado con ella porque le temblaban las manos.

Su hijo no debería haber tocado el cuerpo y esperaba que no enfermara por haberlo tocado, sin embargo, algo se tenía que hacer, hubo que arreglarlo, que Antonio no había llorado en ningún momento, que ella le rogaba al cielo para que pudiera llorar. Cuando la viuda abrió la puerta el juez se arrodilló e inclinó la cabeza sobre el pecho, el muerto estaba en la cama tal como había fallecido.
Su cara azul e hinchada indicaba la muerte por asfixia, muy común en los ataques al corazón. El juez se persignó, rezó una plegaria e hizo un comentario sobre la nobleza de los rasgos del difunto Se volvió a arrodillar otra vez a dos pasos de un cadáver que no tenía derecho a tocar. Desde su llegada todo lo que había hecho le resultaba falso y pretencioso, como la representación de un actor mediocre.

Cuando por fin se halló en su habitación se sacó el cuello y lo arrojó al piso para pisotearlo, estaba furioso, sentía que lo estaban poniendo en ridículo, que aquella mujer malvada había preparado todo muy hábilmente. Le exigía que le rinda homenaje, que le bese las manos, que tenga sentimientos. Le daba rabia que no hubieran tenido en cuenta su carácter de juez de instrucción, y que en la casa había un cadáver.
Era evidente que una cosa estaba relacionada con la otra, un huésped que accidentalmente resulta ser un juez de instrucción al que no le envían el coche y se resisten a abrirle la puerta. A alguien le molestaba su presencia, lo obligaban a arrodillarse y a besar manos con el pretexto de que el finado había muerto de muerte natural. Había algo irregular en todas estas coicidencias.

Echó mano a toda su agudeza y empezó a establecer la cadena de hechos, a construir silogismos, a seguir los hilos y a buscar pruebas. A la mañana siguiente se puso a hablar con el otro criado, le confirmó que Ignacio había muerto en la habitación de arriba, también le dijo que Esteban dormía con el mayordomo en un cuarto junto a la cocina, y que él dormía en la despensa.
La señora dormía con el señor pero una semana antes de la muerte de Ignacio se había mudado al cuarto de la hija, y Antonio dormía en la planta baja junto al comedor. Al juez le resultó extraño lo de la mudanza de la esposa pero se propuso no sacar conclusiones apresuradas. Cuando la viuda le preguntó si ya se iba le respondió que le gustaría quedarse un poco más.

La viuda murmuró algo sobre el traslado del cadáver y le preguntó con poca convicción si estaría presente en el funeral. El juez le respondió que sí, que era un gran honor para él estar presente y le pidió permiso para ver el cadáver otra vez. A juzgar por las evidencias el hombre había muerto de muerte natural, sin embargo, se acercó al lecho y tocó el cuello del cadáver con un dedo.
La viuda se alarmó pero el juez siguió revisando el cuello y examinado la habitación. Lo único que desentonaba en el conjunto era una enorme cucaracha muerta. Finalmente se decide y le pregunta a la viuda por qué se había mudado a la habitación de la hija, le responde ofendida que porque su hijo se lo había recomendado, para que Ignacio tuviera más aire pues ya se había estado asfixiando durante todo una noche.

La mujer está preocupada, el juez le pide que no trasladen el cadáver hasta el día siguiente, ella se yergue, lo desafía con la mirada y abandona la habitación. Pero, nada, sólo la cucaracha aplastada junto al tocador, es como si el cadáver, contemplando el cielo, estuviera diciendo que había muerto de un ataque cardíaco. El juez salió de su habitación para dar un paseo alrededor de la casa.
Cuando entró al comedor Cecilia y Antonio se alejaron rápidamente mientras los sirvientes preparaban la mesa para el almuerzo. La señora estaba aterrorizada y le preguntó a la hija si el juez ya se había ido, no comprendía qué andaba buscando, que Antonio no lo iba a tolerar porque estaba cometiendo una injuria. Cuando el juez le pregunta a Antonio si lo quería al padre, le responde que lo quería bastante.

El día de la muerte había dormido en su habitación de la planta baja. Mientras el juez se lavaba las manos en su cuarto entró el mismo criado de la mañana para preguntarle si necesitaba algo. Le contó que la noche de la muerte del señor Ignacio Antonio lo había encerrado con llave en la despensa, no estaba dormido a pesar de que era la medianoche y lo había escuchado, le pidió al juez que no lo comentara.
Pero si en el tribunal le hubieran preguntado al juez en qué se basaba para afirmar que ese hombre había sido asesinado, tendría que haber respondido, que en el comportamiento extraño del hijo, en que todos se comportaban como si lo hubieran asesinado aunque la autopsia hubiera demostrado que había muerto de un ataque cardíaco. En la mesa el juez se mandó una larga perorata sobre la naturaleza del crimen.

El crimen real lo comete siempre el espíritu, los detalles son las formalidades médicas y judiciales, los detalles son externos. De pronto, la viuda, pálida como la muerte, arrojó su servilleta y, con las manos más temblorosas que de costumbre, se levantó de la mesa exclamando que era un malvado. El juez le dice que si él era un malvado que le explicara entonces por qué habían cerrado la puerta con llave.
Estaba pensando en la puerta de la despensa en la noche de la muerte de Ignacio. Cecilia dice que fue ella, la madre aclara que ella se lo ordenó, pero se referían a la puerta del cuarto de ellas. Antonio manifestó que no podía decir porque había cerrado la puerta y abandonó el comedor. El juez pensó que el cadáver, sin embargo, debía haberle preocupado a esa banda de asesinos.

A la medianoche Antonio golpeó su puerta y lo hizo entrar, el joven le dijo que o se iba inmediatamente de la casa o le hablaba con claridad. El juez se decide y le dice que está pensando que su padre había sido estrangulado. Se ponen a reflexionar entre los dos y concluyen que nadie pudo haber entrado a la casa desde afuera así que sólo existían seis sospechosos, tres de la familia y tres de la servidumbre.
Pero el paso de los sirvientes había sido cerrado por Antonio que no sabía por qué lo había hecho. Como la madre y la hermana también habían cerrado la puerta de su cuarto sin saber por qué, el único sospechosos que quedaba era Antonio, y otra cuestión que lo volvía sospechoso es que no había llorado, y que se sentía feliz por la muerte de su padre. Pero nadie había estado en el cuarto de Ignacio.

Nadie podía haber estado porque Antonio, no sólo había cerrado la puerta de la despensa, sino también la de su propia habitación. Antonio murmuraba que como todos temían que el padre se muriera, posiblemente, por miedo y por pudor se habían encerrado con llave, porque todos querían que Ignacio resolviera por su cuenta sus asuntos. Cuando el juez se volvió a preguntar quién lo habría hecho entonces, Antonio se quebró.
Le respondió que había sido él, que lo había hecho maquinalmente, que en un minuto había estrangulado a su propio padre, había regresado a su cuarto y se había dormido. El juez le hizo ver a Antonio que, sin embargo, existía una pequeña dificultad, una formalidad nada importante: el cuello de Ignacio no revelaba huella alguna de estrangulación, el cuello no había sido tocado.

Dicho esto se deslizó por la puerta entreabierta y se fue a esconder en el guardarropa del cuarto donde yacía el cadáver. Esperó largo rato hasta que, finalmente, la puerta se abrió, alguien se deslizó en el interior y enseguida escuchó un ruido espantoso, la cama crujió estruendosamente, después los pasos se retiraron sigilosamente. Luego de una hora el juez salió del escondite, las sábanas que cubrían el cadáver estaban revueltas.
“El cuerpo yacía ahora en diagonal y en el cuello aparecían, nítidas, las impresiones de diez dedos. Las formalidades se habían cumplido ex post facto. Aunque los peritos no estuvieron del todo satisfechos con aquellas huellas dactilares (alegaban que había algo que no era del todo normal), fueron consideradas al fin, junto a la plena confesión del asesino, como una base legal suficiente”



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