viernes, 31 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y ERNST MACH


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y ERNST MACH

Gombrowicz tenía la costumbre de hacer experimentos buscando inspiración para darle vuelo a sus narraciones. El medio natural para realizarlos era el “Diario” y también las conversaciones que mantenía con nosotros en los cafés. En la época en la que ya había empezado a lidiar con “Cosmos”, la ciencia física se había convertido en su obsesión predominante a la que apoyaba con la lectura de “Panorama de las ideas contemporáneas”.
Yo mismo participé de estos experimentos paseando con Gombrowicz y con la familia Swieczewski por los bosques de Piriápolis haciendo reflexiones sobre la impresión que nos había producido un arbusto. La cuestión que habría que dilucidar es si los desbordes enfermizos que padecía la imaginación de Gombrowicz desacreditan en parte la seriedad de los contenidos del “Diario”.

Yo creo que la seriedad de las consecuencias que saca de estos experimentos no depende en absoluto de la existencia de los hechos sino de la existencia de una estructura que se presenta como lógica. Lo que sí es cierto es que para fines de 1961 y comienzos de 1962 Gombrowicz había concentrado la mayor parte de sus lecturas en Ernst Mach.
“Vista imprevista de Siegrist, que reside actualmente en Nueva York después de haber pasado los dos últimos años entre Yale y Cambridge. Ha venido con Juan Carlos Gómez.. Me pareció como enfriado; en este hombre eminente se ha apagado la llama que ardía en él en los tiempos de La Troya. De acuerdo con su costumbre se puso a dibujar unas figuritas sobre el papel que yo el acerqué cortésmente (...)”

“Ambos afirman (pero es sobre todo la opinión de Siegrist) que la disminución del ritmo del desarrollo de la física más moderna se debe no tanto al agotamiento de las posibilidades intelectuales en el terreno de las contradicciones fundamentales y fecundas tales como continuidad y discontinuidad, macrocosmos y microcosmos, teoría ondulatoria y corpuscular, campo gravitacional y electromagnético, cuanto al hecho de que la física ha sido víctima de cierto sistema de interpretación que se ha creado en la relación intelectual de los científicos, en la discusión. Se refieren a las polémicas del tipo Bohr y Einstein, Heinsenberg y Bohr, a todas las opiniones emitidas sobre el efecto Compton, a la relación entre cerebros como Broglie, Planck, Schrödinger, a todo ese diálogo que, en opinión de ellos, ha determinado poco a poco e imperceptiblemente, aunque de una forma prematura y arbitraria, la dirección general de la problemática y sus puntos centrales, y ha impuesto una línea determinada de desarrollo (...)”

“Esto se ha producido por sí solo como consecuencia de la necesidad de precisar: –Son las tristes consecuencias de un charlatanería excesiva –comentó Gómez– Han dicho un poco demasiado... Cuando me permití llamar la atención sobre la escrupulosidad insólita de la mayoría de esos científicos en el control de su sistema interpretativo y en la determinación de su papel y de sus límites cognoscitivos, cuando puse como ejemplo a Einstein, advertí que Siegrist anotaba algo en el papel. Era, escrita con grandes letras, la palabrita ‘Mach’. Y añadió: –Las acciones bajan”
Ernst Mach , fue un destacado físico austriaco, además de filósofo y psicólogo. En sus labores investigativas logró establecer importantes principios para la óptica, la acústica, la mecánica, y la dinámica ondulatoria.

Además, propugnó la idea de que todo el conocimiento es una organización conceptual y apoyó la visión de que todo el conocimiento es una organización conceptual de los datos que se obtienen a través de la experiencia sensorial o de la observación. Sus trabajos acerca de la mecánica newtoniana tuvieron una gran importancia ya que con ellos rebatió en parte dicha teoría.
Ernst Mach consideró al espacio y al tiempo absolutos como resabios antropomórficos de una etapa que había sido superada de la ciencia. Sus tesis, despertaron dudas acerca de algunas proposiciones fundamentales de la física clásica en el espíritu de Einstein y le indicaron el camino que lo llevaría paulatinamente a la formulación de la teoría de la relatividad.

Gombrowicz pensaba que uno es joven hasta los veinticuatro años, pues bien, el fue joven entonces hasta el año 1928, un momento de la historia en el que ya habían fermentado todas las revoluciones del pensamiento que tuvieron lugar en los cien años que van entre la mitad del siglo diecinueve y la mitad del veinte, y aunque Gombrowicz no era científico ni filósofo quedó muy afectado por todo esto..
Desde la época de la antigua Grecia los hombres se han propuesto saber de qué cosas está hecho el mundo y siguiendo el camino del análisis, primero descubrieron las moléculas y los elementos y después los átomos, abocados a la tarea de buscar partículas elementales, es decir, aquellas que no estaban compuestas de otras más pequeñas.

Cuando finalmente los científicos llegaron a los protones y a los electrones Sir Arthur Eddington, el gran físico inglés, se atrevió a contar el número de partículas elementales que tenía el universo. Bombardear átomos para que aparezcan esos elementos más pequeños que ya no se pueden dividir no es una tarea sencilla, pero los aceleradores de partículas con los que los cascotean son cada vez más poderosos y el más imponente de todos es la máquina de Dios con la que los físicos se proponen dividir los protones y los electrones en partículas más estables que los quarks y los hadrones para conocer entre otras cosas el origen que ha tenido el universo.
Cuando el hombre mete la nariz en asuntos reservados a los dioses suele tener contratiempos: la caja de Pandora en la antigüedad, el Henryk de “El casamiento” cuando intenta reemplazar con su persona al padre y a Dios, y más recientemente la máquina de Dios.

Estos fracasos que sufren los investigadores cuando se ponen a desentrañar los misterios de la naturaleza les vienen muy bien a los hombres de letras, pues mientras la ciencia por lo general se propone resolver esos misterios se puede decir que el arte en cambio vive de ellos. El Natura non facit saltus había imperado desde el tiempo de los griegos, la naturaleza no crea especies ni géneros absolutamente distintos, existe siempre entre ellos algún intermediario que los une al anterior.
Pero cuando Planck sienta el principio de que la materia no puede emitir radiación más que por cantidades finitas, por granos, por cuantos, y Heisenberg nos muestra que sólo podemos conocer la probabilidad de existencia y no la existencia misma de una partícula, la naturaleza empieza a saltar.

Gombrowicz queda deslumbrado con la naturaleza granulada de la energía y entonces se propone construir él también, ya no esa energía granulada que había descubierto Planck, sino una moral granulada. Puesto que la cantidad de los que sufren le pone límites al dolor, lo fragmenta y lo disuelve, y como el sentimiento que pone al hombre en contacto con el dolor del otro proviene de una reflejo moral, entonces, debe disponerse de una moral limitada, fragmentaria, arbitraria e injusta, una moral que por su naturaleza no sea continua sino granulada. Este tipo de moral es la que Gombrowicz utilizaba para enfrentar todos los excesos, especialmente los excesos ideológicos.
También queda sobrecogido con el principio de indeterminación de Heinsenberg tan ligado al azar y a la probabilidad, y aunque Einstein tenía reparos que hacerle a este principio pues según su juicio Dios no juega a los dados, esta concepción sigue siendo fundamental en la física moderna.

Gombrowicz busca y encuentra en sus reflexiones sobre la forma algo parecido a lo que habían encontrado Bohr y Heisenberg en las partículas elementales. En el encuentro de una persona con otra hay una zona determinada de la conducta, de la que se ocupan la psicología y la antropología, y una esfera en la que el comportamiento no está determinado de antemano, se va ajustando poco a poco y pasa de un cierto caos inicial a una estructura probabilística.
En esta estructura probabilística sobresale el azar sobre el determinismo y cada participante del encuentro define en el otro una función. Esta doble naturaleza del comportamiento le presenta a Gombrowicz un problema parecido al que había resuelto Bohr para las partículas con su noción de complementariedad en el caso de los protones y de los electrones.

Las partículas atómicas hay que describirlas, ora con la imagen corpuscular, ora con la imagen ondulatoria, y esto debe hacerse así porque estas dos imágenes contradictorias son concurrentes. Las relaciones de indeterminación, que son una consecuencia del cuanto de acción, no le permiten a las imágenes entrar en un conflicto directo. Cuanto más se quiere precisar una imagen por medio de observaciones, más la otra se hace necesariamente vaga.
Las propiedades corpusculares y ondulatorias no entran jamás en conflicto porque no existen al mismo tiempo, son aspectos que se contradicen y se completan complementariamente. Esta concepción contradictoria y complementaria de los fenómenos físicos está presente en el espíritu de la época, la época de la juventud de Gombrowicz, un espíritu que Gombrowicz expresa a su modo cuando se extraña de estar tan definido y tan indefinido al mismo tiempo.

“El casamiento” es una pieza de teatro en la que se narra el drama del hombre contemporáneo cuyo mundo ha sido destruido, que ha visto en sueños a su casa convertida en una taberna y a su novia en una mujerzuela. A parir de esta pesadilla llena de angustia Henryk intenta recuperar la dignidad del pasado, pero es en vano, pues él mismo también se hunde en un proyecto que finalmente fracasa..
El nuevo mundo está privado de Dios y compuesto por hombres sometidos a las convulsiones de la forma. Para regresar a la plenitud de antaño el protagonista de “El casamiento” va en camino de proclamarse rey, Dios, dictador. El nuevo mundo que hace su aparición no es conocido de antemano ni siquiera por Gombrowicz mismo. “El casamiento” es pues un intento artístico de llegar a esa realidad que oculta el futuro.

El sacramento del matrimonio que Henryk quiere administrarse a sí mismo es la consecuencia de su idea de que no fue Dios quien creó al hombre, sino el hombre quien creó a Dios. Ese casamiento en la iglesia humana, que sustituye la de la iglesia divina, es la metáfora principal del drama. La característica más sobresaliente de esta obra es la manera en que cambian las conductas de los personajes, no por procesos psíquicos, sino por mutaciones formales.
El comportamiento de los protagonistas pasa rápidamente de la mujerzuela a la virgen, del tabernero al rey, del borracho al sobrio, de la tragedia a la alegría, de lo laico a lo sagrado, del hombre a Dios, y viceversa. Son pares complementarios en los que la sabiduría va de la mano de la estupidez. Estos pares complementarios tienen una semejanza formal con las ideas de Niels Bohr.

Bohr le puso el nombre de complementariedad física al hecho de que los fenómenos de la naturaleza se comportan como corpúsculos o como ondas según sea el aparato con que se los mida. Pues bien, en el caso de Gombrowicz podríamos hablar de un principio de complementariedad formal, un hecho en el que los fenómenos humanos se presentan como comportamientos superiores o inferiores según sean las transformaciones indeterminadas que buscan el completamiento en el doble aspecto que tiene la realidad., especialmente en lo que concierne a la inteligencia y a la estupidez.
El principio de complementariedad de Niels Bohr tiene un estructura asimilable a “El casamiento” mientras que el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg tiene una estructura asimilable a “Crimen premeditado”.

Se puede decir que el principio de incertidumbre postula que en la mecánica cuántica es imposible conocer exactamente, en un instante dado, los valores de variables canónicas conjugadas (posición-impulso, energía-tiempo...) de forma que una medición precisa de una de ellas implica una total indeterminación en el valor de la otra. En “Crimen premeditado” un juez de instrucción llega a una casa de campo para resolver un problema patrimonial, pero inesperadamente se encuentra con la noticia de que el dueño de casa había muerto. El funcionario judicial echó mano a toda su agudeza y empezó a establecer la cadena de hechos, a construir silogismos, a seguir los hilos y a buscar pruebas. A juzgar por las evidencias el hombre había muerto de muerte natural, sin embargo, se acercó al lecho y tocó el cuello del cadáver con un dedo.

La viuda se alarmó pero el juez siguió revisando el cuello y examinado toda la habitación, escrupulosamente. Lo único que desentonaba en el conjunto era una enorme cucaracha muerta. En la mesa el juez se mandó una larga perorata sobre la naturaleza del crimen, el crimen real lo comete siempre el espíritu, los detalles son las formalidades médicas y judiciales, los detalles son externos.
De pronto, la viuda, pálida como la muerte, arrojó su servilleta y, con las manos más temblorosas que de costumbre, se levantó de la mesa exclamando que era un malvado. Cuando el juez finalmente se atrevió a preguntar quién había asesinado a Ignacio, su hijo Antonio se quebró y le respondió que había sido él, que lo había hecho maquinalmente, que en un minuto lo había estrangulado, había regresado a su cuarto y se había dormido.

El juez le hizo ver que, sin embargo, existía una pequeña dificultad, una formalidad nada importante: el cuello no revelaba huella alguna de estrangulación, el cuello no había sido tocado. Dicho esto se deslizó por la puerta entreabierta y se fue a esconder en el guardarropa del cuarto donde yacía el cadáver. Esperó largo rato hasta que, finalmente, la puerta se abrió, alguien se deslizó en el interior y enseguida escuchó un ruido espantoso.
La cama crujió estruendosamente, después los pasos se retiraron sigilosamente. Luego de una hora el juez salió del escondite, las sábanas que cubrían el cadáver estaban revueltas, el cuerpo yacía ahora en diagonal y en el cuello aparecían, nítidas, las impresiones de diez dedos. Las formalidades del caso se habían cumplido ex post facto.

“Aunque los peritos no estuvieron del todo satisfechos con aquellas huellas dactilares (alegaban que había algo que no era del todo normal), fueron consideradas al fin, junto a la plena confesión del asesino, como una base legal suficiente”


"Las opiniones vertidas en los artículos y comentarios son de exclusiva responsabilidad de los redactores que las emiten y no representan necesariamente a Revista Cinosargo y su equipo editor", medio que actúa como espacio de expresión libre en el ámbito cultural.



jueves, 30 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS WITOLD GOMBROWICZ Y ADAM WAZYK


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y ADAM WAZYK

“Allá, en el tribunal, se hacía evidente que los estudios de derecho no proporcionaban aquella cultura general de la que se sentían tan orgullosos ni tampoco, simplemente, una buena educación en su sentido más profundo, humanista... Y su confrontación con la miseria humana dejaba mucho que desear... Contrariamente a lo que se ha dicho y escrito sobre mí durante muchos años, nunca fui indiferente al siniestro problema de la vida fácil de los ricos y la vida difícil de los pobres; fue un asunto que siempre me ha atormentado dolorosamente desde mi más temprana juventud.
Sobre este asunto tuve un diálogo con Adam Wazyk, uno de los escritores comunistas que acababa de conocer: –¿De qué hablar con usted?, si usted no conoce la vida, vive en un invernadero, alejado de la lucha por la existencia? ¿Qué puede usted saber de estos problemas sociales? (...)”

“Era mi talón de Aquiles, pero sabía cómo defenderme. Me propuse demostrarle, con el tono contenido y apropiado, que no era extraño a esa realidad: –Pensé que usted era hijo de mamá y, sin embargo, veo que usted penetra en esa problemática; –Conozco la vida y sé mejor lo que es que vosotros, los comunistas, aunque nunca haya experimentado directamente la miseria (...)”
“Sonaba presuntuoso, pero tal vez mi juicio no estuviera tan distante de la verdad como pudiera parecer pues la experiencia personal no siempre aumenta la sensibilidad, sino que a menudo la disminuye: –Si usted lo siente con tanta fuerza, ¿por qué no se hace comunista?; –No porque no me gusten vuestros objetivos. Sino porque no creo que podáis realizarlos. No haréis más que aumentar la confusión”

Adam Wazyk, un poeta polaco cuyas obras iniciales expresaban la realidad de la vida urbana a través de un lirismo onírico, durante la guerra regresó a una forma más clásica pero comprometida con la realidad, erigiéndose en el principal poeta del realismo socialista. Pero con “Poema para adultos” se desmarcó del comunismo, limitándose desde entonces a expresar sus propias interpretaciones del mundo. Tradujo a poetas rusos y franceses y escribió numerosos ensayos teóricos e históricos.
La realidad que el hombre va descubriendo poco a poco rompe los moldes y las teorías que la contuvieron durante un largo tiempo; los viejos barriles son reemplazados por otros, pero ni Einstein es tan distinto de Newton, ni Marx de Cristo, ni Sartre de Sócrates, para poner unos ejemplos.

La realidad tiende a volverse teórica cuando está tranquila, pero cuando está intranquila produce revoluciones sociales como la francesa, o reducciones del pensamiento como la antropológica de Feuerbach, la fenomenológica de Husserl y la sociológica de Marx. Gombrowicz formó su conciencia en el período más agitado del siglo XX y se vio obligado a reflexionar sobre concepciones tan amplias como lo son el existencialismo y el comunismo, pues estas dos concepciones juntas constituyen la verdadera introducción a nuestra época.
Gombrowicz buscaba la liberación de su conciencia, estaba convencido de la bancarrota de todas las ideologías políticas, de las de izquierda y de las de derecha. Siguiendo las enseñanzas de Marx pensaba que había llegado el momento de estudiar el condicionamiento de la conciencia, no sólo de los aguaciles del capitalismo, sino también de los estudiantes que profieren injurias en un mitin.

Desde adolescente se sintió en rebeldía contra las instituciones que utiliza la colectividad para presionar sobre el individuo y desde entonces estuvo convencido de que ninguna reforma violenta puede transformar el mundo en un paraíso. Mientras, por un lado, seguía perteneciendo a la vieja época de la buena educación política en la que la gente se expresaba con mayor moderación y seriedad, por otro, era un representante de los tiempos modernos poniéndose en contra de todo lo que facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios y las relaciones.
Hubiese utilizado el comunismo como un instrumento para destruir el conjunto de condiciones que fatalmente lo determinaban si no fuera porque no creía que la teorías fueran capaces de transformar verdaderamente la vida.

“No podía hacer nada para mejorar la suerte de las capas sociales inferiores, pero, ¿quién sabe?, quizás podría contribuir a mejorar el comportamiento de los superiores respecto a los inferiores (...) si la vida miserable deformaba al proletariado, si la ociosidad y las comodidades deformaban a los terratenientes, esa intelligentsia urbana también era deformada por su modo de vivir... ¿Acaso la vida nunca creaba hombres completos? ¿Tenían que ser siempre fragmentos humanos que se complementaban entre sí? (...) Ése era, pues, un error de estilo, un error de forma de una importancia inconmensurable, ya que hacía del hombre únicamente un producto de su propia clase, de su grupo social, lo separaba de otras vidas, lo empequeñecía, limitaba, hacía imposible cualquier contacto creativo con gente de otra clase. ¡Tantas vidas a las que no tenían acceso! ¡Y yo tampoco! (...)”

“¡Habría que destruir esa forma, imponer otra que permitiera a la superioridad acercarse a la inferioridad, establecer con ella una relación creativa! (...) Mientras las señoras mayores no veían absolutamente nada incorrecto en su riqueza material, a esas señoritas de ‘buena familia’, el sentimiento de culpabilidad no las abandonaba. ‘No es culpa mía que haya nacido en un medio acomodado –se defendía mi hermana–, cada uno tiene que vivir ahí donde Dios lo puso’ (...)”
“Pero mi vida no debería ser más fácil que esa otra vida, la inferior, incluso yo debería vivir para esa otra vida. No se trata de suprimir mi estado de posesión, todos esos valores a los que una educación más cuidadosa me dio acceso, sino que los demás puedan beneficiarse de él”

Gombrowicz estaba de acuerdo con el sentido moral del comunismo, con su pedido de justicia distributiva y con esa conciencia que se torturaba frente a la injusticia. Estaba de acuerdo también con la concepción marxista del valor en la que la necesidad es el fundamento del valor, pues un vaso de agua en el desierto no puede tener el mismo valor que al lado de un río.
Para Sartre, en cambio, las cosas no son así, un hombre tiene necesidad de agua en el desierto porque elige la vida y no la muerte; en el marxismo no existe esta libertad de elección, el hombre está obligado a elegir la vida. Marx ha desenmascarado muchas mistificaciones históricas, del mismo modo que lo hicieron Freud y Nietzsche, son hombres que demostraron que detrás de nuestros sentimientos que parecen nobles, se ocultan complejos, bajezas y toda la suciedad de la vida.

Gombrowicz pensaba que la crisis del marxismo tenía mucho que ver con el hecho de que en los países comunistas se trabajaba mal y se producía poco, y esto porque nadie tenía interés en producir ni en obligar a los demás a que lo hagan, pues no había ningún beneficio en juego. Si bien el pensamiento marxista ha servido para desenmascarar muchas hipocresías históricas, es también utópico y no conduce a nada.
Por tal razón Gombrowicz se animó a profetizar en su tiempo que dentro de veinte o de treinta años el comunismo sería puesto de patitas en la calle. Sin embargo, sabía que en el sentido filosófico el marxismo propone la liberación de la conciencia para que no se presente deformada en la actividad que debe realizar y para que sea auténtica frente al mundo y el hombre.

A pesar de que el comunismo había hecho interminable el desastre personal de Gombrowicz, está más cerca de Marx que de Sartre. Pero el comunismo es un sistema que puso a la historia patas para arriba; había arruinado a su familia y le había cerrado las puertas. Es sobre esta cuestión que desarrolla un cuestionario de argumentos y contra argumentos que se parecen mucho a los que armaban los teólogos para discutir problemas importantes.
Discutían, por ejemplo, sobre si Cristo tenía o no tenía erecciones. Una noche Gombrowicz llegó al Rex con veintisiete argumentos a favor y veintiséis contra argumentos debajo del brazo para dar cuenta de este asunto, una cuestión fundamental para los padres de la iglesia.

Sobre la ética del comunismo Gombrowicz abre un cuestionario realmente paradójico. “¿Por qué yo, teniendo a mi derecha el capitalismo, cuyo cinismo latente conozco, y a mi izquierda la revolución, la protesta y la rebelión surgidas del más humano de los sentimientos, por qué no me uno a estos últimos?”
Por la compasión que le produce la inmensidad de los sufrimientos y la montaña de cadáveres. No, ha pasado por la escuela de Schopenhauer y de Nietzsche, sabe que la vida es trágica por naturaleza. Por los bienes y la situación social que perdió. No, esa pérdida lo liberó de los condicionamientos sociales. Si hay alguien que carece de prejuicios en este punto, ése es Gombrowicz. Entonces, por las paradojas de su proceso dialéctico que se detiene justo en el momento en que la revolución alcanza su plena realización.

No, por ninguna razón que tenga que ver con su desenvolvimiento político. Por el terror que mata la libertad de pensamiento. No, es más grave aún que todo esto, nos encontramos ante una de las más grandes mistificaciones de la historia, de ésas que desenmascararon Nietzsche, Marx y Freud. Por su falta de sinceridad, entonces. No, el comunismo es una doctrina de la acción y no un pensamiento sobre la realidad; son sinceros respecto al mundo ajeno e insinceros con el de ellos porque necesitan ser insinceros. Aquí Gombrowicz suspende su cuestionario y concluye, es necesario que se reconozca entonces esa insinceridad.
“Debéis decir: nosotros nos cegamos a propósito. Mientras no lo digáis, ¿cómo se puede hablar con alguien deshonesto consigo mismo? Unirse a alguien así es perder el último apoyo bajo los pies y precipitarse en el abismo”

Gombrowicz desconfía de las teorías y se guía por su instinto. Si hubiera podido pensar que lo más importante para ellos era la conciencia, es decir, el alma, es decir, la ética, se hubiera unido al comunismo; pero lo más importante para ellos era el triunfo de la revolución. Si los comunistas hubieran reconocido que eran insinceros consigo mismos respecto al sentido moral de la vida, Gombrowicz se hubiera hecho comunista, pero esta conclusión es demasiado radical y su cabeza no la puede asimilar, así que la va a revisar en otra parte del Diario, según era su costumbre.
En forma reiterada Gombrowicz explica lo difícil que le resulta oponerse al comunismo, pues el talante de su pensamiento lo lleva hacia él. Como un gato, anda buscando ese punto de ruptura donde el comunismo se le vuelve extraño y hostil. Indaga otra vez al comunismo: ahora el rechazo tiene origen en un problema técnico.

El dilema que plantea la doctrina no es filosófico sino productivo, es decir, el comunismo tiene como imperativo demostrar que es más eficiente para producir bienes y distribuirlos que el sistema capitalista; hasta que esta capacidad quede demostrada, todas las otras deliberaciones no son más que sueños.
Gombrowicz no puede inmiscuirse en este asunto, a él le importa la personalidad y no las ideas; él, en tanto que artista, se especializa en constatar cómo las ideas influyen en las personas, pues una idea abstraída de su relación con el hombre no tiene valor. Las dos aporías que le plantea el comunismo, una, respecto al sentido moral, y la otra, respecto a su sistema productivo y distributivo, sólo se pueden resolver escapándose de ellas: hay que retirarse de su exceso hacia una dimensión más humana.

La capacidad que puede desarrollar un hombre para tomar distancia, para retirarse, escaparse, huir de una situación, de las ideas, de los sentimientos, de sí mismo o de lo que sea, es la única y verdadera libertad. No es que tenga que huir, pero tiene que tener la posibilidad de hacerlo.
En la misma época en la que Gombrowicz mantuvo ese diálogo con Adam Wazyk sobre el comunismo, había escrito “El diario de Stefan Czarniecki”, un cuento en el que liquida el problema del comunismo de una manera curiosa. Cuando terminó la guerra y volvió a casa con aquella risa sonándole aún en los oídos, Stefan comprobó que todo lo que hasta entonces había sostenido su existencia yacía hecho escombros, que no le quedaba más remedio que volverse comunista.

Stefan entendía el comunismo como un programa en el que los padres y las madres, las razas y la fe, la virtud y las esposas, y todo, sería nacionalizado y distribuido mediante cupones en porciones iguales. Un programa en el que su madre debía ser cortada en pequeños trozos y repartida entre quienes no fueran suficientemente devotos en sus oraciones; que lo mismo debería hacerse con su padre entre aquellos cuya raza fuera poco satisfactoria.
Un programa en el que todas las sonrisas, las gracias y los encantos fueran suministrados exclusivamente bajo petición expresa, y que el rechazo injustificado fuera causal del castigo con la cárcel. Stefan elegía el término comunismo porque constituía para los intelectuales que le eran adversos un enigma tan incomprensible como lo eran para él las sonrisas sarcásticas y los rostros brutales de esos intelectuales.

Es posible que Stefan no fuera comunista sino tan solo un pacifista militante. Navegaba por el mundo en medio de opiniones incomprensibles y cada vez que tropezaba con un sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad de cometer una villanía.
“Tal es el secreto personal que opongo al gran misterio de la existencia. ¿Qué queréis?... cuando paso junto a una pareja feliz, a una madre con un niño o a un anciano amable, pierdo la tranquilidad. Pero a veces el corazón se me encoge y una gran nostalgia de vosotros, padre y madre queridos, se apodera de mí. ¡También de ti siento nostalgia, oh santa infancia mía!”
Pasó el tiempo, mucho tiempo, y Gombrowicz volvió a encontrarse con Adam Wazyk en Europa.

“En los polacos que vienen de Polonia se observan las contradicciones de siempre: ‘El comunismo nos sofoca, frena el desarrollo, el país está en la miseria, no hay libertad de expresión’. E inmediatamente después: ‘¡Pero tenemos nuestra literatura, la reconstrucción de Varsovia, nuestras bicicletas y motocicletas, nuestros sellos de Correos, unos de los más bellos del mundo, nuestro ballet...!’. O lo uno o lo otro. O la literatura está sofocada o es ‘grande’. ¡Qué es este pudor que nos impide reconocer lo qué somos! ¡Siempre esta manía de nuestro aplomo! De poner buena cara al mal tiempo”


"Las opiniones vertidas en los artículos y comentarios son de exclusiva responsabilidad de los redactores que las emiten y no representan necesariamente a Revista Cinosargo y su equipo editor", medio que actúa como espacio de expresión libre en el ámbito cultural.

miércoles, 29 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS WITOLD GOMBROWICZ Y CYPRIAN KAMIL NORWID


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y CYPRIAN KAMIL NORWID

Juan Pablo II, el Papa polaco, tenía verdadera devoción por el poeta Cyprian Kamil Norwid.
“En ninguna otra época la nación ha producido escritores tan geniales como Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki, Zygmunt Krasinski o Cyprian Norwid (...) No se puede dejar de constatar que este período extraordinario de madurez cultural durante el siglo XIX preparó a los polacos para el gran esfuerzo que les llevó a recuperar la independencia de su nación, Polonia, desaparecida de los mapas de Europa y del mundo. Polonia volvió a reaparecer a partir del año 1918 y, desde entonces, continúa en ellos”
Norwid vivió luchando contra la pobreza y la soledad. En los últimos meses de su vida fue atendido por las religiosas de un asilo de ancianos.

Este gran escritor es un autor polifacético: poeta, prosista, dramaturgo, filósofo, pintor y grabador. Capaz de expresar sus opiniones de modo muy diverso, sin embargo, fue un artista difícilmente clasificable. No se ajustó a los cánones de la poesía de la segunda generación de románticos polacos y combatió enérgicamente los valores intelectuales y filosóficos del positivismo, una corriente de pensamiento muy difundida por entonces en la que militó Sienkiewicz, mucho antes de escribir “Quo Vadis”.
Juan Pablo II recuerda los sentimientos que lo unían al poeta Ciprian Kamilk Norwid.
“Una estrecha confianza espiritual, desde los años del instituto. Durante la ocupación nazi, los pensamientos de Norwid sostenían nuestra esperanza puesta en Dios, y en el período de la injusticia y del desprecio, con los que el sistema comunista trataba al hombre, nos ayudaban a perseverar en la verdad que nos fue confiada y a vivir con dignidad”

Norwid, el gran poeta cristiano, pobre y desventurado, es increíblemente utilizado por Gombrowicz como un clarísimo órgano sexual, como un verdadero falo, en la primera novela que escribe: “Ferdydurke”
“En mis tiempos los jóvenes.... ¿Pero qué hubiera dicho de eso el gran poeta nuestro, Norwid? La colegiala se mete en la conversación: –¿Norwid? ¿Quién es? Y preguntó perfectamente, con la ignorancia deportiva de la joven generación y con un asombro propio de la Época, sin comprometerse demasiado con la pregunta, sólo para dejar saborear un poco su no saber deportivo. El profesor se agarró la cabeza: –¡No sabe nada de Norwid!; –¡La época, profesor, la época! El ambiente se volvió simpatiquísimo. La colegiala no sabía nada de Norwid para Pimko. Pimko se indignaba con Norwid para la colegiala (...)”

“Sobre todo el poeta Norwid se convirtió en pretexto de mil jugarretas, el bondadoso Pimko no podía perdonar la ignorancia de la colegiala al respecto, eso ofendía sus más sagrados sentimientos, ella de nuevo prefería saltar con garrocha y así él se indignaba y ella se reía, él le reprochaba y ella no consentía, él suplicaba y ella saltaba. Admiraba la sabiduría y la sagacidad con las que el maestro, no dejando ni por un momento de ser maestro, actuando siempre como maestro, lograba sin embargo gozar de la moderna colegiala por efecto del contraste y por medio de la antítesis, admiraba cómo con su maestro excitaba a la colegiala, mientras ella con su colegiala al maestro excitaba (...)”
“Ya no se contentaba con el flirteo en la casa, bajo la mirada de los padres, aprovechaba la autoridad de su puesto, quería imponer a Norwid por vía legal y formal.. Ya que no podía hacer otra cosa, quería por lo menos hacerse sentir en la muchacha con el poeta Norwid (...)”

“Bajo la influencia de esos pensamientos las piernas se me movieron solas y ya estaban por bailar en honor de los Muchachos Viejos del siglo XX, ejercitados, hostigados y castigados con el latigazo, cuando en el fondo del cajón percibí un gran sobre del ministerio ¡y en seguida reconocí la escritura de Pimko! La carta era seca: ‘No voy a tolerar más su escandalosa ignorancia dentro de lo abarcado por el programa escolar. La cito a presentarse a mi despacho del ministerio, pasado mañana, viernes a las 16.30, a fin de explicarle, aclararle y enseñarla al poeta Norwid y eliminar una falla en su educación. Hago observar que cito legal, formal y culturalmente, como profesor y educador y que, en caso de desobediencia, mandaré a la directora una moción por escrito para que la expulsen del colegio. Subrayo que no puedo soportar más la falla y que, como profesor, tengo derecho a no soportarla’ (...)”

El tratamiento erótico que le da Gombrowicz al poeta Norwid culmina en una de las escenas más hilarantes de “Ferdydurke”. Jósek Kowalski llamado Pepe, el protagonista de la novela, con el propósito de derrumbar a la modernidad, manda dos cartas apócrifas haciéndose pasar por la colegiala. Con esta argucia arma un encuentro de medianoche para el colegial y el profesor en el dormitorio de la colegiala, pero ninguno de los tres lo sabe. Llega el colegial y enseguida cae en la cama abrazándose con la colegiala preparándose para lograr con su ayuda la culminación de sus encantos. Pero justo en ese momento golpean la ventana, es el profesor que interrumpe de esta manera inesperada sus transportes amorosos. El profesor está en el jardín, y como teme que lo vean desde la calle se arrastra hasta la pieza de la colegiala.

¡Zutita! ¡Colegialita! ¡Chica! ¡Tú! ¡Eres mi camarada! ¡Soy colega! La carta que le había enviado el protagonista lo había embriagado: –¡Tú! ¡Tutéame! ¡Zutita! ¿Nadie nos verá? ¿Dónde está mamá? Qué pequeña chica, y qué insolente... sin tomar en cuenta la diferencia de edad, de posición social... Y aquí, Jósiek, que está detrás de la puerta, da el primer golpe maestro: –¡Ladrones! ¡Ladrones! El profesor giró varias veces como tirado por un cordel y logró alcanzar un armario. El colegial quiso saltar por la ventana pero, como no tuvo tiempo, se escondió él también en otro armario. Entran los juventones a la pieza de la colegiala y Jósiek sigue echando leña al fuego: –¡Alguien entró por la ventana! La juventona sospecha de una nueva intriga pero Kowalski levanta del suelo los tiradores del colegial: –¿Intriga?

Cuando la colegiala grita que los tiradores son de ella Jósiek abre de un puntapié uno de los armarios, aparece la parte inferior del cuerpo de Kopeida: –Ah, Zutka. Los juventones se ríen, estaban satisfechos con la colegiala, un muchacho rubio y su hija, los miraban con los ojos felices de la modernidad. La juventona se propone hacerle morder el polvo de la derrota a Kowalski: –¿Por qué está aquí el caballero? ¡Al caballero esto no le importa!
Kowalski abre en silencio la puerta del otro armario y aparece Pimko oculto tras los vestidos. La situación se volvió desconcertante, el profesor carraspeaba con una risita implorante: –La señorita Zutka me escribió que le enseñara al poeta Norwid, pero me tuteó, yo también quería con tú...

Las oscuras y turbias aclaraciones del profesor empujaron al ingeniero juventón a la formalidad: –¿Qué hace usted aquí, profesor, a esta hora?; –Le ruego que no me levante la voz; –¿Qué, usted se permite hacerme observaciones en mi propia casa? Un semblante barbudo miraba por la ventana con una ramita verde en la boca, Jósiek le había pagado al mendigo para que lo hiciera. La juventona estaba perdiendo los estribos: –¿Qué quiere ahí ese hombre?; –Una ayudita por amor de Dios; –¡Dadle algo! ¡Que se vaya! Cuando los juventones y el profesor empiezan a buscar monedas, el colegial se dirige a la puerta, Pimko percibe la maniobra y se va tras él. El ingeniero juventón se echa sobre ellos como el gato sobre el ratón: -¡Permiso! ¡No se irán tan fácilmente!

La doctora juventona en un terrible estado de nervios le grita al marido que no haga escenas. –¡Perdón!, ¡creo que soy el padre! Yo pregunto, ¿cómo y con qué fin ustedes entraron al dormitorio de mi hija? ¿Qué significa todo esto? La colegiala empieza a llorar y la juventona se apiada de su hija: –Vosotros la depravasteis, no llores, no llores, niña. El ingeniero está furioso: –¡Le felicito, profesor! ¡Usted responderá por esto!
Así que depravaban a la colegiala, a Kowalski le pareció que la situación se volvía a favor de la muchacha: –¡Policía! ¡Hay que llamar a la policía!; –Créanme, créanme ustedes, están equivocados, me acusan injustamente. Kowalski maniobra para terminar de hundir a Pimko: –¡Sí!, soy testigo, vi por la ventana al profesor cuando entraba al jardín para evacuar.

La señorita Zutka miró por la ventana y el profesor tuvo que saludarla, conversando con ella entró a la casa por un momento. Pimko, cobardemente, se asió a esta explicación tan desagradable: –Sí, justamente, sí, estaba apurado y entré al jardín, olvidándome que ustedes vivían aquí, así que tuve que simular que estaba de visita. El ingeniero juventón enfurecido saltó sobre el profesor y en forma arrogante le pegó una bofetada.
Jósiek fue a buscar el saco y los zapatos a su pieza, y comenzó a vestirse, poco a poco, sin perder de vista la situación. El abofeteado en el fondo de su alma aceptó con agradecimiento la bofetada que lo ubicaba de algún modo: –Me pagará por esto. Saludó al ingeniero con evidente alivio, y el ingeniero lo saludó a él. Aprovechándose del saludo se dirigió rápidamente a la puerta, seguido por el colegial que se adhirió a los saludos.

¿Qué?, así que aquí se trata de enviar los padrinos de un duelo, y este atorrante se va como si no ocurriera nada. Se abalanzó con la mano tendida, pero en vez de darle una cachetada lo agarró por el mentón. Kopeida se enfureció, se inclinó y agarró al ingeniero por la rodilla. El juventón se derrumbó, entonces el colegial lo empezó a morder con fuerza en el costado izquierdo como si estuviera loco.
La doctora se lanzó en socorro del marido, atrapó una pierna de Kopeida y empezó a tirar con todas sus fuerzas lo que provocó un desmoronamiento aún más completo. Pimko, que estaba a un paso del montón, de improviso, por su propia voluntad se acostó en un rincón de la habitación sobre la espalda y levantó las extremidades en un gesto completamente indefenso.

La colegiala saltó debajo de la frazada y brincaba alrededor de los padres que se revolcaban junto a Kopeida: –¡Mamita! ¡Papito! El ingeniero, enloquecido por el montón hormigueante y buscando un punto de apoyo para sus manos, le agarró un pie a la colegiala por encima del tobillo. Se revolcaban los cuatro, calladamente, como en una iglesia, pues la vergüenza, a pesar de todo, los presionaba.
En cierto momento la madre mordía a la hija, el colegial tiraba de la doctora, el ingeniero empujaba al colegial, después de lo cual se deslizó por un segundo el muslo de la joven sobre la cabeza de la madre. Al mismo tiempo el profesor que estaba en el rincón comenzó a manifestar una inclinación cada vez más fuerte hacia el montón. No podía levantarse, no tenía ninguna razón para levantarse, y quedarse acostado sobre la espalda tampoco podía.

Cuando la familia que se revolcaba junto a Kopeida llegó a sus cercanías, agarró al juventón no lejos del hígado, y el remolino lo arrastró. Kowalski terminó de colocar sus cosas en la valija y se puso el sombrero. Lo aburrían. Se estaba despidiendo de lo moderno, de los juventones, de los colegiales y del profesor, aunque no era dable despedirse de algo que ya no existía.
“Había ocurrido en verdad que Pimko, el maestro clásico, me hizo un cuculiquillo, que fui alumno en la escuela, moderno con la moderna, que fui bailarín en el dormitorio, despojador de alas de moscas, espía en el baño (...) Que anduve con cuculeito, facha, muslo (...) No, todo desapareció, ahora ya ni joven, ni viejo, ni moderno, ni anticuado, ni alumno, ni muchacho, ni maduro, ni inmaduro, era nadie, era nulo (...)”

“Pero nada más que por un milésimo de segundo. Porque, cuando pasaba por la cocina palpando la oscuridad, me llamaron en voz baja desde la alcoba de la doméstica: –Pepe, Pepe. Era Polilla quien, sentado sobre la sirvienta que jadeaba pesadamente, se ponía apresuradamente los zapatos”



"Las opiniones vertidas en los artículos y comentarios son de exclusiva responsabilidad de los redactores que las emiten y no representan necesariamente a Revista Cinosargo y su equipo editor", medio que actúa como espacio de expresión libre en el ámbito cultural.


martes, 28 de julio de 2009

WITOLD GOMBROWICZ Y TADEUSZ KOSCIUSZKO


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y TADEUSZ KOSCIUSZKO


“Mis compatriotas de París me gustaban cada vez menos. Me los encontraba de vez en cuando, más bien poco, un puñado de estudiantes, unas cuantas familias polacas ya medio afrancesadas. También acudí una o dos veces a la embajada y saqué de esas vistas una lección para toda la vida: hay que huir de las ostras de las recepciones en dichas embajadas, así como del tedio (...)”
“Asimismo asistí, quizás dos veces, a las celebraciones de la colonia polaca en París. Salí enfadado, furioso, lleno de una malicia rencorosa... era mucho peor de lo que se podía esperar de lo que ya me había disgustado en mi país... esos bailes cracovianos, ese Kosciuszko, ese Copérnico, esos sentimientos, esos discursos... ese terrible farolear ante Europa de nuestros medios culturales (...)”

“Pero en aquellos años, en París, no me sentía capaz todavía de tomar una postura clara con respecto a la nación, cosa que no sucedería hasta después de la última guerra, cuando me puse a escribir ‘Transatlántico’. De cualquier forma, París contribuyó mucho en el año 1928 a intensificar mis relaciones con Polonia. La vi desde afuera. Desde el extranjero. Fue muy instructivo”
Tadeusz Kosciuszko, uno de los más brillantes generales de Polonia, es un héroe nacional, el más grande de esa nación. Luchó contra los ejércitos de Rusia, de Prusia y del imperio Austrohúngaro para conseguir la libertad de su patria, y participó en las batallas contra los ejércitos de Inglaterra para conseguir la independencia de los Estados Unidos.

Gombrowicz estaba hasta la coronilla con la pleitesía que le rendían los polacos a Kosciuszko y a Copérnico, pero a los días de pisar Buenos Aires se encuentra otra vez con ellos, es decir, se los encuentra el Gombrowicz de “Transatlántico”, y se los encuentra justamente en ese lugar del que había que huir como del tedio. Fue a la embajada, se echó a llorar y se puso a los pies del embajador, le besó la mano, le ofreció sus servicios y su sangre, y le rogó que en ese momento sagrado, según fuera su santa voluntad y entender, dispusiera de su persona.
El embajador le dijo que sólo podía darle cincuenta pesos, que no tenía más, pero que si quería irse a Río de Janeiro a importunar al embajador de allá, le pagaría el viaje y le daría algo más, que no quería literatos por acá porque lo único que sabían hacer era pedir plata y después ladrar.

Cuando Gombrowicz se dio cuenta que el embajador lo estaba despidiendo con moneda menuda le dijo que él era una literato, pero que además de literato era también un Gombrowicz. Y cuando le preguntó de cuáles Gombrowicz era Gombrowicz, le respondió que era Gombrowicz de los Gombrowicz Gombrowicz. El diplomático le ofreció entonces ochenta pesos en vez de cincuenta, ni un peso más. Le recordó que estaban en guerra y que había que marchar para vencer a los enemigos, matarlos, destrozarlos y aplastarlos, y que no fuera ladrando por ahí que el embajador no había marchado y hablado delante de él. Le pidió que escribiera artículos sobre Kosciuszko y Copérnico para celebrar la gloria de los genios polacos, que por ese servicio le podía pagar setenta y cinco pesos mensuales.

Era necesario ensalzar a la patria en momentos tan difíciles, pero Gombrowicz le contestó que no podía hacerlo porque le daba vergüenza, entonces el embajador lo empezó a tratar de comemierda, y le recordó que la embajada le había rendido homenaje y que lo iba a presentar a los extranjeros como el Gran Comemier… Genio Gombrowicz. A Gombrowicz no le alcanzaban las dos manos pata desacreditar el brillo de la gloria militar.
“(...) me mantenía a distancia y cuando me topaba en la calle con los ruidos de una marcha militar y el ritmo de una tropa que desfilaba a mi lado, hacía todo lo posible para no seguir su compás. ¿Estaría buscando quizás mi propia música y mi propia marcha? (...) La vida política no me interesaba”

En su obra artística Gombrowicz tomaba una posición ambigua respecto al servicio militar. En uno de sus cuentos el protagonista cuenta que el horizonte político se volvía cada vez más amenazador y su novia cada vez más nerviosa. La multitud en las calles, las tropas se desplazaban hacia el frente. La movilización, los adioses, las banderas, los discursos. Juramentos, sacrificios, lágrimas, manifiestos, indignación, exaltación y odio. La amada del joven ni lo miraba, no tenía ojos más que para los militares.
Él afirmaba su patriotismo, participaba en juicios sumarios contra espías, pero algo en la mirada de Jadwiga lo obligó a alistarse como voluntario en el regimiento de ulanos. Atravesaban la ciudad cantando inclinados sobre el cuello de sus caballos, una expresión maravillosa aparecía en el rostro de las mujeres y sentía que muchos corazones latían también por él.

Y no entendía el porqué pues no había dejado de ser el conde que era antes ni el hijo de su madre, el único cambio era que ahora usaba botas militares y llevaba en el cuello unas tiras color frambuesa. La madre lo convocaba para que no tuviera piedad, para que arrasara, quemara y matara, para que destruyera a los malvados.
El padre era un gran patriota, lloraba en un rincón desconsoladamente y le decía a Stefan que con la sangre podría borrar la mancha que tenía por su origen, que pensara siempre y solamente en él y ahuyentara como la peste el recuerdo de la madre porque podía serle fatal, que no perdonara y que exterminara hasta el último de esos canallas. Su amada Jadwiga le entregó por primera vez su boca, era una verdadera delicia. La guerra era hermosa.

Era precisamente la conciencia de ese esplendor la que le proporcionaba las energías para combatir al implacable enemigo del soldado: el miedo. De cuando en cuando lograba colocar un tiro de fusil en el blanco preciso, y entonces se sentía columpiado por la sonrisa impenetrable de las mujeres y hasta le parecía que se ganaba el afecto de los caballos que hasta el momento sólo le habían propinado coces y mordiscos.
Su regimiento estaba defendiendo con tesón por tercer día consecutivo una colina en el frente, con la orden de resistir hasta la muerte. Fue entonces cuando cayó un obús que le cortó de un tajo ambas piernas al ulano Kaeperski y le destrozó los intestinos, pero el pobre, seguramente aturdido, explotó en una carcajada convulsiva que Stefan tuvo que acompañar.

Cuando terminó la guerra y volvió a casa con aquella risa sonándole aún en los oídos comprobó que todo lo que hasta entonces había sostenido su existencia yacía hecho escombros, que no le quedaba más remedio que volverse comunista.
Yo me puse en contacto con el Zorro, el embajador de Polonia, para organizar el homenaje a Gombrowicz en el año del centenario. El Zorro resultó ser un patriota católico pero sin exageración, abierto y democrático, admirador de Gombrowicz pero no incondicionalmente.
“La lucha contra el comunismo, como también la revisión de los esnobismos, las excentricidades, los excesos del intelectualismo actual, me parecen muy indicadas y yo mismo las practico. Pero para eso no basta con la bravura sin más, como aquella de los ulanos de 1939 que cargaron contra los tanques ante el asombro del mundo entero”

Una tarde, sentados a una mesa de los jardines del Malba, le recordé al Zorro el episodio de los ulanos, se puso rojo de ira, me dijo que era pura patraña, que era un vil mentira. Todo el mundo sabe cuánto de valientes y heroicos son los polacos, sobre eso no cabe duda, pero también, hay que decirlo, tienen un gran sentido del humor, de otro modo no se puede explicar cómo a Gombrowicz no le hubieran roto todos los huesos, especialmente después de haber publicado “Transatlántico”.
La Primera Guerra Mundial despertó en Gombrowicz una nostalgia incurable por Occidente. Seguía con vehemencia los cambios en el frente y marcaba solemnemente sobre un mapa cada pueblecito tomado como si de eso dependiera el resultado de la guerra.

Al otro lado de aquel frente estaba la Europa que le despertaba la nostalgia, mientras los rusos y los alemanes eran para él una realidad de segunda categoría. En 1918 esa barrera se rompió y Occidente comenzó a infiltrarse en Polonia poco a poco, un cambio que significó tanto para Gombrowicz como la recuperación de la independencia. De la terrible experiencia de la guerra guardó el miedo, un miedo al que se le agregó otro miedo aún más doloroso: el pavor al servicio militar.
Fue el miedo a la guerra y no la conclusión de un análisis ponderado de la realidad el que lo impulsó a saltar del Chrobry en el puerto de Buenos Aires. El miedo es un sentimiento de inquietud causado por la posibilidad de un daño inminente, real o imaginario.

Cuando el riesgo no es inminente el miedo no aparece o, si aparece, es muy débil; lo que ocurre con los miedosos es que tienen una tendencia a convertir en inminente la posibilidad de los daños remotos y esto es lo que le pasaba a Gombrowicz. Cuando la obligación general del servicio militar igualó a todos en cuanto se refiere a las batallas, todavía quedaba el duelo como un riesgo especial reservado a la clase superior, que compensaba en parte las comodidades y las facilidades que proporciona el dinero.
Pero cuando los duelos desaparecieron, cuando al burgués bien alimentado ni siquiera le quedó la obligación de disparar una pistola y arriesgarse a que le metieran un balazo al recibir una bofetada en pleno rostro, lo único que le quedó fue disfrutar de una vida regalada a la que ya nada podía perturbar.

La gloria militar, sin embargo, le resultó muy útil al Zorro para resolver algunas emergencia diplomáticas. Cuando empezó a moverse para preparar la celebración del año centenario, de repente se dio cuenta de que no había plata para afrontar los gastos de la celebración y no había libros de Gombrowicz, no había nada, entonces me invitó a un almuerzo en su casa de San Isidro para elaborar una estrategia.
Por dos veces escuché un argumento que el Zorro utilizó para vencer la resistencia del Homúnculo y del Buhonero Mercachifle, ambos inconvenientes relacionados con el dinero. En diferentes oportunidades les explicó a ambos que la historia de Polonia estaba llena de infortunios y de conflictos desde la conversión de Mieszko al cristianismo.

Les hizo un relato pormenorizado de los obstáculos que habían tenido que sortear el rey Estanislao, los generales Kosciuszko y Pilsudski y, finalmente, remató el discurso con un breve comentario sobre los contratiempos que habían tenido que sortear en la época del comunismo. Estas desgracias encadenadas habían empobrecido a Polonia de tal manera que la embajada no estaba en condiciones de hacerse cargo de los gastos en el Centro Cultural Borges ni de pagar los doscientos pesos que el Buhonero Mercachifle pedía para asegurar su participación en la mesa redonda de la Feria del libro. Gombrowicz era un ferviente partidario de la paz, claro que la paz se puede conseguir de diversas maneras, Gombrowicz alcanza la paz en “El casamiento” encarcelando a todo el mundo.

“Es la paz. Todos los elementos rebeldes han sido detenidos. El Parlamento también ha sido detenido. Aparte de eso, los medios militares y civiles, y grandes sectores de la población, así como la Corte Suprema, el Estado Mayor, las Direcciones Generales, los Departamentos, los Poderes públicos y privados, la prensa, los hospitales y parvularios, todos están es prisión. Hemos encarcelado también a los ministros y, en general, todo. También la policía está en la cárcel. Es la paz. La calma”


"Las opiniones vertidas en los artículos y comentarios son de exclusiva responsabilidad de los redactores que las emiten y no representan necesariamente a Revista Cinosargo y su equipo editor", medio que actúa como espacio de expresión libre en el ámbito cultural.


domingo, 26 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y JOSEPH CONRAD


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y JOSEPH CONRAD


“¿De quién se está hablando? ¿A quién debemos comprender bajo la definición de escritor en el exilio? Adam Mickiewicz escribía libros y también los escribe el señor X, cómo no, un señor que escribe textos absolutamente correctos y hasta bastante leídos, ambos son escritores y escritores en el exilio... pero aquí acaba el parentesco entre ellos. ¿Rimbaud? ¿Norwid? ¿Kafka? ¿Slowacki?... hay distintos tipos de exilio (...)”
“Supongo que ninguno de ellos se horrorizaría demasiado con la visión de esta clase de infierno. Es desagradable no tener lectores, muy desagradable no poder editar las propias obras, no es nada divertido ser desconocido, resulta fastidioso verse privado de la ayuda de ese mecanismo que empuja hacia arriba, hace propaganda y organiza la fama..., pero el arte está cargado de soledad y autosuficiencia, encuentra su satisfacción y su razón de ser en sí mismo (...)”

“¿La Patria? Pero si cada uno de los hombres célebres, precisamente a causa de su celebridad, ha sido extranjero hasta en su propia casa. ¿Los lectores? Pero si ellos jamás han escrito para los lectores, sino siempre contra los lectores. Homenajes, éxito, renombre, fama: pero si precisamente se hicieron famosos porque se valoraban más a sí mismos que a su éxito (...)”
“Y todo lo que en cada uno de los literatos, incluso los de menor calibre, hay de Kafka, de Conrad o de Mickiewicz, lo que es verdadero talento y verdadera superioridad o madurez, de ninguna manera cabrá en los sótanos del exilio”
Joseph Conrad, novelista británico de origen polaco, es uno de los grandes escritores modernos en lengua inglesa, cuya obra explora la vulnerabilidad y la inestabilidad moral del ser humano.

Abandonó la Polonia ocupada por los rusos y se trasladó a Marsella. Desde ese puerto partió en navegaciones de barcos mercantes franceses, luchó en España en las guerras carlistas y vivió una historia de amor que lo llevó al borde del suicidio. Posteriormente se puso al servicio de la Marina mercante inglesa y obtuvo la nacionalidad británica. Además del esfuerzo de escribir, sobrellevó el sufrimiento que le producía la gota, así como la parálisis de su mujer y los exiguos ingresos que obtenía de su trabajo.
La vida en el mar y en puertos extranjeros constituye el telón de fondo de casi todos sus relatos, pero su obsesión fundamental fue la condición humana y la lucha del individuo entre el bien y el mal. Una de las novelas más conocidas de Conrad es “Lord Jim”, en la que explora el concepto del honor a través de las acciones y sentimientos de un hombre que se pasa la vida intentando expiar su cobardía durante un naufragio ocurrido en su juventud.

“¡El horror! ¡El horror”, la última exclamación de Kurtz en “El corazón de las tinieblas”, es un descenso a los infiernos en el viaje de Marlow, pero también una crítica despiadada al imperialismo occidental y una investigación acerca de la locura. Su obra explora la vulnerabilidad y la inestabilidad moral del ser humano, y sus personajes son hombres con categoría de héroes que se enfrentan a su condición y límites humanos, desafiando el mal o la corrupción, en su búsqueda de ideales supremos.
Joseph Conrad constituye uno de los casos extremos del exilio polaco, no sólo se exilió de Polonia sino también del idioma polaco. Gombrowicz lo distingue como a un escritor excepcional que enfrenta penurias extremas. El Asiriobabilónico Metafísico hizo declaraciones desdeñosas sobre Gombrowicz y Conrad.

“Cuando fui a París los periodistas me preguntaban si conocía a Gombrowicz, yo les respondía, 'debo reconocer mi ignorancia, no lo he leído'. Empecé a leer 'Ferdydurke', pero al cabo de diez minutos de lectura me sentí con ganas de leer otros libros. Quizás lo mejor de la literatura moderna sea eso que –por virtud o por carencia– nos lleva a querer leer a los clásicos: les debo a algunos libros modernos el haber leído tantas veces a Virgilio (...)”
“!Qué raro es el caso de Polonia!, ¿no? Ha dado escritores famosos a otros países, como Conrad a la literatura inglesa. Conrad en realidad era polaco. Debe ser que los polacos desconfían del destino de su lengua. Ahora, esto es peligroso, ¿no? Si recordamos, por ejemplo, el caso de Bacon que por desconfiar del destino del inglés –él solía decir 'nuestras lenguas son perecederas'– escribió toda su obra en latín”

Los escritos del Vate Marxista sobre Gombrowicz y Conrad son más constructivos que los del Asiriobabilónico metafísico.
“¿Y qué hubiera pasado si Gombrowicz hubiera escrito ‘Transatlántico’ en español? Quiero decir ¿qué hubiera pasado si Gombrowicz se hubiera hecho el Conrad? (un polaco que, como todos sabemos, cambió de lengua y ayudó a definir el inglés literario moderno) (...)”
“Podemos sospechar los efectos del español de Gombrowicz en la literatura argentina. Uno piensa inmediatamente en Roberto Arlt. Alguien que quiso denigrarlo dijo que Arlt hablaba el lunfardo con acento extranjero. Esa es una excelente definición del efecto que produce su estilo (...)”

“Y sirve también para imaginar lo que pudo haber sido el español de Gombrowicz: esa mezcla rara de formas populares y acento eslavo. Vivir en otra lengua, se ha dicho, es la experiencia de la novela moderna: Conrad, claro, o Jerzy Kosinski, pero también Nabokov, Beckett o Isak Dinesen. El polaco era una lengua que Gombrowicz usaba casi exclusivamente en la escritura, como si fuera un idiolecto, una lengua privada. Por eso ‘Transatlántico’, primera novela que escribe en el exilio, quince años después de Ferdydurke, establece un pacto extremo con la lengua perdida”
Al final de la historia argentina se produce el segundo destierro de Gombrowicz, en 1939 se había desterrado de Polonia a bordo del Chrobry y en 1963, veinticuatro años después, se estaba desterrando de la Argentina otra vez a bordo del Federico Costa.

Se fue a Berlín invitado por la Fundación Ford a pasar un año en esa ciudad endemoniada donde se pergeñó buena parte de su ruina. ¿En qué pensó cuando le ofrecieron la beca?, es difícil responder esta pregunta pero más que pensamientos debieron ser impulsos obscuros los que lo pusieron en movimiento. No tuvo oportunidades de regresar a Polonia después de su viaje providencial a la Argentina, primero los alemanes y después los comunistas le cortaron el paso.
El arte en general, y no sólo el del exilio, está en estrecha relación con la descomposición y la enfermedad a las que transforma en salud. Un artista en el exilio es un ambicioso, un derrotado agresivo y asimismo un conquistador, pero eso también lo son los artistas que se quedan en casa.

El arte es un cementerio, de cada mil personas apenas una o dos consigue existir de verdad, el resto no logra realizarse y se queda en la esfera de la dolorosa insuficiencia. La suciedad que proviene de estas ambiciones insatisfechas no tiene tanto que ver entonces con el destierro sino más bien con la naturaleza misma del arte.
Son elementos característicos de cualquier café literario, y en realidad es indiferente en qué lugar del mundo se atormentan los escritores que no son bastante escritores para ser escritores de verdad. Quizá sea más sano que estos escritores se vean privados de los mimos y de las contemplaciones que les hacían en el propio país. No hay nada de extraño en que unas criaturas de invernadero tan cuidadas en el seno de la nación se marchiten fuere de ese seno.

El escritor que se muere separado de su sociedad jamás ha existido verdaderamente, es un embrión de escritor. En muchos momentos de la historia ocurre que lo mejor de un país es expulsado al extranjero. Gombrowicz piensa que la ventaja consiste en que se abre una posibilidad de pensar el país desde el lado de afuera. En el caos general de la nueva tierra se relajan las formas reinantes en la conciencia y se puede encarar el futuro de un modo más libre.
Pero este exceso de libertad es, paradójicamente, lo que más ata al escritor. Se siente amenazado por la inmensidad del mundo y el carácter definitivo de sus problemas, entonces se agarra al pasado, es decir, a sí mismo, porque tiene terror a que todo se le desarme, y finalmente se toma de la única esperanza que le queda, la de recuperar la patria.

Para recuperar la patria debe resignar su propio yo, no sabe ser escritor sin patria, pero al resignar su propio yo para recuperar la patria deja de ser escritor, escritor en serio. El artista en el exilio no sólo vive fuera de la nación, también vive fuera de su elite, tiene que enfrentar personalmente la presión de un vida brutal e inmadura. Algunos son empujados por esta razón a una trivialidad democrática, otros a un vulgar realismo, y otros más al aislamiento.
El escritor debe encontrar una forma de sentirse otra vez superior para recuperar su valor. No es extraño que en estas condicione el escritor esté paralizado por la inmensidad y por su propia debilidad, que esconda la cabeza y fabrique una parodia del pasado, que huya del mundo para ir a parar a su pequeño mundillo.

“Y, sin embargo, tarde o temprano nuestro pensamiento tiene que labrarse las vías de salida del impasse. Nuestros problemas darán con la gente adecuada. En este momento no se trata de la creación misma, sino de la recuperación de la capacidad de crear. Debemos crear esa porción de libertad, valor y decisión, y hasta diría irresponsabilidad, sin la cual la creación es imposible. Debemos simplemente familiarizarnos con la nueva escala de nuestra existencia. Tendremos que tratar con sangre fría y sin miramientos nuestros sentimientos más queridos para llegar a unos valores nuevos. En el momento en que nos pongamos a formar el mundo desde el lugar en el que nos encontramos y con los medios de que dispongamos, la inmensidad menguará, la infinitud tomará una forma y comenzarán a bajar las turbulentas aguas del caos”


"Las opiniones vertidas en los artículos y comentarios son de exclusiva responsabilidad de los redactores que las emiten y no representan necesariamente a Revista Cinosargo y su equipo editor", medio que actúa como espacio de expresión libre en el ámbito cultural.



sábado, 25 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y LA UNIVERSIDAD DE VARSOVIA


JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y LA UNIVERSIDAD DE VARSOVIA

“Acabé la carrera de derecho. En el último examen me sucedió un hecho tan insólito que sólo podría ser comparado con el premio gordo de la lotería. Tras unas cuantas preguntas, a las que más o menos respondí bien, me dijo el profesor: –Ahora, busque este artículo en el código.. Yo no había mirado el código en mi vida, no sabía si buscar el artículo al principio o al final, pensé: me ha embromado, de igual modo abrí el libro al azar (...)”
“Y ¿qué ocurrió?, encontré precisamente el dichoso artículo, a pesar de que el libro era muy gordo y de papel muy fino: –Ya veo que usted conoce muy bien el código; –¡Dios mío! Terminada la carrera ¿qué haría? Por nada del mundo quería ser abogado o juez. Estaba hasta la coronilla del derecho: cuando su sutileza y precisión tropezaba con la vida, se armaban unos ‘quid pro quos’ increíbles (...)”

“En teoría debía ser una síntesis de exactitud y de lógica, pero en la práctica se despachaba a los criminales rápido y corriendo, como sea, de cualquier manera y cuanto antes. Al final llegué a odiar esa ciencia pretenciosa, tan vulgarmente desenmascarada por la vida que se sentaba en el banquillo”
Gombrowicz había terminado sus estudios en París y vuelto a sus vacaciones de Polonia. Confiesa que sólo había pisado dos veces el Instituto de Estudios Internacionales y que, en realidad, los estudios nunca habían comenzado. El padre no se había hecho ilusiones, cuando le preguntaban por los progresos del hijo decía que ni en París hacían de un asno maíz. Renunció a continuar sus estudios y comenzó sus prácticas de pasante con un juez de instrucción.

En esa época escribe cuatro novelas cortas: “Crimen premeditado”, “El festín de la condesa Kotlubaj”, “La virginidad” y “En la escalera de servicio”. Era la época de su práctica no rentada en los Tribunales de Varsovia, trabajaba en el despacho de un juez de instrucción en el que tuvo la ocasión de tratar con un hampa de diversas clases. Gombrowicz tenía la convicción absoluta de la inocencia del hombre, de que el hombre era inocente por naturaleza, no era una convicción que dedujera de alguna filosofía sino un sentimiento espontáneo que no podía combatir. Esta convicción lo predispuso al disparate y al absurdo y nada le satisfacía más que ver nacer bajo su pluma una escena verdaderamente loca y ajena a los estándares del razonamiento común, una irracionalidad que, sin embargo, estaba sólidamente establecida dentro de su propia lógica.

Sus primeras tentativas literarias manifestaban, y él se daba cuenta de eso, una fuerte oposición rebelde y universal. Lo devoraba una rabia sorda contra todo lo que le facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios, las relaciones, todo aquello que, en fin, hacía de él un sibarita y un holgazán. El juez le entregaba expedientes con la investigación policial preliminar, lo distinguía con los asuntos interesantes porque sabía jugar al ajedrez.
Trataba con locos, asistía a autopsias, pudiera parecer entonces que Gombrowicz debiera haber sacado enseñanzas importantes del contacto con la miseria y con el crimen, pero no fue así. Los jueces lo consideraban el mejor de los pasantes por los informes que preparaba.

El trabajo en el tribunal no le ocupaba mucho tiempo, el resto del día se lo dedicaba a la lectura y, en un determinado momento, retomó la ocupación de escribir que tenía abandonada. Cuando terminó las cuatro novelas cortas que había escrito ese año no se las mostró a nadie, por vergüenza. El trabajo literario le parecía un poco ridículo, ser artista era para él una falta de tacto, y las iniciativas que tomaba en ese sentido le parecían condenadas a una afectación incurable.
Se divertía jugando al tenis, escribiendo cuentos, no consideraba a sus prácticas de pasante como un trabajo verdadero, se sentía como un verdadero parásito. Le confesó a una joven las tribulaciones en las que se encontraba por tener una vida fácil, ella lo escuchó con atención y le respondió que era claro que tenía una vida fácil, pero que para él su vida fácil era más difícil que lo que podía ser para otros su vida dura.

Se le estaba presentando la posibilidad de realizar una operación que tiene una gran utilidad en el arte, la transformación de los propios defectos en valor. Por el momento se dedicaba a elaborar cuentos fantásticos dejando para más adelante su ajuste de cuentas con la vida, con la suya y con la de los demás. El tribunal llegó a ser para Gombrowicz una especie de agujero por el penetraba en la miseria de la existencia.
Pero los jueces, los fiscales y los abogados, aunque mejores que los propietarios terratenientes, se hallaban lejos de la perfección, ellos también eran caricaturas. La vida miserable deformaba al proletariado, las comodidades y el ocio deformaban a los terratenientes, pero esa intelligentsia urbana también estaba desfigurada por su modo de vivir.

Había que destruir esa forma, había que imponer otra que permitiera a la superioridad acercarse a la inferioridad para establecer con ella una relación creativa, pero no sabía cómo realizarlo.
“Querido colega, es un asunto interesante, se lo doy a usted porque sé que le gusta jugar al ajedrez (...) Falsificó o no falsificó la declaración... Es necesario esclarecer las circunstancias mediante un interrogatorio, y estudie bien la investigación (...) Diga que es juez, siempre es mejor que piensen que están delante de un juez y no de un pasante”
Gombrowicz se sintió desde muy joven como actor de una mala obra teatral, con un papel estrecho y banal, y sin ninguna posibilidad de lucirse, así que se fue preparando poco a poco con la conciencia de esta inferioridad esperando tiempos mejores. Lo que sí sabía, sin ninguna duda, es que él no era culpable de nada, la culpable era la situación.

En el año que trabajó como pasante en los Tribunales de Varsovia se dio cuenta de que esta característica suya era innata, no creía de ninguna manera que la persona a quien se atormentaba con preguntas taimadas fuera de veras culpable. Se inclinaba más bien a pensar que el reo había tenido mala suerte al dejarse pescar. Esa convicción sobre la inocencia absoluta del hombre no era la consecuencia de ningún pensamiento determinista, era un pensamiento espontáneo que no podía combatir.
“Esto creaba en ocasiones situaciones extrañas. Así, una vez, en el tribunal de primera instancia, donde había sido destinado para desempeñar funciones de escribano en las sesiones, el presidente, tras haber ordenado la suspensión de la sesión, me mandó preguntar algo al acusado. Me acerqué al banquillo y le tendí mi mano al reo; sólo las miradas estupefactas de los abogados hicieron que me diera cuenta de mi metida de pata”

Decide permanecer en Radom pero choca con la hostilidad de los abogados locales que en su gran mayoría pertenecían al Partido Nacional, una agrupación política de derecha. Sus partidarios se escandalizaban por las relaciones que mantenía Gombrowicz con centros de izquierda y, particularmente, por las que tenía con Wiadomosci Literackie. Desde ese momento renunció a la continuación de su carrera jurídica.
El ajuste de cuentas con la abogacía Gombrowicz lo realiza en “El bailarín del abogado Kraykowski”. Corría el año 1926 y como el protagonista llega tarde al teatro en vez de ponerse en la cola para sacar la entrada se cuela. Un individuo alto y perfumado lo sujeta del cuello y lo arrastra hasta el último lugar de la cola. Al joven se le cortó la respiración, se dirigió al atrevido, un hombre rozagante con un pequeño bigote cuidadosamente recortado, que conversaba con dos damas elegantes y otro caballero.

Con una voz casi imperceptible, estaba a punto de desvanecerse, le preguntó si era a él a quien le debía la gentileza, el caballero lo miró con desprecio pero no le contestó.
Después del primer acto lo saludó en la escalera, pero tampoco le respondió, entonces, le hizo una reverencia, posteriormente lo volvió a saludar un par de veces más, regresó a su asiento tembloroso y extenuado.
A la salida del teatro, cuando el arrogante despedía a una de las señoras y a su marido, se le acercó para pedirle que si no le hacía el favor de dejarlo viajar en su coche por un rato porque le gustaba la comodidad; como sólo le responde que si no lo puede dejar en paz se dirige al chofer, y cuando empieza a repetirle el pedido, el automóvil parte. El joven lo sigue en un taxi, observa la casa en la que entran y con una estratagema obtiene del portero el nombre del caballero: abogado Kraykowski.

A la noche no pudo dormir atormentado por los pensamientos de lo que le había ocurrido en el teatro. A la mañana siguiente envía un ramo de rosas a la casa de Kraykowski y lo espera algunas horas en la puerta de la casa. Sale el abogado elegantemente vestido silbando y blandiendo un bastón.
El joven sigue al abogado Kraykowski dominado por un sentimiento de gratitud y decide rendirle un homenaje en silencio. Le compra un ramo de violetas a una florista, pasa corriendo al lado del abogado y se lo arroja a los pies sin detener la marcha. No se animaba a mirar hacia atrás, cuando finalmente mira, el abogado había desaparecido. A la salida del teatro había escuchado que a la noche los cuatro se iban a encontrar en el “Polonia”, un restaurante de primera categoría, así que el resto del día lo vivió con esa única idea, la de encontrarse allí con el abogado Kraykowski.

Entró tras ellos en el lujoso local, inmediatamente advirtieron su presencia. Mientras las damas lo miraban y murmuraban el abogado no le prestó ninguna atención. Les hacía cortesías a las damas, miraba fijamente a otras mujeres y hablaba lentamente. Cuando ordena la comida para su mesa el joven ordena la misma comida, come y bebe todo lo que come y bebe el abogado Kraykowski.
Admira la elegancia y la gracia de sus inclinaciones. Su esposa era una nulidad, pero la otra señora, la esposa del doctor, era muy atractiva y el protagonista advierte que cuando se dirigía a ella su voz era más dulce y tierna. La esposa del doctor era una mujer hecha realmente para él: delgada, elegante, felina, con una deliciosa arbitrariedad femenina.

Fue su primera orgía nocturna por el abogado y para el abogado, a partir de ese día comenzó a esperarlo a la salida de su casa espiando desde un café, para luego seguirlo. El joven tenía tiempo de sobra, su única ocupación era cuidar de una epilepsia que lo tenía extenuado hasta el punto de que había llegado a suponer que no le quedaba mucho tiempo de vida.
Unos ingresos modestos eran suficientes para cubrir sus necesidades. El abogado era goloso, al regresar del Tribunal se detenía en una pastelería y devoraba pastelillos de manzana. Después de pensarlo con cuidado un día el joven habla con la pastelera y le paga por adelantado el consumo de un mes de pastelillos para Kraykowski, le dice que lo hace porque tiene que pagar una apuesta que había perdido.

Al día siguiente, cuando la pastelera no le quiso cobrar los pastelillos a Kraykowski, el abogado se enojó y arrojó las monedas en una alcancía de beneficencia. Un océano ilimitado de ideas empezó a llenarle la cabeza durante el día, las coincidencias y los servicios se sucedían, encuentros en el tranvía para sentarse frente al abogado, los servicios de baño pagados por adelantado por el joven.
Eran señales de adoración y de obediencia que le daba ese joven obsesionado, muestras de fidelidad y de respeto, un sentimiento férreo del deber que denotaba pasión. La mujer del doctor, el amigo del abogado Kraykowski, parecía insensible a los encantos de ese personaje, era evidente que lo estaba rechazando, un día lo vio salir furioso de la casa de ella.

Para convencerla de que tenía que ceder a los sentimientos del abogado le escribe una carta anónima en la que le protesta por su comportamiento incomprensible y la exhorta a que cumpla sus obligaciones con un caballero tan encantador. A los pocos días el abogado Kraykowski se detiene mientras el joven lo perseguía, se vuelve y se le acerca con el bastón en la mano.
Una extraña sensación de desvanecimiento se apoderó del protagonista cuando se sintió agarrado de la solapa y sacudido violentamente. Cuando lo amenazó con romperle el cuello a bastonazos por los anónimos el joven no pudo hablar, se sentía feliz y aceptaba el suplicio como si fuera la santa comunión, se arrodilló en silencio y le ofreció la espalda.

Kraykowski se alejó y el joven regresó a su casa con la sensación de que eso todavía no bastaba, que era necesario mucho más. Era evidente que ella había considerado la carta como una broma estúpida y se la había mostrado al abogado. Decidió ser más persuasivo esta vez y le volvió a escribir de manera más drástica, se iba a infligir toda clase de penitencias hasta que ocurriera aquello, le dijo a la señora que debía dejar de lado su orgullo y su obstinación, ¿perfumes?, sólo Violette, a él le gusta.
A partir de entonces el abogado Kraykowski dejó de visitar a la esposa del doctor. El protagonista pasaba las noches en blanco, le seguía escribiendo que debía hacerlo, que su doctor era una nulidad, que lo debía hacer esa misma noche si es que el marido no estaba.

De pronto recordó que el abogado había tenido la intención de golpearlo, entonces se dirigió a los Tribunales, y cuando Kraykowski salió en compañía de dos colegas se arrodilló delante de él ofreciéndole la espalda para los golpes de bastón, exclamando que tal vez ahora podía. El abogado le dijo en voz baja a sus colegas que debía ser un pobre idiota, le dio unos centavos al miserable y se despidió.
Uno de los señores quiso darle él también unas monedas pero no se las aceptó, le explicó que sólo recibía limosna de la mano del abogado Kraykowski. En el edificio de la mujer dibujó una gigantesca K con una flecha. Fue tejiendo una telaraña de malos entendidos que la empujaban más y más a caer en los brazos del abogado, le hacía llamadas a la medianoche ordenándole que lo haga.

Pero todos sus esfuerzos parecían caer en el vacío, empezó a perder las esperanzas. En unas de las noches en las que el joven regresaba a su casa después de las persecuciones agotadoras, una corazonada le dijo que tenía que entrar en el parque. Y los vio, caminaban por un sendero, luego se sentaron en un banco. El abogado la abrazó y empezó a murmurarle palabras dulces. El joven no pudo resistir, algo explotó dentro de él como si una corriente eléctrica se descargara en su interior y empezó a gritar con una voz que podía escucharse en todo el parque: “¡El abogado Kraykowski se la está…! ¡El abogado Kraykowski se la está…!” Cundió la alarma. La gente corría y se asomaba a las ventanas, el joven sintió una primera sacudida, una segunda, una tercera, las piernas le temblaron y empezó a bailar como nunca lo había hecho antes, con la espuma en la boca sollozaba en medio de las convulsiones.

Fue una danza orgiástica, se despertó en el hospital. Cada día que pasaba se sentía peor, los últimos acontecimientos lo habían vencido.. El abogado Kraykowski se tuvo que escapar y esconder en una pequeña localidad al este de los Cárpatos, buscando refugio en las montañas con la esperanza de que el joven lo olvidara. Pero el protagonista se propone seguirlo, lo seguirá a todas partes porque ese hombre es como su estrella. Duda que regrese vivo de ese viaje pero se arriesga a morir. Por si eso llegara a ocurrir se dispone a preparar un documento para que su cadáver le sea remitido de inmediato al abogado Kraykowski.



"Las opiniones vertidas en los artículos y comentarios son de exclusiva responsabilidad de los redactores que las emiten y no representan necesariamente a Revista Cinosargo y su equipo editor", medio que actúa como espacio de expresión libre en el ámbito cultural.



viernes, 24 de julio de 2009

GOMBROWICZIDAS: WITOLD GOMBROWICZ Y ZYGMUNT KRASINSKI



JUAN CARLOS GÓMEZ GOMBROWICZIDAS

WITOLD GOMBROWICZ Y ZYGMUNT KRASINSKI


Desde la más temprana juventud a Gombrowicz se le fueron formando unos fermentos de conciencia que lo inclinaron a ajustar cuentas con los miembros de su familia y con los tres bardos nacionales. Con los miembros de su familia ajustó cuentas en “Historia”, una obra donde hace intervenir a sus padres y a sus hermanos con nombre y apellido, con Mickiewicz en “Transatlántico”, con Slowacki en “Ferdydurke” y con Krasinski en “El festín de la condesa Kotublaj”.
“Durante los cursos de letras tenemos que empollar a Mickiewicz, Slowacki y Krasinski, que son completamente secundarios desde el punto de vista de la literatura universal. Y mientras tanto no tenemos ni idea de Shakespeare o de Goethe, por ejemplo. Perdemos el tiempo estudiando las guerras contra los turcos y, entretanto, ignoramos la historia europea y mundial (...)”

“Para un escritor primerizo todo es difícil, escribir que ‘ella se sentó y pidió un vaso de agua’ puede convertirse para él en un problema. Así que yo escribía galopando y gimiendo en un continuo esfuerzo intentando elevar mi prosa al nivel del arte, hacerla vibrar y brillar (...)”
“Trabajaba más duro que un cochero o un cocinero, lo cual aliviaba mi conciencia y, sin embargo, a pesar de eso, esta tarea me parecía sospechosa, falsa, era dura, exigía un gran esfuerzo pero no infundía respeto... Entonces conocí por primera vez la vergüenza que acompaña a todo trabajo artístico, sobre todo cuando no ha ganado el aplauso público y se vende mal. Ese sentimiento iba a pesar sobre mí durante largos años y no se disipó hasta hace muy poco tiempo”

“Mi primera obra que nacía en medio de tantos dolores era muy ramplona. No sólo carecía del precoz talento de Krasinski, quien a la edad de veinte años escribió ‘La no Divina Comedia”, sino que mi salvajismo espiritual, mi falta de habilidad literaria, todos mis fermentos y rudezas, me privaron incluso de esa fluidez que adquiere con facilidad cualquier joven que se mueve en los ambientes literarios (...)”
“Leí un fragmento a mi hermano y mi cuñada cuando vinieron a verme: –¿Qué horror! Tíralo, da asco. No digas a nadie que te has manchado con semejante parida y en el futuro ocúpate de otra cosa. Mientras mi cuñada Pifink añadía: –Qué pena que no te hayas dedicado más a la caza”
Zygmunt Krasinski conforma junto con Adam Mickiewicz y Juliusz Slowacki la tríada romántica de la literatura polaca, considerada en Polonia la cumbre de su literatura.

Autor de poesía lírica, diversas composiciones poéticas extensas, novelas históricas, ensayos breves y miles de cartas a amigos, amantes y familiares es, sin embargo, la universalidad estética e ideológica de que goza “La no Divina Comedia” lo que le ha convertido en un referente de la literatura polaca. “La no Divina Comedia” es una obra sobre el porvenir de la humanidad.
A lo largo de la obra, Krasinski presenta su convicción de que el orden moral ha de imperar en todas las esferas de la vida humana y que esta es la clave para rescatar al hombre de la decadencia moral, de la ruina de la ideología y del desengaño afectivo que imperan en la sociedad. “La no Divina Comedia”, sin renunciar a los asuntos nacionales polacos, se articula como una obra de indiscutible carácter universal.

Es un drama en el que se reconocen los problemas de la oposición que el hombre mantiene frente la creación artística, frente al conflicto político e ideológico del poder, y frente a Dios, el creador supremo y último poder. Krasinski, a pesar de tener riquezas y de pertenecer a la aristocracia, tuvo una existencia tormentosa y llena de soledad, huía de sí mismo y de su sombra, pudo vivir en el paraíso pero eligió vivir en el infierno.
El conde Zygmunt Krasiński fue uno de grandes poetas románticos que influenciaron la conciencia nacional durante el período de adhesión política en Polonia. Más conservador política y socialmente que los otros dos poetas, publicó gran parte de su obra en forma anónima, no quería llevar el apellido de su padre pues era un oficial del ejército ruso.

Se revela contra los revolucionarios pero también contra la aristocracia, a la que considera cobarde y vil. Los escritos de Krasiński están llenos de argumentos frenéticos, intensamente influenciados por la ficción gótica y por Dante Alighieri. Está interesado en las vertientes extremas de la esencia humana, tal como el odio, la desesperación o la soledad.
“La no Divina Comedia” retrata la tragedia de un anquilosado mundo aristocrático derrotado y sustituido por un nuevo orden de comunismo y democracia, es una profecía poética del conflicto clasista y de la Revolución de Octubre de 1917. “El festín de la condesa Kotlubaj” es una de las cuatro novelas cortas que Gombrowicz escribió en el año 1929.

Si en “Crimen premeditado” se nota la relación entre el asunto de la novela y su práctica de pasante con un juez de instrucción, y en “La virginidad” asistimos a la confusión del erotismo más refinado con la obscenidad total, en “El festín de la condesa Kotlubaj” la cuestión es otra. Cuenta como unos personajes aristócratas organizan comilonas aparentemente vegetarianas con el fin de cultivar la sublimación y las sutilezas del espíritu.
Pero en realidad asistimos a un banquete en el que se sirve una comida muy sabrosa preparada con trozos de un pequeño muchacho. Es una narración absurda y cruel, construida con elementos sacados de la vida, un absurdo monstruoso que, sin embargo, es una caricatura de la realidad.

Esta novela le trajo a Gombrowicz algunos problemas con una familia Kotlubaj de Lituania que casi termina en un asunto de honor, lo retaron a duelo. Sin embargo, la fuente verdadera de su inspiración había sido Marta Krasinska, parienta directa del conde Zygmunt Krasinski, esposa de un mayorazgo, famosa en aquel entonces por sus hazañas filantrópicas y estéticas.
Ese plasma oscuro de la conciencia de Gombrowicz esta vez se le dispara hacia el lado de la crueldad, está preparando el próximo banquete de los aristócratas antropófagos en el rostro infantil de un pequeño enfermizo que observa por la ventana lo que ocurre en el interior del palacio en medio de la lluvia. La honestidad burguesa de Mann resulta chocante y vacía en nuestros tiempos pero la perversidad de Gombrowicz nos fascina.

El protagonista y la condesa Kotlubaj eran amigos, era la amistad de un joven de un medio burgués y una aristócrata de pura raza. Había conquistado la simpatía de la condesa gracias a su altivez, a su agudeza intelectual y a su tendencia al idealismo. Su espíritu romántico y ligeramente anacrónico le allanaron el camino para asistir por primera vez a los célebres almuerzos vegetarianos de los viernes que daba la condesa Kotlubaj.
La condesa maldecía la carne y los olores que despedían las personas que la comían. Era heredera de la familia de los ilustres Krasinski y tenía la convicción arcaica de que bastaba que un salón fuera aristocrático para que todos sus altos propósitos quedaran garantizados.

Un príncipe había aceptado el papel de intelectual y filósofo, una baronesa animaba las reuniones con su canto, era impresionante ver inclinarse a las más grandes fortunas sobre un plato de achicoria en un mundo cruelmente carnívoro. Los tomates rellenos con arroz poseían un sabor inigualable, las tortillas de espárragos tenían reputación mundial.
Los camareros trajeron una gigantesca coliflor cubierta de mantequilla fresca deliciosamente horneada. Conversaban en forma animada del amor, de la belleza y de la piedad, de que la piedad era más bella que el amor pero que no había que descuidar los modales. ¡Deliciosa coliflor!, exclamó el barón; sí, dijo la condesa mirando el plato con sospechas mientras ordenaba que lo llamaran al cocinero.

Comían la coliflor con una glotonería atroz, sin ningún tipo de modales, el protagonista no pudo contenerse más, estornudó y se levantó de la mesa para ir a buscar un pañuelo, no podía comprender por qué habían perdido tan abruptamente la elegancia y la delicadeza.
Volvió al comedor, la enorme bandeja de plata tenía restos de la coliflor, la panza de la condesa parecía la de una mujer en el séptimo mes de embarazo, el barón hundía la nariz en el plato mientras la marquesa rumiaba moviendo las mandíbulas como una vaca. ¡Divino, maravilloso, efervescente manjar!, exclamaban. El protagonista no comprendía lo que había pasado, entonces empezaron unas aclaraciones que le parecían momento a momento cada vez más extrañas.

Se levantaron de la mesa y condujeron sus enormes abdómenes al dorado saloncito Luis XVI. La alegría de los comensales se alimentaba del desconcierto del protagonista que jamás había presenciado semejante comportamiento. El barón cantaba arias canallescas de opereta. Nosotros, los de la aristocracia, le murmuró al oído la marquesa, adoramos la más completa libertad de las costumbres, somos capaces de emplear expresiones vulgares, sabemos ser frívolos y, en algunas ocasiones, plebeyos.
El barón exclama con aire de superioridad que no eran terroríficos aunque su grosería pareciera menos aceptable que su elegancia, y la condesa grazna que, claro, no habían cometido ningún delito, que no eran caníbales y que no se habían comido a nadie, con excepción de... Y todos soltaron una gran carcajada lanzando los cojines al aire.

Estos aristócratas no eran los mismos de la sopa de calabaza, una metamorfosis increíble los había hundido en la hostilidad, el sarcasmo y en una mofa ardiente que sostenían con una altivez y un desprecio que le impedían cualquier manifestación de confianza. Después de soportar un largo rato su propio silencio el joven le recordó a la condesa que le había prometido un ejemplar dedicado de los “Efluvios de mi espíritu”.
La condesa tomó un pequeño volumen encuadernado, le escribió unas palabras y firmó: Condesa Podlubaj, una palabra que quiere decir húrgame la nariz. Cuando el protagonista le señala la equivocación le responde que era distraída y estalla en una risa a mandíbula batiente con todos los demás. Afuera diluviaba con una lluvia de ráfagas de un viento cortante que azotaba los ventanales.

La condesa le preguntó por qué tenía esa expresión de terror, mientras los otros lo acusaban de que estaba escandalizado porque en su ambiente nadie se divertía con tanta imaginación, que ellos cultivaban maneras infinitamente mejores que la de los salvajes aristócratas. Empezaron a fingir que estaban temerosos del juicio del protagonista y se acusaban en público fingiendo arrepentimiento.
Desvanecido, sin saber a qué santo encomendarse o hacia dónde huir, se dirigió suplicante a la marquesa que había hablado con tanta piedad de los niños raquíticos, y le pidió piedad suponiendo que si era capaz de sacrificarse por esos pobres desgraciados podría consolarlo. La marquesa se enjugó las lágrimas de risa que tenía en los ojos y le dijo que cuando los veía caer y levantarse sobre sus piernecitas a esos pobres niños enclenques todavía se sentía fuerte como una encina.

Ahora era demasiado tarde para montar a caballo así que cabalgaba alegremente sobre sus pequeños paralíticos. De pronto intentó mostrarle sus piernas viejas aunque rectas, sanas y todavía fuertes, el protagonista hizo un gesto de espanto. ¿Y el amor, la piedad, la belleza, los presos, los inválidos y las maestras jubiladas?
Nos acordamos de todos ellos, le decían en medio de estruendosas risotadas, entonces el protagonista empezó a temblar espasmódicamente, finalmente había comprendido dónde se hallaba mientras la lluvia seguía azotando los cristales de las ventanas. ¡De cualquier manera el Señor existe!, balbuceó el pobre tratando desesperadamente de agarrarse de algo, y el barón le respondió que por supuesto que existe, el Señor existe y sale a pasear con la Señora.

La marquesa se sentó al piano mientras el barón y la condesa empezaron a bailotear con elegancia, buen gusto y finura. Ahora sabía de qué se trataba... se lo habían hecho comprender con violencia. ¡Era un baile de caníbales! Faltaba sólo la presencia del pequeño tótem, el monstruillo negro de cabeza cuadrada, labios prominentes y nariz chata que desde algún lugar patrocinaba esas bacanales.
Dirigió la mirada hacia la ventana y vio algo espeluznante... un pequeño rostro infantil, un rostro febril y enfermizo que observaba lo que ocurría en el interior con una mezcla de idiotez y de éxtasis celestial... A la madrugada el protagonista logró salir del palacio y se aventuró en la lluvia, vio bajo la ventana un cuerpo exangüe. Era el cadáver de un muchachito de ocho años, de cabellos rubios y pies descalzos, flaco al punto que... parecía haber sido completamente devorado.

En eso había terminado el pobre Bolek Coliflor, fascinado por la luminosidad de las ventanas, visibles desde lejos en medio de campos inundados. Mientras corría hacia el portón apareció Felipe, el cocinero, vestido de punta en blanco con una distinción de maestro en el arte culinario: “(...) se inclinó, me miró de reojo y dijo en tono servil: –¡Espero que el señor haya disfrutado nuestra comida vegetariana!”


"Las opiniones vertidas en los artículos y comentarios son de exclusiva responsabilidad de los redactores que las emiten y no representan necesariamente a Revista Cinosargo y su equipo editor", medio que actúa como espacio de expresión libre en el ámbito cultural.